lunes, 13 de junio de 2011

MAGIA.

Sonríe mientras mira a su alrededor, piensa que solo falta él, sería perfecta la tarde de este domingo de junio si aún estuviera él. Mira sus manos, aún sonriendo, no le pesan las arrugas en la piel, ni siquiera ese temblor en las manos, él le decía que era el nervio propio de la piel cuando sabe que ya se acerca mucho más el momento del descanso, le decía que a veces descansar asusta, da miedo, porque uno se acostumbra a esa agonía constante a la que llamamos vida. Corren los nietos a su alrededor y la rozan, en su garganta una fiesta de lágrimas se va preparando, pero nadie ve sus lágrimas festejar, levanta su mirada al cielo, y una gota que rueda por su mejilla se convierte en el eco de las palabras de quien fue su compañero “no es en el cielo donde debes buscarme, es dentro de ti, porque siempre seré uno contigo…”. Así que cierra los ojos y cree mirarlo, allí está él, sereno, siempre con letras en sus manos, para ella; puede verlo sonreír también, porque él sonríe cuando ella lo mira, porque él siempre fue feliz frente a sus ojos.

Con sus ojos cerrados invoca el aroma de la tierra azotada por el sol de junio, que apenas comienza a descansar con el atardecer, él siempre le decía que junio era un mes con pasión, es de luz intensa durante el día, pero sus atardecer ofrecían una paz llena de magia, le decía que era una magia que no alcanzaba a ser descrita con las palabras, entonces ella sonreía y lo miraba con gesto de “no sabes lo que dices”, y él le decía que un día entendería la magia, y entonces sabría que hay un lenguaje mucho mejor que las palabras. Se le ocurrió mientras mantenía los ojos cerrados que aquel lenguaje del que hablaba su compañero podría ser el aroma de la tierra, el aroma del cielo, el susurro de la brisa, la tonalidad de todo lo natural, y abrió sus ojos una vez más, deseando con el corazón y con el alma suya que él estuviera frente a ella para abrazarlo y decirle que había logrado entender la magia, estaba dispuesta a reconocer que él siempre supo lo que decía. Pero no lo encontró, en cambio vio la cara de sus cinco hijos y de sus nietos que la miraban sonriendo.

Se sentaron junto a la mesa, allí en el patio de la casa, bajo el manto de la tarde del mes de junio, mientras la noche del veintinueve se maquillaba para caer, hijos y nietos, y ella… El mayor de los hijos suspiró, y dejó escapar un “solo falta mi padre”, que llenó de silencio el último minuto del atardecer. Ella miró a cada uno de ellos, y sonriendo les dijo “su padre fue un mago, y logró quedarse entre nosotros, yo no puedo explicarlo con mis palabras, pero un día entenderán la magia”.

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