Pienso en aquellos años, cuando la “vida congregacional” era para mí una tradición y un requisito. Una tradición vestida de autoridad, incuestionable, insustituible; un requisito para una “salvación” producto de la sistematización de instrumentos sin “autoridad trascendente” y que solo puede ser “comprendida” cuando elementos como “vida congregacional” pasan a ser vicios de “fácil consumo”. (Pues la autoridad que poseen esos instrumentos, que la necesidad de sistematizar ha hecho trascendentes, en realidad caduca en relación a espacio y tiempo y su utilidad evoluciona ajustándose a los cambios y su posición en el espacio sujetos al tiempo). Así, en aquellos años, la llamada, reclamada, pregonada “vida congregacional” era un instrumento para otros que, adictos también pero en calidad de “distribuidores”, aprovechaban sus “posiciones” y para mí era un producto necesario para “regocijarme en esclavitud”.
Es complicado a veces explicarlo, pues hay términos que “cristianizados” parecen “generalizar” al ser utilizados. Sin embargo, creo que una vida congregacional puede llegar a ser productiva, pero no creo en ello como una tradición que debe ser heredada y mucho menos impuesta como herencia (y mucho menos creo en una “vida congregacional” que para imponerse como herencia es parte de un juego de intereses o apunta hacia un interés mayor que el mismo hombre). Creo en su utilidad más allá de las estructuras ficticias de la “religión organizada” (este termino no es mío, pero lo he tomado de quien lo utiliza, en mi afán de hacerme entender sin que se me perciba enemigo de alguna secta específica, a usted que sabe quién es muchas gracias sus “treguas” y “sutilidad” con la “religión organizada” seguro será fructífera).
Creo en una vida congregacional espontánea, no generada, no producida, no hecha “necesaria”, no al servicio de un sistema (aquí me detengo para aclarar también que si bien esta vida congregacional puede ser una “estructura débil” de un sistema, debe estar al servicio del hombre y no del sistema, de hecho para hacerse débil le es estrictamente necesario estar al servicio del hombre y así adaptarse o aceptarse en medio de los cambios necesarios).
Creo en una vida congregacional desvinculada de intereses políticos o religiosos (o de una política religiosa, esto tomando en cuenta la política como herramienta para conseguir poder y control dentro de la religión). Creo en una vida congregacional que no se rinde a rótulos, que nace en el encuentro, que dirige hacia la evolución mucho más que hacia el progreso (he visto que “progreso” es un término utilizado para apuntar o subrayar el resultado de la “mano del hombre” de acuerdo a sus intereses en relación a lo que se proyecta, mientras que la evolución viene a denotar todo aquello que es avance natural, desprendido de intereses prediseñados, si bien la evolución natural de una cuestión puede ser interpretada a favor de un progreso especifico y de todos los intereses que visten tal progreso, también es cierto que el mismo trayecto que va trazando la evolución natural irá desmintiendo las interpretaciones a favor de algún progreso especifico; la historia ya nos ha hablado de ello y confío en la utilidad natural de la historia que asegura que así seguirá siendo ).
Creo en una vida congregacional que no es el producto de “libertades de bolsillos”, que no es vehículo que conduce por un camino prediseñado y heredado y que ha sido señalado por la misma manía de convertir la tradición en autoridad (hago énfasis en “la misma manía”, no me refiero al hombre que se beneficia de esta manía, me refiero al vicio que lo mueve, muchas veces heredado y no percibido por él mismo). Creo en una vida congregacional que así como no es producto de “libertades de bolsillos” tampoco es nido donde se reparten esos folletos o historietas (“las libertades de bolsillos” llamo yo al resultado de la argumentación e interpretación de hechos históricos mediante métodos sistemáticos dirigidos por intereses diseñados o concluidos antes de recurrir a tales hecho históricos, por lo tanto en el camino de la argumentación e interpretación se someterá el análisis a lo ya concluido y no habrá intereses de extraer conclusiones para establecer un supuesto y a partir de allí continuar el estudio de otros aspectos de la Historia). Creo en una vida congregacional que no estorba, que no causa dependencia, que no cercena libertad y verdad (ambos unidos como un solo término), que no la coacciona, que no la condiciona.
Creo en una vida congregacional que no se somete a un sistema; que no dibuja estrictamente la reunión dentro de un local y mucho menos el cumplimiento de prerrequisitos que sin ellos no puede hablarse del dibujo que es descrito por ese término. Creo que cuando tropiezo con un amigo o amiga y nos permitimos dentro de las dos rutinas encontradas un minuto o dos horas para sonreírnos, para “actualizarnos”, para desarrollar ideas en común o contrarias, le damos vida a la cuestión congregacional productiva; creo que cuando chateo a través de cualquier red social con alguien y “discutimos” sobre puntos de igual interés o de interés opuesto le damos vida a la cuestión congregacional, respetando la libertad suprema, por lo tanto desvistiéndonos del “interés maniático” de convertir al otro a mi interés. He sentido muchas veces un mejor calor bajo esa forma congregacional y he visto mayor utilidad en ella que en lo que fue en aquellos años para mí “vida congregacional”.
Creo que la mejor vida congregacional que experimento es esa que respiro cuando estoy en mi hogar.
Es complicado a veces explicarlo, pues hay términos que “cristianizados” parecen “generalizar” al ser utilizados. Sin embargo, creo que una vida congregacional puede llegar a ser productiva, pero no creo en ello como una tradición que debe ser heredada y mucho menos impuesta como herencia (y mucho menos creo en una “vida congregacional” que para imponerse como herencia es parte de un juego de intereses o apunta hacia un interés mayor que el mismo hombre). Creo en su utilidad más allá de las estructuras ficticias de la “religión organizada” (este termino no es mío, pero lo he tomado de quien lo utiliza, en mi afán de hacerme entender sin que se me perciba enemigo de alguna secta específica, a usted que sabe quién es muchas gracias sus “treguas” y “sutilidad” con la “religión organizada” seguro será fructífera).
Creo en una vida congregacional espontánea, no generada, no producida, no hecha “necesaria”, no al servicio de un sistema (aquí me detengo para aclarar también que si bien esta vida congregacional puede ser una “estructura débil” de un sistema, debe estar al servicio del hombre y no del sistema, de hecho para hacerse débil le es estrictamente necesario estar al servicio del hombre y así adaptarse o aceptarse en medio de los cambios necesarios).
Creo en una vida congregacional desvinculada de intereses políticos o religiosos (o de una política religiosa, esto tomando en cuenta la política como herramienta para conseguir poder y control dentro de la religión). Creo en una vida congregacional que no se rinde a rótulos, que nace en el encuentro, que dirige hacia la evolución mucho más que hacia el progreso (he visto que “progreso” es un término utilizado para apuntar o subrayar el resultado de la “mano del hombre” de acuerdo a sus intereses en relación a lo que se proyecta, mientras que la evolución viene a denotar todo aquello que es avance natural, desprendido de intereses prediseñados, si bien la evolución natural de una cuestión puede ser interpretada a favor de un progreso especifico y de todos los intereses que visten tal progreso, también es cierto que el mismo trayecto que va trazando la evolución natural irá desmintiendo las interpretaciones a favor de algún progreso especifico; la historia ya nos ha hablado de ello y confío en la utilidad natural de la historia que asegura que así seguirá siendo ).
Creo en una vida congregacional que no es el producto de “libertades de bolsillos”, que no es vehículo que conduce por un camino prediseñado y heredado y que ha sido señalado por la misma manía de convertir la tradición en autoridad (hago énfasis en “la misma manía”, no me refiero al hombre que se beneficia de esta manía, me refiero al vicio que lo mueve, muchas veces heredado y no percibido por él mismo). Creo en una vida congregacional que así como no es producto de “libertades de bolsillos” tampoco es nido donde se reparten esos folletos o historietas (“las libertades de bolsillos” llamo yo al resultado de la argumentación e interpretación de hechos históricos mediante métodos sistemáticos dirigidos por intereses diseñados o concluidos antes de recurrir a tales hecho históricos, por lo tanto en el camino de la argumentación e interpretación se someterá el análisis a lo ya concluido y no habrá intereses de extraer conclusiones para establecer un supuesto y a partir de allí continuar el estudio de otros aspectos de la Historia). Creo en una vida congregacional que no estorba, que no causa dependencia, que no cercena libertad y verdad (ambos unidos como un solo término), que no la coacciona, que no la condiciona.
Creo en una vida congregacional que no se somete a un sistema; que no dibuja estrictamente la reunión dentro de un local y mucho menos el cumplimiento de prerrequisitos que sin ellos no puede hablarse del dibujo que es descrito por ese término. Creo que cuando tropiezo con un amigo o amiga y nos permitimos dentro de las dos rutinas encontradas un minuto o dos horas para sonreírnos, para “actualizarnos”, para desarrollar ideas en común o contrarias, le damos vida a la cuestión congregacional productiva; creo que cuando chateo a través de cualquier red social con alguien y “discutimos” sobre puntos de igual interés o de interés opuesto le damos vida a la cuestión congregacional, respetando la libertad suprema, por lo tanto desvistiéndonos del “interés maniático” de convertir al otro a mi interés. He sentido muchas veces un mejor calor bajo esa forma congregacional y he visto mayor utilidad en ella que en lo que fue en aquellos años para mí “vida congregacional”.
Creo que la mejor vida congregacional que experimento es esa que respiro cuando estoy en mi hogar.
3 comentarios:
Una preciosa reflexión, tu artículo me paseó por cientos de pensamientos. Muy bueno.
Cariños!
Muy, pero que muy reflexivo. Yo también he vivido muchas veces esa mejor vida congregacional con gente "menos espiritual" que con los "más espirituales".
Saludos.
Buena reflexión. A veces es tan difícil convivir con hermanos tan legalistas, pero el Señor nos manda amarlos, je,je, y tenemos que obedecer.
Sigamos al premio del supremo llamamiento.Disfruta tu piñata.
God bless you.
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