lunes, 7 de diciembre de 2009

A SABANA MENDOZA, LA REAL, DE MI PARTE, COMO LA PERCIBÍ ALGÚN DÍA...

Extraído de un proyecto culminado, y en espera.

Entre las anchas y muy altas montañas que integran la Cordillera de Mendoza se abre un angosto camino, es un trayecto de doscientos setenta y cinco quilómetros desde que se hace paralelo a las montañas hasta llegar al escondido pueblo de Sabana de Mendoza. A lo largo del trayecto se puede observar a la derecha e izquierda un altivo, fiero e indómito bosque, húmedo, exageradamente verde y tenebrosamente silencioso, su aspecto se asemeja al de una selva virgen y salvaje. Virgen, por la estreches entre sus árboles, por lo inmenso de ellos y lo inhóspito a simple vista, porque imposibilita ser habitado, porque se rebela a ser conquistado, se resiste a eso que el ser humano llama progreso y que supone su sumisión ante la mano del hombre; salvaje, por su misterioso silencio, únicamente interrumpido por el silbido del viento que se pasea incomodo y limitado por los estrechos senderos que se abren en el bosque entre árboles y cerros, salvaje también por la presencia de los lobos que recorren el bosque, vigilantes de su bienestar, protectores de su misterio, guardianes de su virginidad, encargados, según una antigua leyenda, de cuidar el bosque durante la ausencia de los leones que le cedieron estas tierras a Mendoza bajo su juramento de no irrespetarla.

También se escucha, desde algunos puntos del trayecto, el correr de un río, el sonido es como la respiración agitada de una bestia mientras devora su presa después de acecharla y cazarla tenazmente: es el río León, que nace más allá de la cordillera Mendoza, un rio ancho, de aguas bravas y cristalinas, que se estrella contra las grandes rocas que obstaculizan el recorrido en su cauce y las somete a su voluntad desgastándolas, apartándolas de su camino, reduciéndolas; río antiguo y sabio, dicen que sus piedras esconden la historia primitiva de estas tierras.

Los grandes árboles van reduciéndose en tamaño y número en forma progresiva a medida que el camino se separa de las montañas. El bosque desaparece dejando la impresión de haber sido un espejismo o solo un enigmático y legendario bosque fantasma cuando el camino, cincuenta y cinco kilómetros después, choca contra la plaza de los leones, o como la llaman ahora sus habitantes: La Plaza del Centro. Es una plaza modesta, sencilla, construida por los primeros habitantes del pueblo, su apariencia conserva la frescura y el espíritu de los fundadores del pueblo, con una estatua de un león en cada una de las cuatro esquinas de la plaza que en conjunto es un monumento que representa la leyenda antigua de que estas tierras fueron un día custodiadas por los leones y éstos cedieron sus territorios al hombre, pero siguen velando por el porvenir de este lugar, dicen todavía los ancianos del pueblo que si un día el hombre irrespeta este territorio el aullido de un lobo atraerá a los leones que volverán para despojar al hombre y recuperar sus territorios.

El cielo de Sabana Mendoza es siempre nublado y, a excepción del mes de noviembre, lleno de estrellas por las noches. En noviembre las estrellas se apagan y la luna se esconde detrás de una cortina de humo difícilmente visible, la mayoría de las noches de noviembre son ruidosas e intermitentes: truenos y relámpagos se apoderan del cielo haciéndonos olvidar su habitual silencio, presumiendo, tal vez, de un furor dormido. Durante este mes, las madrugadas son conquistadas por las lluvias y la intensidad de las lluvias matutinas pueden variar según el ímpetu del carácter nocturno, solo las tardes de noviembre se iluminan un tanto más de lo normal.

Allí los hombres protegen la tierra, están conscientes de que de ella se originó la vida. Conservan creencias que han sido transmitidas por generaciones, y estas creencias obligan a la población a cuidar de la tierra, lugar donde “Dios”, el creador, se inclinó para tomar entre sus manos polvo y darle forma y aliento al hombre.

Es un pueblo predecible, el aire es denso, puede sentirse cuando se recorren las calles. Al este, un hermoso lago de agua azul sirve como lugar de recreación para los jóvenes. Desde allí se escucha el eco de los rugidos del río que nace más allá de las montañas y se abre camino a través del bosque para atravesar con la misma fuerza e ímpetu de su nacimiento la sabana paralela al pueblo y morir al pie de uno de los cerros más al este, donde sus aguas se funden con el suelo abriendo sendero debajo de él.

Las noches de enero son de luna llena y se escuchan los aullidos de los lobos que junto al ulular de los búhos transmiten un aire de concierto que hechiza. El viento parece celebrar con mayor gozo su libertad en la sabana. El cielo se llena de estrellas como en ningún otro mes. Para nosotros, en Sabana Mendoza, el cielo de enero nos recuerda que siempre hay esperanzas, que la vida es un camino que puede estar lleno de obstáculos pero no debemos detenernos…

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