Todavía tengo el dulce sabor de su hogar… Allí los atardeceres tienen colores que en ningún otro cielo he visto y cada minuto transcurre lento y va dejando huellas que no se borran… Jamás sonreí como en su hogar, al menos no en muchos años, su magia detuvo el día por un día y viví lo que por siglos busqué, pero no era mi lugar, lo sabía ella y también yo. Pero decidimos ignorar lo que sabíamos, sabiendo que lo hacíamos porque a veces hay que detenerse en el camino y plantear treguas para encontrar reposo…
Y los dos habíamos caminado tanto que deseamos el reposo y rendimos nuestros pasos… Nos dejamos encontrar y fingimos accidentes, como si aun creyéramos que burlar al tiempo y fingir los espacios es posible, como si guardáramos aun un poco del carácter iluso que el camino borró del alma, como si aun lleváramos el alma en nuestros viajes y alguna fantasía creída en los bolsillos. Y nos entregamos a la suerte de la compañía, con miedo aun, es que habíamos olvidado que la soledad a veces estorba y que el silencio puede ser un obstáculo; torpes, tontos, lentos, avanzamos al ritmo del tiempo, tiempo torpe, tonto y lento que nos permitió jugar, que se dejó engañar. Y descubrimos que es posible encontrar el final del camino, y que eso que llaman destino puede dibujarse fácilmente si se dispone de los colores correctos.
Todavía respiro la fragancia de su hogar, y voy caminando ya, de nuevo, son obstinados mis pies, obstinado el empeño que me marcó al nacer y que me obliga a avanzar… Y ella tal vez aun lo recuerde, quizá camina hacia la misma dirección, puede que al final del camino nos encontremos los dos, sonriendo, ironías del tiempo, o puede que no… Lo que sé es que existe mi hogar porque el sabor y la fragancia del suyo es prueba de la existencia del mío, lo que sé es que existe un final porque mis días van desapareciendo y yo envejeciendo, y no me importa llegar cansado y anciano, yo solo quiero llegar y allí sonreír para siempre y ver a mi alrededor reunidos aquellos buenos momentos que han desaparecido en el camino…
Y los dos habíamos caminado tanto que deseamos el reposo y rendimos nuestros pasos… Nos dejamos encontrar y fingimos accidentes, como si aun creyéramos que burlar al tiempo y fingir los espacios es posible, como si guardáramos aun un poco del carácter iluso que el camino borró del alma, como si aun lleváramos el alma en nuestros viajes y alguna fantasía creída en los bolsillos. Y nos entregamos a la suerte de la compañía, con miedo aun, es que habíamos olvidado que la soledad a veces estorba y que el silencio puede ser un obstáculo; torpes, tontos, lentos, avanzamos al ritmo del tiempo, tiempo torpe, tonto y lento que nos permitió jugar, que se dejó engañar. Y descubrimos que es posible encontrar el final del camino, y que eso que llaman destino puede dibujarse fácilmente si se dispone de los colores correctos.
Todavía respiro la fragancia de su hogar, y voy caminando ya, de nuevo, son obstinados mis pies, obstinado el empeño que me marcó al nacer y que me obliga a avanzar… Y ella tal vez aun lo recuerde, quizá camina hacia la misma dirección, puede que al final del camino nos encontremos los dos, sonriendo, ironías del tiempo, o puede que no… Lo que sé es que existe mi hogar porque el sabor y la fragancia del suyo es prueba de la existencia del mío, lo que sé es que existe un final porque mis días van desapareciendo y yo envejeciendo, y no me importa llegar cansado y anciano, yo solo quiero llegar y allí sonreír para siempre y ver a mi alrededor reunidos aquellos buenos momentos que han desaparecido en el camino…
No hay comentarios:
Publicar un comentario