martes, 30 de diciembre de 2008

SIGO...

Sigo esperando que vuelvas… Creyendo que será un noviembre, que cada año me da la oportunidad de esperarte, que escucharé tu voz susurrando mi nombre y me despertarás de esta cordura que enloquece.

Sigo creyendo que encontraré en tus ojos la fantasía que romperá la maldición de esta realidad…

Caminando por las calles buscando tu rostro, queriendo atraparte. Pretendiendo que los niños pueden hablarme de ti, que los ancianos me acercan a ti, que los ángeles me muestran parte de ti.

Escribiendo como si me leyeras donde estás, para ver si te enamoro reflejando quien soy.

Siendo iluso, aunque este sendero me lleva a mil decepciones, aun así, iluso, espero un día encontrar tus manos y sentirlas tocando mis heridas.

Leyendo para ver si descubro más de tu misterio.

Sentado frente al mar, aprendiendo de su pasión…

Intentando descubrir el destino del viento, descifrar su lenguaje porque me han dicho que esconde tus palabras más antiguas, que guarda el secreto de una historia de amor legendaria… tal vez sea la nuestra.

Sonriendo aunque lloro… Quiero guardar un poquito de felicidad para ti.

Cazando historias porque creo que en ellas dejas huellas.

No siempre logro renovar mis fuerzas, no soy tan ágil, pero he aprendido a vivir sin ellas… deseando tu llegada.

A veces sediento…

Otras hambriento…

A veces débil…

Otras firme… pero inerte.

En ocasiones huyendo…

O escondido…

Pero siempre esperando.

Sigo creyendo que al tenerte en frente no te importarán mis errores…

Cansado, esperando reposar en tus brazos.

Mirando el cielo, pensando que con solo mirarlo mi alma desteñida absorberá su color azul.

Convencido de que aun si muero seguiré esperándote. Que un día despertarás mi alma y me enseñarás de nuevo a vivir… Pues sigo creyendo que un día ya lo hiciste.

Espero este nuevo año ser mejor… Y así, seguir esperándote…

sábado, 27 de diciembre de 2008

BUENOS TIEMPOS.

En el mes de noviembre del presente año tuve la suerte de conocer a Febe, solo diré de ella que ha resultado ser una buena amiga, muy especial, por razones que no mencionaré y que en corto tiempo no podría enumerar. Febe publica en el blog IZANDO VELAS. Lo menciono porque hace días publiqué un cuento titulado DESDE EL ALMA DE UN ADOLESCENTE, y días después ella me envió un relato que me ha conmovido, sobre todo porque pudiera ser perfectamente el otro lado de la historia… Bueno no les hablaré más y los dejo con el relato escrito por Febe Mendoza:

Hay días en los que siento que el tiempo se me ha escapado de las manos, días en los que el desánimo y la nostalgia se apoderan de mi mente. En estos días de brumas tenues de recuerdos, viene a mi mente Guillermo. Lo conocí en el restaurante en el que empecé a trabajar. Él fue mi maestro de cocina. Pasábamos horas juntos ante los fogones y el horno, y poco a poco, nos hicimos amigos. Él era muy tímido y retraído, y yo no podía evitar explotar de vez en cuando en risas y algún que otro grito: tenía 16 años, la vida entera por delante, y muchas ganas de vivir. Hay días en los que me gustaría volver a sentir como entonces… Fueron buenos tiempos.

Un día, me sorprendí imaginándolo decir otras cosas mientras me enseñaba el secreto de la tortilla de patatas. En mi mente me hablaba de historias en las que aparecíamos los dos. Ese día se ofreció para acompañarme a casa. Y ese, fue el primero de todos los demás paseos nocturnos por la avenida del Libertador. Cogida de su brazo caminábamos, entre risas y charlas, hasta encontrar un taxi. Todo el trayecto en coche lo hacíamos en silencio, conteniéndonos, para luego no encontrar el fin de nuestras palabras sentados en el portal de mi casa. Fue la primera persona a la que le hablé de mi padre, el primero con quién lloré sin temor a ser juzgada… de hecho, creo que me enamoré de él esa misa noche. Imaginé un largo camino a su lado, tranquilo, reposado. Un camino lleno de las historias que me contaba para secar mis lágrimas, repleto de risas y paseos… simplemente, un camino. Junto a él olvidé muchos daños y sufrimientos.

Fueron buenos tiempos, pero acabaron: un día, anunció que se marchaba. Y se fue. No volví a saber de él. Quizá, él fue mi primer amor, el primero que pensé que era perfecto… mi primera decepción. No tuvimos prisa en ser más que amigos. Yo me conformaba con andar a su lado por las noches, después de trabajar junto a él, oyendo sus historias sobre todo. Me fascinaba, y hacía que llegara a olvidarme de lo demás. Me olvidé de besarle, de decirle que le amaba. Olvidé decirle cuán feliz me hacía, cuánto tiempo sería capaz de pasar a su lado. Mientras disfrutaba de él se me olvidó retenerlo. Y se fue.

Estos días de nostalgia, paseo por la avenida del Libertador y no puedo evitar oír el tono de su voz, sentir el peso de su brazo apretando el mío sobre su cuerpo, recordar el sonido de su risa y el brillo de sus ojos… No puedo evitar pensar qué hubiera sido de mí si esos días no se hubieran acabado… ¡quién sabe qué será de él ahora!

A veces pienso que guardo un recuerdo idealizado de esos tiempos. Fueron buenos. Esos días, a su lado, fui feliz.

viernes, 26 de diciembre de 2008

PRESAGIOS...

-¿A qué le temes tanto?

- A la estabilidad.

Dolió aquella respuesta. Buscó su mirada pérdida, obligándolo a reposar sus ojos sobre ella. Su rostro reflejaba tristeza. Sí, ella sintió tristeza por no poder comprender aquel temor, y creía necesario entenderlo, pensó, sin saber por qué ni cómo, que de ello dependía su futuro. Como si ese temor amenazaba con separarlos. Consideró que él podría desaparecer sin dejar rastros, y por un momento creyó que ya había sucedido.

“Apenas lo conozco”, pensó ella. Pero era como si en su alma había restos de un pasado legendario, de otra vida ya compartida con él. En ese instante lo amó. Imaginó los amaneceres a su lado, las tardes bajo el cielo azul compartiendo la lectura de un libro, jugando por los jardines, y una vez más creyó que esas imágenes estaban vivas, que se revelaban al pasado…

Él la miró directo a los ojos, eran negros como la noche que escondía su pasado. Aquellos ojos mostraron un sendero y al final ella lo esperaba, con su dulzura, con cientos de abrazos prometidos alguna vez, esperando sus besos ausentes. Valía la pena cruzar aquel sendero, se escuchaban sus risas, y sentía ya el paso de los años junto a ella.

-¿Por qué le temes a la estabilidad?

Él apartó su mirada del sendero. Guardó silencio, no pensaba en la respuesta, ésta ya estaba escrita en su memoria. Solo posponía el futuro, como creyendo que el silencio puede detener el tiempo.

-Porque la estabilidad no es segura...

Ella aun no comprende, se sienta por las tardes bajo el cielo azul, lee algún libro extrañando algo que tal vez nunca sucedió, deseando recuperar lo que no puede reclamar, intentando entender cómo no puede ser segura la estabilidad.

Él sueña con aquellos ojos imaginando un sendero… Preguntándose si en verdad ella lo espera al final…

martes, 23 de diciembre de 2008

LA MAGIA DE SU VOZ.

Dedicado a Angélica Alvarado.

Pueden pensar que estas cosas no suceden, que no hay cabida para mi relato dentro de un tiempo y espacio real. Tal vez justificarán que es una realidad dentro de una fantasía, o un invento mío. A decir verdad la memoria me falla, y no recuerdo algunos nombres y lugares. He olvidado también si fui testigo, lo viví o lo escuché.

Como ustedes, he llegado a pensar que no suceden; aunque a veces, pienso que podrían pasar. Es como una de esas ilusas tonterías que te motivan a creer y esperar un milagro. Otras veces el relato hiere, pues la espera de un milagro puede cansar el alma.

¿Podría ser que alguno de ustedes pueda entenderme? Es como si quisieras y necesitaras rendirte, es como si eso es lo único que piensas, podría liberarte, pero resulta que has visto, vivido o escuchado un milagro, y no puedes soltar ese estúpido deseo de querer creer.

Otras veces pienso que un día alguien me dirá que es real, que ha escuchado su voz y ha encontrado en ella la libertad. Y en algunos momentos siento que este relato es una parte de mi futuro que alguien vio y jugó con el tiempo para sellarlo en mi alma, y así no permitirme detenerme.

¿Suceden estas cosas? No lo sé. Alguno de ustedes tal vez me lo dirá.

Cierto o no, futuro o pasado, fantasía o realidad, en este planeta o en otro muy distante… Cuando la ciencia no estorbaba, cuando no amenazaba la esperanza con sus nefastos pronósticos ni la infundía con sus pretensiones de curarlo todo, existió un ciego. No nació ciego, en algún momento de su vida perdió la vista, no recuerda cómo ni cuándo, no existen tiempos en mi relato. Decidió no recuperarla jamás, sin importar si podría ser posible o no, él no le daría su vida al juego del destino ni extendería su mano a la esperanza. Su mayor gloria: “él era dueño de su destino, él decidía ser ciego o no”. Y su decisión ya estaba tomada.

Su único recuerdo en el mundo de la vista era un puerto, nunca estuvo allí, no en cuerpo, pero un día el sol le señaló el lugar donde sus reflejos reposaban, donde el viento nacía y moría cada día, donde el mar dejaba descansar sus olas cansadas en su lucha de alcanzar la luna.

En el instante en que su visión se ausentó decidió caminar. Algunos dicen (eso dice mi relato, pero no recuerdo haber escuchado a alguien decirlo) que se orientaba por el sonido del mar, que ese sonido solo podía ser escuchado por un ciego. Otros han comentado que se guiaba por el camino que el viento dibujaba en la nada, camino que solo podía sentir y seguir él, a quien ni los múltiples y desordenados andares del viento podían confundir en su caminata. Supongo que todo esto era cierto, tan cierto como que buscaba aquel puerto señalado por el sol, lugar desconocido por todo ojo humano.

Sus pasos cansados, su cabello teñido por los años, su piel quebrada por la arena que golpeaba su trayectoria., su alma envejecida por la desesperanza decidida. La única razón de su andar fue (o tal vez es, o quizá será) la creencia de que al llegar al puerto podría entregar su alma y apagar su espíritu, pues allí reposaban todos los elementos de la naturaleza.

Dicen que en su peregrinaje se detenía en los pueblos (no recuerdo el nombre de ninguno) y los niños, curiosos, le rodeaban asombrados de ver que la leyenda del hombre ciego era cierta, él les describía aquel lugar y éstos lograban visualizarlo. Sus palabras tenían el poder de dibujar. Ahora que lo pienso pude haber sido uno de esos niño, no lo sé, pero tengo en mi mente la imagen de aquel puerto, donde las rocas parecen tocar el cielo y cantan ante las caricias del mar, donde la luna se muestra desnuda y las estrellas susurran sus nombres mientras titilan coquetas, en donde la arena yace sumisa, no hiere, sino que anhela ser pisada por un mortal, por uno ciego.

El hombre caminó por largos años, quisiera precisar la cantidad de años pero no existe la forma de saberlo. En algún momento decidió creer que aquel lugar no existía… Ese día, se detuvo cuando el sol amarillo abría paso para la noche, y estaba allí, en el puerto. Lo supo porque una voz tocó sus ojos, y sus ojos se abrieron, la vista volvió. Frente a él estaba ella, no quiso observar nada más, ella era el puerto, era la luna desnuda, en sus labios se escondía el nombre de cada estrella; él creyó ser una de esas grandes rocas que tocaban el cielo y cantaban cuando la voz de ella lo tocó. Sobre ella caían los reflejos del sol, en ella nacía y moría el viento que lo guiaba, sobre ella reposaban las olas del mar. Así, el que una vez fue ciego, le entregó su alma para reposar, y su espíritu, pero no se apagó, sino que se encendió y su cabello soltó el color de los años, las heridas de la arena en su piel cicatrizaron, y huyó la vejez de la desesperanza en su alma.

Lo he dicho ya, pueden pensar que estas cosas no suceden, yo he caminado por largos años, sigo ciego pues así lo he decidido, en mi mente esta la imagen de aquel puerto (no sé si lo vi, o escuché su relato), he caminado creyendo poder entregar mi alma y hundir mi espíritu hasta que se apague… Pero hoy he decidido creer que ese puerto no existió, no existe y no existirá…

lunes, 22 de diciembre de 2008

SE APRESURA EL 2009.

La suma de mis errores resta mis logros, incluso los de años anteriores. Los fracasos se multiplicaron hasta dividir mis triunfos. La vida se me complicó tanto que se me enredó lo simple.

Doce asaltos, violentos; sin golpes bajos, pero contundentes.

¿Un buen año? Sí que lo fue. Y créanme, a pesar de todo, lo digo en serio: fue un buen año. Estoy sobrio y despierto.

Ya finaliza el último round y aquí va mi mejor golpe, presumiendo acabar el encuentro con la victoria a mi favor, aun cuando los pronósticos de expertos me dan por derrotado:

“El mayor triunfo de un hombre es hacer de sus errores la base para futuros logros, encontrando en sus fracasos principios para simplificar la vida y hacer permanente sus logros”.

No dejan de doler las heridas de los asaltos anteriores; aun debo reparar daños en mis actitudes, quedan respuestas pendientes, preguntas por elaborar, supongo que por eso se apresura en llegar el 2009.

sábado, 20 de diciembre de 2008

DESDE EL ALMA DE UN LOCO...

“Intentar entender el alma de un loco es, tal vez, un destello de cordura”.

Quiero despertar de este sueño confuso que resulta de reglas lógicas, que se fundamenta en fórmulas inequívocas.

Quiero despertar de este sueño que predica un equilibrio macabro blindando una realidad exacta e inquebrantable, de ecuaciones prediseñadas e inevitable.

Donde todos los caminos llevan a un solo destino, y éste no es más que un sueño inconcluso, irrepetible y jamás soñado.

Donde el espacio lo ocupa el tiempo, y el tiempo no tiene espacio. Donde la fantasía llora la risa de la realidad confusa y se embriaga de argumentos imprescindibles (cree ella) y visibles, perdiendo su naturaleza.

Quiero despertar de este sueño en el que la libertad es un brazo encadenado y la opresión danza ilimitada.

En el que la alegría es una pared que esconde las palabras de un silencio que se niega a callar y el temor yace erguido y valiente.

Sueño, a veces, con despertar de este sueño…

viernes, 19 de diciembre de 2008

DESDE EL ALMA DE UNA CUBANA.

El siguiente artículo lo he extraído (sin permiso) del blog de Brisa, CANCIONES DE LA NOCHE. Sus letras a continuación reflejan un sentimiento muy universal...
“La tierra te duele, la tierra te da, en medio del alma cuando tu no estas, la tierra te empuja de raíz y cal, la tierra suspira si no te ve mas”...Gloria Estefan.

Hace tres meses que regrese de mi primer viaje a Cuba. Como más o menos todos pudieron leer, este regreso fue muy importante para mí, ya que era un viaje añorado y soñado. Fue una experiencia con muchas caras, emotiva, drástica, alegre, me faltarían palabras para describirla. En esos quince días, además de volver a los brazos de mi familia y amigos, volví a la realidad cubana, a la vida diaria de los cubanos. La euforia del reencuentro no hizo a un lado los inevitables momentos de tristeza y reflexión.

Volver a ver la incongruencia tan grande que sigue reinando en el sistema. Las desigualdades extremas en el país de las igualdades. Los carteles con consignas trilladas y vacías. La ideología muerta y absurda que todavía el gobierno insiste en revivir. De nuevo estaba ahí, en la Cuba donde los niños pierden la leche a los 7 años y donde te tocan tres huevos al mes, donde la piratería y lo ilegal es tan común como lo es el café, donde la internet es restringida y sin embargo se venden computadoras a precios ridículos en moneda convertible. La Cuba de los apagones, de la tarjeta de abastecimientos, de las colas, de los “gusanos” y los “yumas”, de las jineteras y los bici taxis, el mundo donde nací y crecí. Y me dolió.

Me dolió sentir la tiranía otra vez, la opresión, la frustración de todos los que quieren irse al precio que sea, respirar la realidad que no sale en las noticias. Y lo admito, hubo momentos en que me hirvió la sangre, de ver como un régimen sigue mintiendo y atropellando, provocando separaciones y lagrimas. Me dolió y me sigue doliendo, como a cada exiliado, este donde este.

Y no puedo dejar de desear ahora más que nunca, en esta Navidad, que las cosas cambien para mi tierra. Que Cuba sea libre, que los niños cubanos puedan un día abrir regalos bajo un árbol sin tener ya en sus mentes los juramentos comunistas. Que ya no haya balseros ni refugiados políticos. Que el mar hermoso que nos rodea solo nos bañe con amor y ya no llore viendo huir a sus hijos. Siento que es el regalo de Navidad que todos los cubanos queremos, paz y libertad para nuestra tierra.

lunes, 15 de diciembre de 2008

DESDE EL ALMA DE UN ADOLESCENTE

Les hablaré de Ninora. Ella es la chica más linda que he conocido. Claro, ustedes pensarán que a los 17 años uno no ha visto muchas chicas, pero sé que no necesito ver muchas para saberlo.

La conocí hace seis meses. Trabajo en un restauran de comida rápida. Soy Trainer, eso se lo debo a Cheo. Cheo es un amigo, él es goajiro, decidió venirse a la ciudad de los crepúsculos, cuando era un adolescente como yo, para probar su suerte y le ha ido bien. Él es gerente, como decimos allá: Corre Piso. Me ayudó para conseguir el ascenso a Trainer. El sueldo es casi el mismo de un empleado raso pero uno goza de privilegios, además, sino fuera Trainer no me hubiese atrevido jamás a hablarle a Ninora. Pero me tocó entrenarla. Ella aprendió rápido en cada puesto, es muy inteligente. Sí Ninora, eres linda e inteligente y tienes un buen corazón, un corazón muy grande. Sabes que lo pienso, porque te lo he dicho.

Con Ninora las palabras me salen fácil; yo no podría decirle a una chica que es linda y tiene un buen corazón a menos que sea ella. Si es otra chica se me traba la lengua, se me revuelve el estomago como si estuviera dentro de una licuadora y me siento un enano que no puede hablar. Imagínense que yo estoy frente a una chama, una que no sea Ninora, digamos que es una rubia, de curvas exactas y ojos claros, con una voz melodiosa y una sonrisa que mata, (¡rayos! acabo de describir a Ninora), vengo yo y le digo algo así:

- Hola pequeña, sabes eres la chica más linda que he visto, y a juzgar por tu sonrisa debes tener un gran corazón.

Entonces la rubia, o más bien digamos que es morena, la morena me mira y explota en risa. Y yo voy disminuyendo en tamaño hasta que soy un desgraciado enano que no puede hablar. De veras, no sé si me entienden, pero eso de los cortejos a mí me parece difícil.

Un día Cheo me dijo que yo le gustaba a Rosalinda. Les juro que pasé las dos horas siguientes imaginando el momento en que Rosalinda llegara al turno, cuando de repente está ella frente a mí, en la cocina, con su delantal puesto, lista para trabajar. Y Cheo mirándome desde la oficina, esperando a ver que iba a hacer yo, ella me mira con esos ojitos chiquitos y me dice “Hola, Trainer”. Y yo solo sonrío, con timidez exagerada, veo a Cheo y el tipo muerto de la risa en la oficina.

Pero con Ninora soy un gigante. Me haces sentir un gigante Ninora. Ella vive en un edificio cerca del Tamunangue. Es un gran edificio, de lujo y todo. Pero lo que más me gustan son las escaleras, las de la planta baja; a veces, nos toca el precierre o el cierre, ella me mira y me toma de un brazo y me dice “chamo, vamos a tomar un taxi, no esperemos el transporte”. Entonces caminamos hasta la avenida Libertador y esperamos a que un taxi nos pare. Es muy peligroso estar en la avenida Libertador a las 2am. Yo no me paro allí solo a esa hora ni de vaina. Pero con Ninora lo hago, porque con ella soy un gigante y hasta sé taekwondo. Luego llegamos hasta el Edificio Cristal y ella me pide que me quede un rato, bajamos del taxi y nos sentamos en las escaleras. Allí hablamos de cualquier tontería para distraernos, y de repente ella lo suelta, me refiero a la razón por la que me pidió que tomáramos un taxi, siempre hay una razón. Me dice que extraña a su padre, que su madre le ha prohibido verlo, que su hermana es rebelde, y tantas cosas. Yo le digo:

- Nino, no llores guarita, tu eres muy linda y tienes un gran corazón, no debes llorar.

Ella me mira con esa carita que me parte el alma, tanto que quiero llorar también. Le seco las lágrimas y le digo cualquier bobada y se ríe. Juro que no he visto un espectáculo más hermoso que su sonrisa. Tu sonrisa debería tener un monumento como el obelisco, Ninora. Sonriendo me abraza, y no hay dudas: soy un gigante.

El otro día le dije:

- Caminemos por la Libertador hasta llegar a tu casa.

- ¡Qué! ¿Estás loco? Es peligroso a esta hora.

- Vas a caminar conmigo.

Ella me tomó la mano y caminamos así por toda la avenida. Ninora, yo estaba chorreado de miedo, palabra que sí, pero valía la pena sentir tus dedos enlazados con los míos. Las calles de esta ciudad son diferentes cuando se caminan contigo. Parecíamos novios. Voy a extrañar las calles de Barquisimeto. Voy a extrañar tus dedos. No podré ver las escaleras de un edificio sin pensar en ti. Pero debo volver a Maracaibo, no me preguntes por qué, no sabría decírtelo.

Ninora dice que yo vine a Barquisimeto porque ella se lo pidió a Dios. Yo me río cada vez que la escucho, me río porque me gusta como lo dice. Dice que necesitaba un ángel, que ella no me conocía, pero que yo soy el ángel que le pidió a Dios. Yo no creo que soy un ángel, pero sé que vine por ella, que fueron sus oraciones las que me atrajeron. Un día me cansé de estar en Maracaibo y pensé “a dónde puedo ir” y me vino a la mente: “Barquisimeto”. Cheo se ríe cuando le cuento, él dice que si yo soy un ángel él es Dios. Cheo, tú no puedes ser Dios, Dios ni fuma ni anda en parrandas. También dice que yo debería pedirle el “empate” a Ninora. Él es muy ordinario para hablar, no dice: "pídele que sea tu novia”, sino que dice: “pídele el empate”.

No Cheo, yo no puedo hacer eso, allí sí se me enreda la lengua. Aunque yo la quiero mucho, sí Cheo, tanto que no me gusta verla llorando, que me conformo con ver su sonrisa linda. Yo sé que tu no lo entiendes amigo, lo tuyo son los “vacilones”, como dices tú. Eso de pasar un rato con una mujer y al otro día ni la llama. Para Cheo la vida es un momentito, es un juego. Es un buen tipo, pero como dice mi padre: está desorientado.

Ninora, estoy escribiendo de ti porque acabo de tener un sueño, más bien una pesadilla. Fue horrible. Yo tenía casi treinta años, una barba sin afeitar como en un mes y estaba solo, Ninora, en una ciudad inmensa, en una casa muy grande, muy grande para un hombre solo y con barba. Yo lloraba, lloraba aterrado, no tenía futuro y el pasado estorbaba. En mi sueño era de noche porque salí al frente de la casa y la calle estaba solitaria y oscura, sentía un frío que me congelaba hasta los huesos, la luna me asustaba, Nino, la noche se reía.

En mi sueño no habían escaleras ni estabas tú, y yo era un enano, un enano. Nino, yo no quiero llegar a los treinta, me da miedo. ¿Sabes? No quiero irme, no quiero soltar tus manos, no quiero perderme tus abrazos. Voy a extrañarte, de verdad, ya lo estoy haciendo. Anoche te prometí que volvería, tú me abrazaste. Aun siento tu abrazo, te dije que me lo llevaría para abrigarme.
Yo voy a volver, Ninora. Yo no quiero llegar a los treinta sin ti. Volveré y caminaremos por la Libertador, nos detendremos en el Obelisco y te contaré un millón de historias, y le haré un monumento a tu sonrisa. Y al llegar a tu edificio nos sentaremos en las escaleras, y voy a pedirte que seas mi novia, que te cases conmigo. Me convertiré en un ángel para ti. Porque sin ti, solo seré un enano que le teme a los treinta.

viernes, 12 de diciembre de 2008

DESDE EL ALMA DE UN ANCIANO...

Hoy no tengo historias para contar. Así que olvídense de mí. Yo quisiera hacerlo, lo de olvidarme de mí. ¿Se imaginan? Despierto un día y no sé quién soy y qué rayos hago despertándome tan temprano y luego quiero arruinarlo todo al piensar: “debo averiguar quién soy”. Y creo que el subconsciente me grita: “No lo hagas estúpido, ¿no es lo que has esperado?”. Pero no escucho nada y siento la necesidad de averiguar quién soy. Voy a escribirlo en un papel y lo guardaré bajo mi cama todos los días: “si despiertas y no sabes quién eres, no lo eches a perder, ni intentes averiguar tu identidad, invéntate otra”. Ahora me río pensando que tal vez lo leo y pienso algo como: “quién querría que me desmemoriara, me están ocultando algo”. Lo del papel no servirá, igual lo dejaré aquí.

Hoy soy un anciano. Sí, eso está bien. Soy un anciano de ochenta años. Mi nombre es Sadoc. Es el nombre que me gustaba para mi hijo menor. ¿Te acuerdas Angélica? Tú me dijiste algo como: “Ese nombre es de viejo”. Tenías razón, es un buen nombre para un viejo, para uno de ochenta años que vive en una montaña. Tuviste razón en muchas cosas, ¿recuerdas lo del proyecto? Decías: “para qué quieres enredarte la vida”. Ahora lo sé, lo sé porque soy un anciano que vive en una montaña y tiene un buen nombre.

Siempre quise vivir en una montaña. ¿Tú lo sabes? Sabes que nací en un valle bordeado por montañas y me arrancaron de mi tierra cuando solo era una criatura feliz sin ánimos de tomar decisiones. Por eso me gustan las montañas. ¿Tú qué piensas?

Yo creo que mi alma quedó conectada con las montañas y por eso a veces miro alrededor de esta ciudad y extraño las montañas que nunca han bordeado esta tierra. ¿Te acuerdas de Quebrada Honda? ¿Te sorprendiste, verdad? Me veías jugar “flichitas”, caminar sin camisa por las calles, gritar al vacío que separa a cada montaña. Era alguien diferente, era un niño, o quizá un anciano.

Me gusta vivir en esta montaña y tener un buen nombre. Aquí estoy lejos del amor y los errores. Leí en mi adolescencia que el amor es como un demonio, desde entonces me parece un gran peligro eso de entregar tu confianza a alguien que puede o no tomarla y tirarla contra el piso para verla hacerse mil pedacitos como de cristal que a su vez pueden hacerse en mil pedazos más, y reírse mientras se esparcen violentamente por los espacios como conquistándolos sin razón. Soy un anciano que no hablará del amor o de los errores.

Nunca me he sentado al lado de un anciano y escucharlo hablar sin que mencione su gran amor o un puñado de sus miles errores. ¿Te conté una vez, Ange, de mi visita al Asilo de Anciano? Fue en mi adolescencia. Fue idea de David. ¿Te acuerdas de él? Te hable una vez de David, ¿no? Mi amigo, compañero de estudios, que era católico. Bueno, ya sabes cómo son. Sí, los católicos como él, piadosos, de buen corazón, con esa extraña inclinación a las limosnas y esas cosas. Él llegó y me dijo:

- Ey Gusmar, ¿por qué no vamos al geriátrico?

Y yo que le respondo:

- ¿A Punta Gorda? ¿Al Asilo de ancianos?

Y él:

- Sí vale, a ese. Hay como cincuenta ancianos, seguro y se alegran con la visita de dos adolescentes.

Así pasó, todo un día rodeado de ancianos. Creo que los ancianos son como las montañas. No te rías, Ange, como las montañas. Lo sé porque mi alma estaba tranquila allí, escuchando miles de historias, historias de amor y de errores. Recuerdo que pensé algo como “para eso son los errores, para tener algo que contarle a los adolescentes cuando uno es anciano”. Me da risa Ange, a veces pienso grandes tonterías, como eso de amanecer desmemoriado un día. Y lo del papelito y que “si amaneces desmemoriado no intentes…”. De regreso al pueblo le digo a David:

- Es cierto eso ¿no?

Él sabía a lo que me refería, supongo que David también pensaba tonterías. Y volteo hacia la ventana, donde corrían los paisajes como a 120km/h, y le susurro a nadie: “sí, eso, que la vida no es tan corta”.

Pensé en los ancianos por muchos días. En sus errores. ¿Cuántos errores crees que lamentaré un día? ¿Me imaginas, Ange? Digo, yo en un ancianato, en uno de esos asilos, recibiendo la visita de dos adolescentes. No te rías, Ange. Me da miedo ¿sabes? Sí, miedo. Tanto que lloro. Tú sabes que lloro, me has visto llorar. ¿Te cansaste de verme llorar alguna vez? Te lo pregunto en tono serio. No sé por qué me preocupa ese rollo ahora. ¿Qué importancia tiene pensar en las lágrimas que ya se han derramado?

Mejor sigo escribiendo desde la montaña con mis manos arrugadas. No sé qué esperaba de ellas a mis ochentas. Están temblando y no puedo, o más bien no debo, exigirles que no tiemblen. Uno no debería dar órdenes absurdas, que no pueden cumplirse. Lo aprendí en mi adolescencia. Creo que fue leyendo “El Principito”. No lo recuerdo bien, a mi edad no debo exigirle a mi memoria que recuerde algunas cosas. Una vez pude darle una orden a mis manos, para entonces no temblaban. Pero cuando puedes dar una orden resulta que no sabes cómo hacerlo.

Creo que voy hablarles de mi amor y de mi error. No sé por qué, pero no puedo evitarlo. Debe ser porque es lo que hacemos los ancianos. Hablamos de amor y de error. Y a veces hasta lloramos cuando lo hacemos. Tal vez no lo noten, porque las lágrimas se esconden entre las arrugas, como agua entre surcos.

No sé por qué me sigue preocupando el asunto de las lágrimas. Ange, ¿Has notado que cuando lloro me tiemblan las manos? Lo menciono porque las veo temblar. Es como si esas gotas que se rebelan al encierro y la clandestinidad tuvieran más poder que el miedo. Nunca tiemblo de miedo, lo sabes. Sabes que prefiero caminar a temblar. Claro, sabes que cuando lloro es de miedo. ¿Has sentido ese miedo? Es como un nudo que se te hace en el estomago y se va enrollando hasta apretarte la garganta y sientes que las cuerdas vocales se enredan entre si y te das cuenta que ni puedes hablar. Entonces las lágrimas te ayudan a no ahogarte, a no estar callado. Y ese nudo que te ha enrollado hasta las entrañas murmura en tu alma: ¡futuuuurooooo! Pero te tiemblan las manos por las lágrimas, no por el miedo.

Es ya media noche, acabo de prender unos leños en la chimenea. Hace un frío horrible en esta montaña. A veces veo su silueta detrás de la niebla. Cuando la veo me tiemblan las manos, pero no son las lágrimas, es la vejez y no es el futuro, es el pasado. Bajo de la montaña una vez al mes, desde mi adolescencia. A los trece pasé frente a la librería. Y la vi por primera vez, sus mejillas rosadas y sus ojos negros detrás de los anteojos, eran hermosos, quiero decir sus ojos, no los anteojos. Entré y los nervios me atacaron, siempre fue así. No pude decir ni una papa. Solo señalé un libro con mi mano, y luego otro como dando tiempo a ver si se soltaba ese nudo. Fue inútil. Salí de la librería con dos libros en mi mano, su rostro en mi memoria y las palabras aprisionadas en mi estomago.

Tenían que ser esos libros. Precisamente esos. Tú tenías que escribirlos, Gabriel García Márquez. Claro, tú te sentaste y pensaste: voy a hacer del amor un asco. Y ¡plaf! Cayeron del cielo dos historias para asustar a un adolescente. Y tuve que leer esa, justo en mi adolescencia, justo cuando descubría el amor: “Del amor y Otros Demonios”.

¿Tenías que desgraciarle la vida a ese pobre cura que se enamoró de Sierva María? ¿Tenías que asquear el amor? ¿No podías detenerte a la mitad de tus historias y saborear un buen café? Un café siempre ayuda ¿sabes? Sí, relaja y te sientes como que puedes controlar el universo entero y quieres hacerlo, para acabar con la guerra y el hambre, ¡Para darle a un cura una larga vida al lado de su gran amor!

¿Te acuerdas Ange, cuando te conté la historia del cura? Tú me mirabas y te reías, no sé si de lo ridícula que es la historia o de la fascinación con la que yo la contaba. Tal vez pensabas: “no te basta con tus problemas, tienes que leer la patética vida de un cura inventado por un escritor que tal vez nunca ha saboreado un buen café”. Lo sé, ahora lo sé porque soy un anciano enredándole la vida a los que leen y se preguntan: “¿Este loco, es un anciano o no lo es? Pero funciona a veces. Eso de meterse en la vida de un cura o de un anciano de ochenta años y contar una historia que ni uno sabe cómo terminarla. Sí, funciona, debe ser porque el alma es rebelde, y quiere probar siempre que un escritor no puede tener razón acerca del amor.

Se me pasó la vida así. Visitando la librería, señalando libros. Ayer pensé ir a la librería y hablarle, y contarle lo estúpido que he sido al creer que por confesarle mi amor terminaré en un hospital lavando las llagas de una docena de leprosos sin precaución, deseando ser contagiado. ¿No les parece ridícula la historia de ese cura? Entonces hoy me levanté y vi ese libro, el segundo que señalé aquella vez, no lo leí nunca, le digo, Señor Márquez, después de leer “Del amor y Otros Demonios” no quise leer más nada suyo. Entonces vi el título: “Mis Putas Tristes”. La curiosidad finalmente me venció. ¡Y encuentro la trágica historia de un anciano que se enamora en la víspera de sus noventas y su vida se desmorona lentamente! Usted y yo definitivamente no podríamos ser amigos. ¿Tenías que hacer un infeliz del anciano en la víspera de sus noventa?

Tenías razón Angélica, Sadoc no es un buen nombre para un niño…

jueves, 11 de diciembre de 2008

LA LOCURA DE MI BUSQUEDA...

Ella sale cuando el sol apenas se muestra. Camina por las calles, calles muertas y vivas; por donde han transitado la alegría y la tristeza; donde han reposado los sueños, los que aun son sueños y los que ahora pesan, creo que los llaman: pesadillas.

Ella respira, a veces para vivir y otras para atrapar el aire que muchos han rechazado. Hay quienes rechazan el aire porque se niegan a danzar eso que llaman vida. Otros porque no pueden atraparlo. Ella puede hacerlo; no es que quiera, sino que puede. Es su habilidad, no la ha pedido, pero la tiene. Y hay cosas, unas se llaman “habilidades”, que no pueden soltarse. ¿Maldición o bendición? ¿Quién puede saberlo? ¿Para qué pensar en ello? ¿De qué serviría saberlo?

Muchos piensan que es un mito, una leyenda urbana. Y yo, a veces hablo de ella con locura. Mis ojos brillan cuando lo hago, mis manos se llenan de vida y cuando mis labios intentan pronunciar su nombre… Es absurdo el intento.

He querido encontrarla, en ocasiones creo seguir su rastro sintiendo que es ella quien me sigue. Y no sé si jugamos o son cosas mías, pero prefiero no saberlo, ya saben ¿De qué serviría?

Sé que existe, pero creemos que saber que una persona existe y no verla es ridículo, y entonces ¡plaf! “dejamos de creer”. Menospreciamos lo que sentimos cuando no es apoyado por la vista, lo creemos un sentimiento inválido, minusválido. Pero yo he sentido que existe.

Lleva un lienzo que cuelga enrollado en su espalda, y un bolso que rodea su cintura, en él colores y pinceles, y tablas desarmadas. Cuando sabe que ha caminado suficiente y respirado lo debido se sienta. No escoge el lugar al azar. Simplemente se sienta porque ha llegado. En un banco o en el césped, debajo de un árbol o el cielo, da igual, pues ella solo se sienta. Desenrolla su lienzo ignorando al mundo con su mirada, pero sintiéndolo pasear por sus pulmones. Arma sus tablas y extiende el lienzo, y muestra sus armas: pinceles y colores. Y hace lo suyo. Yo daría la mitad de mi vida por verla haciéndolo. Le da vida a la muerte, alegra la tristeza, viste de compañía a la ausencia, le da espacio al vacío. Lo hace y no lo sabe. Ella solo se expresa. Es la naturaleza de un héroe, eso pienso: “salva sin hacerlo”, por eso no presume. Y sospecho que es la razón por la que se siente incompleta, porque lo que hace no es para ella, aunque solo se expresa. ¿Cómo lo sé? Solo lo siento, no sé si es suficiente y no quiero saberlo.

La busco, no me interesa probar su existencia. La busco porque me siento incompleto y aclaro: no soy un héroe; y créanme no podría serlo jamás. Mi búsqueda viene de otra naturaleza: cobardía.

La busco porque siento su ausencia, como si aquí habría estado, porque toco el vacío sin espacio, porque la nostalgia me asalta y por un millón de razones más. Yo no salgo junto al sol, espero que adelante sus pasos porque tengo miedo de perderme, o de encontrarme, si, de encontrarme perdido. Pero no me he sentado aquí para hablar de mí, me gustaría dibujar las letras como lo hace ella; pero solo sé escribir, es lo que hago: dejar palabras en un papel, a veces sin sentido, sin profundidad, sin propósitos, sin ánimo de ser leídas, pérdidas, encontradas, rebeldes o sumisas. Solo son palabras.

Y comparto su sentimiento, sé que ella lo siente. Ese inepto deseo de cambiar mi habilidad, ¿lo has sentido verdad? Sé que lo has sentido, sentado aquí en este banco, frente a aquel hospital, sueño que sé que lo has sentido. No sé por qué sentarme aquí, no lo escogí al azar, solo lo hice, ahora sé que estuviste aquí un día, no sé si ayer u hoy, pero estuviste. Sentiste esa tristeza que encontré aquí, estaba sentada cuando llegué, digo: la tristeza. Hoy quiero que se quede conmigo, solo conmigo, que te suelte aunque sea solo por hoy, para que puedas pintar mi alegría, para que respires mi vida.

Ahora les pregunto a ustedes que leen mi relato, al que prometo volver en breve, ¿imaginan lo que sucedería si se fusionaran las letras escritas y las pintadas? “Magia”. Sé que es la magia que muchos buscan hoy caminando por las calles y yo sé que existe esa magia, con la que se puede burlar a la misma muerte y arrancarle el destino que presume. Creo, y quiero decir “aseguro”, que esa magia inhabilita la distancia, sustituye las palabras, establece una conexión. Volvamos al relato.

Ella quiso pintar hoy, esta vez se sentó debajo de un árbol que escondía al cielo, en un banco que pisaba el césped. Frente a un hospital donde la muerte esclaviza a la vida, donde la tristeza ríe sobre la alegría, donde la compañía no es nada y da igual la ausencia, donde el espacio es solo un vacío, debo decir: “un maldito vacío”. Allí sentada intentó hacerlo, apoyó el pincel sobre el lienzo, luego de tocar los colores sin ver lo que hacía. Solo logró algunos trazos sin sentido. Sucede, pensamos que lo que hacemos no tiene sentido, ¿lo has pensado verdad? Y allí viene el “que tonto soy” “a quien le importa si lo dejo” “es una idiotez todo esto” y tantos argumentos sin fundamentos. ¿Está bien dicho? “Argumentos sin fundamentos”, ¿puede existir tal cosa? Supongo que existe, pues la siento. Da igual, son solo palabras en un papel.

Rasgó el lienzo en dos. No sé que pasó con la otra parte. Pero llegué aquí, a este banco, siguiendo su rastro, mientras sentía que sus pinceles me seguían, y he tomado este papel sobre el cual escribo, en la parte posterior de un dibujo aparentemente sin sentido, lo volteo justo en este momento…

He visto el dibujo, es cierto, no tiene sentido, es mi alma. Has dibujado mi alma, tal vez creyendo que era la tuya, tal vez lo era, ¿De que serviría saberlo? Es mi alma sin sentido.

Me levanto, y aquí dejo este papel, seguiré caminando, tal vez vuelvas a sentarte en este banco, espero no te espere mi tristeza, ¿o es tuya? Espero consigas esta nota, la dejaré debajo de este banco, frente a aquel hospital, escondida del cielo, reposando sobre el césped; tal vez este papel diga un día que fui real y tu lo fuiste, aunque lo sé, solo son palabras escritas en un papel.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

SI HOY FUERA ESE DIA...

Si fuera hoy el día, si me dijeran: hoy es el último día de tu vida…

Pensaría en escribir.

No buscaría compañía… Hoy estorbarían…

No pediría un deseo… Hoy no sé cómo hacerlo.

No caminaría si quiera… Hoy estoy cansado.

Solo mis manos se moverían. Ellas vivirían por sí solas con espíritu. Ellas caminarían por las veredas de mi alma y recorrerían incluso los rincones que abandoné. Saltarían la pared que tanto evito, y tal vez hasta la pintarían, si, creo que lo harían.

Escribiría de los sueños no concretados, de aquellos abandonados por quedar solo. Escribiría de este sentimiento que en una semana me castiga en extremo y me hace leer sin leer, caminar sin caminar, sonreír sin sentir la dicha de hacerlo.

Si fuera hoy el día, no pediría otro más… No sentiría miedo, hoy el miedo se ausenta, hoy nada podría sorprenderme. Nada.

Me burlaría de los fantasmas que rompen el silencio nocturno e intentan desvelarme. Me desvelaría pero para burlarme. Miraría el cielo, no por creer que no volveré a verlo, solo por mirarlo, porque qué otra cosa podría hacer.

Escribiría un millón de historias en una hora, y tomaría cada papel escrito y lo arrojaría por las ventanas de mi casa. Tal vez solo así alguien que pase, sabrá que una vez existió Gusmar.

Las letras tal vez quitarían el sabor amargo de mi amargura, tal vez sería dulce, como es dulce ya mi locura.

Si hoy fuera el último día, escogería entre mis amigos, a quienes son y siento de verdad mis amigos y les pediría una historia a cada uno, y les regalaría yo una a cada uno.

Escribiría improvisando, sin tener argumento, sin respetar los tiempos, sin dejarme vencer por los esquemas que una vez me vencieron.

Si hoy fuera ese día, solo diría; dame una hora para escribir.

lunes, 1 de diciembre de 2008

VEREMOS DE NUEVO LAS ESTRELLAS.

Dedicado a Beatriz, escrito por la mano izquierda de la otra parte que se sienta frente al mar de Paraguaipoa.

Fue un viernes. Salí a las 3:40am de mi empleo y me antojé de una arepa rellena con pollo. Decidí ir al Terminal de Cabimas, entre las 2am y 4am “el paisa” está justo frente a la parada de “Cabimas-Lagunillas”, ubica sus peroles en una banca de concreto destinada para los pasajeros de la línea, dejando solo una disponible para ellos.

Comer a que “el paisa” es todo un evento, para mí siempre lo es. Uno puede conseguir allí a jóvenes que andan en “rumbas”, a pasajeros que llegan a la ciudad a esas horas, o que simplemente están haciendo escala para continuar su trayecto, hombres y mujeres que esperan a algún familiar, y hasta trabajadores que cumplen horarios nocturnos y salen en la madrugada con antojos de comer arepa, alguno de ellos tal vez con sed de una nueva historia.

Cuando llegué estaba el paisa sirviendo unas arepas, la única banca disponible estaba ocupada por dos mujeres, una de tal vez 26 años de edad y la otra calculé que estaría cerca de los 30, esta última tenía un niño de 5 años sentado en sus piernas. Frente a ellas, de pie y al lado del brazo derecho del paisa, un hombre de unos 35 años de edad con actitud jovial. Detrás del paisa cuatro carros por puesto de la línea ya mencionada. Y frente a él, a espalda de las dos mujeres un auto, un corsa cuatro puertas color azul.

Me paré a la izquierda del paisa e hice mi pedido perturbado por la belleza del rostro de la mujer más joven. Sus ojos eran negros y llenos de misterios, como una noche sin estrellas. Su cabello, exactamente del mismo color de sus ojos, caía sobre sus hombros con una elegancia y soberanía que parecía ver caer la lluvia sobre las montañas. Su rostro definido por líneas delicadas, su piel blanca como la niebla que a las 6pm cubre los cerros de Aroa. Sus labios delgados y definidos, rojos como llenos de vida y poseedores de alma, tan rojos que su brillo me invitaban a ver el amanecer.

- ¿Qué más, amigo? ¿Cómo estuvo el trabajo?

La voz del paisa me recordó el por qué estaba yo allí. Conteste su pregunta e hice mi pedido, decidido a ignorar el rostro de aquella mujer inicié una conversación con el paisa mientras comía. El tema escogido: las elecciones regionales del domingo 23 de noviembre y la interpelación del ex gobernador del Zulia, elegido ahora alcalde de la ciudad de Maracaibo.

De vez en cuando sentía que ella me miraba y en una de esas ocasiones decidí enfrentar mi suposición y la miré encontrándose nuestras miradas por cinco segundos pues ella esquivó mis ojos al sentirlos sobre los suyos. De nuevo me sentí como hechizado por su belleza y está vez imaginé cómo sería su sonrisa, sospeché que quizá podría ser tan cautivante como los cantos de loreley, despertando la conciencia de cualquier alma en pena haciéndole sentir el peso de la miserabilidad de la condición humana y la necesidad olvidad de perseguir una estrella.

- ¿Otra arepa o ya está pesado?

De nuevo el paisa trayéndome al Terminal de Cabimas.

- Así está bien paisa- Respondí y pagué lo consumido.

El hombre frente a las mujeres pagó su cuenta y ella se levantó de la banca y caminó hacia el auto, el corsa azul, apoyando su espalda sobre él como dejando reposar su cuerpo. El niño en las piernas de la otra mujer se levantó y sentándose ahora en las piernas del hombre que se sentó a su lado.

Yo caminé sin pensarlo en dirección al corsa azul, pasé frente a ella y seguí mi camino solo cinco pasos adelante. Me devolví y frente a ella, le dije:

- Hola, ¿no me busco problemas con tu hermano si hablo contigo unos minutos?

Me miró directo a los ojos uniendo sus cejas.

- ¿Por qué dices que es mi hermano? Podría ser mi esposo, de mal carácter, y estarías en líos.

- Él tiene un anillo y ella también- Le dije, señalando a la mujer que ahora estaba de pie frente a su esposo mirándonos a nosotros- y, además, tienes el mismo color de ojos que tu hermano.

Recorrió con su mirada el paisaje frente a ella como aparentando no estar interesada en conversar con un extraño.

- Bien, debo irme- Dije luego de unos segundos. Ella me miró como esperando algo más, yo di la espalda y pensando en que debía decirle lo que sentí al pasar frente a ella decidí voltear de nuevo.

- Mientras comía te observaba, y debo decirte que eres muy linda. Me pregunté por qué no te vi sonreír y hace unos minutos al pasar frente a ti y verte mirando al cielo como buscando las estrellas creo que lo supe, solo quiero decirte que aunque no las veas hoy, ellas están allí; tal vez sientas que no están porque así lo dice tu vista, pero una noche de estas volverás a verlas y sabrás que siempre estuvieron allí.

Ella miró al cielo y luego me miró a mí, sonriendo. “Puedo perseguir una estrella”, pensé. Y luego murmuré:

- No me equivoqué sobre tu sonrisa.

Ella me miró interrogándome con un gesto en su rostro, sin intención de traducir con palabras su pregunta. Y yo no tenía la intención de contestarle.

- Ahora sí, debo irme. Fue un placer.

Antes de dar la espalda ella me dijo:

- Espera, ¿no preguntarás mi nombre?

- No, hoy no. Acostumbro a venir los viernes y sábados a esta hora, un día tal vez volvemos a coincidir y puede que me des tu nombre.