Él viene y me habla de una vida eterna, de un paraíso que espera nuestras pisadas después de la muerte, me dice que es un refugio en el que nuestras lágrimas serán enjugadas, donde ya la muerte no tendrá poder sobre nosotros y no habrán pesares, Yo lo escucho atento, y veo en sus ojos una vida que no vive, que espera vivir. Él no lo sabe, pero todo lo que pudiera decirme alguna vez lo dije yo, y tuve su pasión que me distraía de las desventajas a mi alrededor, sin suerte yo habría estado en su lugar hablándole a él y seguramente él hubiera abrazado mis palabras, anclándose en ellas para escapar de la realidad inmediata.
Comprendo, y lo digo sinceramente, que muchos se preocupen por el después de la muerte, entiendo que fabriquemos productos que den paso a la esperanza de un mejor porvenir en un mejor lugar y en mejores condiciones que las que nos rodean en este planeta; puedo justificar a una madre que cría a sus cuatro hijos sola, y enfrenta sola la adolescencia de dos de ellos, que llora en las madrugadas con ansiedad rogando al cielo que el hijo rebelde que aun está en las calles no sea alcanzado por la muerte, puedo justificarla cuando me dice que espera el día en el que en un paraíso celestial pueda descansar y pasar sus días gozando de tranquilidad. Puedo entender a una joven de veintiún años que ha perdido a su madre, que la ha visto desgastarse paulatinamente víctima del cáncer hasta morir y que ella me diga que espera abrazarla una vez más en el paraíso. Entiendo que doctrinas y corrientes han generado creencias que hoy sirven de esperanza a muchos, y no pretendo yo atacar la esperanza de nadie, no tengo derecho y la verdad no tengo interés tampoco.
Yo lo escucho a él, anclado en un futuro incierto, seguro y con convicción de una teoría que es el resultado de la mezcla de doctrinas que han surgido en siglos anteriores y que se han instaurado como infalibles bajo métodos subjetivos y arcaicos, pero ya nadie cuestiona los métodos utilizados sino que aceptan tales doctrinas por tradición, haciendo de la convicción un producto que resulta de actitudes dogmaticas. Veo tristeza allí, en sus ojos, tristeza que interpreto como resignación a un futuro más allá de los límites de la realidad palpable, por no poder dominar los factores que han definido su realidad. Yo me alegro, en cierta forma me alegro, de que él pueda tener esperanza, es mi amigo y lo aprecio, nuestra amistad es más importante que nuestros terrenos y los límites de las ideologías. Le permito hablarme de lo que él sabe hablar, lo escucho, y él me permite hablarle de lo que yo sé hablar. No hay afán entre nosotros por convencernos de los puntos de vistas contrarios, el cristianismo es, al menos en práctica, para los dos un escenario. Tal vez también él vea tristeza en mis ojos cuando hablo de mi forma de percibir el cristianismo, puede que interprete mi tristeza como inconformidad hacia el cristianismo que viví antes de nuestra amistad.
Él sabe que no adverso el cristianismo porque sea cristianismo, que bien pudiera llamarse de otra manera y aun así adversaría muchas de sus doctrinas porque han hecho daño a la condición humana sirviendo de ambiente en el que han evolucionado actitudes egoístas, excluyentes, exclusivistas, actitudes justificadas como cumplimientos de normativas y requisitos necesarios para expresar la fe, haciendo de la fe un producto venenoso para el alma y la unión del ser humano. Pero no es mi intención asaltar terrenos privados, hablo con mi amigo porque me lo permite, y él habla conmigo porque se lo permito, a lo más en cuanto a la vida eterna y el millón de forma de expresar el paraíso celestial puedo preguntar y qué con la vida ahora, ¿pasaremos nuestros días proclamando una vida futura sin intentar si quiera remediar las condiciones fatales de la vida ahora? Entiendo que la pregunta suene odiosa, pero lamento ver iglesias incrustadas en barrios donde la juventud se ahoga en vicios y amarguras y solo proclaman un futuro después de la muerte, por qué no actuar a favor de un mejor porvenir en esta vida también. Tengo mi esperanza, y no de un paraíso celestial, para ser honesto el asunto del paraíso ha dejado de preocuparme, mi esperanza no es celestial sino más bien terrenal, espero que un día el cristianismo, en esta ciudad, preste atención también a la transformación social necesaria para una mejor condición de la vida finita y nada eterna que transcurre entre los límites del tiempo que rigen esta realidad palpable.
Y le digo a mi amigo que está bien, que yo pudiera abrazar la esperanza de un paraíso celestial, y le pregunto si él pudiera abrazar la responsabilidad de construir a través del cristianismo un mejor escenario de vida en esta vida, y reímos, sabemos que es más fácil creer en el paraíso que usar el cristianismo para una transformación social pues tendríamos que enfrentar todo su progreso y derribar sus estructuras actuales, pero no es una inquietud exclusiva nuestra, así que confiamos en que un día, tal vez nuestros hijos, conocerán una mejor expresión del cristianismo…
Comprendo, y lo digo sinceramente, que muchos se preocupen por el después de la muerte, entiendo que fabriquemos productos que den paso a la esperanza de un mejor porvenir en un mejor lugar y en mejores condiciones que las que nos rodean en este planeta; puedo justificar a una madre que cría a sus cuatro hijos sola, y enfrenta sola la adolescencia de dos de ellos, que llora en las madrugadas con ansiedad rogando al cielo que el hijo rebelde que aun está en las calles no sea alcanzado por la muerte, puedo justificarla cuando me dice que espera el día en el que en un paraíso celestial pueda descansar y pasar sus días gozando de tranquilidad. Puedo entender a una joven de veintiún años que ha perdido a su madre, que la ha visto desgastarse paulatinamente víctima del cáncer hasta morir y que ella me diga que espera abrazarla una vez más en el paraíso. Entiendo que doctrinas y corrientes han generado creencias que hoy sirven de esperanza a muchos, y no pretendo yo atacar la esperanza de nadie, no tengo derecho y la verdad no tengo interés tampoco.
Yo lo escucho a él, anclado en un futuro incierto, seguro y con convicción de una teoría que es el resultado de la mezcla de doctrinas que han surgido en siglos anteriores y que se han instaurado como infalibles bajo métodos subjetivos y arcaicos, pero ya nadie cuestiona los métodos utilizados sino que aceptan tales doctrinas por tradición, haciendo de la convicción un producto que resulta de actitudes dogmaticas. Veo tristeza allí, en sus ojos, tristeza que interpreto como resignación a un futuro más allá de los límites de la realidad palpable, por no poder dominar los factores que han definido su realidad. Yo me alegro, en cierta forma me alegro, de que él pueda tener esperanza, es mi amigo y lo aprecio, nuestra amistad es más importante que nuestros terrenos y los límites de las ideologías. Le permito hablarme de lo que él sabe hablar, lo escucho, y él me permite hablarle de lo que yo sé hablar. No hay afán entre nosotros por convencernos de los puntos de vistas contrarios, el cristianismo es, al menos en práctica, para los dos un escenario. Tal vez también él vea tristeza en mis ojos cuando hablo de mi forma de percibir el cristianismo, puede que interprete mi tristeza como inconformidad hacia el cristianismo que viví antes de nuestra amistad.
Él sabe que no adverso el cristianismo porque sea cristianismo, que bien pudiera llamarse de otra manera y aun así adversaría muchas de sus doctrinas porque han hecho daño a la condición humana sirviendo de ambiente en el que han evolucionado actitudes egoístas, excluyentes, exclusivistas, actitudes justificadas como cumplimientos de normativas y requisitos necesarios para expresar la fe, haciendo de la fe un producto venenoso para el alma y la unión del ser humano. Pero no es mi intención asaltar terrenos privados, hablo con mi amigo porque me lo permite, y él habla conmigo porque se lo permito, a lo más en cuanto a la vida eterna y el millón de forma de expresar el paraíso celestial puedo preguntar y qué con la vida ahora, ¿pasaremos nuestros días proclamando una vida futura sin intentar si quiera remediar las condiciones fatales de la vida ahora? Entiendo que la pregunta suene odiosa, pero lamento ver iglesias incrustadas en barrios donde la juventud se ahoga en vicios y amarguras y solo proclaman un futuro después de la muerte, por qué no actuar a favor de un mejor porvenir en esta vida también. Tengo mi esperanza, y no de un paraíso celestial, para ser honesto el asunto del paraíso ha dejado de preocuparme, mi esperanza no es celestial sino más bien terrenal, espero que un día el cristianismo, en esta ciudad, preste atención también a la transformación social necesaria para una mejor condición de la vida finita y nada eterna que transcurre entre los límites del tiempo que rigen esta realidad palpable.
Y le digo a mi amigo que está bien, que yo pudiera abrazar la esperanza de un paraíso celestial, y le pregunto si él pudiera abrazar la responsabilidad de construir a través del cristianismo un mejor escenario de vida en esta vida, y reímos, sabemos que es más fácil creer en el paraíso que usar el cristianismo para una transformación social pues tendríamos que enfrentar todo su progreso y derribar sus estructuras actuales, pero no es una inquietud exclusiva nuestra, así que confiamos en que un día, tal vez nuestros hijos, conocerán una mejor expresión del cristianismo…