viernes, 7 de agosto de 2009

OTRA CARTA A MI AMIGA BEATRIZ...

Beatriz, ya me conoces, y sabes lo que sucede cuando combino mi insomnio con el café. Sé que lo sabes, a veces pienso que ese ancho mar no nos separa, lo digo por las historias y todas esas cosas que ya sabemos. El asunto es que aquí estoy de nuevo: café en la derecha, humeando con la izquierda y en mis ojos el peso de un millón de noches. Aquí estoy, tratando de ver el futuro, esa quimera que uno no acaba de atrapar y que cuando crees haberla atrapado se te va de entre las manos.

Las habilidades me pesan cada vez más, y sabes que las cambiaría. Sigo armando mis propias trampas para mantenerme a salvo, al menos así intento hacerlo y no sé si me sirve de algo. Te preguntaría si sirve de algo, pero lo sé, aun no tienes respuesta. ¿Crees que conseguiremos respuestas válidas algún día? Yo comienzo a creer que todo se complica cada vez más y que mientras más se complica más asustan las respuestas.

Sé que escribo como un anciano, a de ser el café, o tal vez la noche, o lo que me han dicho estas noches de agosto. Y es que cuando el bienestar amenaza uno parece no estar preparado y cuando uno cree estar preparado viene el bienestar y se para frente a ti y te dice que solo juega, y mientras ríe uno llora.

Y eso hago, mientras por mí memoria pasan las imágenes de todo lo que he visto mientras anduve caminando. Beatriz, ¿has visto en los ojos de otras personas pedazos de ti? Si la vida, por aquel lado del mar, conserva aun su humor oscuro, al que muchos llaman ironías, me dirás que sí. Y pregunto si por aquel lado porque de este lado del mar la vida está en coma, y no sé si muere o se fortalece.

Mientras tanto yo alucino, tendrías que sospecharlo: café y noche, insomnio y lágrimas. Trato de construir algo con esos pedazos de mí que he visto en otros ojos, pero no tengo ni el valor suficiente ni el miedo necesario. Aun así es imposible no sentirse infeliz si la felicidad no coquetea contigo, así mismo no te darás cuenta de lo peligrosas que son tus trampas hasta que ellas mismas estorban tu avance. En este punto, chamita, es en el que alucino. Imagino qué pasaría si mis días estuvieran contados. Es que uno no conoce la muerte hasta que la vida, aun estando en coma, se asoma tímida pero coqueta, y si se asoma a través de otros ojos no te queda de otra que odiar la muerte.

Comencemos. Digamos que son tres meses los que me quedan. Hoy me entero. Salí de la consulta con el medico y la noticia en verdad ni me angustió. No es valentía Beatriz, es la más cobarde de las cobardías. Decido caminar, mi casa queda a muchas cuadras, pero no importa, quiero caminar. Y veo alrededor, las mismas calles que he visto en otros lugares, las mismas fachadas aunque tengas otros colores, veo arriba y es el mismo cielo que he visto toda mi vida. Y camino, sin cansarme, sin querer llegar a ningún lugar. Y no voy construyendo planes para los próximos tres meses, ni preguntándome cómo será la muerte y todas esas cosas que se preguntan cuando uno está vivo.

Finalmente llego a casa. Me encierro en mi habitación, me siento en la cama, intento dormir y me río de la pura ironía, del humor negro de estas cosas de dormir y morir. Y en ese momento me siento de nuevo en la cama y veo aquella fotografía. Veo su sonrisa, y sonrío también, es que su alegría contagia. Imagino por qué sonríe y es fácil, solo tengo que ver la vida como ella la ve, su capacidad de sorprenderse, su habilidad de ilusionarse. Suspiro, es que he perdido ambas cosas, y por más que camino y por más que observo no aprendo a recuperarlas. Han intentado venderme formulas, pero no soy bueno con las fórmulas, tampoco con los métodos. Dirás que es libertad, pero ¿tiene que doler tanto la libertad? Llevo marcas, marcas aquí adentro, marcas de la libertad, y no sé ya si soy libre y no sé ya si quiero serlo. Este humo que me empaña el alma me aleja del tema, mejor voy por otro café, cerrero Beatriz, porque hoy la noche es eterna. Y tú sabes de esas noches, sedientas, que respiras y se te meten en el ama negándose al amanecer, esas que son densas y oscuras, intensas, que parecen estar vivas o robarte la vida hasta que te sientes como la nada., dispuesto a perderte. Voy por el café…

Sigamos. No me canso de ver su sonrisa, imagino que allí, en la foto, sonríe por mí. Me pregunto por qué, y entonces voy a sus ojos. Es la forma como me ha visto, allí están esos pedazos de mí que he perdido, y en ese momento recuerdo y me doy cuenta que solo me quedan tres meses de vida. ¿Qué puedo hacer? ¡Son solo tres meses! Sin valor suficiente, pero ya el miedo va creciendo y se hace el necesario. Tres meses y el bienestar amenaza y… ¿qué tal si solo juega? ¿Y qué sino estoy preparado?

No soy un anciano esta noche, Beatriz, esta noche soy alguien que comienza a temerle a la muerte, a odiarla, y solo tengo una fotografía, habilidades que pesan, trampas que estorban y una quimera a la que llaman futuro. Créeme Beatriz, a veces pienso que sería más fácil si me quedaran tres meses.

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