viernes, 30 de enero de 2009

VIDA ERES TU.

Esto lo escribí pensando en una madre, hoy lo dedico a todas aquellas madres que visitan este sitio.

La vida, es tanto lo que puedo decir de ella, y no es que he vivido demasiado pero si suficiente.

He vivido a través de tus ojos, veo en ellos la grandeza del mar, ese coraje con el levanta sus olas pretendiendo alcanzar a la luna. Veo en ellos la claridad de un cielo azul que esconde secretos, que invita a la libertad y llena de esperanzas. Veo las nostalgias de la noche, donde una brisa suave acaricia el alma y susurra historias, que solo tus ojos pueden contarme.

He vivido a través de tus manos, cuyos toques sanan las heridas de mi alma, manos que extiendes y restauran, que construyen, a veces cansadas, pero siempre construyen.

He visto la vida en tu alma, que me hace creer que hay un Dios, y he llegado a pensar que eres una de sus manifestaciones, un ángel dirían algunos, una deidad diría yo.

He visto la vida en tus pies, pues he vivido por tus andares. Tus pies han abierto caminos, y hoy transito por ellos. Intento seguir tu rastro, creyendo que un día podré alcanzarte.

He visto la vida en tu corazón, y en él, montañas que señalan la cercanía de la distancia, lo veo y pienso que todo es posible.

He vivido a través de tus labios, tu voz disipa el temor de vivir. Haces huir mi incertidumbre, puedo seguir siendo un niño cuando escucho tu voz… Y la vida se hace simple, porque me guías, camino confiado en la melodía de tu voz.

He vivido a través de tus brazos, siempre abiertos para mí. En ellos encuentro un refugio cuando el frío amenaza con congelar mi corazón. Puedo correr hasta ti y esconderme en tu amor, y alimentas mi fe cuando creo que todo está perdido.

He visto que la vida es un constante comienzo, conviertes mis fracasos en experiencias, y puedo resurgir. Tus brazos tienen ese poder, puedo crecer sin temor a perderme.

He visto la vida en tu sonrisa, faro de luz en las tempestades de mis emociones. Cuando el manto gris empaña mi alma, verte sonreír es vivir, y como una llama inminente enciendes mi alegría y sigo viviendo.

Puedo decir de la vida que hay recuerdos que son tesoros, sí, la vida es una isla llena de tesoros. Mis tesoros están ligados a ti.

La vida es una suerte… Mi suerte eres tú…

La vida, es tanto lo que puedo decir de ella, y no es que he vivido demasiado pero si suficiente. Y es que hoy puedo decirlo en tres palabras: Vida eres Tú.

miércoles, 28 de enero de 2009

NO SÉ SI PUEDAS CREERME...

Dedicado a una amiga cuyo nombre hoy no es necesario mencionar, perdón por el retraso…

No sé si puedas creerme pero anoche lloré tus lágrimas. Es que me aterra tu soledad que ha sido mía. Aunque sé que la necesitas, me duele tu necesidad, no la quiero para ti… Daría lo que sea para que se quedara contigo.

No sé si puedas creerme pero anoche odié la distancia, la misma que ha sido mi abrigo, no me importa morir de frío, quiero estar a tu lado, si has de morir que sea mi destino también, quién sabe, tal vez junto a ti podría renacer.

Quise tener alas, es cierto, le temo a las alturas, es que aun me duelen muchas caídas. Solo quiero poder volar para regalarte mis alas, desde aquí vigilaría tu vuelo, seguiría tu sombra, no te dejaría caer y al fin mis brazos serían útiles.

Deseé tener un mundo, no porque lo quiera, sino para compartirlo contigo, quizá solo pueda darte este no-mundo, pero perdona amiga, no es un espacio agradable y siento que ya lo compartimos. Si fuera útil el egoísmo, si al menos aquí fuera eficaz, te sacaría de este espacio, pero es un no-mundo-no-mío y también un no-mundo-no-tuyo… De nada sirve el egoísmo.

No sé si puedas creerme pero quisiera regalarte otro pasado, para que desearas un futuro distinto viviendo un presente que no sea éste… Pero el pasado que conozco es el mismo que te ha traído aquí, desearías el mismo futuro y para qué hablar del presente… Somos el mismo punto de la imagen que ninguno a querido dibujar.

Me gustaría encontrar un camino para verte andar, sé que no me dejarías solo mirarte, y si lo hicieras (no sé si puedas creerme) sería suficiente.

Hoy quisiera inventar una sonrisa, para verte sonreír. Respirar otro aire para regalarte mi aliento.

No sé si pudieras creerme pero “ay” si creerme sirviera de algo…

sábado, 24 de enero de 2009

EL HOMBRE DEL SUR.

Dedicado a mí amigo Enrique Crespo y su novia Abigail, brother, pronto nos vemos en el sur.

El sur tenía un nombre muy sencillo, era un espacio simple por lo tanto ofrecía una vida simple. Un lugar corriente, muy tranquilo para uno con espíritu “rebelde”.Esperó el momento oportuno, la excusa oportuna y partió… Directo al norte, sin pensar mucho en lo que dejaba detrás, es un equipaje muy pesado para un viaje tan largo.

Muchas veces cuando viajamos creemos llevar lo necesario, solo nos damos cuenta de ese error al buscar en el norte lo que solo existe en el sur. Entonces descubrimos que hay viajes que nunca debemos hacer. Pero si ya hemos partido no nos queda otra opción que la de sacar lo mejor del lugar donde estamos… Eso creemos, pero… ¿por qué no pensar en el regreso? Es parte de la maldición del norte, el orgullo de mantener la posición obstinada de encontrar el porvenir donde no es nuestro lugar.

Lo conocí en el norte, él en su cuadra y yo en la mía. El destino y sus trampas nos hicieron tropezar.

Hay trampas de las que no podemos escapar cuando pertenecemos al sur, hay lecciones que no podemos evadir aun cuando podemos no aceptar. Hoy he pensado mucho en ello, he recordado a aquel hombre del sur y he envidiado su valor, pues se necesita valor para aceptar las lecciones y volver al sur. Nunca nadie lo había hecho.

Al llegar al norte sintió haber alcanzado su primer logro, el norte es un lugar de independencia y eso es un logro que solo alcanzan los fuertes, eso creía yo. Aquí se confunde la libertad con la independencia, se confunden los valores, es decir, insistimos en devaluar lo que en verdad importa y así, poco a poco la brisa del norte va incrustando su polvillo en el corazón hasta revestirlo y hacerlo de piedra. Cuando el corazón se hace de piedra nos creemos superiores al ver las emociones enmudecidas.

Algunas noches la brisa del sur se cuela por las ventanas y acaricia el alma, entonces miramos la luna y ella nos habla con su reflejo. Esas noches recordamos aquel lugar a donde pertenecemos, pero ya no parece simple, vemos las aguas de los lagos donde reposa la luz de sol y al verlas podemos ver también nuestro rostro reflejado en ellas y es como si el sol brillara desde nuestra alma. Miramos los cerros que bordean el sur, y es asombrosa la pretensión de tocar el cielo.

Extraño el sur, hoy más que nunca lo extraño. Ese lugar donde las mujeres saben amar e incluso saben esperar a quien se ha ido dejando como única prenda una promesa, mujeres cuyas caricias pueden sanar las heridas más profundas del hombre y donde el hombre solo puede vivir para ellas, pues ellas lo son todo. Extraño esa tierra donde ves a los niños jugar y puedes ser uno de ellos. Hoy deseo ser un niño, para jugar libre, aun libre de la independencia. Tal vez sentiste eso aquella noche, amigo mío, tal vez por eso volviste, para ser de nuevo un niño. Es que aquí, lejos del sur, puedes ser todo lo que quieras pero nunca un niño. Aquí las sonrisas son maquillajes.

Él se cansó de las mentiras, de vivir amarrado a horarios absurdos, de no ser él mismo, se cansó de extrañar lo que podía tener, de desear tener al lado a su gran amor cuando aquel deseo una vez fue concedido, mucho antes de ser un deseo. Llega un momento en el que es ridículo estar lejos de lo cercano, si lo has sentido entonces eres del sur. Te das cuenta de que solo te separa una decisión y te preguntas cómo es que una palabra tan sencilla puede ocasionar una batalla tan difícil de ganar. Hoy me lo he preguntado.

Él se cansó de los ruidos del norte, esos que no te permiten escuchar tu alma, que te impiden soñar, es irónico, un sueño te lleva al norte y ese mismo sueño te roba la capacidad de soñar.

Pero él regresó, una noche la brisa del sur acarició su corazón y le pareció escondía la voz de aquella mujer, recordó su promesa de volver y así quiso acercarse a la brisa que jugaba con sus andares. Aquella noche, desde mi cuadra, lo vi partir y aquí estoy debajo de este árbol donde él se detuvo justo antes de que desapareciera ante mi vista y me pregunto qué hago aquí tan lejos del sur, este no es mi lugar.

Si debo sacar lo mejor de tu visita al norte diré que mostraste el camino al sur, si debo sacar lo mejor de mi visita escribiré entonces en este árbol que en la vida lo que vale es el amor, tan simple como eso, así es el sur.

jueves, 22 de enero de 2009

LAS BABAS DE LA IGLESIA...

Imagino la cara del señor Cortázar de haber estado aquel domingo entre las doscientas personas frente al escenario. Creo, que sin esperar a que el servicio culminara se habría levantado de su asiento y se le vería salir del local con una sonrisa tonta. Fuera del local cruzaría la calle parándose justo frente a la fachada del local y al leer: Iglesia Evangélica Pentecostal Y Misionera Bethania, encendería un cigarrillo a la espera de un taxi.

Cortázar estaría ansioso por llegar a su habitación y sentarse detrás de la maquina de escribir para volar mientras se fuma otro cigarrillo sonriendo aun. Imagino que antes de tomar su taxi con el cigarrillo sujeto por sus labios revisaría con ambas manos sus bolsillos para encontrar su libreta, tomaría el bolígrafo y apuntaría: argumento: la unción.

No creo que Cortázar intentaría hablar con el niño predicador, yo lo haría. Esperaría afuera cuando todos los hermanos se saludan y de alguna forma llegaría hasta el niño. Lo invitaría a comerse un helado, frente a las iglesias, en aquel tiempo, se estacionaban heladeros así que lo llevaría hasta la acera y allí compartiendo un helado iniciaría mi entrevista a manera de una improvisada conversación; afortunadamente no tuve que hacerlo.

De lo que sí estoy seguro es de dos cosas: Julio Cortázar habría escrito una gran historia basada en aquel domingo y la lectura de su manuscrito sería prohibida para los creyentes por parte de las autoridades religiosas.

No puedo escribir una gran historia al estilo de ese gran escritor, apenas si puedo entender La Rayuela, pero aquí les relato lo sucedido aquel domingo.

Yo tenía nueve años de edad y por ser hijo de pastores de la organización, y otros detalles que en este relato no son importantes, fui invitado a enseñar en la iglesia Bethania (me da pereza escribir todo el nombre completo, ya lo mencioné arriba). Aquella sería mi segunda experiencia detrás de un pulpito, muy prematura tomando en cuenta que solo tenía nueve años y que mi primera experiencia había sido tres días antes en la iglesia que mi padre pastoreaba, donde crecí y me eran muy familiares tanto los servicios como las caras de las setenta personas que para entonces formaban parte de la membresía. Para aquel entonces se consideraba una iglesia numerosa dentro de la organización a aquella cuya membresía constaba de cien creyentes, yo nunca había sabido de una que pudiera tener doscientos miembros y menos podía imaginar que estaría en una de ellas enseñando.

Los tres días transcurrieron muy rápido (la misma noche que prediqué en la iglesia pastoreada por mi padre fui invitado a Bethania pues el pastor accidentalmente visitaba nuestra congregación). Repasé el sermón todos esos días, me paré frente al espejo una y otra vez imaginando que estaba frente a la congregación tal como mi padre me había enseñado. Había hecho mi bosquejo ajustado a mi escaso pero suficiente conocimiento de la homilética. Y llegó el domingo.

Fue uno de los domingos de Junio de 1990. Llegué a Bethania tomado de la mano de mi padre, vestido como un “pastorcito” (de corbata y saco). Me asombré al ver la estructura del local y la cantidad de personas. Nos recibió la superintendente de Escuela Dominical, nos dirigió hasta los primeros asientos. Pronto empezó el servicio y con cada minuto que transcurría sentía que el corazón me iba a explotar, el estomago se me torcía, sentía la sangre corriendo por mis venas como a mil kilómetros por hora y las manos me sudaban, pensé que producto del sudor de mis manos aquel lugar podría inundarse en cualquier momento. Llegó el momento en el que la superintendente me presentó ante la congregación como el predicador de la mañana, pasé, tomé el micrófono de manos de la presentadora, saludé a la congregación con el acostumbrado “Dios les bendiga” y justo en ese momento mi mente se nubló. No recordaba ni mi nombre. Comencé a llorar, creo que lloré por diez minutos, solo lagrimas, nada de llantos ni gritos, ni siquiera palabras, eran torrentes de agua saliendo por mis ojos. En algún punto de esos diez minutos la superintendente tomó un micrófono y ordenó a los presente ponerse en pie y adorar a Dios porque ella sentía la unción sobre el escenario y que por eso yo estaba llorando, que levantaran las manos para que la unción reposara sobre ellos también.

Yo solo era un niño de nueve años llorando por nerviosismo.

Hace meses, después de mucho tiempo visité un local cristiano invitado por un amigo que asiste allí y me pidió que asistiera porque había una actividad especial, antes de entrar vi en la fachada el nombre: Iglesia Cristiana Getsemaní. Entré, el lugar estaba repleto de gente. Hoy día esos lugares son más amplío y los miembros parecen reproducirse por minutos. El ministro que dirigía el servicio invitó a una joven para que entonara un cántico de adoración. Ella pasó, tendría unos 19 años o tal vez 21. Entonaba el cántico y comenzó a llorar, lloraba mientras cantaba. El ministro ordenó a la congregación estar en pie y levantar las manos para que recibieran una “doble unción” del espíritu. Yo salí del local con una sonrisa tonta. No encendí un cigarro ni esperé un taxi. En cambio esperé a que el servicio culminara.

Las cosas no han cambiado mucho en esos lugares, la chica lloraba porque en el escenario recordó la escena de esa tarde, minutos antes de salir al servicio, en la que sus padres le notificaron que habían decidido divorciarse.

¡Si Cortázar hubiera estado allí!...

martes, 20 de enero de 2009

DE LA ARROGANCIA, LA IGNORANCIA Y OTROS DEMONIOS.

- ¿Recuerdas a Roberto A? - Me preguntó Lucy mientras almorzábamos seis meses después de aquel reencuentro.

Yo sonreí mientras recordaba los años en los que me congregué en la iglesia “El Buen Pastor”, donde nos conocimos hace trece años atrás.

Roberto A. era un señor de cuarenta años que visitaba el Estado Zulia eventualmente para predicar campañas evangelísticas. Aseguraba haber recibido el llamado de evangelista lo que, según él, lo capacitaba con dones sobrenaturales y casi exclusivos. Se autoproclamaba como un siervo escogido por Dios con la autoridad de sanar enfermos como nadie podría hacerlo. Apenas subía a las tarimas y se ubicaba detrás de un pulpito reflejaba un aire de superioridad; sus espectadores éramos pobres desgraciados, algunos pecadores infelices y otros cristianitos ignorantes. Decía no estar seguro de cual de las dos condiciones era peor, pero la buena noticia era que sus visitas, producto de la misericordia divina, traían salvación a los pecadores infelices y conocimiento a los cristianitos ignorantes. Así que luego de sus mensajes, quienes deseábamos lo uno o lo otro debíamos pasar frente a la tarima y allí recibiríamos lo deseado gracias al toque de sus manos, previamente ungidas con aceite.

- ¡Cómo olvidar al ungido de Jehová! – Respondí sonriendo aun.

Ella sonrió levemente, y con toda seriedad me dijo:

- Estuvo por aquí hace un par de semana, esta vez se le pasó la mano…- Y entonces me relató lo siguiente:

Hace un par de meses, Javier, el hijo de una señora, miembro de la iglesia a donde Lucy asiste, quedó en coma producto de un accidente automovilístico. La noche en la que Roberto A. visitó la congregación habló de milagros y de cómo en sus “giras evangelísticas” los enfermos sanaban. Tan pronto culminó el mensaje la señora pasó frente a la tarima rogándole a Roberto A que orara por su hijo, que le hiciera el milagro. El evangelista untó sus manos con aceite y las colocó en la cabeza de la señora declarando sanidad sobre su hijo. Cuando terminó la oración le exigió a la señora que lo mirara a los ojos y le dijo: “tu hijo sanará en tres días, no lo digo yo, lo dice Dios a través de mí. Cree en lo que Dios está diciendo, tu hijo se levantará, dale gracias a Dios hoy por el milagro”. La mujer explotó en llanto agradecida, la congregación aplaudió al evangelista. Una semana después Javier murió.

- La familia está destrozada, confundida. Piensan que Dios mintió, se preguntan por qué Dios hizo eso, por qué jugó con sus esperanzas.- Me dijo Lucy con dolor. Y sin ocultar su ira agregó:

- Tú y yo sabemos bien lo que sucedió. Y sabemos que difícilmente ellos lo entenderán. Lo más asombroso es la preocupación del pastor y la directiva de la congregación: están preocupado por la imagen del ministerio delante del pueblo. Y el argumento para mantener el buen nombre del ministerio ante lo ocurrido es que la madre no tuvo suficiente fe.

La indignación y la ira corrieron por mis venas, pensé de nuevo en aquellos años en los que mis creencias dependían de lo que un “ministro” aseguraba… Miré a Lucy y solo le dije:

- Roberto A. tenía razón, quienes asistíamos a sus actividades no éramos más que cristianitos ignorantes.

viernes, 16 de enero de 2009

DEL FANATISMO Y OTROS DEMONIOS...

El servicio de oración avanzaba. Cada cierto tiempo el ministro detrás del pulpito abría sus ojos para asegurarse de que todo transcurría en orden.

De repente escuchó gritos inusuales en sus reuniones y su mirada apuntó directo al sujeto.

- Siga adorando a Dios… No pierda su comunión…- Dijo con solemne voz, luego de hacer señas a dos diáconos para que se acercaran al altar. Les dio instrucciones de dirigirse hacia el sujeto y traerlo hasta él.

Así Guillermo M, un hombre de 1,90 y bigote al estilo Pancho Villas, junto a Carlos J, de menor estatura y de un peso aproximado de 120kg, caminaron directo a la última banca y apenas el sujeto sintió encima las manos de los diáconos se sacudió violentamente para evitar ser atrapado.

Los gritos desesperados del sujeto llamaron la atención de las cuarenta personas reunidas en el local y el clamor se detuvo.

- ¡Es un espíritu de rebeldía!- Exclamó el ministro y al instante dos diáconos más se unieron a la batalla.

Con exagerado esfuerzo el sujeto fue llevado hasta el altar, y allí, treinta minutos después de una gran batalla, en la que el sujeto impedía que el ministro colocara las manos sobre su cabeza, hubo un ganador.

Marco, (el sujeto) un niño de siete años fue vencido por el cansancio y el llanto y se quedó dormido. El ministro sonreía satisfecho por su hazaña. Lo entregó a la madre advirtiéndole que el espíritu solo había sido neutralizado y que para la total liberación debía entregarse a no menos tres días de ayunos y constante oración.

La congregación aplaudió emocionada por la victoria del ministro ante un niño que sencillamente no entendía por qué debía estar un martes en la noche entre un grupo de adultos que gritaban como locos y no jugando con los amiguitos de la cuadra.

Dieciocho años después recuerdo aquella escena y siento escalofríos, me pregunto qué sentirá Marco al recordarlo, qué sentirá cuando pasa frente a un local como aquel, y qué pensará de Dios…

Si un día Marco, lees esto quiero decirte que Dios es diferente a como te lo dibujaron a tus siete años… Tienes que creerme…

martes, 13 de enero de 2009

NO ME HE PERDIDO EN LA SELVA (A QUIEN PUEDA INTERESAR)

Tu sospecha es cierta: No me he perdido en la selva.

Aunque te cuento, quisiera tener el valor para hacerlo. No te asombres… Sé que conoces mis locuras, y sabes, tal vez el origen de ellas… Pero es así. Se necesita valor para perderse. Y si algo no me ha alcanzado hasta ahora es el valor. Pero no pongas esa cara ni sientas algo tan parecido a la lastima. Estoy trabajando en ello: en el valor.

Es que he soñado con que puedo perderme, y el sueño fue tan grato que aun tengo ese sabor en el alma. El sabor de la ausencia de los prejuicios que aun someten mi voluntad, el sabor de la felicidad de entregarse a los presagios que destellan en el alma por solo segundos y que prometen futuros inciertos, seguros pero inciertos. ¿Lo entiendes? Sinceramente espero que no, pues si así fuera entonces tampoco te alcanza el valor.

No es la selva lo que me asusta, ya he estado en ella. Y es cierto que todo puede salir de control y que arriesgas incluso lo que no debes, pero no me asusta la selva, me asusto yo. Puedes empezar a sonreír, aunque por hoy no te hablaré más de “yo”, mejor sigue sonriendo.

Fueron buenos estos días, pudieron ser mejores, pero fueron buenos. Y prometo darte detalles… Te hablaré de mis días en la selva, de mi deseo de volver, tal vez te sorprenda un día de estos y leas que finalmente me perdí en ella. Te hablaré lo que he visto en estos días, de las historias que he cazado, de los ojos que he mirado, incluso de unos que me miraron y aun tocan mi alma… Todo a su tiempo, solo quiero decirte hoy que aquí estoy, que seguiré escribiendo… Que seguiré caminando… Que sigo creyendo que la vida no es corta, y que no pienso seguir perdiendo tiempo… Espero sigas pasando por aquí.