Intento volver a los poemas, pero será la “maldición de noviembre” que no me permite distraerme de estos asuntos.
Constantemente recibo y escucho comentarios de personas que parecen no interpretarme bien, me perciben defensor de algo inexistente, y en sus comentarios, incluso interpretaciones de mí, parten de estructuras tan inexistentes como lo es aquello de lo que me perciben defensor. No pertenezco a ningún grupo, y no podría, al igual que muchos (sí, sé que son muchos) no encajo dentro de algún sistema, y no deseo hacerlo.
No tengo palabras constantes, no puedo adherirme a una forma o estilo de léxico, no confío en palabras establecidas porque detrás de cada palabra hay una estructura que debe ser analizada y por lo general miente en relación a la palabra que lo define, o tal vez miente la palabra en relación a aquello que es definido. Vivo en un laberinto de palabras, eso sí, moviéndome entre estructuras, huyendo tal vez constantemente al mismo ritmo que me voy descubriendo. Le temo al dogmatismo, al que se impone y al que soy tentado imponer. Creo en una libertad aun no encontrada, que me obliga a redefinirla, que me niega su figura como lugar y me habla de caminos que no se cansan; creo en una verdad que no defino, que me obliga a pensar que la verdad es indefinible, que no se puede nombrar, que una vez que se encuentra en una aparente totalidad deja de ser verdad para convertirse en pequeñas mentiras sin un valor real. Creo en la escasez de las palabras, y en ocasiones, en lo innecesario de ellas, en la ineficacia de ellas. No entiendo las formulas porque se contradicen, porque se aplican a contextos permanentes para ser útiles, contextos que no existen pues tiempo y espacio no se detienen y considero que eso merece atención.
Creo en el lenguaje y la comunicación como vehículos que conducen más no como instrumentos de opresión, como medio de imposición. Amo el arte, no el propio pues carezco de habilidades, pero amo y creo en el arte, en el que nace de la interpretación de la belleza, en el que surge espontáneamente y con el único propósito de ser lenguaje y comunicar, de brindar belleza. No creo en el arte que pretende ser instrumento de sistemas, ya su origen miente, no es arte, es banalidad, esclavitud en sí que pretende esclavizar. Yo amo el arte espontaneo, verdadero, puro, infinito en todo lo que ofrece, así como es la verdad que no sé describir. Creo que un artista no se nombra a sí mismo e intenta apartarse de su creación al momento de crear, que llega a despreciarse en cierta medida frente a su obra y ese desprecio de “sí” frente “a” genera amor “hacia”.
Creo en la sed, en la sed desnuda, en la sed natural. Esa que te mueve, que busca, que es como tiempo y espacio, que te distrae de pretender tanto, que te cuida de pretender poco, que no te conforma a nada. Creo en las interrogantes, pienso que se generan a sí mismas cuando uno se niega a sí mismo, creo que las interrogantes trazan un camino que no se sospecha y que no se deben asesinar con presupuestos, que las interrogantes son útiles contra toda herencia, que permiten hacer “camino al andar”, creo en esas interrogantes que asaltan, que atracan en la tranquilidad y causan erupción de la existencia, en esas que surgen sin vicios. Odio los vicios, tanto que en oportunidades he llegado a odiarme a mí mismo, odio los vicios que tienen su origen en la ambición, los que tienen su cuna en las comodidades.
Respeto la historia, la que no se somete sino que se refleja a sí misma, acepto que sea frágil y modificable, pero confío en su poder de sacudirse de toda interpretación y del mismo caos que le genera la retórica. Aprecio la retórica como arte. La exposición de argumentos me aburre, pero intento prestar atención. Me decepcionan, me cansan más allá del mismo cansancio, los argumentos no propios, sin orígenes, sin el aval de la experiencia, sin la disciplina de la búsqueda verdadera, sin el toque suave del arte puro. Admiro la existencia y lo que ella proclama. Admiro los objetos y de dónde provienen y a dónde conducen.
Entiendo que como yo muchos perciben, muchos aman, muchos odian. Comprendo que podemos encontrarnos en el punto de algunas creencias, pero definitivamente no me uniría a nadie como defensor de lo que percibo, de lo que amo y de lo que odio, porque entonces podría pasar que deje de prestarle atención al tiempo y espacio…
Constantemente recibo y escucho comentarios de personas que parecen no interpretarme bien, me perciben defensor de algo inexistente, y en sus comentarios, incluso interpretaciones de mí, parten de estructuras tan inexistentes como lo es aquello de lo que me perciben defensor. No pertenezco a ningún grupo, y no podría, al igual que muchos (sí, sé que son muchos) no encajo dentro de algún sistema, y no deseo hacerlo.
No tengo palabras constantes, no puedo adherirme a una forma o estilo de léxico, no confío en palabras establecidas porque detrás de cada palabra hay una estructura que debe ser analizada y por lo general miente en relación a la palabra que lo define, o tal vez miente la palabra en relación a aquello que es definido. Vivo en un laberinto de palabras, eso sí, moviéndome entre estructuras, huyendo tal vez constantemente al mismo ritmo que me voy descubriendo. Le temo al dogmatismo, al que se impone y al que soy tentado imponer. Creo en una libertad aun no encontrada, que me obliga a redefinirla, que me niega su figura como lugar y me habla de caminos que no se cansan; creo en una verdad que no defino, que me obliga a pensar que la verdad es indefinible, que no se puede nombrar, que una vez que se encuentra en una aparente totalidad deja de ser verdad para convertirse en pequeñas mentiras sin un valor real. Creo en la escasez de las palabras, y en ocasiones, en lo innecesario de ellas, en la ineficacia de ellas. No entiendo las formulas porque se contradicen, porque se aplican a contextos permanentes para ser útiles, contextos que no existen pues tiempo y espacio no se detienen y considero que eso merece atención.
Creo en el lenguaje y la comunicación como vehículos que conducen más no como instrumentos de opresión, como medio de imposición. Amo el arte, no el propio pues carezco de habilidades, pero amo y creo en el arte, en el que nace de la interpretación de la belleza, en el que surge espontáneamente y con el único propósito de ser lenguaje y comunicar, de brindar belleza. No creo en el arte que pretende ser instrumento de sistemas, ya su origen miente, no es arte, es banalidad, esclavitud en sí que pretende esclavizar. Yo amo el arte espontaneo, verdadero, puro, infinito en todo lo que ofrece, así como es la verdad que no sé describir. Creo que un artista no se nombra a sí mismo e intenta apartarse de su creación al momento de crear, que llega a despreciarse en cierta medida frente a su obra y ese desprecio de “sí” frente “a” genera amor “hacia”.
Creo en la sed, en la sed desnuda, en la sed natural. Esa que te mueve, que busca, que es como tiempo y espacio, que te distrae de pretender tanto, que te cuida de pretender poco, que no te conforma a nada. Creo en las interrogantes, pienso que se generan a sí mismas cuando uno se niega a sí mismo, creo que las interrogantes trazan un camino que no se sospecha y que no se deben asesinar con presupuestos, que las interrogantes son útiles contra toda herencia, que permiten hacer “camino al andar”, creo en esas interrogantes que asaltan, que atracan en la tranquilidad y causan erupción de la existencia, en esas que surgen sin vicios. Odio los vicios, tanto que en oportunidades he llegado a odiarme a mí mismo, odio los vicios que tienen su origen en la ambición, los que tienen su cuna en las comodidades.
Respeto la historia, la que no se somete sino que se refleja a sí misma, acepto que sea frágil y modificable, pero confío en su poder de sacudirse de toda interpretación y del mismo caos que le genera la retórica. Aprecio la retórica como arte. La exposición de argumentos me aburre, pero intento prestar atención. Me decepcionan, me cansan más allá del mismo cansancio, los argumentos no propios, sin orígenes, sin el aval de la experiencia, sin la disciplina de la búsqueda verdadera, sin el toque suave del arte puro. Admiro la existencia y lo que ella proclama. Admiro los objetos y de dónde provienen y a dónde conducen.
Entiendo que como yo muchos perciben, muchos aman, muchos odian. Comprendo que podemos encontrarnos en el punto de algunas creencias, pero definitivamente no me uniría a nadie como defensor de lo que percibo, de lo que amo y de lo que odio, porque entonces podría pasar que deje de prestarle atención al tiempo y espacio…
No hay comentarios:
Publicar un comentario