Recuerdo que cuando niño, poco antes de mis diez años de edad, mis padres me regalaron una colección de historietas de personajes bíblicos, entre mis favoritas estaban tres: “Elías, el profeta de fuego”, “Jeremías, el profeta llorón” y “Juan, el bautista”. Recuerdo que me las regaló poco antes de mis diez porque a esa edad leí por primera vez Juan 3: 22-30. Hasta entonces la versión que tenía de Juan el bautista era la que en resumen dibujaba la historieta. A mis nueve años Juan era un profeta duro, su rostro reflejaba carácter inquebrantable, su actitud era la de alguien resuelto a hacer valer su ideal y mostrarse como exclusivo pregonero de las verdades tocantes a lo espiritual y lo eterno, lo conocí como un hombre dispuesto a imponerse y hacer que su nombre y actos fueran recordados por todas las edades.
Me confundí cuando a mis diez leí el pasaje en el que él dice: “es necesario que él crezca, pero que yo mengue”. Pero juro que me pareció más atractivo como líder y profeta. Con los años fui escuchando a predicadores hablar sobre el bautista, parecían los diseñadores de aquella historieta, presentaban a un Juan que fue reconocido como el mayor de los profetas por su dureza, por su empeño de instaurar sus ideales y por la autoridad con la que supuestamente imponía sus “reglas del reino”. También fui conociendo un cristianismo muy parecido a la supuesta actitud de Juan, y me fueron estorbando tanto Juan como el cristianismo. Hoy veo a muchos cristianos de historietas, que se creen poseedores de verdades, que tienen la autoridad para condenar a quienes no comulgan con sus ideas, que han dibujado un mundo muy distinto al que reflejó aquel Cristo padeciendo por un escenario más humano.
Cuando niño, fue fácil entender las Escrituras, salir de aquella confusión. Creí que Juan el bautista no era aquel dibujo, aquella versión viciada. Hoy voy entendiendo que si Juan fue el mayor de los profetas, si así lo declaró aquel Cristo, si así lo dice la Escritura, fue porque estuvo dispuesto a echarse a un lado, y con ello sus ideales para que se reconociera y se perpetuara la acción de Cristo que fue mayor que sus palabras y declaraciones. Y creo que el cristianismo sería más útil si, como sistema, adoptara esa actitud, dispuesto a menguar cuando parezca fuerte y opaque la acción de Cristo. Evolucionaría, renunciaría a su condición de sistema y se haría escenario, sería útil a la acción de Cristo y no haría de él una herramienta para perpetuarse. Juan no tuvo temor de pasar a la historia, de que su nombre se olvidara… ¿Renunciaría el cristianismo a ese temor? ¿Estamos dispuestos a arrinconarlo a esa renuncia?
Me confundí cuando a mis diez leí el pasaje en el que él dice: “es necesario que él crezca, pero que yo mengue”. Pero juro que me pareció más atractivo como líder y profeta. Con los años fui escuchando a predicadores hablar sobre el bautista, parecían los diseñadores de aquella historieta, presentaban a un Juan que fue reconocido como el mayor de los profetas por su dureza, por su empeño de instaurar sus ideales y por la autoridad con la que supuestamente imponía sus “reglas del reino”. También fui conociendo un cristianismo muy parecido a la supuesta actitud de Juan, y me fueron estorbando tanto Juan como el cristianismo. Hoy veo a muchos cristianos de historietas, que se creen poseedores de verdades, que tienen la autoridad para condenar a quienes no comulgan con sus ideas, que han dibujado un mundo muy distinto al que reflejó aquel Cristo padeciendo por un escenario más humano.
Cuando niño, fue fácil entender las Escrituras, salir de aquella confusión. Creí que Juan el bautista no era aquel dibujo, aquella versión viciada. Hoy voy entendiendo que si Juan fue el mayor de los profetas, si así lo declaró aquel Cristo, si así lo dice la Escritura, fue porque estuvo dispuesto a echarse a un lado, y con ello sus ideales para que se reconociera y se perpetuara la acción de Cristo que fue mayor que sus palabras y declaraciones. Y creo que el cristianismo sería más útil si, como sistema, adoptara esa actitud, dispuesto a menguar cuando parezca fuerte y opaque la acción de Cristo. Evolucionaría, renunciaría a su condición de sistema y se haría escenario, sería útil a la acción de Cristo y no haría de él una herramienta para perpetuarse. Juan no tuvo temor de pasar a la historia, de que su nombre se olvidara… ¿Renunciaría el cristianismo a ese temor? ¿Estamos dispuestos a arrinconarlo a esa renuncia?
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