Sacudió el barro de sus pies, con ira, justo antes de atravesar el portal al interior de su casa, cuando el sol ya se ocultaba detrás del horizonte, en el horizonte del horizonte tal vez, donde comienza el principio que conduce a otro final, pero señalando el final de un día que sería archivado por algunos y olvidado por otros, porque así son los días, dependiendo siempre de la memoria para seguir existiendo y como los días es nuestra propia existencia… Así lo entendió él, luego de sacudir los pies, entrar a la casa, y volver la vista al horizonte para ver el sol apagarse, bajó la mirada y vio el barro pegado al piso del patio, entonces recordó las palabras del anciano sacerdote que dictaba los sermones en aquellos años en los que su corta edad no le permitían escoger entre ir o no ir a misa los domingos… “Porque barro somos y hechura de sus manos, y al barro volveremos”… No podía recordar si la palabra exacta, usada muy a menudo por el sacerdote era barro o lodo, entonces se dio cuenta que desde la adolescencia no asistía a ningún acto religioso.
Barro o lodo ya no importaba, como tampoco importaba si era o no hechura de un dios cristiano o musulmán, oriental u occidental o el producto de accidentes cósmicos o lo que sea, sin embargo, no podía negar que había transcurrido a través del tiempo, que su trayectoria había sido larga según la cronología humana y la caducidad lógica del hombre según las estadísticas modernas; como el barro, había sacudido también fragmentos de su vida, y su existencia se acercaba al estado de espejismo, así lo definió en ese instante, llegaba el momento en el que solo sería un fantasma en la memoria de algunos y en la de otros simplemente no existiría. Se preguntó por qué tanta ira, y descubrió que desde su adolescencia la ira había sido una emoción constante en él, que había caminado ciego y por lo tanto no había llegado a ningún lugar, no tenía historias que contar, o un pasado en el cual refrescar su memoria, mirando el barro se dio cuenta que ya costaba un esfuerzo enorme levantar su mirada al cielo y observar el abismo vestirse de noche.
Así como sus movimientos también sus argumentos se debilitaban, pensó que se vuelve al barro, o al lodo, vacío, desnudo de argumentos y carente de esfuerzos… “Nada trajimos, nada llevamos…”. Ni siquiera la fe prestada o impuesta lo acompañaba, solo ese carácter reflexivo que apenas nacía en él, y al pensarlo, al sorprenderse reflexionando sobre tantas tonterías, y deseando haber sido diferente, notó que la vejez conquistó sus días…
Barro o lodo ya no importaba, como tampoco importaba si era o no hechura de un dios cristiano o musulmán, oriental u occidental o el producto de accidentes cósmicos o lo que sea, sin embargo, no podía negar que había transcurrido a través del tiempo, que su trayectoria había sido larga según la cronología humana y la caducidad lógica del hombre según las estadísticas modernas; como el barro, había sacudido también fragmentos de su vida, y su existencia se acercaba al estado de espejismo, así lo definió en ese instante, llegaba el momento en el que solo sería un fantasma en la memoria de algunos y en la de otros simplemente no existiría. Se preguntó por qué tanta ira, y descubrió que desde su adolescencia la ira había sido una emoción constante en él, que había caminado ciego y por lo tanto no había llegado a ningún lugar, no tenía historias que contar, o un pasado en el cual refrescar su memoria, mirando el barro se dio cuenta que ya costaba un esfuerzo enorme levantar su mirada al cielo y observar el abismo vestirse de noche.
Así como sus movimientos también sus argumentos se debilitaban, pensó que se vuelve al barro, o al lodo, vacío, desnudo de argumentos y carente de esfuerzos… “Nada trajimos, nada llevamos…”. Ni siquiera la fe prestada o impuesta lo acompañaba, solo ese carácter reflexivo que apenas nacía en él, y al pensarlo, al sorprenderse reflexionando sobre tantas tonterías, y deseando haber sido diferente, notó que la vejez conquistó sus días…
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