Dedicada a ella que es mi hogar... Cuyo nombre es el hechizo que libera mi alma…
Sucedió hace siglos, él caminaba por su desierto, se escondía del tiempo, agonizaba de sed, llevaba vidas agonizando de sed. Por muchas vidas ni la luna ni la brisa se habían asomado por el desierto y la fe se limitaba a sus alrededores, así que él caminaba solo por las arenas, sin luna y sin brisa, sin fe…
Alguna vez pensó que al final del desierto estaba su hogar, había escuchado que un hogar era calido, que allí se encontraba alivio y reposo, que podía respirarse tranquilo, había escuchado que no importaba si el tiempo te alcanzaba en tu hogar, allí eras eterno. Alguna vez la brisa le había dicho que él había nacido para encontrar su hogar, se había sentado a su lado en pleno desierto, él jugaba con las arenas, escribiendo letras que no existían, la brisa sonriendo jugaba también con la arena y de repente sopló fuerte, tan fuerte que la arena tocó el cielo haciendo un camino por donde bajó la luna que también se sentó a su lado, los tres sentados platicaron hasta el amanecer. Luna y brisa le hablaron de ella y antes de irse las dos señalaron las letras que él dibujó en la arena diciéndole que ese era el nombre de su hogar. Luna le dijo que sobre su hogar ella brillaría aun durante el amanecer y brisa que soplaría suave a su alrededor…
Por mucho tiempo supo que al llegar allí ya no tendría más miedo al tiempo, que nunca más lloraría de sed, que allí estaba su identidad… Desde entonces no volvió a ver la luna cerca ni a sentir la brisa a su alrededor, las arenas herían su alma, marcaban su piel, lastimaba su sed… Una tarde lo alcanzó el tiempo y junto al tiempo una tormenta de demonios que amenazaban, señalaban sus fracasos y dibujaban sobre la arena su pasado y frente al tiempo creyó saber que no encontraría su hogar… El tiempo aprovechó su sed y robó su alma; él era solitario y sin alma, sin identidad y sin hogar, sin compañía de la brisa y de la luna…
Una mañana despertó al final del desierto, cuenta la gente de aquel tiempo que brisa y luna lo tomaron mientras dormía y lo llevaron al final del camino… Se despertó frente a un pequeño pueblo, vio niños que corrían alrededor de una fuente y ancianos sentados junto al camino principal de la aldea, jura que vio su niñez sonreírle al entrar al pueblo, y de repente, en pleno amanecer la luna brillaba sobre aquel lugar, y una brisa suave y fresca sopló acariciando sus manos al mismo tiempo que escuchó una voz que preguntaba su nombre, volteó hacia ella y aquella imagen golpeó su sed, ella sonreía y la brisa jugaba con sus cabellos, en sus ojos se reflejaba el resplandor de la luna, en su cuello una cadena de plata sobre la que colgaban siete letras, las mismas que él había escrito sobre la arena del desierto y que ahora, sin alma, no recordaba, ella parecía ser dueña de sus recuerdos, tomó su mano como si lo hubiera esperado por siglos y él sin pensarlo la besó, y aquel besó fue el hechizo que le arrancó su alma al tiempo, al abrir los ojos se reconocieron, se abrazaron y él sintió reposo…
“Eres mi hogar”, susurró a su oído y su sed se calmó… A su lado supo quién era él, y grabó el nombre de ella en su alma, juró encontrarla en cada vida…
Desde entonces, en cada siglo, en cada despertar busco tu nombre, tu imagen, tus besos y abrazos… Desde entonces sé que mi identidad está escondida en ti…
Sucedió hace siglos, él caminaba por su desierto, se escondía del tiempo, agonizaba de sed, llevaba vidas agonizando de sed. Por muchas vidas ni la luna ni la brisa se habían asomado por el desierto y la fe se limitaba a sus alrededores, así que él caminaba solo por las arenas, sin luna y sin brisa, sin fe…
Alguna vez pensó que al final del desierto estaba su hogar, había escuchado que un hogar era calido, que allí se encontraba alivio y reposo, que podía respirarse tranquilo, había escuchado que no importaba si el tiempo te alcanzaba en tu hogar, allí eras eterno. Alguna vez la brisa le había dicho que él había nacido para encontrar su hogar, se había sentado a su lado en pleno desierto, él jugaba con las arenas, escribiendo letras que no existían, la brisa sonriendo jugaba también con la arena y de repente sopló fuerte, tan fuerte que la arena tocó el cielo haciendo un camino por donde bajó la luna que también se sentó a su lado, los tres sentados platicaron hasta el amanecer. Luna y brisa le hablaron de ella y antes de irse las dos señalaron las letras que él dibujó en la arena diciéndole que ese era el nombre de su hogar. Luna le dijo que sobre su hogar ella brillaría aun durante el amanecer y brisa que soplaría suave a su alrededor…
Por mucho tiempo supo que al llegar allí ya no tendría más miedo al tiempo, que nunca más lloraría de sed, que allí estaba su identidad… Desde entonces no volvió a ver la luna cerca ni a sentir la brisa a su alrededor, las arenas herían su alma, marcaban su piel, lastimaba su sed… Una tarde lo alcanzó el tiempo y junto al tiempo una tormenta de demonios que amenazaban, señalaban sus fracasos y dibujaban sobre la arena su pasado y frente al tiempo creyó saber que no encontraría su hogar… El tiempo aprovechó su sed y robó su alma; él era solitario y sin alma, sin identidad y sin hogar, sin compañía de la brisa y de la luna…
Una mañana despertó al final del desierto, cuenta la gente de aquel tiempo que brisa y luna lo tomaron mientras dormía y lo llevaron al final del camino… Se despertó frente a un pequeño pueblo, vio niños que corrían alrededor de una fuente y ancianos sentados junto al camino principal de la aldea, jura que vio su niñez sonreírle al entrar al pueblo, y de repente, en pleno amanecer la luna brillaba sobre aquel lugar, y una brisa suave y fresca sopló acariciando sus manos al mismo tiempo que escuchó una voz que preguntaba su nombre, volteó hacia ella y aquella imagen golpeó su sed, ella sonreía y la brisa jugaba con sus cabellos, en sus ojos se reflejaba el resplandor de la luna, en su cuello una cadena de plata sobre la que colgaban siete letras, las mismas que él había escrito sobre la arena del desierto y que ahora, sin alma, no recordaba, ella parecía ser dueña de sus recuerdos, tomó su mano como si lo hubiera esperado por siglos y él sin pensarlo la besó, y aquel besó fue el hechizo que le arrancó su alma al tiempo, al abrir los ojos se reconocieron, se abrazaron y él sintió reposo…
“Eres mi hogar”, susurró a su oído y su sed se calmó… A su lado supo quién era él, y grabó el nombre de ella en su alma, juró encontrarla en cada vida…
Desde entonces, en cada siglo, en cada despertar busco tu nombre, tu imagen, tus besos y abrazos… Desde entonces sé que mi identidad está escondida en ti…
No hay comentarios:
Publicar un comentario