sábado, 16 de julio de 2011

AQUELLA VOZ...

Extraño, así fue. Aquella voz parecía despertar en él recuerdos almacenados en otra vida, sonrió al pensarlo, creía saber que eso no era posible, aunque ahora dudaba mientras lo escuchaba, su voz viajaba a través de esos caminos que nadie ve, flotaba por los aires atravesando la distancia hasta llegar a él. Su voz pronunciaba palabras que eran armonía, quietud, melodía para su alma, porque hasta ese día su alma era un animal rebelde que desconocía su propia naturaleza, que vagaba por los rincones de un bosque encantado donde siempre era de noche, su alma era una sombra eterna fusionada a la oscuridad… Pero ese día, al escucharla, su alma encontró un lugar para sentarse y contemplar la luz del sol bañando los senderos…

Sus ojos intentaron encontrarla, y olfatearon el rastro de su voz, intentando abrirse paso entre la multitud para llegar a ella, para contemplarla y saber que era real, que aquella voz brotaba de una fuente que podía palparse con la mirada y que no era tan solo un espejismo causado por su desesperación, quería beber de aquella fuente, y así, calmada su sed, entender por qué había gastado sus pasos caminando por desiertos con la ilusión de encontrarla, porque su vida era un desierto, siempre esquivando lugares, insatisfecho de las aldeas que ofrecieron su calor para hospedarlo, frustrado por no saber qué buscaba… Pero ahora, ese día creyó saberlo.

Sintió miedo, miedo a no saber cómo detenerse, a extrañar luego su sed, y no saber qué hacer sin más senderos; un forastero con hogar no sería más un forastero, entonces qué sería… Tuvo miedo de dejar de ser lo que siempre había sido y aventurarse a ser lo que nunca fue… Así son los miedos, se esconden justo detrás de la esperanza, para que así, cuando ésta va llegando a su fin quedar desnudos y espantar con su apariencia lo nuevo, lo esperado… Y es irracional, tal vez, sentir miedo de que se cumplan los sueños, de encontrar lo buscado, de alcanzar lo perseguido, puede que sea irracional, pero así sucede, qué podemos hacer… El miedo nubla el horizonte, es un reto y aceptarlo implica dar el último paso a ciegas, se ciegan los ojos y todos los sentidos, así que ese último paso debe darse confiando en la memoria.

Él dejó de escucharla, puede que ella aún cantaba, pero no podía escucharla, ahora, de nuevo, volvía a pensar que tal vez no era real, que nunca existió, que no la escuchó… Es como cuando aseguras tener pruebas de que Dios es real y al otro día resulta que no existieron las pruebas porque ya no las ves, o como cuando aseguras que no es real, que Dios no existe, y tienes todos los argumentos en contra de su existencia pero de pronto te das cuenta que tales argumentos no apagan la ilusión de creer que necesitas creer que es real, y entonces no te queda de otra que no argumentar, o argumentar que no debes hacerlo para convencerte de dar un salto, un último paso sin nada más que la memoria de recuerdos que no recuerdas si son reales… Dejó de escucharla pero convencido de haberla escuchado caminó confiando en nada, sin saber si creer o no, lleno de dudas, y la encontró, al final del camino, porque cuando encuentras tu lugar no necesitas caminos…

NOTÒ SU VEJEZ...

Sacudió el barro de sus pies, con ira, justo antes de atravesar el portal al interior de su casa, cuando el sol ya se ocultaba detrás del horizonte, en el horizonte del horizonte tal vez, donde comienza el principio que conduce a otro final, pero señalando el final de un día que sería archivado por algunos y olvidado por otros, porque así son los días, dependiendo siempre de la memoria para seguir existiendo y como los días es nuestra propia existencia… Así lo entendió él, luego de sacudir los pies, entrar a la casa, y volver la vista al horizonte para ver el sol apagarse, bajó la mirada y vio el barro pegado al piso del patio, entonces recordó las palabras del anciano sacerdote que dictaba los sermones en aquellos años en los que su corta edad no le permitían escoger entre ir o no ir a misa los domingos… “Porque barro somos y hechura de sus manos, y al barro volveremos”… No podía recordar si la palabra exacta, usada muy a menudo por el sacerdote era barro o lodo, entonces se dio cuenta que desde la adolescencia no asistía a ningún acto religioso.

Barro o lodo ya no importaba, como tampoco importaba si era o no hechura de un dios cristiano o musulmán, oriental u occidental o el producto de accidentes cósmicos o lo que sea, sin embargo, no podía negar que había transcurrido a través del tiempo, que su trayectoria había sido larga según la cronología humana y la caducidad lógica del hombre según las estadísticas modernas; como el barro, había sacudido también fragmentos de su vida, y su existencia se acercaba al estado de espejismo, así lo definió en ese instante, llegaba el momento en el que solo sería un fantasma en la memoria de algunos y en la de otros simplemente no existiría. Se preguntó por qué tanta ira, y descubrió que desde su adolescencia la ira había sido una emoción constante en él, que había caminado ciego y por lo tanto no había llegado a ningún lugar, no tenía historias que contar, o un pasado en el cual refrescar su memoria, mirando el barro se dio cuenta que ya costaba un esfuerzo enorme levantar su mirada al cielo y observar el abismo vestirse de noche.

Así como sus movimientos también sus argumentos se debilitaban, pensó que se vuelve al barro, o al lodo, vacío, desnudo de argumentos y carente de esfuerzos… “Nada trajimos, nada llevamos…”. Ni siquiera la fe prestada o impuesta lo acompañaba, solo ese carácter reflexivo que apenas nacía en él, y al pensarlo, al sorprenderse reflexionando sobre tantas tonterías, y deseando haber sido diferente, notó que la vejez conquistó sus días…

APRENDIO Y APRENDI...

Aprendió que el tiempo no transcurre, no se mueve, ni le interesa hacerlo, que existe porque le dimos nombre, y tratamos de limitarlo y medirlo porque somos vanidosos, porque creemos controlarlo todo mientras nuestros propios conceptos nos dominan, somos prisioneros de cárceles construidas con nuestra pretensión de libertad; transcurrimos nosotros, desplazándonos entre rutinas y pretensiones, caducando siempre, intentando perseguir el tiempo con nuestras reglas, pero aprendió que perseguirlo es intentar atrapar la neblina de las montañas y sembrarla como semillas en el corazón de la tierra; somos nosotros mismos quienes nos limitamos, desviando la mirada, intentando aferrarla a cimas que solo son profundidades de abismos infinitos que nos entretienen haciéndonos perder momentos plenos… “Tal vez la expresión natural del tiempo, del verdadero tiempo, somos nosotros, de ser así deberíamos ser uno con él, abrazarlo como una parte más de nuestra existencia, como un carácter de lo que somos, y dejar de perseguirlo o luchar contra él”, yo guardé silencio aquella mañana intentando descubrir en qué punto del horizonte estaban suspendidas las palabras que hacía suyas…

Aprendió que la vida es mucho más que un concepto o un trayecto, que tal vez no lleva a ningún lugar, sino más bien pudiera ser el lugar, que un montón de excusas pudieran estar apuntando a la vida, para que ésta fuera posible, para que vivir fuera posible. Aprendió a reír a carcajadas por tantas tonterías pensadas que lo llevaron a intentar tonterías… “fui un tonto por mucho tiempo, creyendo necesitar encontrar mi destino, sin saber que ya había llegado a mi destino, porque la vida es el destino de los vivos”, así me dijo una noche mientras el cielo oscuro amenazaba con truenos el silencio de la noche, y guardé sus palabras como mías, porque necesitaba hacerlo, entendí que el vacío que despierta algunas noches y produce la sed de mis insomnios es la fatal creencia de un destino que amenaza la habilidad de disfrutar la vida que hemos recibido o conquistado, eso no importa, importa vivirla a diario, fatal creencia que intento asesinar cada día mientras creo entender las palabras suyas… “Es más fácil convencerse de las mentiras que no pueden palparse que asirse de las verdades que chocan contra nosotros…”

Aprendió que las palabras no se las lleva el viento, que puede que se las entreguemos al viento y se pierdan en los horizontes, pero que pronunciadas o escritas en el momento necesario y prudente éstas pueden respirar y vivir, que pueden despertar emociones y que las emociones son el vehículo que lleva a las palabras a otros lugares, que le dan cuerpo y fundamento; aprendió que hay palabras que pueden pronunciarse con una mirada, con una caricia, con una sonrisa, que pueden entenderse si éstos gestos nacen espontáneos, convencido de esto me regaló horas de silencio, y hoy he aprendido a no desesperarme cuando todo lo que me rodea guarda silencio.

Aprendió que la muerte no es enemiga, que no sorprende, a menos que ilusos olvidemos que existe, me dijo que puede ser aliada para los que aun no han sido tocados por ellas, me aseguró que no temía a la muerte, pero aquella mañana, en aquel cuarto de hospital, horas antes de morir, como si la misma muerte hubiera susurrado la hora a su oído, me miró en silencio, y comprendí que hay temores que no desaparecen, solo duermen esperando la hora exacta para atormentarnos…