jueves, 20 de agosto de 2009

CUENTO DE AGOSTO.

Se sentó a la orilla de aquel gran lago y sintió la lluvia caer. Las gotas parecían quebrar las calmadas aguas del lago, agitadas por un fuerte viento que nació en el sur, sobre las que se esparcía la imagen de la luna.

Tembló al pensar que del otro lado del gran lago que dividía su mundo estaba aquella imagen. Metió sus pies en las aguas y sintió que su alma y el lago eran uno solo. Las gotas de lluvia quebraban su alma, el viento agitaba su vacío, espacio de recuerdos de un futuro escrito y grabado en su alma. Miró la luna y desde el centro de su existencia un sentimiento se esparció dentro de él. Luego miró hacia el sur, alguna vez estuvo allí, no podía probarlo, pero allí sentado con sus pies sumergidos en el agua, lo sabía y no necesitaba probarlo. Era suficiente su nostalgia, su deseo, su vacío. Vacío que le hablaba de ella, de una tarde de agosto en la que el sol brillaría para ellos.

Se preguntó cómo, cómo podía llegar hasta ella, cómo podía alcanzarla, cómo tocarla. Y recordó el por qué estaba allí esa noche. Hablaron las heridas y supo que, aunque lo deseaba, no llegaría a ella. Cada herida era un argumento que imposibilitaba sus pasos: aquel gran lago no podría ser cruzado jamás y su mundo seguiría dividido.

Del otro lado ella, aquella imagen buscada por él e inalcanzable por sus argumentos, sentada también a la orilla del lago, con sus pies sumergidos también; ella era el sur y en ella nacía el viento, era su imagen la que se escondía en la luna, ella era el sentimiento que se esparcía dentro de él, era su dulzura la que goteaba desde el cielo y quebraba su alma y era su esencia la que agitaba el alma de él.

Ella abrió sus brazos y como una libélula proyectó desde el sur su imagen hasta el otro lado de su mundo, acercándose a él. Y él al verla se levantó, y cayeron los argumentos, huyeron las heridas. Se levantó y quiso tocarla, se levantó y caminó.

Era el atardecer del día siguiente, una tarde soleada de agosto, cuando caminando sobre el lago llegó al sur y la vio a ella que dejó caer sus brazos. Fue una tarde soleada de agosto cuando el mundo no estuvo más dividido, cuando un futuro escrito y guardado en dos almas se hizo presente.

6 comentarios:

Marcelo Gentile dijo...

felicitaciones!!!
un profundo y descriptivo relato...
un abrazo.

Anónimo dijo...

Precioso y sugerente relato, lleno de simbolismo y belleza.
No hay distancias, ni norte ni sur, cuando dos almas se atraen con una fuerza irresistible.
Un abrazo.

GUSMAR SOSA dijo...

Gracias Zafir, es un buen elogio viniendo de usted!Saludos.

GUSMAR SOSA dijo...

cierto Vega, veo que sabes leer muy bien.

amor que soy dijo...

eso deseo yo: el presente

GUSMAR SOSA dijo...

Saludos Santiago