Si hoy estuviera obligado a definir la vida, sería fácil. No creo haber vivido aun lo suficiente; no me considero sabio, de los mortales necios entre los más necios que han caminado, sobre esto que llamamos tierra, debo dar el primer paso adelante y decir presente. Y reconocerlo, en este caso, no es ser sabio, es solo estar cansado de la propia necedad que ahoga y grita entre fracasos y frustraciones. Sin embargo, como un grito de frustración entre el abismo de mis fracasos, hoy puedo decir qué es la vida, o al menos, cuál es la vida, de tantos lugares y momentos que he pisado.
He ambicionado, en su momento, la juventud despertó en mí esa manía de querer conquistarlo todo, arrasarlo todo, y solo logré acabar conmigo mismo. Me he entregado a la resignación, en su momento, creyendo perdido lo que siempre fue mío, lo que nadie, ni siquiera yo, podría arrebatarme jamás. Y me queda la vida, suspendida en un recuerdo que no logro ubicar, tal vez soñado, tal vez esperando por mi.
Les diré qué es, hoy, la vida para mí.
Una mañana frente a aquel lago antiguo, donde antepasados abrazaron la libertad y se aferraron a ella a toda costa, lago de mi niñez y adolescencia alegre. Sentado, bajo el sol que ama, que contempla en silencio, dejándose sentir, pero en silencio, reflejando su magia sobre las aguas tranquilas. Yo, observando tanta quietud y resplandor que opaca. Una mañana blanca, tan blanca que nada escapa. A mi lado ella, tan radiante como el sol que ama, tan linda como el lago antiguo. Ella, maravilla de otro mundo, bondad echa carne y hueso, gracia traducida en alma y sonrisa. De ojos mágicos que desnudan mi ser y ahoga mi existencia que se sumerge en ella para perderse y encontrarse al final de un laberinto. Ella que desenreda mi enigma, que rompe frustraciones librándome de la nada incierta donde me escondí, que tiene mi identidad en sus labios. Identidad que resuelve mi experiencia dándole sentido a mi nombre. Y toma mi mano sonriendo, y soy niño de nuevo,
¡Ay mi niñez! ¡Ay mi vida que es ella!
He ambicionado, en su momento, la juventud despertó en mí esa manía de querer conquistarlo todo, arrasarlo todo, y solo logré acabar conmigo mismo. Me he entregado a la resignación, en su momento, creyendo perdido lo que siempre fue mío, lo que nadie, ni siquiera yo, podría arrebatarme jamás. Y me queda la vida, suspendida en un recuerdo que no logro ubicar, tal vez soñado, tal vez esperando por mi.
Les diré qué es, hoy, la vida para mí.
Una mañana frente a aquel lago antiguo, donde antepasados abrazaron la libertad y se aferraron a ella a toda costa, lago de mi niñez y adolescencia alegre. Sentado, bajo el sol que ama, que contempla en silencio, dejándose sentir, pero en silencio, reflejando su magia sobre las aguas tranquilas. Yo, observando tanta quietud y resplandor que opaca. Una mañana blanca, tan blanca que nada escapa. A mi lado ella, tan radiante como el sol que ama, tan linda como el lago antiguo. Ella, maravilla de otro mundo, bondad echa carne y hueso, gracia traducida en alma y sonrisa. De ojos mágicos que desnudan mi ser y ahoga mi existencia que se sumerge en ella para perderse y encontrarse al final de un laberinto. Ella que desenreda mi enigma, que rompe frustraciones librándome de la nada incierta donde me escondí, que tiene mi identidad en sus labios. Identidad que resuelve mi experiencia dándole sentido a mi nombre. Y toma mi mano sonriendo, y soy niño de nuevo,
¡Ay mi niñez! ¡Ay mi vida que es ella!
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