DEL FANATISMO Y OTROS DEMONIOS... (RELATO UNO).
El servicio de oración avanzaba. Cada cierto tiempo el ministro detrás del pulpito abría sus ojos para asegurarse de que todo transcurría en orden.
De repente escuchó gritos inusuales en sus reuniones y su mirada apuntó directo al sujeto.
- Siga adorando a Dios… No pierda su comunión…- Dijo con solemne voz, luego de hacer señas a dos diáconos para que se acercaran al altar. Les dio instrucciones de dirigirse hacia el sujeto y traerlo hasta él.
Así Guillermo M, un hombre de 1,90 y bigote al estilo Pancho Villas, junto a Carlos J, de menor estatura y de un peso aproximado de 120kg, caminaron directo a la última banca y apenas el sujeto sintió encima las manos de los diáconos se sacudió violentamente para evitar ser atrapado.
Los gritos desesperados del sujeto llamaron la atención de las cuarenta personas reunidas en el local y el clamor se detuvo.
- ¡Es un espíritu de rebeldía!- Exclamó el ministro y al instante dos diáconos más se unieron a la batalla.
Con exagerado esfuerzo el sujeto fue llevado hasta el altar, y allí, treinta minutos después de una gran batalla, en la que el sujeto impedía que el ministro colocara las manos sobre su cabeza, hubo un ganador.
Marco, (el sujeto) un niño de siete años fue vencido por el cansancio y el llanto y se quedó dormido. El ministro sonreía satisfecho por su hazaña. Lo entregó a la madre advirtiéndole que el espíritu solo había sido neutralizado y que para la total liberación debía entregarse a no menos tres días de ayunos y constante oración.
La congregación aplaudió emocionada por la victoria del ministro ante un niño que sencillamente no entendía por qué debía estar un martes en la noche entre un grupo de adultos que gritaban como locos y no jugando con los amiguitos de la cuadra.
Dieciocho años después recuerdo aquella escena y siento escalofríos, me pregunto qué sentirá Marco al recordarlo, qué sentirá cuando pasa frente a un local como aquel, y qué pensará de Dios…
Si un día Marco, lees esto quiero decirte que Dios es diferente a como te lo dibujaron a tus siete años… Tienes que creerme…
DE LA ARROGANCIA, LA IGNORANCIA Y OTROS DEMONIOS. (RELATO DOS).
- ¿Recuerdas a Roberto A? - Me preguntó Lucy mientras almorzábamos seis meses después de aquel reencuentro.
Yo sonreí mientras recordaba los años en los que me congregué en la iglesia “El Buen Pastor”, donde nos conocimos hace trece años atrás.
Roberto A. era un señor de cuarenta años que visitaba el Estado Zulia eventualmente para predicar campañas evangelísticas. Aseguraba haber recibido el llamado de evangelista lo que, según él, lo capacitaba con dones sobrenaturales y casi exclusivos. Se autoproclamaba como un siervo escogido por Dios con la autoridad de sanar enfermos como nadie podría hacerlo. Apenas subía a las tarimas y se ubicaba detrás de un pulpito reflejaba un aire de superioridad; sus espectadores éramos pobres desgraciados, algunos pecadores infelices y otros cristianitos ignorantes. Decía no estar seguro de cual de las dos condiciones era peor, pero la buena noticia era que sus visitas, producto de la misericordia divina, traían salvación a los pecadores infelices y conocimiento a los cristianitos ignorantes. Así que luego de sus mensajes, quienes deseábamos lo uno o lo otro debíamos pasar frente a la tarima y allí recibiríamos lo deseado gracias al toque de sus manos, previamente ungidas con aceite.
- ¡Cómo olvidar al ungido de Jehová! – Respondí sonriendo aun.
Ella sonrió levemente, y con toda seriedad me dijo:
- Estuvo por aquí hace un par de semana, esta vez se le pasó la mano…- Y entonces me relató lo siguiente:
Hace un par de meses, Javier, el hijo de una señora, miembro de la iglesia a donde Lucy asiste, quedó en coma producto de un accidente automovilístico. La noche en la que Roberto A. visitó la congregación habló de milagros y de cómo en sus “giras evangelísticas” los enfermos sanaban. Tan pronto culminó el mensaje la señora pasó frente a la tarima rogándole a Roberto A que orara por su hijo, que le hiciera el milagro. El evangelista untó sus manos con aceite y las colocó en la cabeza de la señora declarando sanidad sobre su hijo. Cuando terminó la oración le exigió a la señora que lo mirara a los ojos y le dijo: “tu hijo sanará en tres días, no lo digo yo, lo dice Dios a través de mí. Cree en lo que Dios está diciendo, tu hijo se levantará, dale gracias a Dios hoy por el milagro”. La mujer explotó en llanto agradecida, la congregación aplaudió al evangelista. Una semana después Javier murió.
- La familia está destrozada, confundida. Piensan que Dios mintió, se preguntan por qué Dios hizo eso, por qué jugó con sus esperanzas.- Me dijo Lucy con dolor. Y sin ocultar su ira agregó:
- Tú y yo sabemos bien lo que sucedió. Y sabemos que difícilmente ellos lo entenderán. Lo más asombroso es la preocupación del pastor y la directiva de la congregación: están preocupado por la imagen del ministerio delante del pueblo. Y el argumento para mantener el buen nombre del ministerio ante lo ocurrido es que la madre no tuvo suficiente fe.
La indignación y la ira corrieron por mis venas, pensé de nuevo en aquellos años en los que mis creencias dependían de lo que un “ministro” aseguraba… Miré a Lucy y solo le dije:
- Roberto A. tenía razón, quienes asistíamos a sus actividades no éramos más que cristianitos ignorantes.
LAS BABAS DE LA IGLESIA... (RELATO TRES).
Imagino la cara del señor Cortázar de haber estado aquel domingo entre las doscientas personas frente al escenario. Creo, que sin esperar a que el servicio culminara se habría levantado de su asiento y se le vería salir del local con una sonrisa tonta. Fuera del local cruzaría la calle parándose justo frente a la fachada del local y al leer: Iglesia Evangélica Pentecostal Y Misionera Bethania, encendería un cigarrillo a la espera de un taxi.
Cortázar estaría ansioso por llegar a su habitación y sentarse detrás de la maquina de escribir para volar mientras se fuma otro cigarrillo sonriendo aun. Imagino que antes de tomar su taxi con el cigarrillo sujeto por sus labios revisaría con ambas manos sus bolsillos para encontrar su libreta, tomaría el bolígrafo y apuntaría: argumento: la unción.
No creo que Cortázar intentaría hablar con el niño predicador, yo lo haría. Esperaría afuera cuando todos los hermanos se saludan y de alguna forma llegaría hasta el niño. Lo invitaría a comerse un helado, frente a las iglesias, en aquel tiempo, se estacionaban heladeros así que lo llevaría hasta la acera y allí compartiendo un helado iniciaría mi entrevista a manera de una improvisada conversación; afortunadamente no tuve que hacerlo.
De lo que sí estoy seguro es de dos cosas: Julio Cortázar habría escrito una gran historia basada en aquel domingo y la lectura de su manuscrito sería prohibida para los creyentes por parte de las autoridades religiosas.
No puedo escribir una gran historia al estilo de ese gran escritor, apenas si puedo entender La Rayuela, pero aquí les relato lo sucedido aquel domingo.
Yo tenía nueve años de edad y por ser hijo de pastores de la organización, y otros detalles que en este relato no son importantes, fui invitado a enseñar en la iglesia Bethania (me da pereza escribir todo el nombre completo, ya lo mencioné arriba). Aquella sería mi segunda experiencia detrás de un pulpito, muy prematura tomando en cuenta que solo tenía nueve años y que mi primera experiencia había sido tres días antes en la iglesia que mi padre pastoreaba, donde crecí y me eran muy familiares tanto los servicios como las caras de las setenta personas que para entonces formaban parte de la membrecía. Para aquel entonces se consideraba una iglesia numerosa dentro de la organización a aquella cuya membrecía constaba de cien creyentes, yo nunca había sabido de una que pudiera tener doscientos miembros y menos podía imaginar que estaría en una de ellas enseñando.
Los tres días transcurrieron muy rápido (la misma noche que prediqué en la iglesia pastoreada por mi padre fui invitado a Bethania pues el pastor accidentalmente visitaba nuestra congregación). Repasé el sermón todos esos días, me paré frente al espejo una y otra vez imaginando que estaba frente a la congregación tal como mi padre me había enseñado. Había hecho mi bosquejo ajustado a mi escaso pero suficiente conocimiento de la homilética. Y llegó el domingo.
Fue uno de los domingos de Junio de 1990. Llegué a Bethania tomado de la mano de mi padre, vestido como un “pastorcito” (de corbata y saco). Me asombré al ver la estructura del local y la cantidad de personas. Nos recibió la superintendente de Escuela Dominical, nos dirigió hasta los primeros asientos. Pronto empezó el servicio y con cada minuto que transcurría sentía que el corazón me iba a explotar, el estomago se me torcía, sentía la sangre corriendo por mis venas como a mil kilómetros por hora y las manos me sudaban, pensé que producto del sudor de mis manos aquel lugar podría inundarse en cualquier momento. Llegó el momento en el que la superintendente me presentó ante la congregación como el predicador de la mañana, pasé, tomé el micrófono de manos de la presentadora, saludé a la congregación con el acostumbrado “Dios les bendiga” y justo en ese momento mi mente se nubló. No recordaba ni mi nombre. Comencé a llorar, creo que lloré por diez minutos, solo lagrimas, nada de llantos ni gritos, ni siquiera palabras, eran torrentes de agua saliendo por mis ojos. En algún punto de esos diez minutos la superintendente tomó un micrófono y ordenó a los presente ponerse en pie y adorar a Dios porque ella sentía la unción sobre el escenario y que por eso yo estaba llorando, que levantaran las manos para que la unción reposara sobre ellos también.
Yo solo era un niño de nueve años llorando por nerviosismo.
Hace meses, después de mucho tiempo visité un local cristiano invitado por un amigo que asiste allí y me pidió que asistiera porque había una actividad especial, antes de entrar vi en la fachada el nombre: Iglesia Cristiana Getsemaní. Entré, el lugar estaba repleto de gente. Hoy día esos lugares son más amplío y los miembros parecen reproducirse por minutos. El ministro que dirigía el servicio invitó a una joven para que entonara un cántico de adoración. Ella pasó, tendría unos 19 años o tal vez 21. Entonaba el cántico y comenzó a llorar, lloraba mientras cantaba. El ministro ordenó a la congregación estar en pie y levantar las manos para que recibieran una “doble unción” del espíritu. Yo salí del local con una sonrisa tonta. No encendí un cigarro ni esperé un taxi. En cambio esperé a que el servicio culminara.
Las cosas no han cambiado mucho en esos lugares, la chica lloraba porque en el escenario recordó la escena de esa tarde, minutos antes de salir al servicio, en la que sus padres le notificaron que habían decidido divorciarse.
¡Si Cortázar hubiera estado allí!...
AUNQUE NO NOS DEJEN... (RELATO CUATRO).
Ana tiene quince… Niña y se le vino un problemón…
No, no es la canción de Maná, no es la Ana que se enfrenta a un embarazo no deseado, no planificado y que frustrará su futuro…
Ana, era tan solo una bebita de cinco años cuando la conocí, de ojos vivos y sonrisa mágica. Creciendo entre escuelas dominicales y vida de congregación junto a su madre y su hermana que hoy ha escogido una ruta distinta. Pero Ana no; ella, adolescente y soñadora ha limitado sus sueños a las paredes de un templo. Ya de doce años, me dijo una vez que quería ser parte del “grupo de adoradores” de su congregación y lo haría con excelencia si le dieran la oportunidad. Creo que fue la última conversación que sostuve con ella hasta hace un mes cuando visité a su familia y me saludó sin ojos vivos ni sonrisa mágica, y con una mirada que refleja la ausencia de los sueños.
Fue Elena, su hermana, quien me contó lo sucedido con la furia que causan estas cosas en quienes odiamos a muerte la esclavitud religiosa.
A los trece años de edad, luego de aprobar los exámenes correspondientes, la directiva de su congregación consintió en bautizarla y aprobó también su solicitud de formar parte del grupo de adoradores. Al ser aceptada decidió inscribirse en una academia de canto. Ana era feliz, lo fue por dos años, viviendo su sueño, sintiéndose útil, satisfecha por la convicción de que agradaba a Dios.
Hace dos meses su felicidad fue rota. Su hermana Elena se casó. Su padre le había pedido a Ana que cantara junto a un mariachi en la reunión después de la ceremonia de la boda de Elena. Ana aceptó. Lo hizo porque no tenía corazón para negarse al deseo de su padre, porque lo ama, lo ama sin importarle que él no haya querido abrazar el cristianismo. Aun así Ana le rogaba a Dios que su padre se olvidara de su capricho y pudiera así ella librarse de su compromiso, pues no quería ir en contra de las normas de la congregación pues esto lo había asimilado ya, hace muchos años, como un pecado contra Dios, y también, como un golpe contra su sueño.
La noche después de la ceremonia, en el club donde se llevó a cabo la reunión, su padre subió al escenario y presentó al mariachi y le pidió a Anita, su hija, que cantara junto al mariachi: “Si nos dejan”. Anita subió al escenario y su padre la abrazó, ella le sonrió, al mirar al público posó sus ojos sobre las mesas donde estaban ubicados los pastores y directivos de la congregación y con su voz temblorosa y el llanto ahogado en su pecho entonó la canción. Apenas terminó de cantar se escucharon los aplausos y un grito de su padre orgulloso “¡Esa es mi hija!”.
Era sábado, y al día siguiente le esperaba una reunión con los pastores y directivos cuya sentencia ya era conocida por ella: Fue expulsada del grupo de adoradores y sometida a tres meses de observación.
Un mes le restaba cuando la vi aquella tarde y conversé con ella luego de escuchar el relato de su hermana. No era la misma Ana. Ya no valía la pena soñar, era presa de confusiones, las mismas que sufrí yo a mis diecisiete años de edad. A mi me han traído por la ruta correcta, a un mundo donde los sueños no son cadenas y donde la libertad es verdadera…
¡Ay Anita! ¡Ojala y encuentres la ruta correcta! ¡Ojala y mis palabras sean suficientes!
Yo quiero verte otra vez con los ojos vivos y tu sonrisa mágica…
Aunque no nos dejen, Anita… Aunque no nos dejen…
LA SUJECIÓN Y LAS PALABRAS MAGICAS... (RELATO CINCO).
Hace algunos días acepté la propuesta de compartir reflexiones de veinte minutos a través de un programa en una estación radial cristiana de mi ciudad. Intento centrar mis reflexiones en principios que se desprenden de la Biblia en oposición a los argumentos anticristianos que se transmiten como vicios en algunas congregaciones.
Ayer, apenas culminé la reflexión del día recibí una llamada de una mujer que apuntó mi número celular…
- Hola hermano, Dios le bendiga.
- Hola, buenas tardes, ¿quién me habla?
- Soy “X” y acabo de escucharle en la radio.
- Hola “X”, un placer, dime en qué puede servirte.
- Pues verá hermano, asisto a la iglesia y me convertí al evangelio hace un año, mi marido lo hizo hace seis meses. Vivíamos en concubinato y nos casamos hace un mes, para podernos bautizar, y preparamos todo para nuestra boda eclesiástica que celebraríamos el próximo domingo…
- ¡A qué bien! Felicitaciones “X”.
- Gracias hermano, lo que sucede es que la semana pasada mi marido tuvo una discusión con un vecino y le habló con groserías… El asunto llegó a oídos de mi pastor y en una reunión le dieron un mes de disciplina, así que ya no podremos casarnos este domingo porque el pastor nos dijo que en disciplina no puede celebrarse la boda eclesiástica… Me siento muy mal.
- Entiendo, “X”…- Ella me interrumpe antes de que yo pueda continuar…
- Yo sé que no puedo hacer nada, mucho menos quejarme, pues él es la autoridad y debo sujetarme.
En este punto me muerdo los labios para no confrontarla en una conversación telefónica que no dará para diez minutos más y con el tiempo insuficiente para asegurarme de que ella pueda entender, aun así me enciendo de cólera, pero mantengo la calma mientras le sugiero:
- Pero mira, por qué no intentas hablar con tu pastor y explicarle cómo te sientes y cuánto has esperado ese día, tal vez considere su decisión.
- No hermano, debo sujetarme, aun así no puedo dejar de sentirme mal.
Escucho su voz temblar y deduzco que llora… Ella continúa:
- Solo quería que usted me diera una palabra para no sentirme mal.
En este punto no sé si colgar o no. No sé cuál de sus vicios es más grave: su mansa entrega a la esclavitud de la sujeción o su esperanza en las palabras mágicas.
- Bien, “X”, la verdad es que es natural que te sientas mal y una palabra no podrá cambiar tus emociones y sentimientos. Solo puedo decirte que muchas de esas cosas no deberían ocurrir y no deberíamos permitirlas. Que todos fallamos y no debes permitirte nunca creer que una falla te hace inferior a otro. Y espero que puedas cumplir tu sueño de celebrar una boda eclesiástica.
- Gracias hermano, me siento mejor. Todo será para bendición.
Corto la llamada, asombrado del poder de los vicios sobre el alma y lamento por ella ese “todo será de bendición”. Pero la esclavitud ha sido su decisión y pienso que se necesitan más de veinte minutos diarios y más de un programa radial para educar a una población cristiana que tiene la necesidad de romper las ataduras impuestas por la religión y que no se permite disfrutar de la libertad que con agonía consumó el Hijo de Dios. Por un momento siento que tal vez es tonto mi esfuerzo, pero concluyo en que es mucho mejor ser un tonto esforzándose y no un esclavo manso ante los vicios transmitidos.
* Si eres uno de esos líderes, amantes de la sujeción a ti en nombre de una mal llamada “unción”, recapacita pues estas entre los soldados que juegan con el manto de Cristo agonizando por la humanidad.
* Las palabras en cursivas sugieren desarrollos de otros temas en próximos post.
UN ADORADOR... ¿FUERA DE CONTEXTO? (RELATO SEIS).
Cuando él decidió participar en “Fama, Sudor y Lágrimas”, escuché los comentarios de sus compañeros de congregación, quienes en un tiempo dijeron ser sus hermanos:
“Dios no permitirá que pase de la primera fase porque está en desobediencia”
“Es un rebelde, cómo se le ocurre participar en un programa en el que tiene que cantar música mundana”
Más tarde, un líder de su congregación me comentó que lo habían cortado por su mal testimonio y por usar su talento para el mundo. Pero él continuó en el concurso, y el dios de la congregación de sus hermanos se descuidó pues pasó a la segunda fase. Al ganador del concurso el canal de televisión le grabaría su primera producción y la distribuiría, además de entregarle una considerable suma de dinero en efectivo. Su meta era ganar y no le importó la oposición de sus hermanos.
Al inicio del concurso dijo que si ganaba, con el dinero operarían a su madre, que lo necesitaba con urgencia. Durante tres meses los participantes, que una vez a la semana demostraban su talento, eran sometidos a la votación de los televidentes y a las críticas de los jueces y dependiendo de los resultados podían o no permanecer en el concurso e ir avanzando a las fases siguientes hasta llegar a la gran final.
Mientras esto sucedía en mi ciudad rodaba una carta, entre las congregaciones, que dejaba bien claro que el joven no contaba ya con la cobertura del pastor y el apoyo de la congregación, y que estaba descarriado. El descuido del dios de aquellos tuvo que ser más grande aun, pues él no solo pasó a la gran final sino que se convirtió en el único ganador del concurso. Esta vez los comentarios eran:
“Ganó el mundo pero perdió la salvación de su alma”
“Es una lastima porque pudo haber sido un adorador de la talla de fulano de tal, un verdadero instrumento de dios”
Recibió el dinero, grabó su primera producción. Sus canciones sonaban en las mejores estaciones radiales del país, en mi ciudad no había un productor radial que no quisiera entrevistarlo o algún programa de televisión que no quisiera contar con su presencia. En todos los eventos estaba él. Logró operar a su madre, pero después de tres meses murió. Según los que conocían al dios del descuido sentenciaron que la muerte de su madre era el castigo de su desobediencia y pecado. Él no ignoraba los comentarios a su alrededor, y pensé que era suficiente razón para sentir amargura en su corazón contra el cristianismo que conoció y que a lo mejor la imagen distorsionada del verdadero Dios proyectada a través de aquel dios descuidado y vengativo lo habría lanzado finalmente y de verdad por un camino errado y complicado.
Le perdí la pista por un par de años. Hace un par de meses asistí a un evento en el que él se presentaría. El lugar del evento no entra dentro de las esferas de sus hermanos que a fin de cuentas dejaron de serlo; no es un lugar para los adoradores de un dios descuidado y vengativo: por fortuna ya no es su dios y el mío tampoco. Hizo derroche de su talento por dos horas, cubriendo las expectativas, interpretando temas inéditos y temas de otros interpretes. Cuando ya cerraba el show pidió una vez más la atención de su público y guardamos silencio para escucharlo decir:
“Hace poco más de dos años yo no tenía recursos para operar a mi madre que lo necesitaba con urgencia, mucho menos para cumplir un sueño tan querido como lo era grabar una producción musical. Pero Dios tuvo misericordia de mí, por su bondad mi esfuerzo dio frutos, así gané un concurso que me dio la posibilidad de alcanzar mis dos únicos sueños para entonces. Por tres meses pude ver a mi madre sonreír como nunca antes, y le estaré eternamente agradecido a Dios, y a ustedes por el apoyo. Por esa razón quiero regalarles en exclusiva el primer promocional de mi segunda producción que saldrá a la venta en dos meses. Dedicado a Él por su cuidado y a ustedes por el apoyo”
Escuché el tema con mucha atención y curiosidad, era un sentimiento de agradecimiento a un Único y Verdadero Dios que es camino y libertad, que es amor y oportunidad. Lo escuché en silencio, sin poder evitar aplaudir mientras se despedía. Yo aplaudía a un joven de 23 años con valor y determinación, lo aplaudí por su comprensión, aun contra toda la opresión, de la existencia de un Dios que no se detiene, que opaca a los dioses ineptos que proyectan algunos para mantenerse a salvo de peligros inexistentes. Aplaudí porque aun existen adoradores que no pretenden ser fulanos de tal y que no utilizan figuras como congregaciones como mercados ni títulos como apariencias para venderse mejor, sino que se mantienen lejos de las comodidades absurdas, reflejando sentimientos que alumbran el camino a la libertad; y sobre todo porque aun hay adoradores que usan sus talentos para el mundo…
SIN AMULETOS… (RELATO SIETE).
Tenía 18 años de edad, seis meses desempleado. Estaba a miles de miles kilómetros lejos de la casa de mis padres. Vivía alquilado solo en una habitación para estudiante, sin un centavo en mis bolsillos, sin alimentos para los próximos días y abandonado por los que, seis meses antes, decían ser mis amigos.
Era víctima de una depresión de miserable pero tan viciado y esclavizado que esa mañana caminé a la avenida Cumaná y esperé un taxi. Estaba parado con mi Biblia “Reina-Valera”, edición de bolsillo y tapa de cuero debajo de mi brazo derecho. Con un notable esfuerzo para oprimir el llanto le dije al taxista que me llevara al auditorio de la Facultad de Ingeniería en la avenida universidad aclarándole que solo tenía mi Biblia para pagarle. Diez minutos después bajé del taxi y entré al auditorio en el que nos reuníamos bajo el nombre de “Iglesia Cristiana Amor y Esperanza”. Entré sin Biblia y sin ánimo, con una extraña sensación que para entonces no podía describir ni entender: las cadenas que me sujetaban a un mundo de cristal, artificial y ficticio, empezaban a estorbar.
Dos años después tomé el mismo taxi, lo supe porque vi en el tablero del auto como un amuleto de buena suerte la Biblia con la que le había pagado, sin estar consciente eso era para mí en aquel entonces solo que yo la llevaba debajo de mi brazo derecho y no en el tablero de un auto.
YO JOVEN, ELLA ANCIANA… (RELATO OCHO).
Hablábamos del cristianismo y de cómo siempre han existido quienes se obsesionan por ser dueños de la verdad y adaptarla a sus maneras e intereses. Yo un joven de veintidós años de edad, herido por los trozos de vidrios que se expandieron contra mí mismo con la ruptura de una realidad que alguna vez acepté como verdadera y única y encontrando en mi camino trozos de esos vidrios que no dejaban cicatrizar mis heridas. Ella una anciana de setenta y seis años de edad, con cicatrices que me permitían saber que hay un camino real, que no necesitaba encasillarme en un movimiento para sentirme seguro, sobre todo me daban la seguridad de que un día mis heridas cicatrizarían y entonces podría pisar los trozos de vidrio sin ser lastimado.
Me gustaba visitarla y sentarme con ella en el patio de su casa, debajo de los árboles de mangos, frente a sus docenas de loros enjaulados que en los días de lluvia entonaban himnos como “Más allá del sol”, “Cuán grande es Él”, “Creo en ti”, entre otros. Siempre que visitaba su ciudad me aparecía en su casa, sentía también un profundo agradecimiento pues a mis diecisiete años cuando llegué a esa ciudad para vivir allí por algún tiempo me ofreció hospedaje por algunos meses.
Aquella tarde vi sus ojos brillar de pasión y sus manos temblar de impotencia “es necesario presentar la verdadera libertad a aquellos que viven en ataduras dentro de las congregaciones de esta ciudad”.
Ella fue una de esas personas que en mi “juventud” me estimularon a creer que es necesaria una lucha contra el cristianismo deformado, aberrado, sujeto a fantasías en las que solo una minoría es beneficiada. Para aquel entonces yo también sentía una pasión, una que no producía ningún fruto, una que nacía de la amargura de sentirme decepcionado, de los reproches por haber sido tan ciego y haber perdido tanto durante mucho tiempo. En momentos olvidaba que yo había sido esclavo de los sistemas de aquel mundo de cristal. Le dije que “no entendía por qué uno debía luchar por una cuerda de creyentes que se conformaban a una vida de esclavitud”. Ella suspiró con un “ay Gusmar” que siempre recuerdo para despertar cuando me siento dormido.
Entonces me contó que en su juventud vivía en un pueblito del Estado Táchira y asistía a una pequeña congregación. Que una vez se cortó el cabello y cuando llegó a la escuela dominical su pastor la observó y le dijo “hermana estás en pecado”. Que al finalizar el servicio la llamó a reunión con la directiva y le dictaron como sentencia “ocho meses de disciplina bajo estricta observación por su pecado”. La semana siguiente al llegar al servicio dominical se sentó en la cuarta fila de bancas y el pastor se le acercó diciéndole “¡Qué hace usted aquí, vaya a la última banca que allí es donde debe sentarse a llorar su pecado!”.
Me contó una docena de historias similares de su juventud de los años 50, y las concluyó diciéndome: “la única razón por la que no me fui de aquella congregación todo el tiempo que viví en el Estado Táchira fue porque ignoraba la verdad más allá de la esclavitud, creía que para agradar a Dios debía soportar todo aquello, que eran pruebas para procesar mi carácter. Esa era la verdad que conocía, y mi sed ligada a mi ignorancia empañaba mi libertad de escoger otro camino obligándome a seguir atada”.
Han pasado los años y muchas heridas han cicatrizado. La anciana esté tal vez más allá del sol, pero me queda el recuerdo de sus palabras que a veces logran obligarme a pisar los trozos de vidrios para extenderle la mano a quienes se hacen consciente de que han limitado su existencia a un mundo de cristal. Tal como lo aseguraban sus cicatrices: a veces se pueden pisar los vidrios sin ser lastimados.
ESTRUCTURAS DE FICCIONES… (NO RELATO, ARGUMENTOS).
En aquel mundo, espacio al que limité mis creencias, razonamiento, actitudes y todas las estructuras de mi ser, existían ficciones construidas sobre las bases de principios de la Gran Verdad, ficciones que la misma experiencia y existencia contradecían pero que, viciado, el ser no cuestiona e intenta ignorar de cualquier forma posible las contradicciones.
Sucede que cuando aceptamos un mundo como verdadero, y nos empeñamos en interpretar todo a favor de sus estructuras (ficciones) y crear argumentos que nos permitan callar la voz de nuestra existencia (emociones, sentimientos, etc. Voces que gritan contra el mundo de ficciones o realidad ficticia) terminamos enfrentando casi a diario cierta inconformidad con lo que percibimos que somos, y esta inconformidad, que no aceptamos como tal porque sencillamente es una “realidad no posible” dentro de los parámetros que estructuran nuestro mundo, viene a traducirse como un vacío. Así muchos ante el vacío innegable (aunque posiblemente ignorado) y presente en nuestra existencia (y que por lo tanto compone nuestro ser, el ser verdadero que tal vez viene durmiendo ante la construcción de un ser ficticio ajustado a una realidad ficticia) intentan anclarse con una serie de frases “mágicas” (ficciones que son estructuras de un mundo ficticio).
Lo anterior es una realidad que se vive entre los muros de cristales de un cristianismo que ha dejado a un lado al Cristo. Una de las frases mágicas que suelen funcionar para fortalecer la determinación de ignorar las voces del ser verdadero que intentan hacernos consciente de nuestra existencia es: “solo Cristo puede llenar mi vacío”. Pero aun repitiéndola no reaccionan ante la necesidad de conocer, en primer lugar, ese vacío y lo que hay dentro de él, y cómo se traduce esa forma en la que nuestro ser verdadero grita, y de allí ante la necesidad de conocer a ese Cristo de quien se dice “puede llenar el vacío”, y no lo dudo: Cristo es la esencia que puede llenar el vacío que produce el encontrarse en un mundo ficticio construido con las estructuras de un cristianismo de cristal.
Cristo es la Gran Verdad. De Él se desprenden estructuras (en este caso no son ficciones las estructuras ya que es el mundo real, son más bien "principios") que le constituyen, que constituyen la Gran Verdad. Saber que existe una verdad no es igual a conocer esa verdad, no es igual a conocer las estructuras (principios) que constituyen la Verdad que sabemos que existe pero que no conocemos. Entonces saber que existe Cristo no es igual a conocerle, así como llamarme cristiano y no conocer a Cristo ya es una contradicción, es decir: “soy seguidor de Cristo, pero la verdad es que no sé ni qué dirección tomar”.
Yo podría decirles: “en Venezuela hay un estado llamado Yaracuy, en ese estado se ubica el pueblo de Aroa, y al pie del pueblo está el cerro Quebrada Honda, allí cada amanecer trae consigo una densa niebla que empaña el horizonte y con solo respirarla se absorbe el aroma del café”. Con mi descripción sería suficiente para que ustedes estén conscientes de la existencia de un cerro y su fragancia matutina. Pero no podrían decir que lo conocen a menos que se aventuren a visitarlo y relacionarse con sus estructuras, en este caso: el paisaje, el clima, la fragancia matutina, etc. De la misma forma para que las frases como “solo Cristo puede llenar el vacío” sean más que palabras “mágicas” es necesario relacionarnos con las estructuras de Cristo y conocerle. Un cristianismo, o cualquier movimiento que pretende tomar a Cristo como bandera y solo eso, no es más que un espejismo, una aberración de la realidad y entonces un mundo que nos aleja de la consciencia de nuestro ser y por lo tanto vicia nuestra existencia e inevitablemente creará conflictos que bien pueden llevarnos a chocar contra la realidad y originar la ruptura de las paredes de cristal que nos limitan o pueden fortalecer la realidad ficticia mediante nuestra obstinada determinación a interpretar todo a favor de esa realidad esclavizando más nuestras creencias, razonamientos, actitudes y todas las estructuras de nuestro ser.
El servicio de oración avanzaba. Cada cierto tiempo el ministro detrás del pulpito abría sus ojos para asegurarse de que todo transcurría en orden.
De repente escuchó gritos inusuales en sus reuniones y su mirada apuntó directo al sujeto.
- Siga adorando a Dios… No pierda su comunión…- Dijo con solemne voz, luego de hacer señas a dos diáconos para que se acercaran al altar. Les dio instrucciones de dirigirse hacia el sujeto y traerlo hasta él.
Así Guillermo M, un hombre de 1,90 y bigote al estilo Pancho Villas, junto a Carlos J, de menor estatura y de un peso aproximado de 120kg, caminaron directo a la última banca y apenas el sujeto sintió encima las manos de los diáconos se sacudió violentamente para evitar ser atrapado.
Los gritos desesperados del sujeto llamaron la atención de las cuarenta personas reunidas en el local y el clamor se detuvo.
- ¡Es un espíritu de rebeldía!- Exclamó el ministro y al instante dos diáconos más se unieron a la batalla.
Con exagerado esfuerzo el sujeto fue llevado hasta el altar, y allí, treinta minutos después de una gran batalla, en la que el sujeto impedía que el ministro colocara las manos sobre su cabeza, hubo un ganador.
Marco, (el sujeto) un niño de siete años fue vencido por el cansancio y el llanto y se quedó dormido. El ministro sonreía satisfecho por su hazaña. Lo entregó a la madre advirtiéndole que el espíritu solo había sido neutralizado y que para la total liberación debía entregarse a no menos tres días de ayunos y constante oración.
La congregación aplaudió emocionada por la victoria del ministro ante un niño que sencillamente no entendía por qué debía estar un martes en la noche entre un grupo de adultos que gritaban como locos y no jugando con los amiguitos de la cuadra.
Dieciocho años después recuerdo aquella escena y siento escalofríos, me pregunto qué sentirá Marco al recordarlo, qué sentirá cuando pasa frente a un local como aquel, y qué pensará de Dios…
Si un día Marco, lees esto quiero decirte que Dios es diferente a como te lo dibujaron a tus siete años… Tienes que creerme…
DE LA ARROGANCIA, LA IGNORANCIA Y OTROS DEMONIOS. (RELATO DOS).
- ¿Recuerdas a Roberto A? - Me preguntó Lucy mientras almorzábamos seis meses después de aquel reencuentro.
Yo sonreí mientras recordaba los años en los que me congregué en la iglesia “El Buen Pastor”, donde nos conocimos hace trece años atrás.
Roberto A. era un señor de cuarenta años que visitaba el Estado Zulia eventualmente para predicar campañas evangelísticas. Aseguraba haber recibido el llamado de evangelista lo que, según él, lo capacitaba con dones sobrenaturales y casi exclusivos. Se autoproclamaba como un siervo escogido por Dios con la autoridad de sanar enfermos como nadie podría hacerlo. Apenas subía a las tarimas y se ubicaba detrás de un pulpito reflejaba un aire de superioridad; sus espectadores éramos pobres desgraciados, algunos pecadores infelices y otros cristianitos ignorantes. Decía no estar seguro de cual de las dos condiciones era peor, pero la buena noticia era que sus visitas, producto de la misericordia divina, traían salvación a los pecadores infelices y conocimiento a los cristianitos ignorantes. Así que luego de sus mensajes, quienes deseábamos lo uno o lo otro debíamos pasar frente a la tarima y allí recibiríamos lo deseado gracias al toque de sus manos, previamente ungidas con aceite.
- ¡Cómo olvidar al ungido de Jehová! – Respondí sonriendo aun.
Ella sonrió levemente, y con toda seriedad me dijo:
- Estuvo por aquí hace un par de semana, esta vez se le pasó la mano…- Y entonces me relató lo siguiente:
Hace un par de meses, Javier, el hijo de una señora, miembro de la iglesia a donde Lucy asiste, quedó en coma producto de un accidente automovilístico. La noche en la que Roberto A. visitó la congregación habló de milagros y de cómo en sus “giras evangelísticas” los enfermos sanaban. Tan pronto culminó el mensaje la señora pasó frente a la tarima rogándole a Roberto A que orara por su hijo, que le hiciera el milagro. El evangelista untó sus manos con aceite y las colocó en la cabeza de la señora declarando sanidad sobre su hijo. Cuando terminó la oración le exigió a la señora que lo mirara a los ojos y le dijo: “tu hijo sanará en tres días, no lo digo yo, lo dice Dios a través de mí. Cree en lo que Dios está diciendo, tu hijo se levantará, dale gracias a Dios hoy por el milagro”. La mujer explotó en llanto agradecida, la congregación aplaudió al evangelista. Una semana después Javier murió.
- La familia está destrozada, confundida. Piensan que Dios mintió, se preguntan por qué Dios hizo eso, por qué jugó con sus esperanzas.- Me dijo Lucy con dolor. Y sin ocultar su ira agregó:
- Tú y yo sabemos bien lo que sucedió. Y sabemos que difícilmente ellos lo entenderán. Lo más asombroso es la preocupación del pastor y la directiva de la congregación: están preocupado por la imagen del ministerio delante del pueblo. Y el argumento para mantener el buen nombre del ministerio ante lo ocurrido es que la madre no tuvo suficiente fe.
La indignación y la ira corrieron por mis venas, pensé de nuevo en aquellos años en los que mis creencias dependían de lo que un “ministro” aseguraba… Miré a Lucy y solo le dije:
- Roberto A. tenía razón, quienes asistíamos a sus actividades no éramos más que cristianitos ignorantes.
LAS BABAS DE LA IGLESIA... (RELATO TRES).
Imagino la cara del señor Cortázar de haber estado aquel domingo entre las doscientas personas frente al escenario. Creo, que sin esperar a que el servicio culminara se habría levantado de su asiento y se le vería salir del local con una sonrisa tonta. Fuera del local cruzaría la calle parándose justo frente a la fachada del local y al leer: Iglesia Evangélica Pentecostal Y Misionera Bethania, encendería un cigarrillo a la espera de un taxi.
Cortázar estaría ansioso por llegar a su habitación y sentarse detrás de la maquina de escribir para volar mientras se fuma otro cigarrillo sonriendo aun. Imagino que antes de tomar su taxi con el cigarrillo sujeto por sus labios revisaría con ambas manos sus bolsillos para encontrar su libreta, tomaría el bolígrafo y apuntaría: argumento: la unción.
No creo que Cortázar intentaría hablar con el niño predicador, yo lo haría. Esperaría afuera cuando todos los hermanos se saludan y de alguna forma llegaría hasta el niño. Lo invitaría a comerse un helado, frente a las iglesias, en aquel tiempo, se estacionaban heladeros así que lo llevaría hasta la acera y allí compartiendo un helado iniciaría mi entrevista a manera de una improvisada conversación; afortunadamente no tuve que hacerlo.
De lo que sí estoy seguro es de dos cosas: Julio Cortázar habría escrito una gran historia basada en aquel domingo y la lectura de su manuscrito sería prohibida para los creyentes por parte de las autoridades religiosas.
No puedo escribir una gran historia al estilo de ese gran escritor, apenas si puedo entender La Rayuela, pero aquí les relato lo sucedido aquel domingo.
Yo tenía nueve años de edad y por ser hijo de pastores de la organización, y otros detalles que en este relato no son importantes, fui invitado a enseñar en la iglesia Bethania (me da pereza escribir todo el nombre completo, ya lo mencioné arriba). Aquella sería mi segunda experiencia detrás de un pulpito, muy prematura tomando en cuenta que solo tenía nueve años y que mi primera experiencia había sido tres días antes en la iglesia que mi padre pastoreaba, donde crecí y me eran muy familiares tanto los servicios como las caras de las setenta personas que para entonces formaban parte de la membrecía. Para aquel entonces se consideraba una iglesia numerosa dentro de la organización a aquella cuya membrecía constaba de cien creyentes, yo nunca había sabido de una que pudiera tener doscientos miembros y menos podía imaginar que estaría en una de ellas enseñando.
Los tres días transcurrieron muy rápido (la misma noche que prediqué en la iglesia pastoreada por mi padre fui invitado a Bethania pues el pastor accidentalmente visitaba nuestra congregación). Repasé el sermón todos esos días, me paré frente al espejo una y otra vez imaginando que estaba frente a la congregación tal como mi padre me había enseñado. Había hecho mi bosquejo ajustado a mi escaso pero suficiente conocimiento de la homilética. Y llegó el domingo.
Fue uno de los domingos de Junio de 1990. Llegué a Bethania tomado de la mano de mi padre, vestido como un “pastorcito” (de corbata y saco). Me asombré al ver la estructura del local y la cantidad de personas. Nos recibió la superintendente de Escuela Dominical, nos dirigió hasta los primeros asientos. Pronto empezó el servicio y con cada minuto que transcurría sentía que el corazón me iba a explotar, el estomago se me torcía, sentía la sangre corriendo por mis venas como a mil kilómetros por hora y las manos me sudaban, pensé que producto del sudor de mis manos aquel lugar podría inundarse en cualquier momento. Llegó el momento en el que la superintendente me presentó ante la congregación como el predicador de la mañana, pasé, tomé el micrófono de manos de la presentadora, saludé a la congregación con el acostumbrado “Dios les bendiga” y justo en ese momento mi mente se nubló. No recordaba ni mi nombre. Comencé a llorar, creo que lloré por diez minutos, solo lagrimas, nada de llantos ni gritos, ni siquiera palabras, eran torrentes de agua saliendo por mis ojos. En algún punto de esos diez minutos la superintendente tomó un micrófono y ordenó a los presente ponerse en pie y adorar a Dios porque ella sentía la unción sobre el escenario y que por eso yo estaba llorando, que levantaran las manos para que la unción reposara sobre ellos también.
Yo solo era un niño de nueve años llorando por nerviosismo.
Hace meses, después de mucho tiempo visité un local cristiano invitado por un amigo que asiste allí y me pidió que asistiera porque había una actividad especial, antes de entrar vi en la fachada el nombre: Iglesia Cristiana Getsemaní. Entré, el lugar estaba repleto de gente. Hoy día esos lugares son más amplío y los miembros parecen reproducirse por minutos. El ministro que dirigía el servicio invitó a una joven para que entonara un cántico de adoración. Ella pasó, tendría unos 19 años o tal vez 21. Entonaba el cántico y comenzó a llorar, lloraba mientras cantaba. El ministro ordenó a la congregación estar en pie y levantar las manos para que recibieran una “doble unción” del espíritu. Yo salí del local con una sonrisa tonta. No encendí un cigarro ni esperé un taxi. En cambio esperé a que el servicio culminara.
Las cosas no han cambiado mucho en esos lugares, la chica lloraba porque en el escenario recordó la escena de esa tarde, minutos antes de salir al servicio, en la que sus padres le notificaron que habían decidido divorciarse.
¡Si Cortázar hubiera estado allí!...
AUNQUE NO NOS DEJEN... (RELATO CUATRO).
Ana tiene quince… Niña y se le vino un problemón…
No, no es la canción de Maná, no es la Ana que se enfrenta a un embarazo no deseado, no planificado y que frustrará su futuro…
Ana, era tan solo una bebita de cinco años cuando la conocí, de ojos vivos y sonrisa mágica. Creciendo entre escuelas dominicales y vida de congregación junto a su madre y su hermana que hoy ha escogido una ruta distinta. Pero Ana no; ella, adolescente y soñadora ha limitado sus sueños a las paredes de un templo. Ya de doce años, me dijo una vez que quería ser parte del “grupo de adoradores” de su congregación y lo haría con excelencia si le dieran la oportunidad. Creo que fue la última conversación que sostuve con ella hasta hace un mes cuando visité a su familia y me saludó sin ojos vivos ni sonrisa mágica, y con una mirada que refleja la ausencia de los sueños.
Fue Elena, su hermana, quien me contó lo sucedido con la furia que causan estas cosas en quienes odiamos a muerte la esclavitud religiosa.
A los trece años de edad, luego de aprobar los exámenes correspondientes, la directiva de su congregación consintió en bautizarla y aprobó también su solicitud de formar parte del grupo de adoradores. Al ser aceptada decidió inscribirse en una academia de canto. Ana era feliz, lo fue por dos años, viviendo su sueño, sintiéndose útil, satisfecha por la convicción de que agradaba a Dios.
Hace dos meses su felicidad fue rota. Su hermana Elena se casó. Su padre le había pedido a Ana que cantara junto a un mariachi en la reunión después de la ceremonia de la boda de Elena. Ana aceptó. Lo hizo porque no tenía corazón para negarse al deseo de su padre, porque lo ama, lo ama sin importarle que él no haya querido abrazar el cristianismo. Aun así Ana le rogaba a Dios que su padre se olvidara de su capricho y pudiera así ella librarse de su compromiso, pues no quería ir en contra de las normas de la congregación pues esto lo había asimilado ya, hace muchos años, como un pecado contra Dios, y también, como un golpe contra su sueño.
La noche después de la ceremonia, en el club donde se llevó a cabo la reunión, su padre subió al escenario y presentó al mariachi y le pidió a Anita, su hija, que cantara junto al mariachi: “Si nos dejan”. Anita subió al escenario y su padre la abrazó, ella le sonrió, al mirar al público posó sus ojos sobre las mesas donde estaban ubicados los pastores y directivos de la congregación y con su voz temblorosa y el llanto ahogado en su pecho entonó la canción. Apenas terminó de cantar se escucharon los aplausos y un grito de su padre orgulloso “¡Esa es mi hija!”.
Era sábado, y al día siguiente le esperaba una reunión con los pastores y directivos cuya sentencia ya era conocida por ella: Fue expulsada del grupo de adoradores y sometida a tres meses de observación.
Un mes le restaba cuando la vi aquella tarde y conversé con ella luego de escuchar el relato de su hermana. No era la misma Ana. Ya no valía la pena soñar, era presa de confusiones, las mismas que sufrí yo a mis diecisiete años de edad. A mi me han traído por la ruta correcta, a un mundo donde los sueños no son cadenas y donde la libertad es verdadera…
¡Ay Anita! ¡Ojala y encuentres la ruta correcta! ¡Ojala y mis palabras sean suficientes!
Yo quiero verte otra vez con los ojos vivos y tu sonrisa mágica…
Aunque no nos dejen, Anita… Aunque no nos dejen…
LA SUJECIÓN Y LAS PALABRAS MAGICAS... (RELATO CINCO).
Hace algunos días acepté la propuesta de compartir reflexiones de veinte minutos a través de un programa en una estación radial cristiana de mi ciudad. Intento centrar mis reflexiones en principios que se desprenden de la Biblia en oposición a los argumentos anticristianos que se transmiten como vicios en algunas congregaciones.
Ayer, apenas culminé la reflexión del día recibí una llamada de una mujer que apuntó mi número celular…
- Hola hermano, Dios le bendiga.
- Hola, buenas tardes, ¿quién me habla?
- Soy “X” y acabo de escucharle en la radio.
- Hola “X”, un placer, dime en qué puede servirte.
- Pues verá hermano, asisto a la iglesia y me convertí al evangelio hace un año, mi marido lo hizo hace seis meses. Vivíamos en concubinato y nos casamos hace un mes, para podernos bautizar, y preparamos todo para nuestra boda eclesiástica que celebraríamos el próximo domingo…
- ¡A qué bien! Felicitaciones “X”.
- Gracias hermano, lo que sucede es que la semana pasada mi marido tuvo una discusión con un vecino y le habló con groserías… El asunto llegó a oídos de mi pastor y en una reunión le dieron un mes de disciplina, así que ya no podremos casarnos este domingo porque el pastor nos dijo que en disciplina no puede celebrarse la boda eclesiástica… Me siento muy mal.
- Entiendo, “X”…- Ella me interrumpe antes de que yo pueda continuar…
- Yo sé que no puedo hacer nada, mucho menos quejarme, pues él es la autoridad y debo sujetarme.
En este punto me muerdo los labios para no confrontarla en una conversación telefónica que no dará para diez minutos más y con el tiempo insuficiente para asegurarme de que ella pueda entender, aun así me enciendo de cólera, pero mantengo la calma mientras le sugiero:
- Pero mira, por qué no intentas hablar con tu pastor y explicarle cómo te sientes y cuánto has esperado ese día, tal vez considere su decisión.
- No hermano, debo sujetarme, aun así no puedo dejar de sentirme mal.
Escucho su voz temblar y deduzco que llora… Ella continúa:
- Solo quería que usted me diera una palabra para no sentirme mal.
En este punto no sé si colgar o no. No sé cuál de sus vicios es más grave: su mansa entrega a la esclavitud de la sujeción o su esperanza en las palabras mágicas.
- Bien, “X”, la verdad es que es natural que te sientas mal y una palabra no podrá cambiar tus emociones y sentimientos. Solo puedo decirte que muchas de esas cosas no deberían ocurrir y no deberíamos permitirlas. Que todos fallamos y no debes permitirte nunca creer que una falla te hace inferior a otro. Y espero que puedas cumplir tu sueño de celebrar una boda eclesiástica.
- Gracias hermano, me siento mejor. Todo será para bendición.
Corto la llamada, asombrado del poder de los vicios sobre el alma y lamento por ella ese “todo será de bendición”. Pero la esclavitud ha sido su decisión y pienso que se necesitan más de veinte minutos diarios y más de un programa radial para educar a una población cristiana que tiene la necesidad de romper las ataduras impuestas por la religión y que no se permite disfrutar de la libertad que con agonía consumó el Hijo de Dios. Por un momento siento que tal vez es tonto mi esfuerzo, pero concluyo en que es mucho mejor ser un tonto esforzándose y no un esclavo manso ante los vicios transmitidos.
* Si eres uno de esos líderes, amantes de la sujeción a ti en nombre de una mal llamada “unción”, recapacita pues estas entre los soldados que juegan con el manto de Cristo agonizando por la humanidad.
* Las palabras en cursivas sugieren desarrollos de otros temas en próximos post.
UN ADORADOR... ¿FUERA DE CONTEXTO? (RELATO SEIS).
Cuando él decidió participar en “Fama, Sudor y Lágrimas”, escuché los comentarios de sus compañeros de congregación, quienes en un tiempo dijeron ser sus hermanos:
“Dios no permitirá que pase de la primera fase porque está en desobediencia”
“Es un rebelde, cómo se le ocurre participar en un programa en el que tiene que cantar música mundana”
Más tarde, un líder de su congregación me comentó que lo habían cortado por su mal testimonio y por usar su talento para el mundo. Pero él continuó en el concurso, y el dios de la congregación de sus hermanos se descuidó pues pasó a la segunda fase. Al ganador del concurso el canal de televisión le grabaría su primera producción y la distribuiría, además de entregarle una considerable suma de dinero en efectivo. Su meta era ganar y no le importó la oposición de sus hermanos.
Al inicio del concurso dijo que si ganaba, con el dinero operarían a su madre, que lo necesitaba con urgencia. Durante tres meses los participantes, que una vez a la semana demostraban su talento, eran sometidos a la votación de los televidentes y a las críticas de los jueces y dependiendo de los resultados podían o no permanecer en el concurso e ir avanzando a las fases siguientes hasta llegar a la gran final.
Mientras esto sucedía en mi ciudad rodaba una carta, entre las congregaciones, que dejaba bien claro que el joven no contaba ya con la cobertura del pastor y el apoyo de la congregación, y que estaba descarriado. El descuido del dios de aquellos tuvo que ser más grande aun, pues él no solo pasó a la gran final sino que se convirtió en el único ganador del concurso. Esta vez los comentarios eran:
“Ganó el mundo pero perdió la salvación de su alma”
“Es una lastima porque pudo haber sido un adorador de la talla de fulano de tal, un verdadero instrumento de dios”
Recibió el dinero, grabó su primera producción. Sus canciones sonaban en las mejores estaciones radiales del país, en mi ciudad no había un productor radial que no quisiera entrevistarlo o algún programa de televisión que no quisiera contar con su presencia. En todos los eventos estaba él. Logró operar a su madre, pero después de tres meses murió. Según los que conocían al dios del descuido sentenciaron que la muerte de su madre era el castigo de su desobediencia y pecado. Él no ignoraba los comentarios a su alrededor, y pensé que era suficiente razón para sentir amargura en su corazón contra el cristianismo que conoció y que a lo mejor la imagen distorsionada del verdadero Dios proyectada a través de aquel dios descuidado y vengativo lo habría lanzado finalmente y de verdad por un camino errado y complicado.
Le perdí la pista por un par de años. Hace un par de meses asistí a un evento en el que él se presentaría. El lugar del evento no entra dentro de las esferas de sus hermanos que a fin de cuentas dejaron de serlo; no es un lugar para los adoradores de un dios descuidado y vengativo: por fortuna ya no es su dios y el mío tampoco. Hizo derroche de su talento por dos horas, cubriendo las expectativas, interpretando temas inéditos y temas de otros interpretes. Cuando ya cerraba el show pidió una vez más la atención de su público y guardamos silencio para escucharlo decir:
“Hace poco más de dos años yo no tenía recursos para operar a mi madre que lo necesitaba con urgencia, mucho menos para cumplir un sueño tan querido como lo era grabar una producción musical. Pero Dios tuvo misericordia de mí, por su bondad mi esfuerzo dio frutos, así gané un concurso que me dio la posibilidad de alcanzar mis dos únicos sueños para entonces. Por tres meses pude ver a mi madre sonreír como nunca antes, y le estaré eternamente agradecido a Dios, y a ustedes por el apoyo. Por esa razón quiero regalarles en exclusiva el primer promocional de mi segunda producción que saldrá a la venta en dos meses. Dedicado a Él por su cuidado y a ustedes por el apoyo”
Escuché el tema con mucha atención y curiosidad, era un sentimiento de agradecimiento a un Único y Verdadero Dios que es camino y libertad, que es amor y oportunidad. Lo escuché en silencio, sin poder evitar aplaudir mientras se despedía. Yo aplaudía a un joven de 23 años con valor y determinación, lo aplaudí por su comprensión, aun contra toda la opresión, de la existencia de un Dios que no se detiene, que opaca a los dioses ineptos que proyectan algunos para mantenerse a salvo de peligros inexistentes. Aplaudí porque aun existen adoradores que no pretenden ser fulanos de tal y que no utilizan figuras como congregaciones como mercados ni títulos como apariencias para venderse mejor, sino que se mantienen lejos de las comodidades absurdas, reflejando sentimientos que alumbran el camino a la libertad; y sobre todo porque aun hay adoradores que usan sus talentos para el mundo…
SIN AMULETOS… (RELATO SIETE).
Tenía 18 años de edad, seis meses desempleado. Estaba a miles de miles kilómetros lejos de la casa de mis padres. Vivía alquilado solo en una habitación para estudiante, sin un centavo en mis bolsillos, sin alimentos para los próximos días y abandonado por los que, seis meses antes, decían ser mis amigos.
Era víctima de una depresión de miserable pero tan viciado y esclavizado que esa mañana caminé a la avenida Cumaná y esperé un taxi. Estaba parado con mi Biblia “Reina-Valera”, edición de bolsillo y tapa de cuero debajo de mi brazo derecho. Con un notable esfuerzo para oprimir el llanto le dije al taxista que me llevara al auditorio de la Facultad de Ingeniería en la avenida universidad aclarándole que solo tenía mi Biblia para pagarle. Diez minutos después bajé del taxi y entré al auditorio en el que nos reuníamos bajo el nombre de “Iglesia Cristiana Amor y Esperanza”. Entré sin Biblia y sin ánimo, con una extraña sensación que para entonces no podía describir ni entender: las cadenas que me sujetaban a un mundo de cristal, artificial y ficticio, empezaban a estorbar.
Dos años después tomé el mismo taxi, lo supe porque vi en el tablero del auto como un amuleto de buena suerte la Biblia con la que le había pagado, sin estar consciente eso era para mí en aquel entonces solo que yo la llevaba debajo de mi brazo derecho y no en el tablero de un auto.
YO JOVEN, ELLA ANCIANA… (RELATO OCHO).
Hablábamos del cristianismo y de cómo siempre han existido quienes se obsesionan por ser dueños de la verdad y adaptarla a sus maneras e intereses. Yo un joven de veintidós años de edad, herido por los trozos de vidrios que se expandieron contra mí mismo con la ruptura de una realidad que alguna vez acepté como verdadera y única y encontrando en mi camino trozos de esos vidrios que no dejaban cicatrizar mis heridas. Ella una anciana de setenta y seis años de edad, con cicatrices que me permitían saber que hay un camino real, que no necesitaba encasillarme en un movimiento para sentirme seguro, sobre todo me daban la seguridad de que un día mis heridas cicatrizarían y entonces podría pisar los trozos de vidrio sin ser lastimado.
Me gustaba visitarla y sentarme con ella en el patio de su casa, debajo de los árboles de mangos, frente a sus docenas de loros enjaulados que en los días de lluvia entonaban himnos como “Más allá del sol”, “Cuán grande es Él”, “Creo en ti”, entre otros. Siempre que visitaba su ciudad me aparecía en su casa, sentía también un profundo agradecimiento pues a mis diecisiete años cuando llegué a esa ciudad para vivir allí por algún tiempo me ofreció hospedaje por algunos meses.
Aquella tarde vi sus ojos brillar de pasión y sus manos temblar de impotencia “es necesario presentar la verdadera libertad a aquellos que viven en ataduras dentro de las congregaciones de esta ciudad”.
Ella fue una de esas personas que en mi “juventud” me estimularon a creer que es necesaria una lucha contra el cristianismo deformado, aberrado, sujeto a fantasías en las que solo una minoría es beneficiada. Para aquel entonces yo también sentía una pasión, una que no producía ningún fruto, una que nacía de la amargura de sentirme decepcionado, de los reproches por haber sido tan ciego y haber perdido tanto durante mucho tiempo. En momentos olvidaba que yo había sido esclavo de los sistemas de aquel mundo de cristal. Le dije que “no entendía por qué uno debía luchar por una cuerda de creyentes que se conformaban a una vida de esclavitud”. Ella suspiró con un “ay Gusmar” que siempre recuerdo para despertar cuando me siento dormido.
Entonces me contó que en su juventud vivía en un pueblito del Estado Táchira y asistía a una pequeña congregación. Que una vez se cortó el cabello y cuando llegó a la escuela dominical su pastor la observó y le dijo “hermana estás en pecado”. Que al finalizar el servicio la llamó a reunión con la directiva y le dictaron como sentencia “ocho meses de disciplina bajo estricta observación por su pecado”. La semana siguiente al llegar al servicio dominical se sentó en la cuarta fila de bancas y el pastor se le acercó diciéndole “¡Qué hace usted aquí, vaya a la última banca que allí es donde debe sentarse a llorar su pecado!”.
Me contó una docena de historias similares de su juventud de los años 50, y las concluyó diciéndome: “la única razón por la que no me fui de aquella congregación todo el tiempo que viví en el Estado Táchira fue porque ignoraba la verdad más allá de la esclavitud, creía que para agradar a Dios debía soportar todo aquello, que eran pruebas para procesar mi carácter. Esa era la verdad que conocía, y mi sed ligada a mi ignorancia empañaba mi libertad de escoger otro camino obligándome a seguir atada”.
Han pasado los años y muchas heridas han cicatrizado. La anciana esté tal vez más allá del sol, pero me queda el recuerdo de sus palabras que a veces logran obligarme a pisar los trozos de vidrios para extenderle la mano a quienes se hacen consciente de que han limitado su existencia a un mundo de cristal. Tal como lo aseguraban sus cicatrices: a veces se pueden pisar los vidrios sin ser lastimados.
ESTRUCTURAS DE FICCIONES… (NO RELATO, ARGUMENTOS).
En aquel mundo, espacio al que limité mis creencias, razonamiento, actitudes y todas las estructuras de mi ser, existían ficciones construidas sobre las bases de principios de la Gran Verdad, ficciones que la misma experiencia y existencia contradecían pero que, viciado, el ser no cuestiona e intenta ignorar de cualquier forma posible las contradicciones.
Sucede que cuando aceptamos un mundo como verdadero, y nos empeñamos en interpretar todo a favor de sus estructuras (ficciones) y crear argumentos que nos permitan callar la voz de nuestra existencia (emociones, sentimientos, etc. Voces que gritan contra el mundo de ficciones o realidad ficticia) terminamos enfrentando casi a diario cierta inconformidad con lo que percibimos que somos, y esta inconformidad, que no aceptamos como tal porque sencillamente es una “realidad no posible” dentro de los parámetros que estructuran nuestro mundo, viene a traducirse como un vacío. Así muchos ante el vacío innegable (aunque posiblemente ignorado) y presente en nuestra existencia (y que por lo tanto compone nuestro ser, el ser verdadero que tal vez viene durmiendo ante la construcción de un ser ficticio ajustado a una realidad ficticia) intentan anclarse con una serie de frases “mágicas” (ficciones que son estructuras de un mundo ficticio).
Lo anterior es una realidad que se vive entre los muros de cristales de un cristianismo que ha dejado a un lado al Cristo. Una de las frases mágicas que suelen funcionar para fortalecer la determinación de ignorar las voces del ser verdadero que intentan hacernos consciente de nuestra existencia es: “solo Cristo puede llenar mi vacío”. Pero aun repitiéndola no reaccionan ante la necesidad de conocer, en primer lugar, ese vacío y lo que hay dentro de él, y cómo se traduce esa forma en la que nuestro ser verdadero grita, y de allí ante la necesidad de conocer a ese Cristo de quien se dice “puede llenar el vacío”, y no lo dudo: Cristo es la esencia que puede llenar el vacío que produce el encontrarse en un mundo ficticio construido con las estructuras de un cristianismo de cristal.
Cristo es la Gran Verdad. De Él se desprenden estructuras (en este caso no son ficciones las estructuras ya que es el mundo real, son más bien "principios") que le constituyen, que constituyen la Gran Verdad. Saber que existe una verdad no es igual a conocer esa verdad, no es igual a conocer las estructuras (principios) que constituyen la Verdad que sabemos que existe pero que no conocemos. Entonces saber que existe Cristo no es igual a conocerle, así como llamarme cristiano y no conocer a Cristo ya es una contradicción, es decir: “soy seguidor de Cristo, pero la verdad es que no sé ni qué dirección tomar”.
Yo podría decirles: “en Venezuela hay un estado llamado Yaracuy, en ese estado se ubica el pueblo de Aroa, y al pie del pueblo está el cerro Quebrada Honda, allí cada amanecer trae consigo una densa niebla que empaña el horizonte y con solo respirarla se absorbe el aroma del café”. Con mi descripción sería suficiente para que ustedes estén conscientes de la existencia de un cerro y su fragancia matutina. Pero no podrían decir que lo conocen a menos que se aventuren a visitarlo y relacionarse con sus estructuras, en este caso: el paisaje, el clima, la fragancia matutina, etc. De la misma forma para que las frases como “solo Cristo puede llenar el vacío” sean más que palabras “mágicas” es necesario relacionarnos con las estructuras de Cristo y conocerle. Un cristianismo, o cualquier movimiento que pretende tomar a Cristo como bandera y solo eso, no es más que un espejismo, una aberración de la realidad y entonces un mundo que nos aleja de la consciencia de nuestro ser y por lo tanto vicia nuestra existencia e inevitablemente creará conflictos que bien pueden llevarnos a chocar contra la realidad y originar la ruptura de las paredes de cristal que nos limitan o pueden fortalecer la realidad ficticia mediante nuestra obstinada determinación a interpretar todo a favor de esa realidad esclavizando más nuestras creencias, razonamientos, actitudes y todas las estructuras de nuestro ser.
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