sábado, 7 de noviembre de 2009

¿QUÉ HACES JESÚS? ¿POR QUÉ TANTA DISCRECIÓN?

Leo y leo los registros históricos a manera de testimoniales llamados tradicionalmente “evangelios” y encuentro una obsesión no muy normal en el Jesús de los “evangelistas”, una “aparente” obsesión con la discreción, con no llamar la atención.


Partiré de la concepción de Juan, “el evangelista”, el “testigo”, “el historiador”. En su registro interpreta su percepción del Jesús como un verbo, parte de un lenguaje, de una forma de expresión. Vislumbra, y lo deja notar, una manifestación en él (en el Jesús que percibe) de alguien externo a él. Esta manifestación a sido llamada “su divinidad”. El Jesús de los evangelistas estaba consciente de su posición, cualquiera que fuera. Su obsesión parece estar ligada con su posición, con la forma como quiere darse a entender o hacerse percibir, es un interés extremo, necesario, a favor de un propósito. Su obsesión parece marcar una línea que delimita su “obra”, su “propósito”, separándolos (“obra” y “propósito”) de su “persona”, “existencia”, “paso por la historia”, su “vida mortal” dirían algunos en el intento de mantener intocable e incuestionable la credibilidad en su “100% hombre, 100% Dios”. Mediante esta obsesión el Jesús percibido y aparentemente dibujado en los “evangelios” se permite mostrarse como una palabra del lenguaje de otro, como una figura en la forma de expresión de otro, cuidándose de centrar la atención sobre sí mismo.


Entendemos que su viaje, el trayecto que recorre, lo lleva directo a la cruz, y hacia allí, parece, quieren guiarnos los “evangelistas”, recordemos que ellos escriben la historia luego de observarla, su registros no son diarios, no es el resultado de sus apuntes diarios durante la convivencia del Jesús percibido, por lo tanto podemos presumir que escribieron luego de asimilar de alguna forma todo lo vivido y observado, después de crearse un propósito y pretender sus registros como una herramienta útil a su propósito. Dejan notar a través de sus “intervenciones” en los registros (esos pasajes en los que, como narradores, dejan ver sus opiniones con respecto a lo que se va narrando) que quieren guiar hacia la cruz. En ese viaje, ese trayecto del Jesús percibido por ellos, se deja ver que la discreción del Jesús se relacionaba con la cruz también, cuidaba la cruz, como si esta cruz fuera una palabra más del lenguaje al que pertenece, de la expresión de la cual él (Jesús) forma parte. En ocasiones declaró ser “uno con el Padre”, no “ser el padre”, lo que parece ser un intento por darse a entender manteniendo la “tal vez ridícula obsesión”. Sus declaraciones con respecto a su posición y relación con el “padre” no me parecen congruentes con las doctrinas de trinidades (si, “doctrinas de trinidades”, en plural), no me parece que expresa: “hay un “dios” “padre” y yo soy un “dios” “hijo” y eso no es todo, prepárense, viene un “dios” “espíritu”.


¿Cómo quiso darse a entender Jesús, según lo que se percibe de la percepción de los evangelistas plasmada en sus registros? Si la interpretación de Juan es correcta la respuesta es precisamente su interpretación: quiso darse a entender, quiso ser conocido, según su “obra” y “propósito”, como parte del lenguaje del “Padre” (Lo que quiso decir, o a qué se refería con “Padre” no es asunto aquí y ahora). Por eso podría decirse que en sus declaraciones plantea una “unidad” a él, unidad en intención, en “obra y propósito” y ambas “obra y propósito” vendrían a ser caracteres de esa palabra que vino a ser él, como parte del lenguaje de otro. En este orden diríamos que la cruz, hacia donde parecen guiarnos los evangelistas, es un carácter también de esa palabra. La cruz hablaría de amor, al igual que todos los caracteres manifestados en el Jesús y por el Jesús de los evangelistas, de amor mucho más que de “cielo” y “salvación”. Veo entonces que seguir al Jesús interpretado por Juan, al dibujado por los evangelistas, es mucho más que intentar imitarle, y mucho más que “sacar lo mejor de él (cielo y salvación, redención ¿?), es más bien intentar entenderlo como palabra, por lo tanto intentar entender el lenguaje al que él, como palabra, pertenece. Su “vida mortal”, “histórica”, su “paso por la tierra”, su “existencia”, viene a ser, según lo planteado, un carácter de él como palabra. Él (el Jesús percibido) es verbo, mucho más que “el poder” de “dios” que “mueve”, más que “el poder” de “dios” que “sana”, etc. Como verbo es dibujado, sencillamente, (lo sencillo viene aquí a ser sublime) como una expresión de otro.


Hay quienes se enredan con los títulos de ese Jesús. “Hijo de Dios” entre otros títulos, viene a ser una expresión que nace, en quienes así lo nombraron, que se origina por la forma como le percibieron, estos títulos no describen su posición, no son un “inferior a” o un “igual a”. Notemos la forma como Pedro le percibe, mientras que los otros dicen que el Jesús percibido por Pedro es un profeta o maestro o cualquier otra cosa, Pedro responde con un “eres el hijo del dios viviente”, y Jesús lo alaba. ¿Por qué? Tal parece que la razón es porque Pedro no recurre a datos y tradiciones para responder, porque su respuesta no está viciada por el sistema que hasta ahora reclamaba suya la “interpretación” de la “escritura”. Pedro responde “desde adentro”, Pedro expresa su percepción no “atada a nada”, no “libertada a nada”. Es un “Hay algo aquí adentro, yo siento, creo, percibo que estas íntimamente ligado al “Padre”, al “viviente”, que eres lo que para un padre es un hijo”. Según la interpretación de Juan, del Jesús percibido, según el sentido que los llamados evangelios parecen tener en relación a la cruz y a todos los actos del Jesús, según la misma obsesión del Jesús, lo importante no es si su nombre es Jesús o Francisco, si es maestro o profeta, su nombre dejaría de ser, otros llevarían su nombre también, su profesión dejaría de ser. Pero los caracteres que conformaban la palabra que vino a ser, debían ser recordados, para así entender el lenguaje del cual él vino a formar parte, el lenguaje de otro. Así él es vestido de “evangelio”, no la “cruz”, no sus “enseñanzas”, no sus “milagros”, que fueron solo caracteres, como ya he dicho, de él.


El Jesús se cuidó como palabra, la pregunta es por qué, ¿a todas estas, su obsesión obedecía a qué propósito exactamente?


Yo sugiero, entre otras cosas, tomando en cuenta el contexto en el que esta pregunta me ha asaltado, que se cuidó de ser un “dios”, de ser “objeto de idolatría”, de desviar la atención hacia “su vida mortal”, hacia su “paso por la historia”, hacia “su nombre”, hacia “los títulos que nacían por la interpretación de la percepción de cada quien”. De echar a perder la “obra” y “propósito” como “palabra” de un lenguaje por medio del cual “otro” intenta expresarse. En este contexto la obsesión del Jesús ha sido burlada por los sistemas que irónicamente abrazan al Jesús de los evangelistas como bandera o fundador.


Mi objetivo no es “convertir a alguien a mis planteamientos”, solo abro el dialogo, y muestro mi apreciación, de la que declaro no es un pilar inconmovible de mis “creencias”. Es solo una apreciación mientras camino por estas veredas en busca de lo que aun no sé nombrar. Y esta dinámica de búsqueda me permite desechar, afianzar, escribir, borrar, sin sentirme amenazado. Por esta razón te invito a comentar con libertad en relación a lo expuesto.

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