domingo, 12 de septiembre de 2010

VIVE EL CIELO DONDE ESTES...

Estuve en Quebrada Honda un día, no fue una visita planeada, estábamos cerca de Aroa en el estado Yaracuy así decidimos subir hasta la montaña y visitar a nuestra familia. Mientras subía la montaña observaba el paisaje, las nubes besando las cimas de las montañas, los árboles creciendo en total armonía, casas de barro, gente sonriendo a nuestro paso y levantando sus manos para saludar, los niños corriendo libres por los callejones que se abren entre la montaña y que unen la existencia de cada quien, el sol que suspendido en el cielo deja ver su resplandor…


Llegamos cerca del mediodía a la cima, y al bajar de la camioneta encontré a mi abuelo frente a su casa, apoyando sus dos manos sobre un bastón gris, con sus ojos perdidos en el horizonte, nos abrazamos y me sometí a su cuestionario, necesario para actualizarse… Me regaló un par de sonrisas, señaló una silla en el interior de su casa y la traje hasta el frente para sentarme a su lado, guardó silencio y dejó de nuevo perder su vista en el horizonte; es corto el horizonte en Quebrada Honda, nunca lo había pensado hasta ese momento, frente a la casa del abuelo está la hacienda de cafetos, no es llana la hacienda, el cafetal yace sobre cerros y más allá del sembradío otra montaña que interrumpe la trayectoria del horizonte. En aquella montaña se dice que pasea un tigre, uno inmenso, legendario, de tal vez mil vidas, que nadie ha podido tocar jamás, cuyas huellas se dejan ver a veces…


Sentado frente a la casa de abuelo, a su lado, mirando hacia el horizonte corto me pregunté por qué le gusta estar sentado allí, por qué no mira hacia su izquierda donde el horizonte es más lejano y la vista se pierde… Abuelo giró hacia mi una vez más y volvió a sonreírme, entonces lo supe, él ni siquiera usaba sus ojos, no importaba la montaña o el horizonte, solo respiraba, solo disfrutaba de la paz, de lo que había, de la compañía de sus nietos que estábamos allí junto a él, sentados, sonreía porque uno sonríe cuando no hay pasado ni futuro, cuando vives el presente y es grato, y siempre es grato reconocer el presente desnudo del pasado o del futuro, uno descubre que se tiene fortuna, porque es una fortuna poder sentarse tranquilo con la compañía de quienes tienen parte de ti, porque es una fortuna estar de paso en un tiempo que no se repetirá, en una vida que no volverá a ser igual… Descubrí que la paz es vivir, simplemente vivir, y vivir es reconocer el presente y disfrutar de lo que hay.

Poco a poco la casa se llenó, tíos, primos, más tíos y más primos… Rostros de alegrías sinceras, exclamaciones, preguntas, respuestas… Nos fuimos en caravana más arriba, a casa de mi tío Cheo, allí más de una docena de primos, todos los Crespos reunidos, y solo necesitamos una mesa y un dominó para darle vida a la tarde, cada quien tenía un cuento, una historia que contar, todos reíamos, no se necesita mucho para reír, solo se necesita ser feliz, y es fácil ser feliz cuando sientes paz, y es fácil sentir paz cuando reconoces el presente, cuando lo vez desnudo, cuando ya el pasado y el futuro están despojados de sus armas.


Pensé en Quebrada Honda como en una fortaleza, donde no entra nada que no sea felicidad y paz, me pregunté por qué el resto del mundo no podía ser así, y lo supe, de nuevo mirando al abuelo que estaba sentado frente a nosotros, una estirpe que existía por él, que conquistó aquel cerro a mediados del siglo pasado para convertirlo en el hogar de los Crespos. No era el lugar sino la gente, pensé que no necesito ser mejor, sino sencillamente reconocerme como había reconocido mi presente frente a aquella montaña. Las horas pasaron y no malgastamos ni un segundo, los abrazos desfilaban al paso de los minutos, las sonrisas también, la vida se hacía buena, cobraba valor, verdadero valor. La niebla lo conquistaba todo, pero sentía la calidez del hogar, en un lugar que está a miles de miles de kilómetros de donde vivo…


Me levanté y me acerqué a mi abuelo que se levantó también para abrazarme y sonreírme, sin emitir palabras, a veces hay que dejar que las almas hablen, lo supe porque escuché su sonrisa decirme un millón de cosas en segundos, el lenguaje del alma es superior al tiempo; la noche se adueñó del lugar, es mucho más oscura la noche en Quebrada Honda, pero no hay temores no despiertan los demonios allí, la noche es parte del día, y permite que los ojos descansen, nadie se preocupa por encender tantas luces, para eso están la luna y las estrellas, para darnos la luz necesaria. Canciones, anécdotas, risas a todo pulmón, flash de cámaras, no tomábamos fotos pensando en guardar parte del pasado para el viaje, es curioso pero no era así, lo hacíamos para jugar con el presente, para tener otra excusa para jugar.

Cerca de la medianoche nos despedíamos, sin tristezas, con esperanza de un próximo encuentro sin pensar en la posibilidad de que no ocurriera, uno a uno desfilaron los abrazos, los besos, creo que abracé a cada uno dos o tres veces, no hubo lagrimas, no hubo lamentos por la despedida, sonreíamos, disfrutar del presente es disfrutar también las despedidas, si es el último momento entonces sintamos la paz del último momento. Nos montamos en la camioneta, y arrancamos, no miré hacia atrás, no era necesario, ya el último momento había respirado.

Mientras bajábamos, conversaba con mi primo, y no pude evitarlo, lo miré sonriendo y le dije que hasta Dios debe sentir envidia por la vida como se vive en Quebrada Honda… Hoy días después, pienso que Ruth tiene razón al decirme que entonces ese debe ser el cielo, y concluyo: vivamos el cielo donde estemos.

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