domingo, 18 de diciembre de 2011

FRAGMENTO DE "ADIÓS MUNDO CRUEL"...

A continuación un fragmento de mi nuevo relato en construcción: “Adiós Mundo Cruel”… Expreso mi agradecimiento a Fausto Liriano Hernández por el apoyo y oportunidad a este proyecto (luego les comento).

...Quizá usted ha leído la historia de Jacob. Hijo de Isaac, quien fue hijo de Abraham. Jacob vivió trece años enlutado, creyendo que su hijo José había muerto, y culpándose por la supuesta muerte. Para Jacob el Dios de sus padres decidió cobrarle sus cuentas pendientes: sus engaños, sus malas decisiones motivadas por la ambición, su irreverencia y tantas cosas más. Así hemos vivido muchos, con la idea de un Dios que no puede consentir los errores humanos, que necesita castigar al hombre por sus acciones para demostrar su propia soberanía y control. Y así justificamos algunas de nuestras desgracias, o de las desgracias ajenas que nos afectan, también justificamos nuestra pasividad ante las circunstancias adversas, aceptarlas como un “castigo divino” nos protege de la responsabilidad de afrontarlas y superarlas. Pensamos que “a su tiempo” todo volverá a la normalidad.

Trece años vivió Jacob con extrema pasividad, sin ninguna acción digna de ser relatada en algún pasaje bíblico, trece años de silencio, de conformidad, de resignación. La Biblia relata que cuando sus otros hijos le dijeron que José aún vivía “el corazón de Jacob desfalleció porque no lo creía”. ¿Desfalleció? ¿Se debilitó? ¿Desmejoró? ¿Quién desfallece, se debilita o desmejora ante una buena noticia? Solo alguien que ha incorporado a su sistema de creencias argumentos que justifican las malas noticias.

¿Las buenas noticias llegan tarde? Es posible, pero ya he citado ese dicho popular que hace eco en los rincones de nuestra región: más vale tarde que nunca. Jacob necesitó ver los carros que su hijo José envió para buscarlo, necesitó escuchar a sus hijos repetirle la historia una y otra vez para que su espíritu reviviera, entonces exclamó un “¡Basta ya!”. Y así emprendió un viaje que lo acercó a su hijo, a su amado hijo, a quien lloró durante trece años, a quien creyó muerto por culpa suya. Un viaje que lo acercó a un nuevo comienzo, que lo arrojó a los brazos de un Dios nada parecido a lo que él había creído, que no se ajustaba a los esquemas trazados. Un Dios que no cobró sus errores, que no le castigó, y que le brindó la oportunidad de un reencuentro.

Pero, ¿estaba listo Javier Crespo para un nuevo comienzo?

Listo o no allí estaba, con la toalla ajustada a su cintura, luego de la ducha matutina, frente al espejo del baño, con el amanecer cantando detrás de la ventana, en su mano izquierda la hojilla y en la derecha la espuma de afeitar. Con las imágenes frescas de ese mal espejismo que suele invadirlo algunas noches. Así es, todavía hoy se cuela en su sueño ese espejismo atormentador.

Observó fijamente sus ojos reflejados en el espejo, la oscuridad de ellos es la misma oscuridad de la noche en la que corre perdido en su sueño buscando un refugio, la desesperación le invade mientras corriendo se aventura a tomar veredas al azar que lo van llevando a lugares que reconoce pero que no son el refugio que anhela. Entonces en medio de la oscuridad una voz interrumpe su empeño al preguntarle “¿Qué buscas Javier?” Reconoce la voz, es su padre...

sábado, 3 de diciembre de 2011

FRAGMENTO DEL PROLOGO DEL ENSAYO "EL ESPÍRITU SANTO Y LAS FRONTERAS DOCTRINALES"...

Ellos le rodeaban, estaban allí con él porque querían estar, puedo entender la sed en sus almas.



Tal vez muchos no entienden por qué un grupo de hombres abandonaría sus labores y empresas para seguir a otro. Pero puede que usted si lo entienda: esperanza.



Todos soñaban con un mejor porvenir, cansados de la opresión política y religiosa, de los intentos fallidos por prosperar, en lo más profundo de sus almas el deseo de prosperar era solo una distracción, una forma de tratar de ignorar la sed que a veces no puede explicarse con palabras, quizás algunos sábados sus miradas apuntaban hacia el mismo horizonte.



Un “sígueme” había sido suficiente, dejaron sus redes, sus barcas, las orillas a las que se aferraron por años, los mares que muy bien conocían, el oficio que hasta entonces fue la experiencia más cercana al sentimiento de estar en el hogar y fueron en pos de un hombre, de una voz, de una invitación. Y echaron a andar sus vidas, tentando a la suerte, sin saber con certeza si iban por el camino correcto, solo fue un impulso, como esos que pueden justificarse en el momento y que luego de un par de horas se hacen débiles, pero uno piensa “ya comencé con esto, seguiré hacia adelante un momento más a ver qué pasa”. Y ese momento ya llevaba tres años transcurriendo. Al estilo de los personajes de los relatos antiguos, personajes que eran columnas de la historia de la nación, lo dejaron todo y se arrojaron hacia el horizonte en un acto de fe desnuda, inédita, una fe en respuesta a las circunstancias, algunos dirían emocional, pero fe al fin.



Y allí estaban, sin un esquema establecido para continuar el camino, con buenas experiencias, sí, increíbles, jamás imaginadas, pero no podían concebirlas como patrones para futuros pasos; la de ellos seguía siendo una fe inocente y desnuda de artilugios, a veces envidio la fe de esos hombres, el valor de ellos para dejar un sistema seguro, barcas, redes, mares, para seguir un rumbo incierto, incierto pero con la compañía de un gran hombre, o como diría uno de ellos, del “hijo del Dios viviente”. Tal vez no se preguntaron qué sería de ellos si ese hijo del Dios viviente se ausentara, no lo creyeron necesario, pensaron que él siempre estaría para ellos y con ellos… No se equivocaron.



Él les dio la noticia, anunció su muerte…



Y allí estaba él, rodeado de ellos. Consciente de que la hora llegaba, él, cuyo “sígueme” estaba destinado a resonar como un eco por el resto de la historia humana; un grupo pequeño de una sociedad grande, es todo lo que tenía, y lo único para ofrecerles el aroma de los buenos recuerdos, la alegría en los ojos del ciego que recibió la vista, la gratitud en las lágrimas de aquella mujer que gracias a sus palabras podía creer en una segunda oportunidad, buenos recuerdos… Los observa mientras les habla, ellos tendrán sobre sus hombros la responsabilidad de ser el eco de sus palabras, de que éstas sean entendidas por otros como fueron entendidas por ellos mismos. Sus palabras en los labios de ellos no debían ser interpretadas como una carga sobre la fe genuina y sincera que se traduce en ese sentimiento de sed que mueve al ser humano hacia el horizonte y le hace levantar su mirada con esperanza...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Bartimeu, o cego, e a multidão (Bartimeo el ciego y la multitud)

Gracias a la bondad de Gustavo Frederico, aquí está una de mis notas traducidad al portugués, aquí el link que lleva a la pagina en la que fue publicado en ese idioma AQUI.

Escutei durante a minha infância, adolescência e juventude talvez mais de cem sermões baseados na história de Bartimeu, o cego, e também algumas músicas que faziam referência a essa história. Ainda me lembro de uma que essa semana esteve rondando minha memória. Ele começava assim: “Como Bartimeu sentando no caminho pensou, espero que Jesus passe por aqui” e terminava com uma frase que me comovia: “Tu és o pão do céu, água da vida, e a pedra ferida que sacia minha sede”.

A variante em cada sermão sempre foi a fé. Pregadores exaltados exortavam “ao povo de Deus” a imitar a fé do cego que, movido por sua necessidade, gastou a sua voz gritando “mestre, filho de Davi, tem misericórdia de mim”, venceu os obstáculos do caminho, o preconceito da sociedade, sem ajuda e com uma multidão contra si conseguiu chamar a atenção do mestre para ouvi-lo perguntar “que queres que eu te faça”.

Com seus sermões, pastores expunham a necessidade de um “povo forte”, capaz de “vencer ao mundo”, “merecedor de estar na presença do Mestre e ganhar seus favores”. Esses argumentos definiam a teologia que aprendi: “a graça é o prêmio do esforço do crente por encontrar e permanecer na presença de Cristo”, “o Cristo só pode estar cercado de vencedores”, de forma que “ser o povo escolhido por Deus equivale a permanecer em uma bolha na qual não se admite perdedores e que está separada do mundo e suas paixões”, e “suas paixões” se interpreta como “seus problemas”, “suas políticas”, etc. “Somos melhores que tudo isso”. Com esses sermões, só conseguiam reproduzir a mesma sociedade que obstruiu o avanço do cego até a presença do Cristo.

O que esses pregadores expunham com entusiasmo era exatamente a mesma teologia, ou melhor, a ideologia, daqueles que cercavam Cristo em seu passeio por Jericó. Hoje, penso que aqueles pregadores se equivocaram ao comparar “o povo escolhido” com Bartimeu. Há todo um sistema que diz estar “procurando o mestre”, que diz segui-lo, e talvez esteja certo, mas em termos gerais esse sistema que hoje “cerca o mestre” continua sendo o mesmo sistema que o cercou nas ruas legendárias de Jericó.

Um sistema que obstrui a visão de quem deseja encontrá-lo, sistema que descansa sobre estruturas fortes e argumentos que ainda são pronunciados com “palavras liberais” foram construídos com ideais dogmáticos. Os gritos de Bartimeu, seu desespero e esforço para chegar até a presença do Cristo não falma de uma fé que deve ser imitada, mas gritam uma denúncia que deve ser escutada…

Até quando o cristianismo será um sistema adornado com doutrinas e burocracias equivalentes a ideologias imperialistas? Até quando se autoproclamará escada a um céu só para fortes e dignos? É incongruente a imagem do cristianismo atual com a imagem do Cristo de ontem. É ridículo dizer “Jesus Cristo é o mesmo ontem, hoje e sempre” enquanto o sistema cristão, dizendo ser embaixador do Cristo, não abre espaço entre a multidão para perguntar “o que queres que eu te faça?” aos que estão em desvantagem.

Alguém me perguntou se por acaso eu propunha que o cristianismo (ou qualquer sistema religioso que reivindique a Cristo como fundador e emblema) se converta em uma Organização Não-Governamental. Minha resposta é que nisso se converteu: em uma incongruente, contraditória, improdutiva e infrutífera ONG. Em um reflexo de um sistema político individualista, sinônimo de sectarismo, que na teoria é atraente, mas deixa muito a desejar na ação.

O Cristo que passeou por Jericó escutou os gritos do cego, não se preocupou em se definir, em construir um “império ideológico”, em apresentar estruturas que o fizessem transcender como sistema. Ele modelou tudo o que hoje os sistemas apenas definem.

Ainda há tempo: o cristianismo poderia derrubar os muros que o separam do “resto do mundo”, que só servem de desculpas para justificar sua indiferença, de argumentos para redimir sua apatia diante dos problemas sociais que surgiram do espaço que deveria ter ocupado.

A Bíblia diz que Bartimeu seguiu a Jesus pelo caminho. Gosto de pensar que seguindo-o, havendo recuperado a visão, caminhava com esperança. Não com esperança para ele e seus anseios. Talvez seus olhos brilhassem de alegria. Cada dia seguindo o mestre era uma aventura nova, um capítulo novo em favor da sociedade. Talvez pensasse: “onde quer que vá hoje o Cristo haverá alimento, bem-estar e felicidade”.

Se o cristianismo seguisse os passos do Cristo, se com ousadia deixasse suas desculpas teológicas de lado e, modelado as atitudes do Cristo, surgisse a partir dos campos transcendentais da sociedade, então muitos veriam com esperança também seu renascimento, pensando “onde quer que surja haverá alimento, bem-estar, felicidade”.

Uma sociedade nova e melhor é possível. Uma ordem social melhor é possível e – por que não? – uma melhor expressão do cristianismo é possível. Uma em que Bartimeu não deva se esforçar para ser escutado. Uma expressão que contagie de amor e de consciência social as estruturas fortes dos sistemas políticos, educativos, econômicos e religiosos. Que faça se inclinar a condição humana diante do bem comum.

Assim fez o Cristo, dando um soco na cara da indiferença e do orgulho ao pedir a dois de seus discípulos que trouxessem Bartimeu à sua presença… Se essa história estiver certa e se esse homem foi Deus, quero chegar na sua presença e dizer-lhe “ao contrário de tudo ao meu redor, a tudo o que ouvi, o que vi e que não pude ver, tu és, sim, o pão do céu, água da vida e a pedra ferida que sacia minha sede”.

Tradução: Gustavo K-fé Frederico

MUCHAS GRACIAS...

Una vez más quiero decir gracias. Finalmente el concurso de la Empresa Editorial Christian Editing culminó, el día 16 de noviembre dieron a conocer los diez relatos ganadores y entre ellos está “La fe de mi padre”. Será publicado junto a los otros nueve a principio del año 2012. Me emociona, pues a través del relato expongo algunas de mis críticas al cristianismo heredado y el concepto de fe que nos arroja, intento de una forma no muy violenta desnudar tal concepto y los vicios que han evolucionado con él. Creo que un mejor porvenir se vislumbra, y pienso que podemos ser parte de los constructores de ese porvenir, cada uno en su escenario, con su “don” y esfuerzo, con paciencia y tolerancia. Tal vez mañana el cristianismo sea una mejor expresión como sistema o más bien escenario, tal vez sea una mejor herramienta social, quizá nosotros no disfrutaremos de su nueva forma, pero podemos dejar las bases para que sea posible.

Este relato fue forjado a base de las críticas de ustedes, mis amigos, compartiendo con ustedes he ido encontrando equilibrio en mi empeño, he ido aprendiendo, ha sido una gran aventura, con algunos he compartido por años, con otros por meses o semanas, pero ha sido provechosa la dinámica de publicar y ver sus comentarios, incluso los comentarios de quienes no comparten mis formas de ver el cristianismo hoy. Yo seguiré en mi empeño, tengo una meta trazada y quiero llegar hasta allá, y espero en mi travesía seguir contando con ustedes, no solo con sus palabras de ánimo, también quiero seguir contando con sus críticas, con sus “un momento, estás equivocado”… Nuevamente muchas gracias por el apoyo, y si algunos de ustedes pasean por las palabras de esta nota y no fue etiquetado (por descuido mío o porque no alcanzaron las etiquetas), el solo hecho de que estén leyéndola los hace dueños de mi gratitud, gracias por la compañía en esta aventura…

A continuación un fragmento del capítulo cuatro de mi relato “La fe de mis padres”, este va dedicado a aquellos que han despertado para descubrir que el camino quizá es más complicado, pero es mejor caminar con los ojos abiertos…


IV
Después de cuatro meses Gustavo no sabía qué pensar sobre el dos de septiembre de mil novecientos noventa y ocho. ¿Había dado un paso importante o había cometido un posible error?

A pesar de la incertidumbre durante esos cuatro meses se sintió libre de compromisos con la organización y con Dios. En cierta forma su decisión marcó un nuevo comienzo, todavía no sabía para qué, pero de algo aún estaba seguro: no terminaría lejos de Dios y no le daría la espalda a los principios bíblicos. Pero aún confiado en su determinación sentía temor.

¿Qué tal si sus dudas terminaban convenciéndolo de lo contrario? ¿Qué tal si se acostumbraba a una vida normal sin llamado, sin propósito?

Eventualmente le angustió sentirse sin posición dentro de la organización, le atemorizó que los creyentes de Getsemaní lo rechazaran como pastor al terminar el período de reposo que se le había aprobado, que la organización no lo tomara en cuenta para ninguna otra de sus iglesia o no poder fundar de nuevo alguna obra; le angustió porque hasta donde había comprendido no se puede vivir toda la vida en reposo sin entrar de nuevo a la acción del servicio cristiano, tal vez Dios le perdonaría lo que pudo ser un error por intentar superar sus conflictos, pero no aceptaría que nunca más volviera a la acción.

Se convirtió en un hombre más callado, un tanto distanciado y solitario; aunque intentó y se esforzó para convencerse de que su decisión fue correcta no pudo durante meses evitar el sentimiento de vergüenza frente a los creyentes de Getsemaní cuando tropezaba con ellos en alguna de las calles del pueblo o estrechaba sus manos en el templo.

Se dio cuenta que Agua Santa es un pueblo pequeño y sus calles estrechas, descubrió que el templo se puede observar desde la mayoría de sus calles; invocó muchas veces recuerdos que le permitieran escuchar la voz cálida de su madre, extrañó la ciudad de Maracaibo, también los pueblos en los que fundó y pastoreó desde que egresó del seminario.

Aunque extrañó también los pulpitos y tener una congregación frente a él escuchando sus sermones durante esos cuatro meses no intentó enseñar, pudo llamar a alguno de sus colegas y ponerse a la orden u ofrecerse para ministrar en uno de los servicios dominicales, pero no lo hizo porque sentía que todavía no era el momento.

Percibió además que algunos colegas estaban más ocupados desde su reposo pues ya no establecían contacto con él, llegó a pensar que tal vez la hermandad entre los ministros de una organización es condicionada. No quiso y no pudo generalizar, concluyó que no es una organización la que forma o propicia tal condición, sino la forma en la que muchos asimilan su posición ministerial y conceptualizan la hermandad.

Con el pasar de los meses, distanciado de responsabilidades, de convenciones y congresos comprendió que su sistema de creencias era una mezcolanza de verdades y de doctrinas heredadas e interpretaciones que podían ser cuestionadas. Notó que podía detectar fallas en el sistema de creencia al cual se había adherido, y su angustia creció por momentos pues pensó que sus criterios cambiaban porque su decisión fue un acto de rebeldía en contra de su llamado y estaba siendo seducido por vanas filosofías y doctrinas erradas.

Mientras Gustavo enfrentó la ambigüedad de sus pensamientos y juicios en esos cuatro meses, María sufrió sus propios conflictos…

Aquí la página donde fue publicada la noticia…

www.christianediting.com

sábado, 12 de noviembre de 2011

CARTA DE NOVIEMBRE...

Caminaba, sin verdades entre las manos, solo dudas, interrogantes, cuestionamientos… Sin convicciones para anclarme, porque decidí salir, esa noche, bajo la oscuridad, para tentar la suerte de mis pensamientos, para dejar fluir la sangre de mis manos, la misma sangre que juega ante la vida y que un día se inclinará ante la muerte.



Noviembre paseaba, su andar más fresco y tranquilo, no más pausado que mis pasos, pero con más gracia… Haciendo desfilar frente a mí aquellos recuerdos, mis manos dentro de mis bolsillos, ocultando las verdades que ya no me sirven, desnudando las mentiras que ya no me atraen, sangrando, gotas gimiendo en mis bolsillos.



Recordé que es grato recordar, y miré la luna… ¿Por qué temerle al pasado? Y pensé en usted, desde aquí, caminando, sin verdades ni mentiras, sin convicciones y sangrando. Imaginé qué podría decirle si usted caminara a mi lado. Y pensé que tal vez hablaría del pasado, tal vez usted me preguntaría ¿qué cambiarías si tuvieras la oportunidad de volver a nacer? Yo le dejaría ver mi mejor sonrisa, y tal vez también mis manos, entonces le diría “volveré a nacer”. Pero si tuviera la oportunidad de nacer de nuevo, en esta misma vida… Y si pudiera escoger las condiciones…



Honestamente, escogería la misma vida, aunque a veces me lamento… Escogería nacer la misma fecha para no perderme contando los años, para seguir jugando a escaparme cada diecisiete en noviembre… Los mismos padres, créame, no podría sin ellos, no podría… Los mismos errores, ya los conozco, ya he jugado con las consecuencias de mis errores hasta hoy, sé de sus trampas, sus espejismos, sus fantasmas… La misma ex esposa, y el laberinto en el que me perdí… Los mismos hijos, no cambiaría sus nombres para no olvidar quién fui antes de ellos y quién podría ser después de ellos… No renunciaría a esta melancolía, sin importar que a veces me obliga a caminar de noche, no le temo a la oscuridad, y a veces descanso en sus brazos…



Escogería la misma distancia entre nosotros… Hasta hoy la misma distancia, tal vez mañana se acorte… ¿Qué cambiaría? Si esa noche usted hubiese estado a mi lado, yo no hablaría de lo que con gusto cambiaría… Era una noche de noviembre, caminando en dirección a una luna nueva, y usted sabe, la melancolía a veces agradece…

sábado, 5 de noviembre de 2011

BARTIMEO EL CIEGO Y LA MULTITUD...

Escuché durante mi niñez, adolescencia y juventud tal vez más de cien sermones basados en la historia de Bartimeo el ciego, también algunos cantos que hacían referencia a esa historia, aún recuerdo uno que durante esta semana ha estado rondando en mi memoria, este comenzaba así: “como Bartimeo sentado al camino, pensó, espero que pase Jesús por aquí”, y terminaba con una frase que me conmovía: “tú eres pan del cielo, agua de la vida, y la peña herida que sacia mi sed”.

La variante en cada sermón siempre fue la fe, predicadores fogosos exhortaban “al pueblo de Dios” a imitar la fe del ciego que movido por su necesidad degastó su voz gritando "maestro, hijo de David, ten misericordia de mí”, venció los obstáculos del camino, el prejuicio de la sociedad, sin ayuda y con una multitud en contra suya logró llamar la atención del maestro para escucharlo preguntar “qué quieres que te haga”. Con sus sermones exponían la necesidad de un “pueblo fuerte”, capaz de “vencer al mundo”, “merecedor de estar en la presencia del maestro y ganar sus favores”, estos argumentos definían la teología que aprendí: “la gracia es el premio al esfuerzo del creyente por encontrar y permanecer en la presencia del Cristo”, “el Cristo solo puede estar rodeado de vencedores”, así que “ser el pueblo escogido por Dios equivale a permanecer en una burbuja en la que no se admiten perdedores y que está separada del mundo y sus pasiones”, y “sus pasiones” se interpreta como “sus problemas”, “sus políticas”, etc. “Somos mejores que todo eso”. Y con estos sermones solo lograban reproducir la misma sociedad que obstaculizó el avance del ciego hasta la presencia del Cristo.

Lo que estos predicadores exponían con afán era exactamente la misma teología, o más bien la ideología de aquellos que rodearon al Cristo en su paseo por Jericó. Hoy pienso que aquellos predicadores se equivocaron al comparar “al pueblo escogido” con Bartimeo y sigue siendo un error. Hay todo un sistema que dice estar “en pos del maestro”, que dice seguirle, y tal vez sea cierto, pero en términos generales ese sistema que hoy “rodea al maestro” sigue siendo el mismo sistema que lo rodeó en las legendarias calles de Jericó, sistema que obstaculiza la visión de quienes desean encontrarlo, sistema que descansa sobre estructuras fuertes y argumentos que aunque son pronunciados con “palabras liberales” han sido construidos con ideales dogmáticos. Los gritos de Bartimeo, su desesperación y esfuerzo por llegar hasta la presencia del Cristo no habla de una fe que debe ser imitada, más bien grita una denuncia que debe ser escuchada… ¿Hasta cuándo el cristianismo será un sistema adornado con doctrinas y burocracias equivalentes a ideologías imperialistas? ¿Hasta cuándo se auto proclamará escalera a un cielo solo para fuertes y dignos? Es incongruente la imagen del cristianismo hoy a la imagen del Cristo de ayer. Es ridículo decir “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” mientras el sistema cristiano, diciendo ser embajador del Cristo, no abre paso entre la multitud para preguntar a los que están en desventaja “qué quieres que te haga”.

Alguien me preguntó ayer si acaso yo proponía que el cristianismo o cualquier sistema religioso que reclame al Cristo como fundador y emblema se conviertan en una Organización No Gubernamental, mi respuesta es que, a mí parecer, en eso se han convertido: en una incongruente, contradictoria, contraproducente e infructífera ONG. En un reflejo de un sistema político individualista, sinónimo de sectarismo, que en definición es atractivo pero en acción deja mucho que desear. El Cristo que paseó por Jericó, el que escuchó los gritos del ciego, no se preocupó por definirse, por construir un “imperio ideológico”, por presentar estructuras que le hicieran trascender como sistema, él modeló todo lo que hoy los sistemas solo definen. Estamos a tiempo, el cristianismo pudiera derribar los muros que lo separan del “resto del mundo”, que solo sirven de excusas para justificar su indiferencia, de argumentos para redimir su apatía ante los problemas sociales que han surgido desde el espacio que ha debido ocupar.

La Biblia dice que Bartimeo siguió a Jesús por el camino, me gusta pensar que siguiéndole, habiendo recuperado la vista, caminaba con esperanza, no con esperanza para él y sus anhelos, tal vez sus ojos brillaban de alegría, cada día siguiendo al maestro era una aventura nueva, un capítulo nuevo a favor de la sociedad. Quizá pensaba “a dónde sea que vaya hoy el Cristo habrá alimento, bienestar, felicidad”. Si el cristianismo siguiera los pasos del Cristo, si con osadía dejara sus excusas teológicas a un lado y modelando las actitudes del Cristo emergiera desde los campos trascendentales de la sociedad, muchos mirarían con esperanza también su renacimiento pensando “donde quiera que emerja habrá alimento, bienestar, felicidad”. Una nueva y mejor sociedad es posible, un mejor orden social es posible y por qué no: una mejor expresión del cristianismo es posible. Una en la que Bartimeo no deba esforzarse para ser escuchado, una expresión que infecte de amor y de conciencia social las estructuras fuertes de los sistemas políticos, educativos, económicos y religiosos. Que haga inclinar la condición humana ante el bien común. Así lo hizo el Cristo, bofeteando el rostro de la indiferencia y el orgullo al pedirle a dos de sus discípulos traerle a Bartimeo ante su presencia… Si esa historia es cierta y si ese hombre fue Dios quiero llegar hasta su presencia y decirle “contrario a todo lo que me rodeó, a todo lo que escuché, lo que vi y lo que no pude ver, tú si eres pan del cielo, agua de la vida, y la peña herida que sacia mi sed”.

sábado, 29 de octubre de 2011

LA MUJER ADULTERA (LA CUARTA DE LA SERIE).

Tal vez se equivocó, pero puede que solo buscaba satisfacer esa necesidad, es cierto, nos equivocamos a veces por nuestra desesperación y nos ciega el deseo de encontrar “agua que calme nuestra sed”. ¿Pero quién puede culparla? ¿Quién nos culpa?

A ella una turba de hombres “perfectos”, según los parámetros que ellos construyeron, según las interpretaciones emitidas entre las paredes de sus sinagogas. La llaman “adúltera”, porque ellos aprendieron a cambiar el nombre de quienes no encajan en el sistema. Y la “adúltera” es una herramienta este día, les permite brillar como rectos y estrechar entre ellos sus manos saludando la perfección que otros, evidentemente no han alcanzado; y la “adúltera” es mucho más aún, también es carnada. Allá van, buscando al que llaman Cristo para escupirle la perfección en la cara y dejar en sus manos la decisión de qué se debe hacer con la “adúltera”, apuestan a que no es lo suficientemente integro como para emitir el juicio correcto: apedrearla. Y si tiene la valentía para aprobar su ejecución tal vez su popularidad disminuya.

¿Quién nos culpa? ¿Cómo nos llaman? ¿Qué somos para ellos? ¿Somos oscuridad que les permite brillar? ¿Somos carnada para sus experimentos?

<<“Herejes”, “ateos”, “descarriados”, “ex creyentes”… “No lo llames hermano, no es tu hermano”… “Evita su compañía fue cortado de la congregación”… “No escuches sus razonamientos, el mundo y sus filosofías lo han seducido”… “No leas lo que escribe, satanás se viste de luz”…>>

Ellos siguen siendo una turba de hombres y mujeres, con piedras en las manos, tal vez piensan que la piedad necesita equilibrio y las piedras en las manos ayuda a mantenerlo. La “adúltera” de pie frente al Cristo, los perfectos la acusan y sonríen esperando su juicio. Ustedes conocen la historia, pero ella no la conocía, apenas la vivía: cada segundo es una eternidad de agonía tras otra, ella sabe cuán duro es el corazón del hombre, lo sabe porque más de uno la ha herido, no con piedras, pero si con caricias que se ausentan, con besos que no vuelven, con promesas que no se cumplen, con palabras que se desvanecen como la noche y huyen como el viento al sur. Podría morir apedreada, o tal vez sobrevivir y no es un consuelo, tendría que lucir las marcas del juicio por las calles del pueblo.

Pero el Cristo no defiende las enseñanzas de la sinagoga, ni es seducido por la perfección de la turba, al parecer no le interesa la perfección, tampoco mantener con vida un sistema que es capaz de reconciliar conceptos como “piedad y piedras”, que propicia la ocasión para atentar contra el ser humano, que sirve como escenario para juegos de “poder y control”.

La mujer quizás ni siquiera escuchó las palabras del Cristo, pero de repente no habían ni perfectos ni piedras a su alrededor. Allí estaba, frente a él, el agua que calma la sed, amor verdadero. Una vez dije, en una reunión con muchos hombres perfectos que “tal vez ser adúltera le permitió conocer al Cristo” y sentí las piedras apuntándome, me di cuenta que no soy perfecto y, honestamente, me gustó más desnudar mi imperfección aunque eso me convirtiera en un blanco y no seguir disimulando, con disfraces de piedad. En esta historia encuentro a un Cristo interesado en defender al hombre, disparando en contra de leyes, doctrinas, ideologías que dan pie a la estúpida actitud de superioridad, actitud que hace modelar conceptos como “la fe nos hace fuerte y mejores que el mundo”, actitud que alimenta la idea de un orden de clases, de divisiones dentro de la sociedad, de etiquetas según “logros”, conceptos que en muchas manifestaciones del cristianismo laten con fuerza, como si ellos, y no el Cristo, fueran el corazón del cristianismo.

No sé ustedes, pero si esa historia es cierta y ese hombre fue Dios, yo prefiero ser un adúltero, un hereje, un descarriado y cualquier otra cosa y no un defensor o embajador de un sistema que no es capaz de quedarse frente al maestro un minuto más para escucharlo decir “Ni yo te condeno”.

sábado, 22 de octubre de 2011

“LA MUJER DEL FLUJO DE SANGRE” (LA TERCERA DE LA SERIE).

El evangelio según San Lucas relata una historia que seguro usted ya conoce; mucha gente se refiere a ella como “la mujer del flujo de sangre”. He escuchado más de una docena de sermones basados en esa historia, sermones que hablan de “la fe cristiana”, de la responsabilidad que tiene “el creyente” de imitar la fe de la mujer que después de probarlo todo se aventura a tocar el manto de Jesús para conseguir su sanidad. He escuchado a predicadores invitando a su audiencia a “pasar al frente” para recibir la sanidad que esperan, “la palabra de bendición” que pondrá fin a la agonía, “la unción” que “se derrama” cuando “el creyente toca el manto de Jesús” pasando al frente. Si nada de eso pasa entonces no se esforzó usted por tocar el manto, su fe no está “a la medida de las exigencias” de quien con palabras simples expresó la fe simple, de quien destruyó los moldes de alta exigencia y declaró la frase que hoy solo sirve como eslogan de campañas y sermones: “si tuvieras fe como un grano de mostaza”.

La historia de “la mujer del flujo de sangre” recibiría otro título, sin duda, en manos de Cervantes, si el personaje central es el Cristo creo que la titularía más o menos así: “de como el Cristo provocó el escenario para darle libertad a una mujer”.

Si esa historia es cierta y prueba la divinidad del Cristo, la encarnación de Dios y todo lo que la teología cristiana sostiene en cuanto al Jesús de Nazaret, y a veces me gusta creer, tenemos mucho que aprender de esa historia, mucho más que formulas mágica, mucho más que frases para armar cánticos como “si tu pruebas todo y todo te falla prueba a Cristo”. Insisto, el cristianismo reclama a Cristo como fundador y eje central de sus argumentos, doctrinas y teologías, pero juega con su manto como si éste fuera la vestimenta de un títere. Ignora la acción social de Cristo, promueve una expresión de sistema que él atacó en su afán de dar “libertad”. Si Cristo modeló alguna “teología” debemos esforzarnos más en traducirla; yo pienso que, y sé que puedo estar equivocado, a él no le interesó tanto expresar una teología, sus acciones me llevan a pensar que mucho más le interesó expresar un mejor orden social, mostrar que se le puede dar una mejor utilidad al “ser” humano, que se pueden dirigir los aspectos de la condición humana hacia la construcción de escenarios humanos cálidos, de armonía, de bienestar. Y no digo que fue “socialista” en el sentido doctrinal o ideológico, digo que fue mucho más que eso, y tal vez su afán marca o acentúa su divinidad.

Dos cosas, solamente dos, me llaman verdaderamente la atención de esa historia. Honestamente me aburrí de la parte en la que es sanada y “el poder de Dios enjaulado en el recipiente humano de Jesús” pasea por su manto y se “transfiere a la mujer resultando en su sanidad”. Es extraordinaria la forma en la que “prominentes oradores” describen ese instante, pero me aburrí, para mí pasó de ser un “gran evento” a una excusa y ocasión para la religión y su afán de “esclavizar” mediante “esperanzas”.

Pero una de las cosas que sí me inquieta en esta historia es que la mujer no celebró al instante, al parecer cuando Jesús señala que “alguien le tocó” ella tiembla, y se acerca excusándose por su osadía, le explica temblando su travesía, su desventura, su mala fortuna, sus intentos y con todo eso justifica lo que al parecer estuvo mal: tocar su manto. Puedo entenderla, rodeada de hombres y mujeres que se aprovechan de favores para esclavizar, sumergida en un contexto en el que la religión cuesta cara, tiene un alto precio disfrutar de las bondades de la religión, puedo justificar sus miedos. Creo que hoy el cristianismo en muchas de sus expresiones causa la misma sensación, no la de Cristo, sino la del contexto contra el cual luchó Cristo. Recibir “el favor y la gracia de Dios” (sin importar qué rayos es eso) hoy equivale a rendir la voluntad frente a doctrinas cuyos fines son proselitistas, equivale a abrazar una secta y adaptarse a sus exigencias, a “ofrendarlo todo”, no a Dios, sino a “Dios”, no al Cristo, sino al “Cristo”, que no es el mismo que caminó por las calles y se dejó tocar. Lo sé porque el “Cristo” de este cristianismo se afana en permitir disfrutar una libertad dentro de los límites del cristianismo, donde él pueda controlarlo todo, donde él pueda asegurarse de que sus favores sean pagados; pero el Cristo de la historia que alguien llamó “la mujer del flujo de sangre” llama mi atención, y ésta es la segunda cosa que me gusta de esta historia: él escucha a la mujer, la observa temblando y la toca con sus palabras al decirle “tu fe te ha salvado, ve en paz”.

“Ve en paz”, “ve”, sigue caminando, no te quedes aquí, no tienes ni siquiera que ir a donde voy, no tienes que renunciar a tu identidad, no te pido que me des las gracias, solo “ve”, y eso sí, “ve en paz”, no tienes que temblar, no hay nada que temer, no te pediré nada a cambio, no hay doctrinas en letras pequeñas en el borde de mi manto. Mientras el cristianismo dice “quédate entre mis paredes”, “respeta mis doctrinas”, “repite mis oraciones”, “sé embajador de mi sistema”; Jesús solo dice “ve”, sé libre, vive, camina, cuenta a otros, toca a otros, ama, déjate amar, no seas esclavo… Honestamente guardo silencio ante ese Cristo y no me atrevo a dudar de él, si esa historia es cierta yo quiero seguirle, y si ese hombre fue Dios yo quiero encontrarlo…

sábado, 15 de octubre de 2011

SI ESA HISTORIA ES CIERTA Y SI ESE HOMBRE FUE DIOS (II)

La Biblia dice “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?”

Si bien pensamos en Cristo y su resurrección al leerlo, no podemos negar que lo atractivo de este versículo bíblico es su tono de burla. “¿De burla?”, preguntarían algunos de quienes fueron mis maestros bíblicos, pues sí, de burla. Es como ver a David, delgado, adolescente, inexperto, sonriendo frente al cuerpo frío e inanimado, pero voluminoso y gigante de Goliat, observando al ejército israelí y las expresiones de asombro de los veteranos de guerra; es como mirar a Daniel, despreocupado en un foso junto a leones hambrientos que no lo atacan. Es como sentarse al lado de Moisés en la legendaria cumbre del Pisga y contemplar su vigor, es como descubrir la juventud de su mirada a pesar de su edad anciana, es como sentir su tranquilidad que no se quebranta ante la hora de su partida. Lo que ese pasaje bíblico dice de forma directa es dibujado muchas veces en las páginas de la Biblia a través de sus relatos.

En la proximidad a mis treinta años de edad no me preocupaba tanto la muerte como el silencio con el que amenaza arropar la obra del hombre. No sé si usted ha vivido ya esa agonía que ahoga, que presiona desde el pecho hasta la garganta y abraza la existencia hasta sofocarla; no sé si usted se ha preguntado, tal vez seguro de que su eternidad está escondida y confiada en los brazos de un amoroso Dios, qué pasará con sus obras, o tal vez su pregunta sea: ¿he hecho algo digno de ser recordado en mi ausencia?

Jesús caminó por las veredas de aldeas y pueblos, por sus calles, tocó a mucha gente y mientras él yace crucificado, como protagonista de un espectáculo, algunos recuerdan que él los tocó. Jesús expira y muchos de los tocados, lamentan su muerte. Jesús resucita y la noticia llega a oído de algunos de ellos, éstos se alegran, por momento no pueden creerlo, es como una ficción, una parábola o un cuento, pero se alegran; ficción, parábola o cuento es una buena noticia, y con sinceridad prefieren creerla cierta. Pero cierta o no, Jesús no es visto caminando más por las veredas y calles, sus manos no tocaron más a ningún leproso, su mirada no reposó más sobre alguna mujer adúltera en apuros u otro rico confundido y desesperado por encontrar la verdad, su voz no acarició otra vez los oídos cansados de algún ciego a punto de recibir la vista ni pronunció algún discurso de amor. Así que tal vez la muerte venció, puso fin a la existencia de un hombre, interrumpió su obra, sus pasos. ¿Imagina usted lo que pudo lograr Jesús con treinta años más de vida? Puede que desde un punto de vista poético y trágico la muerte sonríe y disfruta de su poder de ponerle fin a esos otros posibles treinta años.

He dicho anteriormente que mientras muchos aseguran la veracidad de los relatos bíblicos con argumentos verbales los niegan al mismo ritmo, y mejor elocuencia, con sus actitudes. He afirmado ya que mientras imponen sus posiciones teológicas respecto a la divinidad del Cristo exponen sus incongruencias al respecto mediante los mecanismos y estrategias sistemáticas de imposición… El afán de construir instituciones e institucionalizar “construcciones” fuertes, con un fin sectario, proselitista, con pretensiones absolutista, con métodos dogmáticos y programas excluyentes para delimitar y fronterizar asegurando la atención del progreso de un movimiento cuyo ritmo puede ser medido y por lo tanto declarado como “fuerte”, “exitoso” y “rígido” no es una burla a la muerte, no es ni siquiera una herencia digna o una razón para ser recordado; es una burla, cierto, pero una burla a la actuación de Cristo, al coraje de los personajes bíblicos (reales o ficticios), a la esperanza a la cual se aferraron muchos de esos personajes y por la cual caminaron dejando huellas firmes y dignas de ser seguidas.

Escuché dentro de muchas de esas construcciones fuertes “aplausos y gritos de júbilos” mientras “exitosos oradores” recitaban el “¡Donde está muerte tu aguijón!”; allí mismo, en muchas de esas construcciones está el aguijón de la muerte, que amenaza con extinguir y silenciar la verdadera obra del Cristo que caminó entre los hombres, que se detuvo para escuchar y hablar, para amar, para dar sin intentar quitar algo a cambio, que sembró su vida para que otros extendieran sus manos y recogieran los frutos; al menos eso es lo que reflejan los relatos bíblicos de él, relatos que hoy son usados como fundamento de un cristianismo que es cualquier cosa menos cristiano. La muerte se burla de Cristo, de la veracidad de los relatos de la biblia, incluso de lo que llaman divinidad del Cristo, se burla dentro de los templos, desde los pulpitos, hasta tiene canales de televisión, estaciones radiales, la muerte desnuda hoy su aguijón, y hasta porta credenciales, erige ostentosos rótulos. Si usted se ha preguntado qué hacer para ser recordado, qué le parece imitar las actitudes del Cristo, intentar hacer brillar su labor social en las calles y veredas de su comunidad, tal vez de esa forma podemos burlar la muerte, quizá podemos vencer su aguijón con la simpleza de una vida sin pretensiones individualistas a través de mecanismos colectivistas.

Supongamos que Jesús no resucitó, que ni siquiera fue un Dios, ¿acaso si modeláramos su actuación a través de la nuestra no estaría resucitando y su humanidad no sería divina? No sé si puedo explicarme, pero lo que quiero decir es que si la historia de su resurrección es cierta y eso es prueba de su divinidad, entonces merece ser honrada con un cristianismo más social, no absolutista, incluyente.

¿Dónde está muerte tu aguijón? Puedo verlo en las actitudes ortodoxas, dogmáticas, egoístas, controladores, opresivas, y tantas más, pero tu victoria, tal vez en el mismo lugar de tu derrota…

sábado, 8 de octubre de 2011

NO ES UNA ORACION...

No es una oración y si lo fuera preguntaría: ¿Dónde estás? ¿Eres real? ¿Qué eres? ¿Tú nos creaste? ¿Es cierto todo lo que he creído de ti? ¿Qué es cierto y qué no lo es? ¿Es cierto que te has dejado escuchar? ¿Por qué no he podido escucharte? ¿Estás cerca? ¿Podría tocarte? ¿Supervisas mi vida y me dejas caer en abismos profundos? Pero no es una oración, hace rato dejé de orar porque para hacerlo necesitaría un templo, y esos lugares me asustan… ¿Por qué? Es que allí mascaras se adueñan del alma humana y emergen vicios dañinos, así lo veo yo, y si esa es tu casa debo creer que amas el terror.

Pero no es una oración, ni siquiera estoy en un templo, no estoy conversando, solo escribo, y los expertos en ti dicen que oyes las oraciones pero no dicen que puedes leer lo que se escribe desde la agonía, hablan de tus ojos para asegurar que tú observas las iniquidades, que castigas el pecado, sin importar que pecamos porque somos ciegos, porque no comprendemos y nos equivocamos. ¿Eres real? No es una oración porque se necesita fe para orar, es lo que dicen, y yo solo tengo dudas… ¿En verdad nuestros pasos, nuestro destino esta en tus manos? ¿Es cierto lo que dicen de ti? ¿Eres poderoso? ¿Existe lo que te atribuyen como soberanía y voluntad? Es cruel, es cruel ver al mundo entero, millones de criaturas esperanzadas en ti, creerte con poder ilimitado pero sometido a reglas, a conceptos como voluntad, soberanía, libre albedrío, yo pienso que sin esos conceptos serías perfecto… ¿Eres perfecto? ¿Qué eres? ¿Cómo razones? ¿Cómo son tus pensamientos?

¿Ves las mansas ondas de aquel lago y tienes cuidado de su paz? ¿Ves las recias olas del mar y alimentas su ira? Si las aguas de la tierra están en tus manos y cuidas el carácter de ellas de acuerdo a lo que son… ¿Haces el mismo empeño con el hombre? ¿Es que no nacimos para ser ondas de paz en un lago tranquilo? ¿Es nuestro destino ser olas recias movidas por ira, dañándolo todo, agitándolo todo? Serías perfecto si no tuvieras nada que ver con la naturaleza de las aguas ni con la naturaleza del hombre… Si todo es nuestra culpa, si con nuestro razonamiento hemos originado el caos, si es nuestro egoísmo el que ha pregonado nuestras propias ideas de ti, si ese carácter incongruente que esquematizamos de ti fuera ficción y nada más que un intento de controlar al prójimo, el destino, los planes, el progreso, serías perfecto porque entonces aun no sabría el hombre quién eres, qué eres, cuáles son tus pensamientos… Pero tendríamos que dudar también de tu existencia, pues no tendríamos nada seguro de ti, ni una prueba, ni la más remota evidencia, nos tocaría caminar con los ojos abierto, buscando el lugar donde te escondes, suponiendo que no te escondes, sino que solo somos ciegos caminando a tientas, tropezando, enredándonos, con la esperanza de un día poder mirarte y con la agonía de descubrir que perdimos nuestros pasos porque no eres real; pero aun así serías perfecto, reconciliando en tu nombre la fe y la duda, la esperanza y la agonía… Tu invisibilidad sería entonces una espada en contra del egoísmo y no habría teorías como herramientas para manipular…

No es una oración porque no tengo ya el valor para orar, pero apuesto a que no soy el único sentado frente a un lago escribiendo para no gritar desesperado, para no enloquecer por no saber, te apuesto a que si eres real y pudieras leer las letras escritas y escondidas en cada alma llorarías conmigo, con él, con ella… Escucharías el eco del dolor que nace desde alguna montaña, donde una mirada que se pierde, donde la brisa que dicen que nace en ti no es más que un frío solitario que no sirve de nada… Danzarías en el abismo frente a aquella montaña y sonreirías entre las ondas de este calmado lago… Tal vez un día podremos verte danzar y contemplar tu sonrisa, o quizá miraremos atrás desde el final del camino y solo tendremos preguntas… ¿Lo ves? No puede ser una oración, no he podido si quiera cerrar los ojos…

LA FE DE MI PADRE (A MANERA DE PROLOGO).

Al leer la historia de los tres judíos, amigos de Daniel, echados al horno de fuego (Daniel 3), me pregunto cómo la interpretaríamos si Dios no interviene a favor de ellos y dibuja el milagroso rescate relatado en el libro del profeta Daniel capítulo tres. Qué diríamos de ese relato si ese pasaje culminara con un versículo frío, triste y trágico que nos dijera algo como: “Y así Sadrac, Mesac y Abed-nego, luego de vivir al servicio de Dios mostrándose íntegros y fieles, murieron en el horno de fuego hecho por Nabucodonosor para castigar a quien no adorase la estatua de oro”.

¿Existió esa posibilidad? ¿Pudo ser ese el final?

Las valientes e inspiradoras palabras de los tres jóvenes judíos sugieren que ellos sabían que Dios tenía el poder para rescatarlos, que suponían que Dios con Su poder los rescataría, sin embargo nos permiten ver dentro de ellos y entender que también sabían que el Dios de sus padres, el Dios de su nación podía no salvarlos, pero aun así no estaban dispuestos a adorar la estatua del rey y traicionar al Dios Poderoso y Soberano al cual servían y adoraban.

¿Qué diríamos de estos tres jóvenes? Que fueron fieles hasta la muerte, que se entregaron a la voluntad de Dios, que no dependía de ellos el desenlace de la historia. ¿Qué diríamos de Dios? Que Él es Soberano, que Su voluntad no debe ser cuestionada, que siempre Su voluntad es lo mejor. ¿Seguiría siendo una gran historia? ¿Inspiraría buenos sermones? ¿Qué nos permitiría entender sobre la fe?

La Biblia relata historias cuyos finales no son tan gloriosos como el de Sadrac, Mesac y Abed-nego, historias en las que el cuidado de Dios parece no estar presente, donde las declaraciones asombrosas no son acompañadas de grandes milagros, que pueden enmudecer la presunción de “grandes hombres de fe”. Observemos a Efraín despojado de su ganado por los hijos de Gat, quienes no solo arrebataron sus animales sino también mataron a sus nueve hijos (1 Crónicas 7: 20,21); veamos a David llorando a Absalón su hijo, primero sufrió la sublevación, amenazado por su propio hijo, y luego tuvo que lidiar con la culpa de su muerte, de no ser rey de Israel su hijo aun estaría con vida y tal vez tendría una familia normal, una vida tranquila en el campo, pero Dios lo escogió como rey y en el ejercicio de su llamado debía enfrentar situaciones trágicas como esa (2 Samuel 19: 4); también el profeta Oseas afrontó la incertidumbre y confusión al amar a una mujer que no correspondió su amor y compromiso, la amó obedeciendo la orden directa de Dios, el mismo Dios que aparentemente no tuvo cuidado de inducir en ella amor verdadero hacia él. Y así encontramos tantas historias más. ¿Qué nos enseñan estas historias? ¿Merecen la misma atención que historias como la de los tres jóvenes judíos y la resurrección de Lázaro? ¿Nos ayudan a entender el carácter de Dios? ¿Son beneficiosas para la formación de nuestras actitudes como hombres y mujeres que deseamos conocer a Dios?

En lo personal me gustan esas historias, encuentro en ellas principios que ayudan a comprender la fe, a conceptualizarla más allá de la fantasía y el sensacionalismo en la que ha sido empaquetada en muchos escenarios. Me gustan porque ayudan a comprender la realidad, porque sirven de ancla cuando naufragamos en mares de desesperanza y lamentaciones.

Entender el vínculo entre fe y realidad es como caminar junto a Moisés a la cumbre del Pisga (Deuteronomio 34: 1-7). Estoy seguro que fue un camino largo y fatigoso, Moisés no solo debe ascender a una edad avanzada, sino que debe hacerlo sabiendo que su llegada a la cumbre será el final de su vida, que allá contemplará una tierra prometida por la cual fue despojado de sus comodidades y reclutado para ejercer un llamado; lidió con la aflicción, la frustración, la amargura, esperando pisar la tierra prometida a sus ancestros, pero la contemplará sabiendo que no disfrutará de sus bondades, que no podrá caminar por sus senderos, ni llamarla hogar. Moisés camina con cicatrices en el alma, con recuerdos de la gloria de Dios, imágenes de Su poder, de Su bondad e incluso de Su ira. Sabe que Dios podría llevarlo a la tierra prometida, que podría hacerle vivir un par de años más, y eso pudo fortalecer su fe pero también pudo abatir su alma. ¿Si tiene el poder para hacerlo por qué no lo hace? ¿Sino tiene que rendirle cuentas a nadie por qué no salta el capítulo y le permite disfrutar de aquel lugar por el cual él le había servido guiando a un pueblo conflictivo?

Cuando leo en Deuteronomio capítulo treinta y cuatro, versículo siete: “…sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”, me gusta pensar que es una forma poética de decir que podemos abrazarnos a la fe en medio de las dudas, de la incertidumbre y la tragedia, que ni siquiera la debilidad humana puede mellar ese rayo de esperanza que nos mantiene atraídos a un mejor porvenir.

El siguiente relato está basado en una historia real, es sobre una familia que camina hacia la cumbre del Pisga; sus personajes me rodearon, miré la aflicción encarnada en sus ojos, la incertidumbre de no saber, de no creer y de creer, sentí el roce de la duda paseando entre los laberintos de la fe. Comprendí junto a ellos que se puede sobrevivir a esos minutos eternos de interrogantes, que la fe realmente es un salto al vacío, es observar el abismo desde la cima de una montaña.

sábado, 24 de septiembre de 2011

AQUEL DIOS Y MI DIVORCIO...

Hace un par de semanas tropecé con un ex compañero de clases a quien tenía al menos seis años sin ver, me preguntó por qué a estas alturas no era un “ministro acreditado” por la organización en la cual nos conocimos. Se me ocurrió responderle con un chiste muy malo (eso creo), le dije: “<>”.

Expresó que lamentaba mi divorcio y no insistió en el tema de las credenciales, ni si quiera se animó a tocar algún asunto teológico. No lo noté hasta que llegué a casa y pensé en el chiste tan malo que improvisé para responderle. Pero me pareció lógico que él, quien sí había logrado una carrera en aquella organización, no estuviera interesado en conversar conmigo sobre “asuntos profundos y espirituales” y se limitara a temas “triviales y terrenales”; no me quejo, fue una buena conversación y aquel encuentro me hizo recordar algunos nombres y rostros ligados a un pasado bueno, originó una buena nostalgia por la cual estoy agradecido, sin embargo no puedo evitar reflexionar al respecto.

En realidad mi divorcio me hizo pensar en el concepto tradicional y ortodoxo del amor divino, concepto incongruente y contradictorio en sí mismo, amor que es definido como incondicional pero que para gozar de sus beneficios debes aceptar y respetar ciertas condiciones; amor que es pregonado “tan ancho que no puedes ir afuera de él”, pero la verdad es que si estás fuera de los límites de la “vida congregacional” entonces estás fuera del “tan grande (es el) amor de Dios”. No sé ahora, para aquel tiempo dentro de los límites de aquella organización el divorcio no te excluía del club de los “amados por Dios”, pero era confuso asegurarlo pues si te divorciabas podías seguir siendo miembro de alguna de sus congregaciones pero nunca optar a una credencial y tampoco a un cargo dentro de la congregación pues no eras lo suficientemente apto para ello, y cualquiera de esas posiciones se consideraban como prominentes, ocuparlas era igual a ser privilegiados por el amor y la bondad divina.

En cierta forma, en los niveles no pronunciados pero sí expresados dentro de los sistemas ortodoxos en relación al amor de Dios, un divorciado está por debajo de un soltero o casado. Y no hay excusas ni justificación que pueda elevarte a un nivel superior; no importa la antigüedad, que para solteros o casados es una herramienta útil para escalar la “cima descendente del servicio cristiano”. (“Cima descendente del servicio cristiano”, otra idea que no logro captar pues si es descendente cómo es que aquellos que van descendiendo gozan de mayores ventajas en estos sistemas y si es servicio por qué mientras más “descienden a la cima” menos sirven).

No hablo mucho sobre aquellos días en los que me enfrenté a la realidad de mi divorcio, no escribo mucho al respecto, son días que he preferido guardar en la parte más oscura de mis recuerdos; pero puedo decir, al menos hoy, que para aquellos días yo tuve que lidiar por un buen rato (así defino y prefiero definir el espacio de tiempo oscuro que enfrenté, y sinceramente no recuerdo o tal vez no quiero recordar cuánto duró), sí, por un buen rato, tuve que lidiar con la frustración de no poder lograr mantener una relación que supuse sería para siempre, tuve que lidiar con las expresiones de lamentación de ex compañeros frente a la noticia de mi divorcio, expresiones que me incomodaban, muchas de ellas sugerían que era lamentable que a causa de mí fracaso perdiera el destino que Dios había planeado para mí (recuerdo que por un buen rato intenté no tropezar con algunos de ellos o esquivar alguna pregunta que me obligara a comentar el asunto); tuve que lidiar con sentimientos como la culpa y la ira, y con un montón de cosas más; sin embargo, recuerdo que a pesar de toda la oscuridad a mi alrededor tomé una decisión: no sufriría la degradación de ser “menos amado” por un “Dios que tal vez no era Dios” y cuyo amor quizá no era “divino, renuncié por completo a estar bajo la sombra de aquel “Dios” cuyo amor divino no alcanzaba para mantenerse al 100% amoroso frente a mi estado civil. Descubrí que efectivamente no era un Dios, sino simplemente el reflejo de un sistema ortodoxo.

Estoy pensando que tal vez cuando quiera tener una conversación nada profunda ni espiritual sobre asuntos triviales y terrenales con algún ex compañero ortodoxo debería comenzar por saludarle diciéndole “¡Eh! ¿Te acuerdas de mí? Soy Gusmar, me divorcié hace años ¿Cómo te va?”. (Otro mal chiste en relación a mi estado civil).

sábado, 16 de julio de 2011

AQUELLA VOZ...

Extraño, así fue. Aquella voz parecía despertar en él recuerdos almacenados en otra vida, sonrió al pensarlo, creía saber que eso no era posible, aunque ahora dudaba mientras lo escuchaba, su voz viajaba a través de esos caminos que nadie ve, flotaba por los aires atravesando la distancia hasta llegar a él. Su voz pronunciaba palabras que eran armonía, quietud, melodía para su alma, porque hasta ese día su alma era un animal rebelde que desconocía su propia naturaleza, que vagaba por los rincones de un bosque encantado donde siempre era de noche, su alma era una sombra eterna fusionada a la oscuridad… Pero ese día, al escucharla, su alma encontró un lugar para sentarse y contemplar la luz del sol bañando los senderos…

Sus ojos intentaron encontrarla, y olfatearon el rastro de su voz, intentando abrirse paso entre la multitud para llegar a ella, para contemplarla y saber que era real, que aquella voz brotaba de una fuente que podía palparse con la mirada y que no era tan solo un espejismo causado por su desesperación, quería beber de aquella fuente, y así, calmada su sed, entender por qué había gastado sus pasos caminando por desiertos con la ilusión de encontrarla, porque su vida era un desierto, siempre esquivando lugares, insatisfecho de las aldeas que ofrecieron su calor para hospedarlo, frustrado por no saber qué buscaba… Pero ahora, ese día creyó saberlo.

Sintió miedo, miedo a no saber cómo detenerse, a extrañar luego su sed, y no saber qué hacer sin más senderos; un forastero con hogar no sería más un forastero, entonces qué sería… Tuvo miedo de dejar de ser lo que siempre había sido y aventurarse a ser lo que nunca fue… Así son los miedos, se esconden justo detrás de la esperanza, para que así, cuando ésta va llegando a su fin quedar desnudos y espantar con su apariencia lo nuevo, lo esperado… Y es irracional, tal vez, sentir miedo de que se cumplan los sueños, de encontrar lo buscado, de alcanzar lo perseguido, puede que sea irracional, pero así sucede, qué podemos hacer… El miedo nubla el horizonte, es un reto y aceptarlo implica dar el último paso a ciegas, se ciegan los ojos y todos los sentidos, así que ese último paso debe darse confiando en la memoria.

Él dejó de escucharla, puede que ella aún cantaba, pero no podía escucharla, ahora, de nuevo, volvía a pensar que tal vez no era real, que nunca existió, que no la escuchó… Es como cuando aseguras tener pruebas de que Dios es real y al otro día resulta que no existieron las pruebas porque ya no las ves, o como cuando aseguras que no es real, que Dios no existe, y tienes todos los argumentos en contra de su existencia pero de pronto te das cuenta que tales argumentos no apagan la ilusión de creer que necesitas creer que es real, y entonces no te queda de otra que no argumentar, o argumentar que no debes hacerlo para convencerte de dar un salto, un último paso sin nada más que la memoria de recuerdos que no recuerdas si son reales… Dejó de escucharla pero convencido de haberla escuchado caminó confiando en nada, sin saber si creer o no, lleno de dudas, y la encontró, al final del camino, porque cuando encuentras tu lugar no necesitas caminos…

NOTÒ SU VEJEZ...

Sacudió el barro de sus pies, con ira, justo antes de atravesar el portal al interior de su casa, cuando el sol ya se ocultaba detrás del horizonte, en el horizonte del horizonte tal vez, donde comienza el principio que conduce a otro final, pero señalando el final de un día que sería archivado por algunos y olvidado por otros, porque así son los días, dependiendo siempre de la memoria para seguir existiendo y como los días es nuestra propia existencia… Así lo entendió él, luego de sacudir los pies, entrar a la casa, y volver la vista al horizonte para ver el sol apagarse, bajó la mirada y vio el barro pegado al piso del patio, entonces recordó las palabras del anciano sacerdote que dictaba los sermones en aquellos años en los que su corta edad no le permitían escoger entre ir o no ir a misa los domingos… “Porque barro somos y hechura de sus manos, y al barro volveremos”… No podía recordar si la palabra exacta, usada muy a menudo por el sacerdote era barro o lodo, entonces se dio cuenta que desde la adolescencia no asistía a ningún acto religioso.

Barro o lodo ya no importaba, como tampoco importaba si era o no hechura de un dios cristiano o musulmán, oriental u occidental o el producto de accidentes cósmicos o lo que sea, sin embargo, no podía negar que había transcurrido a través del tiempo, que su trayectoria había sido larga según la cronología humana y la caducidad lógica del hombre según las estadísticas modernas; como el barro, había sacudido también fragmentos de su vida, y su existencia se acercaba al estado de espejismo, así lo definió en ese instante, llegaba el momento en el que solo sería un fantasma en la memoria de algunos y en la de otros simplemente no existiría. Se preguntó por qué tanta ira, y descubrió que desde su adolescencia la ira había sido una emoción constante en él, que había caminado ciego y por lo tanto no había llegado a ningún lugar, no tenía historias que contar, o un pasado en el cual refrescar su memoria, mirando el barro se dio cuenta que ya costaba un esfuerzo enorme levantar su mirada al cielo y observar el abismo vestirse de noche.

Así como sus movimientos también sus argumentos se debilitaban, pensó que se vuelve al barro, o al lodo, vacío, desnudo de argumentos y carente de esfuerzos… “Nada trajimos, nada llevamos…”. Ni siquiera la fe prestada o impuesta lo acompañaba, solo ese carácter reflexivo que apenas nacía en él, y al pensarlo, al sorprenderse reflexionando sobre tantas tonterías, y deseando haber sido diferente, notó que la vejez conquistó sus días…

APRENDIO Y APRENDI...

Aprendió que el tiempo no transcurre, no se mueve, ni le interesa hacerlo, que existe porque le dimos nombre, y tratamos de limitarlo y medirlo porque somos vanidosos, porque creemos controlarlo todo mientras nuestros propios conceptos nos dominan, somos prisioneros de cárceles construidas con nuestra pretensión de libertad; transcurrimos nosotros, desplazándonos entre rutinas y pretensiones, caducando siempre, intentando perseguir el tiempo con nuestras reglas, pero aprendió que perseguirlo es intentar atrapar la neblina de las montañas y sembrarla como semillas en el corazón de la tierra; somos nosotros mismos quienes nos limitamos, desviando la mirada, intentando aferrarla a cimas que solo son profundidades de abismos infinitos que nos entretienen haciéndonos perder momentos plenos… “Tal vez la expresión natural del tiempo, del verdadero tiempo, somos nosotros, de ser así deberíamos ser uno con él, abrazarlo como una parte más de nuestra existencia, como un carácter de lo que somos, y dejar de perseguirlo o luchar contra él”, yo guardé silencio aquella mañana intentando descubrir en qué punto del horizonte estaban suspendidas las palabras que hacía suyas…

Aprendió que la vida es mucho más que un concepto o un trayecto, que tal vez no lleva a ningún lugar, sino más bien pudiera ser el lugar, que un montón de excusas pudieran estar apuntando a la vida, para que ésta fuera posible, para que vivir fuera posible. Aprendió a reír a carcajadas por tantas tonterías pensadas que lo llevaron a intentar tonterías… “fui un tonto por mucho tiempo, creyendo necesitar encontrar mi destino, sin saber que ya había llegado a mi destino, porque la vida es el destino de los vivos”, así me dijo una noche mientras el cielo oscuro amenazaba con truenos el silencio de la noche, y guardé sus palabras como mías, porque necesitaba hacerlo, entendí que el vacío que despierta algunas noches y produce la sed de mis insomnios es la fatal creencia de un destino que amenaza la habilidad de disfrutar la vida que hemos recibido o conquistado, eso no importa, importa vivirla a diario, fatal creencia que intento asesinar cada día mientras creo entender las palabras suyas… “Es más fácil convencerse de las mentiras que no pueden palparse que asirse de las verdades que chocan contra nosotros…”

Aprendió que las palabras no se las lleva el viento, que puede que se las entreguemos al viento y se pierdan en los horizontes, pero que pronunciadas o escritas en el momento necesario y prudente éstas pueden respirar y vivir, que pueden despertar emociones y que las emociones son el vehículo que lleva a las palabras a otros lugares, que le dan cuerpo y fundamento; aprendió que hay palabras que pueden pronunciarse con una mirada, con una caricia, con una sonrisa, que pueden entenderse si éstos gestos nacen espontáneos, convencido de esto me regaló horas de silencio, y hoy he aprendido a no desesperarme cuando todo lo que me rodea guarda silencio.

Aprendió que la muerte no es enemiga, que no sorprende, a menos que ilusos olvidemos que existe, me dijo que puede ser aliada para los que aun no han sido tocados por ellas, me aseguró que no temía a la muerte, pero aquella mañana, en aquel cuarto de hospital, horas antes de morir, como si la misma muerte hubiera susurrado la hora a su oído, me miró en silencio, y comprendí que hay temores que no desaparecen, solo duermen esperando la hora exacta para atormentarnos…

jueves, 16 de junio de 2011

DE VUELTA A LA ISLA...

Partió pensando que era la decisión correcta, y dejó detrás de sus pasos una estela de recuerdos que reclamaban el por qué de su partida, intentó ignorarlos, porque los buenos recuerdos duelen cuando uno decide alejarse del presente que fue construido a base de ellos, y no sé por qué, pero es un vicio de muchos alejarse de lo que es tan conocido y familiar, con sueños en la cabeza, sueños que muchas veces terminan siendo pesadillas y que mientras se van alcanzando se miden con los recuerdos que finalmente no pueden ser ignorados y entonces uno se da cuenta que no hay mejor sueño que el ayer compartido con esa gente y esos lugares que se siguen extrañando.

Él tenía sus propios sueños, no muy claros, pero los tenía, así que abandonó la isla que lo vio nacer y jugar en las orillas que daban la bienvenida al mar una y otra vez. Quiso mirar atrás mientras la endemoniada barca se abría paso hacia el horizonte, pero no lo hizo, por temor a darse cuenta que cometía un error, porque a veces la libertad suele ser una dama que te encadena a sus antojos y te lleva a rincones en los que nada puedes hacer con ella. Se aferró a sus sueños, cerró sus ojos a la realidad que abandonaba, y bloqueó de su memoria los rostros de aquellos que eran sinónimo de su infancia y de su adolescencia, porque ya era el momento de ser adulto, eso creemos, que empezar a ser adultos es soltar esa capacidad, la habilidad placentera de ser tontos, y cuando nos damos cuenta ya la piel está coartada por las arrugas de los intentos fallidos. Pero no se encierran los recuerdos detrás de barrotes ni se encadenan, es uno quien se encierra entre el final de aquellos días y un horizonte que parece amplio, pero que no es más que un espejismo que nunca podemos tocar.

Y es que somos tan inconformes, no nos damos cuenta que en nuestra propia isla podemos ser todo lo que quisiéramos ser, y él lo supo, con el pasar los años, mientras se conocía a sí mismo descubría que pertenecía aquel lugar; en las horas agitadas, horas de su desesperación, bastaba recordar las olas del mar golpeando su isla, la brisa naciendo en la arena, el cielo inmenso y altivo, cielo de cuentos, bastaba recordar las manos extendidas de los amigos que saludaban al atardecer, cuando corriendo llegaba a la plaza listo para jugar, bastaba recordar la sonrisa de la niña que lo acompañó hasta la adolescencia y podía besar la paz y la calma que se le escapaba al abrir los ojos. Así que ya lejos de su juventud decidió regresar, y volvió. Bajó de la barca, con los ojos llenos de humedad, y caminó con los pies descalzo, entrando a las veredas que conquistó en su niñez, llegando a la plaza, sorprendido notó que otros llegaban con pies descalzos, que también descendían de barcas porque estuvieron ausentes, y se encontraron allí, extendiendo sus manos llenas de nostalgias, justo al atardecer, “como en los viejos tiempos”, pensó, y río a carcajadas sin vergüenza, por la ironía, porque siendo viejo envejecía también el tiempo joven… Yo apenas era un niño, nacido en aquella isla, porque para mí era una isla, y los escuché hablar de sus historias, los vi llorar de melancolía, jurando no partir jamás si volvieran a nacer en aquel lugar… Hoy lo recuerdo y siento paz al recordar, y quisiera tener el valor para volver, y caminar de nuevo descalzo, recorrer las veredas que fueron mías, y que me bastaban para ser feliz, y llegar a la plaza de mi niñez…

martes, 14 de junio de 2011

SOLO CONVERSABAMOS...

Conversábamos como ejercitan los atletas experimentados antes de una competencia, no tanto para preparar el cuerpo para las exigencias que requiere la ocasión sino más bien para calmar las emociones que pueden traicionar la mente y causar ese desequilibrio que puede hacerles caer en el error de exigir cuando no se debe y dejarlo de hacer cuando es necesario; así conversábamos, sin la mínima intención de medirnos en una pista de carrera, porque a veces nos equivocamos al pensar que eso es la vida ¡una pista de carrera! y da risa cuando nos vemos inmerso en semejante error, yo suelo reírme: que la vida es una competencia, que hay que llegar primero, que hay que ganarle a no sé qué, tonterías de escritores de fabulas tontas, conferencistas que quieren causar sensación con palabras vacías y teorías tan falsas no soportan dos minutos fuera del escenario donde son expuestas.

Conversábamos porque la vida a veces no es más que palabras que corren de un lugar a otro, que son escuchadas o leídas y luego olvidadas, porque no tiene sentido sentarse en la sala de emergencia de un hospital al lado del otro, uno con esa agonía de no saber qué pasará en diez minutos, si saldrá el médico y dirá que todo está bien, que es un varón sano o que así es la vida, que uno no sabe lo que le toca y que hay que seguir corriendo, mientras el otro no encuentra a qué aferrarse para seguir creyendo que el cáncer aun no se le lleva a la pareja, y los dos sin mirarse, sin conversar y permitirse la oportunidad de dejar que las palabras hagan lo suyo…

Y no era una sala de emergencia, pero nos urgía dejar correr los minutos, las horas, y tal vez los días; que corrieran ellos, minutos, horas y días, yo solo quería quedarme allí sentado, viendo la luz del sol debilitarse como los ojos del anciano sentado en el porche de su casa a las dos de la tarde mientras la brisa le roza el rostro y se va perdiendo en un mundo en el que los recuerdos tienen más fuerza que el presente, solo quería estar allí y ver desfilar un siglo entero sin enterarme de los cambios, contemplando el horizonte sin ningún blanco fijo, porque la gente se empeña en creer que hay un destino hacia donde correr, un blanco al cual apuntar, pero aquella tarde me importaba un carajo el destino, no me presionaba el destino ni mis treinta vacíos y solitarios, decidí que no dejaría que un propósito se burlara de mí y me obligara a pesarme en una balanza que siempre será desfavorable; y nos reíamos de los pobrecitos aquellos que no podían sentarse en una plaza y perder el tiempo ganando la vida… Porque solemos confundir el tiempo con vida, como si fuera tan difícil saber que la vida son instantes libres del tiempo, por eso cuesta vivir porque no sabemos caminar sin las cadenas del tiempo…


No recuerdo de qué conversamos, y me río mientras intento recordarlo sin conseguirlo, es que fue grato el momento, no transcurrió un siglo, pero fui libre del tiempo mientras estuvo a mi lado, disfruté de la vida, de la vida desnuda y crudita, aun sonrío cuando recuerdo sus ojos y gestos, y me sentaría una eternidad a su lado, conversaría con ella de las tonterías que son tonterías porque nadie las ha comprobado con sus tontos métodos una y otra vez solo para volver a vivir…

lunes, 13 de junio de 2011

TU VOZ…

A veces creo escuchar tu voz burlar el silencio de mi soledad, tu voz siempre fue magia que rompió con mi seguridad, y aunque no estoy seguro de lo que oigo, creo escucharte, a veces…

Entonces sonrío, por un segundo sonrío, pero mi sonrisa es vencida por el miedo, me arropa el miedo de ser sorprendido aquí, en el lugar equivocado, en el momento no indicado, rodeado de nada, y es que nada es lo que tengo sino te tengo, no tengo vida para vivir, porque no sé vivir sino te tengo…

No tengo palabras para explicar por qué sigo aquí, sin ánimos para avanzar, por qué no avanzo hasta tu voz, sé que éste no es mi lugar cuando creo escucharte, y sinceramente no sé si te espero o me escondo, es que sin ti ha sido difícil avanzar…

NOCHES…

La noche agita sus alas y apunta su vuelo contra mí, la noche hoy es muerte y la muerte fija sus ojos en mí, la noche se lleva mi alma y me muestra esperanza con el amanecer, esperanza que no encuentra lugar en mí para reposar porque mi alma se fue con la oscuridad de la noche…

Y así, tengo un recuerdo que me lastima la vida al despertar, un recuerdo que intenta escapar y lo logra, huye perdiéndose entre las nieblas del olvido, y quedo hueco, vacío, con ojos que al observar nada ven, voy sintiendo que el presente se va quedando encerrado entre los cristales que encierran el pasado… Y siento el peso de una eternidad que se vuelca sobre mí, que me atormenta, que dejó de importarme y aun me preocupa, se asoma por mi ventana y se burla…

Entre noches y amaneceres se me van los días, y cada uno de ellos se lleva un recuerdo de mí, ya no recuerdo muy bien quién fui, ya no sé si fui un sueño de noches anteriores o el velo que al despertar se desvanece mientras abro mis ojos…

PROMESAS.

Me aburriré de tus besos cuando el aburrimiento sea un concepto que describa el placer de sentir tus besos míos, diré entonces que me aburren tus besos para que entiendas que no hay nada mejor que tus besos.

Te odiaré cuando el odio sea un elemento fundido entre las letras del amor, entonces diré que te odio con todo mi amor mientras te abrazo.

Desearé tenerte lejos cuando la lejanía sea un lugar exclusivo para los dos, cuando sea el hogar de nuestros días.

Seré tu enemigo cuando la enemistad sea otro pretexto para estar a tu lado.

Caminaré en dirección contraria a ti cuando ésta sea un sendero que una nuestros pasos.

Dejaré de pensarte cuando no pensarte sea un vacío en el que tu cuerpo baile al ritmo de las emociones que nacen en mí cuando te miro.

UNA VEZ MÁS…

Una vez más la noche brilla dentro de mí, su luz son sombras que ahogan mis sueños, mis sueños se ausentan y la noche vaga en mi memoria, sacudiendo los recuerdos que olvidaron el camino y se quedaron encerrados en cárceles de olvido, y corren desesperados a las afueras de la memoria, y se hacen uno con la noche, sosteniendo antorchas que iluminan los tormentos y disfrazan de eternidad la noche.

De nuevo despiertan los demonios mientras creo que duermo, se hacen dueños del lugar, beben de la sed que me inquieta y borrachos ponen en jaque mis emociones, y me sorprendo inconforme, frustrado, y se abren mis ojos cerca del final y tiemblo, y no encuentro letras para anclarme y no seguir a la deriva de las oscuras trampas que me hacen trofeo de demonios ególatras que susurran canciones con letras de un tiempo suspendido, vestido de ayer, incrustado en la memoria de un futuro que saluda al presente con sonrisa de burla.

Murmura la noche, y apuesta en contra de lo conocido, desafía la seguridad que voy sintiendo falsa, como sembrando minas de dudas entre mis pasos, como queriendo detenerme, murmura cuentos de fracasos que ya escuché, y eleva sus sombras mientras murmura… Y me desconozco, inmerso en un laberinto que ya recorrí, y una vez más no encuentro salida, y una vez más me pierdo sediento…

HEREJÍA Y UN BESO.

Exceso, fue la excusa con la que justificaron su aprensión, derroche de poder, porque cuando el conocimiento contradice el orden lógico establecido, que solo es lógico porque así se ha pronunciado legalmente, que solo es legal porque nunca ha sido contradicho y que no se contradice porque hacerlo significa la muerte, entonces el conocimiento es poder, y es exceso poseerlo y al fin de cuenta no es conocimiento sino herejía que debe purificarse con la muerte, aun siendo la misma muerte, como sentencia, una herejía contra la vida.

No le mortificó la aprensión, ni siquiera la sentencia pronunciada que se haría efectiva al amanecer frente a los ojos del pueblo, como una lección, que solo es lección porque reprime, que reprime para no enseñar sino más bien para desenseñar, que al final no es lección porque no suma al progreso ni a la evolución, sino más bien es advertencia en contra de las amenazas que apuntan de muerte a los intereses del pueblo que no es el pueblo, de la religión que no es religión, de la verdad que es una estructura de pilares viejos llamados mentiras. Lo mortificó aquel beso, dulce beso que brotó de los labios de una diosa, diosa escondida entre las mujeres del pueblo, de cabellos rizados, cuyo color bien podía confundirse con la luz del sol del mediodía, diosa de edad corta, tal vez apenas se descubría a sí misma, cuyo cuerpo era como la misma danza de la magia…
Nunca tuvo temor de morir, y era la ausencia de ese temor la que inspiraba sus palabras y el coraje de pregonar sus oraciones en contra de aquellos que se nombraban autoridad y reclamaban derecho divino, siendo en sus labios la divinidad una herramienta para dominar y una licencia para matar argumentando que muertes como la que presenciaría el pueblo al amanecer eran semillas esparcidas al viento que garantizarían la permanencia de la fe. Pero ahora lo siente, ese frío dentro de sí que estremece los huesos, esa incertidumbre que surge cuando quieres rogar por un milagro, por un verdadero milagro que sabes que no ocurrirá… Escribió con sangre en la pared, por no tener tinta, para no olvidarlo en las siguientes ocho horas: “tal vez mi incertidumbre es fe”. Nadie mataría por una verdad de la cual no se está seguro, él no estaría en esa prisión, escribiendo con sangre, sin posibilidad de ver de nuevo a aquella mujer, linda mujer, de no haber sido por una mentira hecha verdad por tradición. El mundo sería mejor si todo ser humano reconociera que es débil, que tiene incertidumbres, el mundo sería hoy más para él, mucho más que cuatro paredes de las que solo saldría para enfrentar la muerte. ¿Qué pasaría con ella? ¿Qué tal si mañana su hermosura fuera un pretexto para acusarla de bruja para seguir aleccionando al pueblo y demostrándole con dosis de muerte la autoridad divina? ¿Cómo podría volver a besar sus labios?

Con el nacimiento del sol fue escoltado a la tarima, maquillado de heridas para el espectáculo, pero la herida más grande la llevaba en su alma, un beso que le hacía apreciar la vida… Y allí de pie, a tan solo segundos de la muerte, pudo mirarla entre la multitud, y solo algunos pudieron escuchar sus palabras agonizantes: “solo el amor puede ocasionar la incertidumbre que resulta en fe”…

RECUERDOS.

Hoy lo reconocen, para aquel entonces él se había resignado a una vida más sin ella, a pesar de que apenas pisaba el escalón de los treinta sus muchos intentos que igualaban sus fracasos lo llevaban a pensar que no sería posible, ya sabía demasiado como para entregarse al juego tonto del amor, que no es tan tonto como cuando aun no pisas los treinta. Resignado justificaba su cobardía con la falsa entrega a la construcción de un futuro distinto para él, su plan era tan tonto como el amor a su edad, pero al menos tenía un plan para entretenerse. Ella aun no se resignaba, apenas entraba a la sala de los juegos tontos, pero escudada con un todavía no es el tiempo, con una serie de reglas auto dictadas que, según ella misma, la protegerían de los fracasos que terminan siendo veredas que conducen al amor verdadero, así lo reconocen hoy.

Ni si quiera su plan pudo cambiar su naturaleza, no es fácil deshacerse de los vicios y hábitos que se llevan en el alma durante tantas vidas, y él siempre fue un andante, criatura sin hogar, supuso alguna vez que semejante vicio era una maldición que solo podía romper la sonrisa del amor, eso fue antes de decidir no ser más tonto. Lo cierto es que aun a sus treinta se mantenía errante, se reconocía forastero, y sin orgullo pues le pesaba ser un nómada, pues extrañaba la quietud del hogar que nunca tuvo, ser recibido con un abrazo después de cada jornada que la vida exigía, mirar la luna acompañado de ella, sin ruegos, teniéndola a su lado.

Ni siquiera sus reglas la mantuvieron al margen de él, lo vio pasar frente a ella, y sin saber cómo explicarlo creyó recordar las palabras que escuchó dentro de ella: “tendrás que esforzarte en nuestro próximo encuentro, tendrás que sonreír como hoy”. Y así sonrió, como aquella noche frente al lago que separaba el bosque de la pequeña aldea, cuando se despedían porque así debía ser, porque de lo contrario la muerte la arrancaría a ella de su lado, cuando él, antes de perderse entre los caminos del bosque, juró encontrarla de nuevo, reconocerla y arrebatársela al tiempo para él. Así sonrió, como aquella noche en la que confió en aquella promesa, porque era tonta, como él era tonto, porque creían que podrían desafiar los tiempos y abrirse paso en otros siglos hasta coincidir y de nuevo unirse el uno al otro. Él la miró sonreír y siguió caminando, de espalda a ella, uno, dos, tres, cuatro pasos y se detuvo… ¿Quién era ella? ¿Por qué le sonreía? ¿Cómo podía esa sonrisa golpear su alma con paz?

Volteó y allí seguía ella, mirándolo, no pudo evitar reír, por sentirse tan tonto a su edad, por creer de repente en tonterías, por pensar que la maldición que lo mantenía caminando era tan solo el producto de un juramento, ella entonces le dio la espalda y siguió su camino, el juego apenas empezaba, él sospechó que cada mañana tropezarían en la misma esquina, y pronto caminarían en el mismo sentido, tomados de la mano, hacía el mismo lugar…

SOLEDAD.

Anciano, lleno de días, buenos y malos, de pocas palabras, la risa se ausentó de sus labios una mañana de junio, él creyó que había sido una sabia decisión, pensó que tal vez era lo mejor, quizá no para él pero sí para ella. Ella intentó explicarle que se equivocaba y juró que lo encontraría una y dos y hasta mil veces de nuevo, que no habría lugar en el que pudiera esconderse, lo juró aún sabiendo que él era ágil para desaparecer, lo juró aún sabiendo que tal vez nunca más volvería a encontrarlo.

Se sienta cada mañana en el porche de la casa que soñó en su juventud, esperando los ochenta que ya se acercan, en su mano derecha un cigarrillo con el que desafía a la muerte, o más bien con el que se burla de ella, demostrándole que no ha podido ni aun con todos sus intentos y a pesar de sus descuidos ser derrotado. Su mirada cansada, ya ni se esfuerza para ver más allá de sí mismo, piensa que no necesita hacerlo, ha visto demasiado, se ha alimentado de paisajes, de rostros, de lugares, todo lo que necesita ver lo guarda dentro de él, en su memoria. Es densa la niebla de las mañanas de junio, él lo sabe, y a pesar de los tormentos que se esconden en ella se levanta dispuesto a jugar con ellos; no pretende engañarse, no esquiva sus culpas y reconoce sus errores, es así como los fantasmas que despiertan en junio, y lo esperan sentados en el porche al amanecer, terminan aliados a él, sin armas para atormentarlo, encerrados en galerías de buenos recuerdos y malos recuerdos.

Sin embargo, siente dolor. He allí su error más grande: la soledad. No se permitió la compañía, teniendo siempre excusas para partir, jugando siempre a buscar mundos, alejándose cada vez más de ella. Ya se acercan los ochentas, así que cada tarde se sienta de nuevo en el mismo lugar, esta vez sin cigarros en su mano derecha, sino con un lote de los versos que en la soledad le escribió a ella, piensa que hiriendo sus heridas puede anestesiar el dolor. Así que va leyendo sus versos y al terminar cada hoja la deja escapar de sus manos dejándole su suerte al viento, siempre pensó que sus letras llegarían a ella y ella entendería que aunque la alejó de él nunca dejó de amarla. Tal vez ella lo sabe, puede que aun intenta encontrarlo; a veces me siento también en el porche de mi casa, a dejar que el viento deje caer los versos de aquel anciano en mis manos, a veces leo sus versos, y pienso en ella, en quien sonríe para mí mientras me mira como si todo el universo fuera una excusa para encontrarnos, yo espero no tener el valor para alejarme de ella, espero atar mis pasos con cobardía para no invocar la soledad.

MAGIA.

Sonríe mientras mira a su alrededor, piensa que solo falta él, sería perfecta la tarde de este domingo de junio si aún estuviera él. Mira sus manos, aún sonriendo, no le pesan las arrugas en la piel, ni siquiera ese temblor en las manos, él le decía que era el nervio propio de la piel cuando sabe que ya se acerca mucho más el momento del descanso, le decía que a veces descansar asusta, da miedo, porque uno se acostumbra a esa agonía constante a la que llamamos vida. Corren los nietos a su alrededor y la rozan, en su garganta una fiesta de lágrimas se va preparando, pero nadie ve sus lágrimas festejar, levanta su mirada al cielo, y una gota que rueda por su mejilla se convierte en el eco de las palabras de quien fue su compañero “no es en el cielo donde debes buscarme, es dentro de ti, porque siempre seré uno contigo…”. Así que cierra los ojos y cree mirarlo, allí está él, sereno, siempre con letras en sus manos, para ella; puede verlo sonreír también, porque él sonríe cuando ella lo mira, porque él siempre fue feliz frente a sus ojos.

Con sus ojos cerrados invoca el aroma de la tierra azotada por el sol de junio, que apenas comienza a descansar con el atardecer, él siempre le decía que junio era un mes con pasión, es de luz intensa durante el día, pero sus atardecer ofrecían una paz llena de magia, le decía que era una magia que no alcanzaba a ser descrita con las palabras, entonces ella sonreía y lo miraba con gesto de “no sabes lo que dices”, y él le decía que un día entendería la magia, y entonces sabría que hay un lenguaje mucho mejor que las palabras. Se le ocurrió mientras mantenía los ojos cerrados que aquel lenguaje del que hablaba su compañero podría ser el aroma de la tierra, el aroma del cielo, el susurro de la brisa, la tonalidad de todo lo natural, y abrió sus ojos una vez más, deseando con el corazón y con el alma suya que él estuviera frente a ella para abrazarlo y decirle que había logrado entender la magia, estaba dispuesta a reconocer que él siempre supo lo que decía. Pero no lo encontró, en cambio vio la cara de sus cinco hijos y de sus nietos que la miraban sonriendo.

Se sentaron junto a la mesa, allí en el patio de la casa, bajo el manto de la tarde del mes de junio, mientras la noche del veintinueve se maquillaba para caer, hijos y nietos, y ella… El mayor de los hijos suspiró, y dejó escapar un “solo falta mi padre”, que llenó de silencio el último minuto del atardecer. Ella miró a cada uno de ellos, y sonriendo les dijo “su padre fue un mago, y logró quedarse entre nosotros, yo no puedo explicarlo con mis palabras, pero un día entenderán la magia”.

ENCUENTRO.

Él la miró a los ojos, se paró justo frente a ella obligándola a detenerse, fingió atravesarse en el camino sin ninguna intención, dando a entender que el encuentro de sus miradas fue un accidente. Al ver sus ojos brillar la ciudad enmudeció, y por un momento pensó que se había perdido en el tiempo, que ellos dos habían regresado, sí, regresado como si de allá venían, al siglo en el que aquella plaza no era más que un bosque de amores furtivos, un bosque en el que se encontraban aquellos que en pleno pueblo debían disimular sus sentimientos. La brisa despertó, mientras la tarde ya bostezaba para entregarse al sueño y darle su espacio a la noche, los árboles que adornan la plaza se movían con gracia al ritmo de la suave y silenciosa brisa, el viejo samán que yace en el centro de la plaza se agitó, como levantando sus ramas, como celebrando el encuentro de los dos mortales, samán silencioso y anciano, único testigo sobreviviente de aquellos encuentros que ya extrañaba pues el pasar de los siglos fue llevándose los bosques y al parecer los amores verdaderos también.

Ella sonrió al verlo frente a ella, le pareció que él tenía mucho que decirle, y por un segundo miró detrás de él con asombro pues captó el momento en el que el día y la noche se abrazan para seguir sus caminos, fue como si la luz y la oscuridad se rozaran por un instante y brindaran por los viejos tiempos, antes de ser separados, él pensó que no brindaban por los viejos tiempos sino por el encuentro de ellos.
Él se acercó a ella, dos pasos adelante, ella sintió su corazón acelerarse, en el momento no supo qué era esa emoción dentro de ella, si miedo o alegría, pero no podía entender por qué podría ser algo como alegría, por qué dudar del miedo; pudo haber retrocedido o esquivarlo para seguir su rutina, pero no quiso, quiso convencerse que por curiosidad esperaría ver con qué intención aquel extraño se le acercaba, aunque los dos pasos que lo acercaron a ella también le decían que no era extraño.

Ella pensó que lo había visto en algún lugar, pero no lograba recordar dónde, él había intentado acercase antes, pero no había llegado el momento, pero ahora lo era, era el momento, lo decía la brisa que susurraba alrededor de ellos, lo señalaba la luz del sol ya fundida entre la sombra de la noche. Miró su sonrisa y sintió esa calma que hasta ahora para él solo era un mito, sintió como si más de un intento descansaran, como si en aquella sonrisa reposaran secretos de muchas vidas suyas. Y sin pensar en lo torpe que se escucharía, o en lo ilógico de sus palabras, sin saber si quiera lo que diría, le dijo:

“Todo lo que ves ha existido esperando este momento, existe para nosotros, todos tus pasos te trajeron a mí y todos mis pasos me llevaron a ti”.

Ella pudo dudar, pero no quiso, de alguna manera supo que era cierto…

ELLA Y SUS PASOS.

Ella camina y sus pasos no la llevan a ningún lugar, la ven pasar las calles que guardan secretos de tantas pisadas perdidas, que conocen destinos ajenos, y que han acumulado con el pasar de los tiempos historias de pasos perdidos que finalmente encuentran lugar. La saluda la brisa, cuyas caricias son como sonrisas de buenos días, como un beso del amanecer que ofrece una luz distinta; ella solo camina, recibe el saludo de la brisa, lo recibe en silencio, su silencio es protesta, es rebeldía contra el tiempo que ha pospuesto sus buenos días, es rebeldía contra la luz de la mañana cuya intensidad solo desnuda la soledad que acompaña sus pasos.

Ella sonríe, sonríe mientras camina, su sonrisa es desafío, pues ha decidido desafiar a la misma brisa que también pasea por los espacio, con andar de gracia, buscando el lugar que perdió sin saberlo, buscando el tiempo en el que quedó estacionado su momento, cuando ella bailaba sobre el mar y abrazaba la tierra, cuando la tierra era suya y los ríos mostraban senderos a nuevos mundos. Ella también quiere encontrar su momento perdido entre las garras del tiempo, y desafía al tiempo, ignorando el orden lógico de los sucesos, dispuesta a desordenar incluso el mismo desorden con el que danza el tiempo y robarle el momento que le pertenece; ella quiere bailar al ritmo de las emociones que guarda para él, y abrazar la luz que escapa de la noche y que puede ser alcanzada al amanecer… Quiere conocer los nuevos mundos, esos que ofrecen hogar y descanso, esos cuyos caminos no hieren los pies sino que curan las heridas que ocasionan los intentos fallidos, quiere acampar, y decir que llegó el final, y que el final sea una cama con compañía, un desayuno sin soledad, un café con aroma de hogar y un resto del día que no la obligue a protestar con silencio.

La luz es más intensa mientras más lejos la lleva el camino, distanciándola no sabe de dónde, acercándola a ningún lugar, y más desnuda va, doliéndole su propia mirada sobre sí misma, porque puede notar que el tiempo decidió ser su enemigo a muerte, porque no pudo ser cobarde para rendirse, y a veces duele ser valiente… Allí va ella, pasando frente a mí, y no me atrevo a mirarla para no alimentar su dolor, para que no vea en mis ojos el reflejo de su piel, piel ya cortada por los desordenes del tiempo, que se alimenta del orgullo y del dolor, del dolor que nos hace escudarnos con orgullo mientras es escudo que quema la piel que lo sostiene… Ella que me mira y yo que veo mi piel, y me sonríe, en silencio me mira y sonríe, porque protesta contra mi orgullo, porque no es vida la suya y no debe ser de nadie más, porque va pensando que mientras para ella cae la noche para otros apenas va amaneciendo, y yo que quiero extenderle mi mano y darle de mis amaneceres, pero lo sé, sus pasos serán exclamaciones de otros tiempos, y su piel conjuro contra la niebla que pretende enceguecer a los forasteros y confundirlos en los senderos…

jueves, 19 de mayo de 2011

LO CREAS O NO...

Puedes creerlo o no, puedes leerme hoy o ignorar las letras que existen porque existes tú, porque estás lejos de mí, porque estoy sin ti creyendo que sin mi tú estás como la brisa de la mañana confundida entre las ruinas de la oscuridad, buscando los pasajes del tiempo que dejó de ser y las veredas del espacio que se desvanece entre el tiempo que nace…

Puedes creerlo o no, tú decides, yo solo digo que sin ti sigo naciendo cada día para morir al anochecer, y sin mi tus amaneceres son melancolías que suspirar junto a la ventana de los sueños que aun no cumples, que aun no sueñas, pero extrañas porque quieres cumplirlos, porque quieres soñarlos…

Yo intenté no creerlo, intenté ignorar las letras propias que con agonías rodaban entre mis dedos y buscaban destinos para vivir y extinguirse entre tus ojos; intenté burlarme del tiempo y del espacio, disfrazando mi propia existencia, combatiendo contra el deseo de encontrarte, buscando la forma de no buscarte…

Intenté disfrazar también el vacío que espera por ti, suplantando las huellas que no dejaste pero que testificaban tu nombre, borrando las palabras que nunca dijiste pero que yacen suspendidas cerca de mí esperando tus labios para ser pronunciadas, pero fue inútil pues aquí estoy, moviéndome de lugar, pero siempre con la misma inquietud, preguntando en cada vereda por los rastros que tengo de ti, sin haberte tenido, sin haberte encontrado…

Puedes creerlo o no, pero estas letras existen porque existes tú, porque existo yo, y porque nuestro encuentro existe también y se acerca el momento…

lunes, 16 de mayo de 2011

FRENTE A ELLA...

Con lentitud aparente se acerca, avisándose con anuncios falsos, verdaderos, mediocres… Seduciendo con promesas, al rato de eternidad, al rato de descanso… Nombrándose final o comienzo, tal vez final del comienzo, no lo sé, y no sé si quiero saberlo o lo sabré…

Acaricia mi costado, sus caricias encienden mis miedos y mis miedos se reúnen como a la orilla, como junto a la altura de un precipicio, como contemplando rastros de vida que hablan de buenas vidas.

Susurra cantos oscuros mientras sonríe, y sus cantos convocan a los buenos recuerdos y a los malos también, y se funden para ser más que recuerdos, sentido de vida, así los llamo cuando ella se acerca y sus cantos se escuchan, entonces despierto del hechizo que nace del susurro de la corriente que a veces me lleva y me sorprendo cansado de ser llevado a ningún lugar, sin ningún sentido, por nada, por nadie.

Ya no sé si temerle cuando se acerca, ya no sé si llorar las despedidas o lamentarme perdido, perdidos los segundos, minutos, las horas, los días, los amaneceres dormidos, las noches despiertas…

Con rapidez aparente se acerca, disimula y frente a ella no sé quién soy, y tal vez solo soy eso, alguien que frente a ella es inseguro…

viernes, 6 de mayo de 2011

PLEGARIA...

Guardé mis letras en los bolsillos y mis manos até con silencio... Intenté, realmente intenté aislarme de todo, de ti que lo eras todo, de mí que solo fui un reflejo de ti en mí, de tus palabras conmigo… Creí, realmente creí haberte olvidado, haberte arrancado de la sangre que corre en el alma del alma de mis palabras…

Y en silencio pregunté sin buscar respuestas, me detuve en el desierto donde nadie me ve, para esconderme de mí, para huir de lo que no dejaste, de las pruebas de tu existencia que no existió y que ahora quisiera encontrar al despertar… Sí, todo mi empeño me regresa a ti, sí, con ilusión hoy despierto añorando los recuerdos que sin recordar invoco, y a veces creo entender que una vez sonreíste tan cerca de mí, y que mi nombre corrió como un río por tus labios hasta dejarse escuchar tu voz que me atrajo…

No sé qué es lo que ahora extraño, no sé si es que un sueño grabó el sabor de tus labios en los míos y las caricias de tus manos calmando mi alma, pero quiero la calma que emana de ti, que le da sentido a mi ira, que le da lenguaje a mi silencio…

Y tú, con tus manos vaciaste mis bolsillos y con tu silencio desataste mis manos... Alguna vez, tal vez… Hoy quiero que vuelvas aquí, que metas tus manos en mis bolsillos y me entregues al caos de tu mirada, que los gritos de tu silencio me ahoguen mientras sumergido en las aguas de tu dulzura vaya muriendo a la realidad que construí lejos de ti…

viernes, 8 de abril de 2011

TAL VEZ... (VIVIR).

Tal vez al final del camino encontraré sonriendo aquellos recuerdos que se me perdieron en el trayecto... Tal vez eso quiero creer, o espero creer. Que hoy no sé qué es la vida aunque intento decirlo con intentos sin ganas, con ganas sin fuerzas, con fuerzas que no ganan ni un solo intento… No sé que decir, y solo camino, por este trayecto que otros ya recorrieron, con estos tormentos que un día murieron, que ayer nacieron de nuevo y que de nuevo quieren morir… No sé ni qué hacer y solo camino, a veces observo, pero otras tan solo duermo, sin saber que duermo, sin saber si se cierran mis ojos o realmente se abren, sin poder si quiera afirmar cuál es un sueño y cuál es realidad…

Desconozco la realidad y a veces ni creo en los sueños, tal vez al final del camino sabré qué es vivir, qué es dormir, y me pesará, tal vez, haber vivido sin dormir o haber dormido sin vivir… Sin saber si soy eterno, sin entender la eternidad, sin saber si quiero entenderla, pues hoy solo quiero caminar… Y escribir, para que las letras me sirvan de huellas por si un día regreso, por si un día me pierdo y perdido me encuentro…

Creo que soñé el final, o tal vez lo viví en la realidad o en los sueños, creo que me vi cerca del limite donde ya no sabemos qué mirar, donde ni siquiera sabemos qué es mirar… Me acuesto cada noche, en las últimas noches, pensando en qué será si al abrir mis ojos lo desconozca todo, o si al cerrarlo no hay más de qué hablar, si se acaban las letras y si ya no hay recuerdos, qué tal si no existe el final, qué tal si camino hacia un lugar que nunca fue, que nunca será… Es la agonía, y tal vez eso sea vida, algún día puede que sepa, o la vida puede que sean fragmentos que debes llevar en el camino y en algún momento te sirvan para construir la idea, para entender que viviste...

No quiero llegar al final del camino y sentir remordimientos por no haber conservado en mis bolsillos fragmentos de la vida...