viernes, 13 de noviembre de 2009

SECRETOS DE UN RECUERDO EN NOVIEMBRE, DESPERTADO POR RUTH M.

Debo agradecer a Ruth M, conversar con ella es sumergirse en un mundo de lluvias donde siempre podría ser noviembre… Gracias.


Para muchos, Paula Sosa fue una mujer, hasta cierta edad, movida por rencores; de carácter recio, de ojos cargados de cansancios, de pocas palabras y escasas sonrisas. Su mirada la recuerdan perdida y a la vez centrada en un abismo en el que suponían se odiaba a sí misma, la creían presa de remordimientos a causa de lo que han llamado “sus errores del pasado”. Para algunos fue una mujer vestida de una coraza impenetrable; nadie habla de sus abrazos y besos, muchos aseguran no haberlos recibido nunca. Recuerdan sus esfuerzos como respuestas en versiones de los “qué más da” de la vida.



Aun así, muchos hablan aun de ella, en reuniones familiares, en encuentros casuales, en las veredas del sector catorce de San Jacinto, en los cerros de Yaracuy, hasta en el Consejo de Ciruma se ha hablado de ella… En muchos lugares su nombre aun sigue sonando. Escucho de ella relatos como si hablaran de un mito. Y escucho en silencio cuando hablan de ella, y en silencio lloro, guardando un secreto: mi recuerdo de ella, de Paula Sosa, mi abuela. Secreto que llega a doler aun más en noviembre, que siempre por alguna razón despierta con más fuerza. Del que no hablo con frecuencia por no saber cómo expresarlo. Pero hoy quiero intentarlo, no para librarme de las lágrimas pues no me pesan, me hace bien llorarla, sentir su ausencia, me redime, no sé de qué, pero mientras lloro su ausencia me siento redimido y vuelvo a ser niño. Algunas veces creo ver sus ojos, sé que los veo, aquí adentro los veo, contemplo en ellos la ternura con la que siempre me miró esperando mucho de mí.


Yo la recuerdo anciana, sentada en su silla mecedora, sonriendo a cada mirada mía; levantándose lentamente para recibirme con un abrazo y un beso y susurrarme al oído un “tu eres mi nieto”, que podía repetir mil veces y mil veces hoy lo entiendo de forma diferente; la recuerdo caminando luego al refrigerador, sacando un vaso de “toddy” con el que a diario expresaba de forma sencilla su amor. La recuerdo con su “espero no hayas almorzado” en sus labios mientras servía la mesa y se sentaba frente a mí para verme almorzar, como si todo su mundo girara en ese instante (¡cómo redimen estas lágrimas!). La recuerdo contando historias, con una elocuencia que siempre le envidio, sin palabras que estorbaran, dibujando la vida, señalando caminos.


Paula Sosa caminaba en las mañanas, todos hablan de ello, dicen que era por su salud, pero sus caminos eran sin rutinas, y lo hacía porque buscaba, observaba, vivía mientras caminaba, escuchaba mientras lo hacía, se reconocía a sí misma. Sus esfuerzos fueron siempre intentos de brillar fuerte, para seguir viva en su ausencia, ella amó la eternidad, descubrió que uno se hace eterno a través del recuerdo, como también supo siempre que es vicio humano recordar los esfuerzos y no interpretarlos.


Paula Sosa se volcó sobre mí, con métodos propios, cuando yo solo era un niño, ella confió en la capacidad del ser de buscar y encontrar dentro de los recuerdos, su confianza ha dado frutos en mí. Ella creía en los sueños, aunque nadie la recuerda soñando, desprendió los sueños de sí misma, soñaba con el futuro, y nosotros, quienes le recordamos, quienes hablamos de ella, éramos el futuro.

























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