viernes, 12 de diciembre de 2008

DESDE EL ALMA DE UN ANCIANO...

Hoy no tengo historias para contar. Así que olvídense de mí. Yo quisiera hacerlo, lo de olvidarme de mí. ¿Se imaginan? Despierto un día y no sé quién soy y qué rayos hago despertándome tan temprano y luego quiero arruinarlo todo al piensar: “debo averiguar quién soy”. Y creo que el subconsciente me grita: “No lo hagas estúpido, ¿no es lo que has esperado?”. Pero no escucho nada y siento la necesidad de averiguar quién soy. Voy a escribirlo en un papel y lo guardaré bajo mi cama todos los días: “si despiertas y no sabes quién eres, no lo eches a perder, ni intentes averiguar tu identidad, invéntate otra”. Ahora me río pensando que tal vez lo leo y pienso algo como: “quién querría que me desmemoriara, me están ocultando algo”. Lo del papel no servirá, igual lo dejaré aquí.

Hoy soy un anciano. Sí, eso está bien. Soy un anciano de ochenta años. Mi nombre es Sadoc. Es el nombre que me gustaba para mi hijo menor. ¿Te acuerdas Angélica? Tú me dijiste algo como: “Ese nombre es de viejo”. Tenías razón, es un buen nombre para un viejo, para uno de ochenta años que vive en una montaña. Tuviste razón en muchas cosas, ¿recuerdas lo del proyecto? Decías: “para qué quieres enredarte la vida”. Ahora lo sé, lo sé porque soy un anciano que vive en una montaña y tiene un buen nombre.

Siempre quise vivir en una montaña. ¿Tú lo sabes? Sabes que nací en un valle bordeado por montañas y me arrancaron de mi tierra cuando solo era una criatura feliz sin ánimos de tomar decisiones. Por eso me gustan las montañas. ¿Tú qué piensas?

Yo creo que mi alma quedó conectada con las montañas y por eso a veces miro alrededor de esta ciudad y extraño las montañas que nunca han bordeado esta tierra. ¿Te acuerdas de Quebrada Honda? ¿Te sorprendiste, verdad? Me veías jugar “flichitas”, caminar sin camisa por las calles, gritar al vacío que separa a cada montaña. Era alguien diferente, era un niño, o quizá un anciano.

Me gusta vivir en esta montaña y tener un buen nombre. Aquí estoy lejos del amor y los errores. Leí en mi adolescencia que el amor es como un demonio, desde entonces me parece un gran peligro eso de entregar tu confianza a alguien que puede o no tomarla y tirarla contra el piso para verla hacerse mil pedacitos como de cristal que a su vez pueden hacerse en mil pedazos más, y reírse mientras se esparcen violentamente por los espacios como conquistándolos sin razón. Soy un anciano que no hablará del amor o de los errores.

Nunca me he sentado al lado de un anciano y escucharlo hablar sin que mencione su gran amor o un puñado de sus miles errores. ¿Te conté una vez, Ange, de mi visita al Asilo de Anciano? Fue en mi adolescencia. Fue idea de David. ¿Te acuerdas de él? Te hable una vez de David, ¿no? Mi amigo, compañero de estudios, que era católico. Bueno, ya sabes cómo son. Sí, los católicos como él, piadosos, de buen corazón, con esa extraña inclinación a las limosnas y esas cosas. Él llegó y me dijo:

- Ey Gusmar, ¿por qué no vamos al geriátrico?

Y yo que le respondo:

- ¿A Punta Gorda? ¿Al Asilo de ancianos?

Y él:

- Sí vale, a ese. Hay como cincuenta ancianos, seguro y se alegran con la visita de dos adolescentes.

Así pasó, todo un día rodeado de ancianos. Creo que los ancianos son como las montañas. No te rías, Ange, como las montañas. Lo sé porque mi alma estaba tranquila allí, escuchando miles de historias, historias de amor y de errores. Recuerdo que pensé algo como “para eso son los errores, para tener algo que contarle a los adolescentes cuando uno es anciano”. Me da risa Ange, a veces pienso grandes tonterías, como eso de amanecer desmemoriado un día. Y lo del papelito y que “si amaneces desmemoriado no intentes…”. De regreso al pueblo le digo a David:

- Es cierto eso ¿no?

Él sabía a lo que me refería, supongo que David también pensaba tonterías. Y volteo hacia la ventana, donde corrían los paisajes como a 120km/h, y le susurro a nadie: “sí, eso, que la vida no es tan corta”.

Pensé en los ancianos por muchos días. En sus errores. ¿Cuántos errores crees que lamentaré un día? ¿Me imaginas, Ange? Digo, yo en un ancianato, en uno de esos asilos, recibiendo la visita de dos adolescentes. No te rías, Ange. Me da miedo ¿sabes? Sí, miedo. Tanto que lloro. Tú sabes que lloro, me has visto llorar. ¿Te cansaste de verme llorar alguna vez? Te lo pregunto en tono serio. No sé por qué me preocupa ese rollo ahora. ¿Qué importancia tiene pensar en las lágrimas que ya se han derramado?

Mejor sigo escribiendo desde la montaña con mis manos arrugadas. No sé qué esperaba de ellas a mis ochentas. Están temblando y no puedo, o más bien no debo, exigirles que no tiemblen. Uno no debería dar órdenes absurdas, que no pueden cumplirse. Lo aprendí en mi adolescencia. Creo que fue leyendo “El Principito”. No lo recuerdo bien, a mi edad no debo exigirle a mi memoria que recuerde algunas cosas. Una vez pude darle una orden a mis manos, para entonces no temblaban. Pero cuando puedes dar una orden resulta que no sabes cómo hacerlo.

Creo que voy hablarles de mi amor y de mi error. No sé por qué, pero no puedo evitarlo. Debe ser porque es lo que hacemos los ancianos. Hablamos de amor y de error. Y a veces hasta lloramos cuando lo hacemos. Tal vez no lo noten, porque las lágrimas se esconden entre las arrugas, como agua entre surcos.

No sé por qué me sigue preocupando el asunto de las lágrimas. Ange, ¿Has notado que cuando lloro me tiemblan las manos? Lo menciono porque las veo temblar. Es como si esas gotas que se rebelan al encierro y la clandestinidad tuvieran más poder que el miedo. Nunca tiemblo de miedo, lo sabes. Sabes que prefiero caminar a temblar. Claro, sabes que cuando lloro es de miedo. ¿Has sentido ese miedo? Es como un nudo que se te hace en el estomago y se va enrollando hasta apretarte la garganta y sientes que las cuerdas vocales se enredan entre si y te das cuenta que ni puedes hablar. Entonces las lágrimas te ayudan a no ahogarte, a no estar callado. Y ese nudo que te ha enrollado hasta las entrañas murmura en tu alma: ¡futuuuurooooo! Pero te tiemblan las manos por las lágrimas, no por el miedo.

Es ya media noche, acabo de prender unos leños en la chimenea. Hace un frío horrible en esta montaña. A veces veo su silueta detrás de la niebla. Cuando la veo me tiemblan las manos, pero no son las lágrimas, es la vejez y no es el futuro, es el pasado. Bajo de la montaña una vez al mes, desde mi adolescencia. A los trece pasé frente a la librería. Y la vi por primera vez, sus mejillas rosadas y sus ojos negros detrás de los anteojos, eran hermosos, quiero decir sus ojos, no los anteojos. Entré y los nervios me atacaron, siempre fue así. No pude decir ni una papa. Solo señalé un libro con mi mano, y luego otro como dando tiempo a ver si se soltaba ese nudo. Fue inútil. Salí de la librería con dos libros en mi mano, su rostro en mi memoria y las palabras aprisionadas en mi estomago.

Tenían que ser esos libros. Precisamente esos. Tú tenías que escribirlos, Gabriel García Márquez. Claro, tú te sentaste y pensaste: voy a hacer del amor un asco. Y ¡plaf! Cayeron del cielo dos historias para asustar a un adolescente. Y tuve que leer esa, justo en mi adolescencia, justo cuando descubría el amor: “Del amor y Otros Demonios”.

¿Tenías que desgraciarle la vida a ese pobre cura que se enamoró de Sierva María? ¿Tenías que asquear el amor? ¿No podías detenerte a la mitad de tus historias y saborear un buen café? Un café siempre ayuda ¿sabes? Sí, relaja y te sientes como que puedes controlar el universo entero y quieres hacerlo, para acabar con la guerra y el hambre, ¡Para darle a un cura una larga vida al lado de su gran amor!

¿Te acuerdas Ange, cuando te conté la historia del cura? Tú me mirabas y te reías, no sé si de lo ridícula que es la historia o de la fascinación con la que yo la contaba. Tal vez pensabas: “no te basta con tus problemas, tienes que leer la patética vida de un cura inventado por un escritor que tal vez nunca ha saboreado un buen café”. Lo sé, ahora lo sé porque soy un anciano enredándole la vida a los que leen y se preguntan: “¿Este loco, es un anciano o no lo es? Pero funciona a veces. Eso de meterse en la vida de un cura o de un anciano de ochenta años y contar una historia que ni uno sabe cómo terminarla. Sí, funciona, debe ser porque el alma es rebelde, y quiere probar siempre que un escritor no puede tener razón acerca del amor.

Se me pasó la vida así. Visitando la librería, señalando libros. Ayer pensé ir a la librería y hablarle, y contarle lo estúpido que he sido al creer que por confesarle mi amor terminaré en un hospital lavando las llagas de una docena de leprosos sin precaución, deseando ser contagiado. ¿No les parece ridícula la historia de ese cura? Entonces hoy me levanté y vi ese libro, el segundo que señalé aquella vez, no lo leí nunca, le digo, Señor Márquez, después de leer “Del amor y Otros Demonios” no quise leer más nada suyo. Entonces vi el título: “Mis Putas Tristes”. La curiosidad finalmente me venció. ¡Y encuentro la trágica historia de un anciano que se enamora en la víspera de sus noventas y su vida se desmorona lentamente! Usted y yo definitivamente no podríamos ser amigos. ¿Tenías que hacer un infeliz del anciano en la víspera de sus noventa?

Tenías razón Angélica, Sadoc no es un buen nombre para un niño…

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenisimo Gusmar, el estilo, todo me ha gustado, que bella historia.Me identifico con muchas cosas,lo del temblor de manos, (muy frecuente ultimamente) y lo del querer olvidarse a si mismo.Entiendo tu mundo amigo, lo entiendo mas de lo que crees.
Un abrazo para el anciano de la montaña.

GUSMAR SOSA dijo...

Hola Beatriz, gracias por pasar por la montaña.

Anónimo dijo...

uuuufffff!!!!
fuerte! me gusta!

GUSMAR SOSA dijo...

Febe, es un honor y me llena de tranquilidad el hecho de que te guste! jejejeje. Espero no haberte enrollado tanto...Saludos.

Cien gotas de amor dijo...

Me encantó tu relato ...

Pues sí señor, la verdad que me encantó, como una montaña, bella, vieja, sabia ...

Un beso,

Laura

X Miranda dijo...

wow
realmente me hizo recordar, como tu lo etiquetas, vivencias propias, realmente sabio e inspirador.
Una vez mas te lo digo
es exquisito leerte
=D
un beso
Ely Cervantes

Anónimo dijo...

:)

Pato´s dijo...

Bellisimo relato!

Me encanto conocer tu espacio!

Besitos Gusmar y que tengas un bello comeinzo de semana:)

Isa dijo...

¡Uy! mi querido Gusmar, ¡no hablemos de falta de memoria!, ja,ja,ja,creo que era un futuro que se me está haciendo muy presente en estos tiempos y con lo cual luchamos, je,je.Ojalá pronto entre a un curso, o haga algo para trabajar a mis neuronas, je,je.
Lindo escrito mi venezolano amigo ¡mira que sí me acordé de donde eres!, ja,ja,ja.
Recibe un fuerte abrazo de mi parte.

GUSMAR SOSA dijo...

Hola Laura, gracias por el beso, expero el proximo te guste también.

GUSMAR SOSA dijo...

Hola Ely, gracias por pasar.Saludos.

GUSMAR SOSA dijo...

Ey brother, gracias por la sonrisa!!

GUSMAR SOSA dijo...

Gracias Linda, que bueno que te gustara el espacio.

GUSMAR SOSA dijo...

Hola Isa, muchas gracias, tu visita desde Mexico es tan exquisita como un valle bordeado de montañas.

Patricia Ibarra dijo...

Que hermosa historia, las vivencias , los sentimientos con que plasmas tus letras....
Un beso y un fuerte abrazo ya te extrañaba.

GUSMAR SOSA dijo...

Yo también t extrañaba Lulí, pues tus visitas son especiales.Cuidate.