La religión protestante fue, en el primer tercio del siglo XIX, un instrumento para consolidar el ideal liberador que surgió durante los años de luchas independentistas. Tras siglos de coloniaje, de progreso construido a favor de los colonizadores, los extranjeros que pretendieron conquistar las tierras que llamaron nuevo mundo sintieron nuevamente el furor de la evolución de la historia natural, furor despertado en el hombre latino, furor que surgía de la sed por libertad, de sendero propio, de búsqueda inédita, sed que aunque puede distraerse y apagarse termina dejándose sentir en el alma y según la cantidad de años apagada así mismo es la fuerza con la que mueve al hombre. Se levantó el hombre contra la esclavitud política, contra la manipulación de ideas, contra la religión como instrumento de un progreso cuyas estructuras desfavorecían al mismo hombre. Un huracán de conflictos arrasó contra el orden impuesto tras siglos de coloniaje y se pretendió encontrar independencia a través de la renovación de las estructuras que conformaban el sistema imperante.
Fue un proceso lento, y entre otras estructuras se creyó necesaria la renovación de la religión, una religión propia se hacía necesaria, un instrumento que permitiera la búsqueda del Dios sin que ésta sirviera de tropiezo al ideal liberador y que a su vez fuera un arma contra la religión católica que había venido a ser un sistema religioso al servicio del poder y control social de una política que rebajaba la posición del hombre latino, pues hasta el momento solo había logrado cercenar la libertad. Se encontró en la religión protestante un aliado. Así los independentistas adoptaron y esparcieron a un ritmo lento la fe protestante y más lentamente se fue clavando de raíz en la región latinoamericana, sin embargo, los años de campaña independentista no vieron el éxito de la pretensión de sus precursores a través de la religión. Pero en el primer tercio del siglo XIX ya echaba raíces en varios países y en los países que adoptaron el protestantismo se notó el debilitamiento, desde la religión, de las bases del sistema opresor que aun no desaparecía del todo. Se redescubrió que la interpretación y práctica de la fe que ofrecía el protestantismo era adecuada para el movimiento liberador y se retomó, como instrumento afianzando, las estrategias desde el control social y el poder económico. Así se logró separar la religión católica del Estado en los países liberales, y esto resultó en independencia educativa, la educación ya no era controlada por la religión sino por el estado, la secularización de la religión, el despojo de su poder monolítico, redujo su alcance.
La religión católica se apresuró a mutar para encontrar un lugar dentro del nuevo escenario latinoamericano y redujo, más obligada que por decisión propia, su ambición de poder y control social. El vacío que dejó su mutación fue abarcado por la nueva religión protestante.
Sin embargo, la religión protestante no era del todo inédita, y otras regiones aprovecharon el escenario para incrustarse también en el nuevo mundo y desarrollar una nueva forma de coloniaje que daría vida, mediante una no muy lenta mutación del joven sistema liberador, a un nuevo sistema opresor que se conocería como imperialismo. La nueva religión serviría de vehículo, y éstas regiones y sus ideales fueron aceptados sin oposición, al principio, como aliadas del nuevo sistema liberador. De esta forma, la pretensión de la religión como un camino más amplio, originada en los años de independencia, y la urgencia de una ruptura violenta con la religión católica tomada en serio en los años de expansión liberadora, llevó al hombre a cometer los mismos errores sistemáticos, esta vez a favor del nuevo ideal.
Ha sido la batalla humana de todos los siglos: la imposición de sistemas liberales que se originan por la opresión de sistemas conservadores. Y a sido vicio de todos los siglos que el sistema liberador, siendo joven aun, mute a conservador mediante una ortodoxia sutil y le de continuidad a la batalla de todos los siglos. La aparición, nada accidental, de sistemas liberadores revelan los intentos de la historia por dejar ver su trayecto natural y la mutación de estos sistemas a opresores reflejan los causes que parten desde su trayecto natural y que son nombrados progresos aun cuando sus estructuras desmienten sus nombramientos. Hoy ambos sistemas religiosos han logrado sobrevivir en el escenario de la historia latinoamericana y dentro de la dinámica de sistemas libradores contra sistemas opresores, y para ello han establecido treguas dentro de sí mismo en relación a sus pretensiones y posiciones, han usado instrumentos y canonizado palabras que llegan a integrar una ortodoxia propia, limitando la sed de búsqueda del hombre.
Yo veo la historia así como al tiempo, intocable y que todo lo abarca, y la percibo como una forma de expresión de un lenguaje, y soy tentado a creer en la historia como instrumento de búsqueda y comprensión de ese alguien a quien los sistemas religiosos, católicos o protestantes, llaman Dios. Y sé que es imposible un siglo sin sistemas pero historia y tiempo, la lucha de la evolución contra el progreso manipulado, nos han dejado ver algunas de las estructuras que deben ser las bases de un sistema natural y a favor de la cuestión humana, que sea útil y no contrario al hombre y su búsqueda. Y de esta manera pienso que un sistema ha de ser débil, sujeto a la evolución natural, sin pretensión de inmortalizarse como cauce sino más bien abierto a la necesidad de cambios; también debe plantarse como un escenario de dialogo, lo que supone exaltar como cualidad la tolerancia que la ortodoxia intenta silenciar; ha de hacerse percibir como un camino amplio, de innumerables veredas, despojado de pretensiones de poder y control, en el que política, religión y demás subsistemas sean veredas de libertad y no métodos de progresos esclavizadores, yo insisto hasta el cansancio, es tiempo de generar estructuras débiles a fin de hacer morir “el sistema” e iniciar la era de “los escenarios”.
Fue un proceso lento, y entre otras estructuras se creyó necesaria la renovación de la religión, una religión propia se hacía necesaria, un instrumento que permitiera la búsqueda del Dios sin que ésta sirviera de tropiezo al ideal liberador y que a su vez fuera un arma contra la religión católica que había venido a ser un sistema religioso al servicio del poder y control social de una política que rebajaba la posición del hombre latino, pues hasta el momento solo había logrado cercenar la libertad. Se encontró en la religión protestante un aliado. Así los independentistas adoptaron y esparcieron a un ritmo lento la fe protestante y más lentamente se fue clavando de raíz en la región latinoamericana, sin embargo, los años de campaña independentista no vieron el éxito de la pretensión de sus precursores a través de la religión. Pero en el primer tercio del siglo XIX ya echaba raíces en varios países y en los países que adoptaron el protestantismo se notó el debilitamiento, desde la religión, de las bases del sistema opresor que aun no desaparecía del todo. Se redescubrió que la interpretación y práctica de la fe que ofrecía el protestantismo era adecuada para el movimiento liberador y se retomó, como instrumento afianzando, las estrategias desde el control social y el poder económico. Así se logró separar la religión católica del Estado en los países liberales, y esto resultó en independencia educativa, la educación ya no era controlada por la religión sino por el estado, la secularización de la religión, el despojo de su poder monolítico, redujo su alcance.
La religión católica se apresuró a mutar para encontrar un lugar dentro del nuevo escenario latinoamericano y redujo, más obligada que por decisión propia, su ambición de poder y control social. El vacío que dejó su mutación fue abarcado por la nueva religión protestante.
Sin embargo, la religión protestante no era del todo inédita, y otras regiones aprovecharon el escenario para incrustarse también en el nuevo mundo y desarrollar una nueva forma de coloniaje que daría vida, mediante una no muy lenta mutación del joven sistema liberador, a un nuevo sistema opresor que se conocería como imperialismo. La nueva religión serviría de vehículo, y éstas regiones y sus ideales fueron aceptados sin oposición, al principio, como aliadas del nuevo sistema liberador. De esta forma, la pretensión de la religión como un camino más amplio, originada en los años de independencia, y la urgencia de una ruptura violenta con la religión católica tomada en serio en los años de expansión liberadora, llevó al hombre a cometer los mismos errores sistemáticos, esta vez a favor del nuevo ideal.
Ha sido la batalla humana de todos los siglos: la imposición de sistemas liberales que se originan por la opresión de sistemas conservadores. Y a sido vicio de todos los siglos que el sistema liberador, siendo joven aun, mute a conservador mediante una ortodoxia sutil y le de continuidad a la batalla de todos los siglos. La aparición, nada accidental, de sistemas liberadores revelan los intentos de la historia por dejar ver su trayecto natural y la mutación de estos sistemas a opresores reflejan los causes que parten desde su trayecto natural y que son nombrados progresos aun cuando sus estructuras desmienten sus nombramientos. Hoy ambos sistemas religiosos han logrado sobrevivir en el escenario de la historia latinoamericana y dentro de la dinámica de sistemas libradores contra sistemas opresores, y para ello han establecido treguas dentro de sí mismo en relación a sus pretensiones y posiciones, han usado instrumentos y canonizado palabras que llegan a integrar una ortodoxia propia, limitando la sed de búsqueda del hombre.
Yo veo la historia así como al tiempo, intocable y que todo lo abarca, y la percibo como una forma de expresión de un lenguaje, y soy tentado a creer en la historia como instrumento de búsqueda y comprensión de ese alguien a quien los sistemas religiosos, católicos o protestantes, llaman Dios. Y sé que es imposible un siglo sin sistemas pero historia y tiempo, la lucha de la evolución contra el progreso manipulado, nos han dejado ver algunas de las estructuras que deben ser las bases de un sistema natural y a favor de la cuestión humana, que sea útil y no contrario al hombre y su búsqueda. Y de esta manera pienso que un sistema ha de ser débil, sujeto a la evolución natural, sin pretensión de inmortalizarse como cauce sino más bien abierto a la necesidad de cambios; también debe plantarse como un escenario de dialogo, lo que supone exaltar como cualidad la tolerancia que la ortodoxia intenta silenciar; ha de hacerse percibir como un camino amplio, de innumerables veredas, despojado de pretensiones de poder y control, en el que política, religión y demás subsistemas sean veredas de libertad y no métodos de progresos esclavizadores, yo insisto hasta el cansancio, es tiempo de generar estructuras débiles a fin de hacer morir “el sistema” e iniciar la era de “los escenarios”.
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