miércoles, 5 de enero de 2011

SERIE COMPLETA DE "¿SOY CRISTIANO?"

CARTA UNO.

Nos preguntamos a veces qué es ser cristiano o cómo ser buenos cristianos, la cristiandad nos preocupa porque nos sentimos comprometidos, pero a veces no sabemos con qué o con quién. Podríamos pasar por esta vida tranquilos, centrados en nada, distribuidos entre pensamientos, proyectos, pasiones, y tantas cosas, abarcando tanto, creyendo alcanzar y cubrir las dimensiones básicas de la vida; podríamos incluir en nuestro punto asistir regularmente a una iglesia y al igual que con los términos que nos dirigen en nuestra simple vida ciudadana plantearnos algún esquema fácil de seguir para sentirnos buenos laicos: visitar la iglesia los domingos, ofrendar en los servicios, sonreír amablemente en el supermercado, estar al día con las noticias del mundo cristiano y reconocer los salmistas y conferencistas más nombrados en la esfera cristiana. Tal vez así podríamos evitar muchas preguntas.

Un esquema nos permite no saltar a otros terrenos, nos mantiene alejados de la tentación de entrar en las zonas de preguntas que pueden robar nuestra tranquilidad y seducirnos a recorrer veredas en busca de respuestas o de quietud; un esquema nos permite esquivar responsabilidades porque sencillamente nos ayuda a creer que no existen otras obligaciones fuera de nuestro esquema, no hay otro mundo.

Pero no resulta con algunos, no contigo, tampoco conmigo. Lo hemos intentado, negándonos a las voces de los cuestionamientos y al llamado de las dudas sobre nosotros mismos, ocultándonos de los espejos que reflejan nuestro verdadero rostro y esforzándonos por ignorar la sed que sigue ardiendo en algún lugar dentro de nosotros y que nos lleva a los limites del terreno seguro en donde hemos decidido acampar. Y chocamos una y otra vez contra la gran pregunta: qué es ser cristiano. Y de ella se desprenden mil más: ¿a qué me refiero cuándo digo que soy cristiano?, ¿qué es lo que busco en este camino?, ¿qué es lo que no busco?, ¿es acaso una excusa para mí ser cristiano?, ¿es excusa de qué, para evitar qué, para protegerme de qué?, ¿por qué decidí ser cristiano?, ¿a dónde quiero llegar con esto?, ¿a dónde no quiero llegar?, ¿debo afectar con mi cristiandad a quienes me rodean?, ¿por qué debo afectarlos?, ¿de qué forma?, ¿es el cristianismo la respuesta a lo que busco?, ¿qué es lo que busco?, ¿quién dijo que era la respuesta?, ¿por qué lo dijo?, ¿ser cristianos es seguir a Cristo?, ¿qué es el cristianismo hoy?, ¿por qué tantas expresiones para definir la cristiandad?, ¿cristianismo es sinónimo de exclusión?, ¿podría haber otra forma de seguir a Cristo fuera del cristianismo?, ¿es hoy el cristianismo lo que por tradición se ha dicho que es?, ¿son las estructuras actuales del cristianismo la idóneas para que éste sea considerado como la única forma de seguir a Cristo y abrazar la salvación?, ¿qué es la salvación?, ¿quién es Cristo?, ¿debo seguir siendo cristiano o existe alguna posibilidad de ir en la dirección correcta sin etiquetarnos?, ¿hay alguna dirección correcta?, ¿qué es lo más importante en todo esto?...

Y no terminan allí las preguntas, siguen surgiendo, haciendo escándalo en nuestras mentes, originando caos en nuestros pensamientos, llevándonos a extremos y puntos medios de forma desordenada. Hay quienes logran convivir con las preguntas, y hasta con el tormento que éstas originan, se les ve en las congregaciones, diciendo amén a las frases aparentemente bien pronunciadas, a las afirmaciones que emergen de ciertas formas de interpretación de las Escrituras, exclamando “gloria a Dios” llenos de gozo, estrechando las manos de sus hermanos, nadie imagina que están cuestionando el sermón escuchado y hasta la liturgia en curso, no se les nota la incomodidad que les causa el combate que se libra dentro de ellos.

Tampoco es nuestro caso, de repente creemos comprender que el cristianismo puede ser una vereda en nuestra búsqueda, un canal para guiar también a otros. Y esto origina más preguntas: ¿debo aceptar el cristianismo tal y cómo se ha presentado en este siglo?, ¿debo entrar en la dinámica de deconstrucción que emerge?, ¿cuál debe ser mi propósito?, ¿cómo puedo aportar a la deconstrucción?, ¿cuáles son las estructuras que aberran actualmente al cristianismo y lo presentan más como secta que como vereda?, ¿cómo puedo hacer de la vida congregacional una dinámica más acertada en relación a los problemas sociales que hay en las comunidades a mi alrededor?, ¿es necesario hacerlo?...

Así percibimos que las preguntas no estorban, que las tormentas que producen son para proyectarnos hacia adelante, para obligarnos a avanzar y quebrar las paredes de cristales bajo las cuales acampamos, son para forzarnos a pasar los límites de la comodidad; finalmente comprendemos que no es tan cómodo el terreno donde habitamos y no pertenecemos a ese lugar, no es nuestro país, que cuando decimos que somos forastero lo somos en realidad, y ni siquiera el cristianismo nos brinda el calor de hogar que buscamos, que tal vez es la ausencia de ese calor la que propicia nuestras preguntas, que son ellas quizá señales que nos llevan a nuestro hogar. Y encontramos la forma de movernos dentro del cristianismo, en pro de un cristianismo en evolución, en movimiento, siendo agentes de cambios y revoluciones necesarias para que éste avance y más que una secta, religión o institución vaya tomando forma de escenario; a medida que avanzamos nos damos cuenta que es un avance en regresión, que es un volver al inicio, a lo que fue antes de ser distorsionado por concilios, leyes, reformas, prejuicios, intereses y doctrinas, antes de que se mezclara con doctrinas de paso, innovadoras y seductoras a sus siglos, y se creyera tales mezclas necesarias para hacer del cristianismo un movimiento trascendental; vamos comprendiendo la ironía de nuestra acción o en nuestra intención, nos sorprendemos al vernos luchando contra el progreso creyendo progresar, trayendo el pasado al presente para marcar un nuevo comienzo, miramos a nuestro alrededor y nos vemos acompañados en nuestro empeño, entendemos que no somos una raza en extinción ni solitaria, que cada día va aumentando el número de quienes despiertan dispuestos a correr el riesgo de ser tildados como herejes o separados del cuerpo de Cristo, pero centrados en un propósito: llevar el cristianismo a otra expresión, convertirlo en un escenario de búsqueda, demoler todas las estructuras que lo conceptualizan como un sistema y así provocarlo como escenario en el que actúen estructuras débiles y por lo tanto preventivas contra medidas ortodoxas que promueven exclusiones, reglamentos exclusivistas, doctrinas escapistas, contra medidas ortodoxas que sirven de nido de formulas mágicas fascinantes pero incongruentes a la realidad.

Y aquí nos encontramos, en este punto del camino, tú y yo, y tantos más. Haciendo lo que podemos, lo que sabemos hacer, escribiendo, cantando, dando conferencias, organizando eventos, dirigiendo fundaciones, moderando programas de radio o televisión; aquí nos encontramos, aportando, alimentándonos para seguir, y los encuentros van surgiendo cada día, descubriéndonos a través de redes sociales, escuchando los relatos de otros que van causando revoluciones dentro de algunas de las estructuras de lo que podemos conceptualizar como cristianismo tradicional o heredado, que van provocando cambios con distintas formas de expresiones. Leyéndonos, tropezando en plazas, en locales comerciales, en templos cristianos, compartiendo experiencias y métodos sin intención de imponer formulas o formas de acción para llevar a cabo nuestros propósitos, con la única intención de aportar, de que se tome lo que se pueda de nuestras experiencias y de tomar lo que se pueda de las de otros. Dándonos respuestas y preguntas que nos lleven a más respuestas y más preguntas para poder definir lo que en principio nos movió del lugar: qué es ser cristiano o cómo ser buenos cristianos.

Hoy puedo entender que la cristiandad me lleva a asumir un compromiso con la sociedad, a actuar a favor de los desfavorecidos, a acompañar a los favorecidos, a no esconderme con mis inquietudes y preguntas, sino a caminar con ellas y con la sociedad, porque ser cristiano se resume en la vida de Cristo y sus palabras, y la vida de Cristo fue una expresión de amor hacia quienes le rodearon, una expresión de amor hacia quienes le escuchaban, hacia aquellos que simpatizaban con sus palabras y también hacia quienes le adversaban, la vida de Cristo fue un mensaje, desnudo de dogmas y doctrinas, un mensaje simple y sencillo, fácil de entender, un mensaje que recorrió aldeas y capitales, entregado a ricos y pobres, su vida fue un empeño por exaltar el amor que hay dentro del hombre y así hacernos entender que tal vez ser cristiano es no darle importancia a ser cristiano, que imitarle no es interpretar su vida para sistematizarla y crear métodos y esquemas, que si un día la etiqueta “cristianismo” es abolida, olvidada, menospreciada, aun así queda su vida simple, su vida entregada, su vida que a través de nuestros pasos y acciones puede seguir recorriendo aldeas y capitales, llegando a ricos y pobres, exaltando el amor que hay dentro nuestro y que puede llevar a la sociedad a un nivel más humano, y por lo tanto más divino, porque él, siendo humano, nos mostró que la divinidad puede ser expresada desde nuestra condición, pero para eso es necesario olvidar los adornos que hasta ahora hemos creído que embellecen la acción de Cristo y que tristemente hemos llamado cristianismo. He dicho muchas veces en reuniones y conversaciones con amigos que tal vez un día la palabra “cristianismo” se extinguirá de nuestro vocabulario y será recordada como el título de un movimiento que abarcó siglos y progresó en la historia, he preguntado qué pasaría si sucediera en nuestro tiempo, ¿cómo lo asimilaríamos?, ¿se acabaría nuestro empeño por hacer lo que hemos definido como obra de Cristo?, ¿sería el fin de Cristo?, ¿es igual Cristo y cristianismo?, ¿es mayor cristianismo que Cristo?, ¿la vigencia de las palabras de Cristo y su trascendencia en el tiempo dependen del cristianismo?, ¿qué pasaría si surge otra etiqueta para todo lo que está enclaustrado dentro de la palabra cristianismo?, ¿es la fe en Cristo lo mismo que la fe cristiana?, ¿debemos considerarlo así? Hoy, recuerdo la pregunta de Cristo, y hace eco en mi alma “¿quién dice la gente que soy yo?”, hoy podría responder: “unos dicen que eres cristianismo, otros que fundamentalismo u ortodoxia…”. Pero él luego preguntó “¿y vosotros quién decís que soy yo?”. La intención de Cristo fue que sus discípulos entendieran que seguirle a él, que imitarlo a él, que conceptualizarlo a él, es una dinámica, es algo personal, es un asunto entre Cristo y yo, entre Cristo y tú, aun dentro del cristianismo no es un asunto entre el cristianismo, tú y Cristo, y por esta razón el cristianismo es solo un escenario, dentro del cual podemos y debemos preguntarnos “¿quién digo yo que es el Cristo?”.

Yo abrí la ventana hacia el mundo de las preguntas y ahora no puedo cerrarla, camino sobre terrenos inciertos, como diría el salmista “en valle de sombra de muerte…”, porque cada pregunta amenaza mi fe, la arrincona contra la espada y la pared, porque cada pregunta va dándole muerte a las creencias que contradicen el mensaje de Cristo, que aberran su vida en mí, valle de muerte en el que yacen cadáveres que hablan de los años en los que viví un cristianismo de límites, de métodos. Camino sin miedo ya, entendiendo que es la fe la que nos mueve y nos lleva por estos terrenos, camino seguro de que no es camino solitario, que muchos transitan por estos valles, y transito acompañado de buenos recuerdos, recuerdos de rostros amigos, recuerdos de nombres gratos, de esfuerzos compartidos, camino con esperanza, de un mejor porvenir, con esperanza de nuevos encuentros y de conocer otros nombres, con la ilusión de compartir mi esfuerzo con otras personas…

CARTA DOS.
Cuando leo en las Escrituras la actuación de Cristo y sus palabras frente a las sectas que emergieron del judaísmo, y que se convirtieron en las predominantes para el contexto político-religioso que rodeó a Cristo, me siento atraído por su carácter y su intención, sus palabras eran misiles dirigidos contra las estructuras de las religiones organizadas que pretendían controlar la sociedad a través de sus doctrinas, doctrinas que validaban con sus interpretaciones de las Escrituras y de las bases del judaísmo.

Observo tres estructuras doctrinales de las que se desprendían las enseñanzas de estas sectas y a través de las que mayormente se apoyaban para controlar la vida social y utilizaban para instaurase progresivamente como autoridad y religión oficial; de no haber sido por la rivalidad entre saduceos y fariseos alguna de éstas se habría convertido en la única expresión del judaísmo y fortalecido hasta el punto de hacerse casi irrevocable del alma del pueblo judío, pero la rivalidad llevó a los representantes de cada secta a tal extremo de fanatismo que no les importaba rayar en lo irracional con el propósito de contradecirse entre ellos, el solo hecho de que los saduceos afirmaran alguna doctrina era ya una razón para que los fariseos levantaran argumentos contra tales doctrinas o viceversa, sin importar lo insostenible o ficticio de los argumentos. Aun así lograron construir un mundo de cristal, un campo religioso y respetable apoyado en las interpretaciones tocantes al templo, al día de reposo y a los diez mandamientos o decálogo que Moisés dejó como herencia, tres de las columnas fuertes del judaísmo.

El carácter de sus interpretaciones resultaba de sus intenciones proselitistas, por estas razón se mostraban rigurosos, ya que la flexibilidad debilitaría las estructuras de la secta y por lo tanto facilitaría su evolución lo que cual no era sinónimo de progreso, la evolución se mide por la adaptabilidad de la secta al tiempo y espacio, lo que implica constantes reformas de normas, y consideraciones en los aspectos doctrinales que pudieran amenazar la continuidad de los mismos y asomar el surgimiento de nuevos aspectos, esto resultaría en la aniquilación constante del sistema religioso y el renacimiento de otro sistema, u otra manera de expresar el sistema, adaptado al tiempo y al espacio; por otra parte el progreso se mide por la capacidad o cualidad que puede tener la secta o sistema de mantener intactas sus estructuras a través de tiempos y espacios, para lo cual se hace imprescindible protegerse como tradición a través de métodos dogmaticos. Como consecuencia del carácter riguroso de sus interpretaciones todo aquel que quería abrazar con seriedad la hermandad dentro de estas sectas irremediablemente reflejaba incongruencia entre lo que enseñaba o defendía como enseñanza y lo que practicaba, por lo que la hipocresía era ya una conducta condicionada por el contexto al cual se sometía cuando asimilaban la secta como su mundo y sus estructuras como leyes naturales dentro de tal mundo. El ambiente de estas sectas estimulaba una actitud de competencia que otorgaba el derecho de reclamar la admiración y el respeto, adjudicaba el deber de actuar con arrogancia y transfería la atribución de menospreciar a aquellos que consideraban inferiores.

Jesús, el Cristo, denuncia la intención y el carácter de estas sectas al referirse a escribas y fariseos diciendo: “porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas… ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mt. 23: 4; 15).

Jesús no solo denunció repetidamente el carácter y la intención de fariseos y saduceos sino que también disparó contra las estructuras haciendo polémicas declaraciones que le restaban importancias e incluso ridiculizaban las interpretaciones proselitistas y dogmáticas que erigían en torno a las columnas del judaísmo heredado y venerado históricamente. Cuando los fariseos acusaron delante de él a los discípulos por arrancar espigas y comerlas un día de reposo no solo ridiculizó la forma en la que interpretaban este aspecto de la ley sino que también apuntó contra la importancia que le daban al templo, por ser el templo para entonces una de sus imágenes o emblemas, les respondió: “¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí” (Mt. 12:5,6). Con esta declaración Jesús no cuestionó la utilidad del templo como lugar de congregación pero sí desacreditó el templo como emblema y escudo para una secta, dando a entender que mayor era su vida porque su vida era la razón de ser del templo. Jesús no menospreció las sinagogas como estrategia para acercar al pueblo a una vida congregacional ya que él mismo visitó las sinagogas enseñando (Mt 4:23; 12:9).

Y mientras voy leyendo sus palabras contra las sectas que querían instaurarse como oficiales y únicas medidas para encontrar redención encuentro también su actuación a favor de la sociedad y me atrae su interpretación de la ley, de la vida y del amor. En un contexto en el que los temas referentes a la religión eran fríos y donde los intérpretes de la ley construían con sus interpretaciones muros inmensos que separaban al hombre del Creador, en un momento histórico en el que seguir a algún rabí significaba ser víctima de su arrogancia y endurecer el corazón para llegar a imitarle y ser merecedor de su aprobación, Jesús logró crear una atmosfera distinta a su alrededor, mostrando un sentimiento y un carácter en sus palabras desnudo de proselitismo, demostrando que querer comprender los asuntos espirituales e iniciar una búsqueda de las verdades alrededor de la divinidad no son cuestiones que deban separar al hombre de la comunidad y hacerlo indiferente a aquellos que le rodean, que el deseo de comprender tales asuntos y el interés de encontrar verdades debe más bien vincular al ser humano con su entorno y el prójimo, o dicho de otra forma debe hacerlo consciente de tal vinculo existente y que la práctica de la religión sistemática y dogmatica le hace olvidar.

No sé ya si soy cristiano o no, y la verdad a dejado de interesarme saberlo, quienes me conocen saben que adverso las estructuras heredadas del cristianismo que hoy llaman único camino, pero también saben que no lo menosprecio, que lo prefiero escenario, que lo pretendo como vereda, que lo sueño libre de actitudes dogmaticas y pretensiones proselitistas, libre de métodos e instrumentos pregonados infalibles, que lo creo más útil exento de vicios tradicionalistas, lo deseo sin progreso, en cambio evolucionando.

CARTA TRES.
Llegué a esta ciudad a la edad de diecinueve años, buscando refugio, intentando vencer los vicios que el fracaso incrustó en mi alma, vicios que no me permitían ver con claridad hacia el futuro. Era el escenario perfecto pues aquí, en Cabimas, el hombre emerge aun de sus cenizas, es el carácter de la gente de esta ciudad, tal vez es un carácter heredado, una herencia histórica. Hoy cuando miro hacia atrás y recuerdo mi trayecto en esta ciudad pienso que recibí su herencia y la abracé como un hijo más de Cabimas, como un hombre cenicienta. Aquí decidí pisar terrenos inciertos, y en este escenario el cristianismo se convirtió en un tema serio para mí; caminando por sus calles, visitando sus iglesias, asistiendo a sus campañas y cruzadas cristianas fui entendiendo que es necesario tocar a la sociedad, vivir un cristianismo de calle.

Conocí jóvenes y adultos comprometidos con Cristo, convencidos de tener un propósito que cumplir en la ciudad, he conocido a algunos sin ninguna ambición fuera de Cabimas, les duele el lugar donde nacieron y han crecido, les duele tanto que no piden a Dios que los envíe a otra ciudad o país, ellos desean ser entes activos en beneficio de la ciudad; he conversado con ellos y brotan pasión con cada palabra y con cada gesto al referirse a los cambios necesarios para que la sociedad pueda conocer un mejor estilo de vida y exista la esperanza para las generaciones futuras de habitar en una tierra más calurosa, con más amor y conciencia, con menos miseria, con menos dificultades, donde la delincuencia no sea la constante en los diarios regionales, donde la educación reine en los hogares; ellos actúan dentro del cristianismo, y transitan por él como vereda, haciéndolo escenario, plataforma para reunir jóvenes y guiarlos a un mejor porvenir a través de las enseñanzas de Cristo y asegurar así una generación con principios basados en el amor hacia la gente que nos rodea, en la compasión y la piedad. Ellos buscan generar un despertar en quienes les escuchan, un nuevo nacimiento desmitificado, sin prometer que desde el momento en que abracen las enseñanzas de Cristo y su obra redentora el contexto financiero o social que les rodea cambiará, sino educándolos a provocar el cambio necesario renovando sus actitudes y comportamientos, tomándose en serio en relación al futuro. A pesar de la intención común que he visto en estas personas y del contexto común que les rodea, en estos diez años los he visto actuando solitarios, algunos obligados a fundar ministerios independientes, separados de otros porque no consiguen ser entendidos y apoyados, he contemplado la ausencia de un interés por unificarse conservando la esencia cada quien por su trabajo y apoyándose con los recursos y métodos descubiertos, tal vez porque cada uno ha sido hijo de la exclusión, es decir, ha sido golpeado por el cristianismo tradicional que no permite métodos innovadores porque le urge conservar la liturgia heredada y las maneras aprendidas y como consecuencia han sido expulsado de las filas del cristianismo que es más bien una religión organizada. Cada uno tal vez cuida sus espaldas, no por egoísmo, sino por proteger la obra que creen necesaria hacer.

Aquí desperté, entendí que lo que aprendí alguna vez como nuevo nacimiento es mucho más que una doctrina cristiana conceptualizada, que no se trata de un acontecimiento mágico, sino que es una forma de identificar con palabras el despertar ante la necesidad de encontrar nuestro hogar y llegar al conocimiento de Dios, entendí que el nuevo nacimiento no trae consigo un cambio brusco de la realidad y de nuestra conducta y que esta creencia solo asegura la frustración del hombre al chocar contra la realidad y notar que ningún cambio fantástico ha ocurrido desde su conversión.

Hoy, después de casi diez años de haber despertado, sigo caminando por la ruta que me señaló el ensarte de dudas que me permití plantearme, sigo con mi condición de forastero que niega el cristianismo como hogar y sus doctrinas como fin de mi búsqueda, sin menospreciarlo como escenario, soñándolo como sistema de estructuras débiles que le permitan exaltar la cuestión humana por encima de sus normativas, libre de pretensiones proselitistas, de métodos dogmaticos, sin vestigios tradicionalistas sino con actitud evolucionista. No sé si aun si soy cristiano, y en este punto de la ruta no me preocupa tanto saberlo, pero me interesas el cristianismo, de lo contrario no estaría aquí, escribiendo intentando unirme a otros que transitan la ruta y algunos más que aquí en Cabimas construyen un cristianismo como escenario…

CARTA CUATRO.
Fui un buen predicador a mis nueve años, era más fácil comprender y expresar la fe, recuerdo con claridad, y creo que jamás podré olvidar, la mañana en la que por cuenta propia tomé la Biblia de mi padre y leí Mateo 9:9. Mi padre me encontró temprano en el escritorio leyendo y me preguntó si quería predicar esa noche en la congregación, le dije que sí, sin pensar en que mis palabras podrían comprometer lo que otros pudieran pensar sobre mí al escuchar la forma en la que entendía la fe y el cristianismo, sin sacar cuenta de los daños que podía causar a la audiencia y su concepción de la fe, Cristo y cristianismo; ni siquiera me interesaba el cristianismo, para entonces yo solo conocía el evangelio y era sencillo también, fácil de comprender y de expresar, solo era buenas nuevas y Mateo 9:9 hablaba de buenas nuevas, hablaba de evangelio, no de cristianismo, no de fe cristiana.

Recuerdo aquella noche, no necesité un bosquejo para guiar mis palabras, no había nada difícil de recordar sobre lo que había leído. En escena habían dos hombres: Jesús y Mateo, no necesitaba saber si uno era una expresión de la deidad o no, si el otro era considerado traidor por los judíos. Uno pasó y vio al otro y le dijo: Sígueme. Y ese fue mi mensaje aquella noche de mis nueve años, la que dio inicio a mi temprana y corta carrera de predicador. Aquel pasaje no decía nada sobre el cristianismo, “sígueme” no incluía a mis nueve años firmar un contrato que me comprometiera con normativas, doctrinas, dogmas, tradiciones ni nada; “sígueme” no incluía defender a muerte una ideología por llamarse “cristiana”; “sígueme” era ir detrás de uno que siendo maestro estuvo dispuesto a educar a una sociedad mientras también revelaba señales para transitar la ruta hacia un encuentro con aquel a quien llamó “Padre”. “Sígueme” era observarlo, escucharlo e imitar su actuación, anhelar su carácter compasivo, su amor al prójimo, era ser parte de una revolución que nada tiene que ver con política aunque puede reformarla, que nada tiene que ver con religión aunque puede convertirla en vereda, que nada tiene que ver con sistemas aunque puede convertirlos en escenario favorables al hombre…

Tan sencillo era seguirle, tan claro y desnudo de misterio fue el llamado, que aquel hombre “se levantó y le siguió”. Sin preguntar cuál sería su título ahora, sin recibir un manual de doctrinas a seguir, sígueme era seguir a Jesús, hombre o divino, profeta o curandero, como fuera, él siguió a uno que le llamó. Ya no tengo nueve años, estoy ya a la puerta de mis treinta, y todo ha cambiado, cuando me paro en un escenario me da miedo hablar, aunque termino hablando, pero pienso en cómo la gente ha abrazado las palabras de Cristo y su actuación, y las liturgias reflejan el cómo, siento que la gente no quiere las palabras sencillas de Cristo, quiere interpretaciones complicadas, métodos fantásticos aunque ridículos, veo que la gente no quiere escuchar que Cristo es mayor que cristianismo, veo que adoran al cristianismo y hasta se jactan de su progreso sin siquiera entenderlo… Y lamento que la única forma de volver al mensaje sencillo, de ser de nuevo un niño que predica, es demoliendo primero las estructuras de este monstruo que opaca la obra sencilla para encontrar el camino de regreso, la ruta.

Recuerdo que a mis nueve años, en otra oportunidad fui invitado por un pastor a predicar en su congregación, luego del mensaje me llevó a cenar y mientras comía me explicó que le gustaban más las epístolas por los postulados doctrinales, usó palabras que a mi edad no podía comprender, y luego me preguntó qué libros de la Biblia me gustaban más, le respondí que los evangelios porque reflejaban la vida de un hombre entregado al prójimo. Hoy sonrío mientras recuerdo mi niñez, y doy gracias por el hecho de que hace diez años desperté de nuevo y vi la grandeza de un Cristo que caminó entre la gente con un “sígueme” libre de adornos inútiles, pero ya no me alcanza con despertar yo, con seguirlo yo, y es que a mi alrededor está el prójimo, que ha dejado también o tal vez no ha tenido la oportunidad de entender la sencillez de aquellas palabras. No sé si soy cristiano, pero a estas alturas del camino me preocupa que el cristianismo sea hoy un sistema cuya estructura se levanta contra la obra de Cristo y seduce al hombre a otras rutas, y estoy dispuesto junto a ustedes a demoler sus estructuras y construir sobre sus bases estructuras que lo definan como escenario de búsqueda y no como destino...

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