Cuando iniciaba mis trece años, papá y mamá tomaron una decisión no aprobada por mis dos hermanas y por mí. Nos mudamos a un pueblito nada atractivo. Viví casi cinco años con ellos en el Consejo de Ciruma.
Apenas culminé el bachillerato decidí partir del aburrido pueblito.
Mi partida incluyó un triste adiós para una adolescente que me confío su corazón y sentimientos. A quien le regalé promesas sinceras, a la que llené de ilusiones, a quien le robé besos y atardeceres. Con quien caminé tomado de la mano por las calles del pueblo. Tenía una sonrisa tierna y pura, una sonrisa que enamora. Yo la quise. Juro que la quise.
A sus quince años en la feria del pueblo esta linda adolescente fue coronada como la reina del pueblo, era la máxima expresión de la belleza en el Consejo de Ciruma, tenía un brillo en sus ojos que desnudaba su inocencia, su piel blanca como la niebla de las mañanas, su cabello tan negro como el manto de la noche, su cabello hacía juego con la inocencia de sus ojos. Un año después de haber sido elegida, ella tuvo un encuentro con Jesús, y tras su conversión un rápido ascenso entre las filas de liderazgos de la congregación donde yo desempeñaba como líder juvenil y maestro de Escuela Dominical.
Un año después de su conversión ella y yo iniciábamos una linda relación. No fue fácil conquistarla, ella decía que su primer novio sería el hombre con quien se casaría. Yo creí ser ese hombre, uno cree tantas cosas en la adolescencia.
Casi dos años después decidí partir. Confieso que desde que llegué al pueblo quería irme, sin embargo, para entonces tenía razones para quedarme, la tenía a ella y tantas cosas más. No fue el poco atractivo el que me obligó a partir, aunque ciertamente seguía pareciéndome un pueblito aburrido, "un pueblo fantasma", decía yo. Fue un "evento desafortunado", fue una herida en el alma, una de esas que uno no espera, y que te obliga a huir, creyendo que lejos del lugar donde fuiste herido podrás encontrar la cura para tu herida. Tal vez les cuente en un próximo post.
Decidí huir del Consejo de Ciruma, y me dolió decirle adiós. Pero más me dolía seguir allí. Si, fui egoísta. Tal vez cobarde.
Por un año no volví al pueblo, mi vínculo con mis padres y hermanas continuó gracias a sus visitas y mis llamadas telefónicas. Luego de un año comencé a visitarlos, entrando de nuevo al pueblo, pero llegaba a casa y permanecía encerrado. Llegué a preguntar por ella en algunas ocasiones. Mi madre siempre sabía de ella. Y siempre me decía lo necesario.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Y en los últimos meses el Consejo de Ciruma se ha tornado atractivo para mí. Al entrar disfruto de la flora y la fauna que conserva este lugar. Encuentro refrescante el viento que golpea mi rostro, cada calle parece que reclama mis pasos. Aprovecho cualquier día libre para regresar y visitar a mis padres, reunirme con ex compañeros de clases, visitar creyentes con los que compartí hace años; he llevado a mis hijos y me emociona verlos correr con tanta libertad por las calles que para mí antes fueron aburridas.
El jueves pasado me escape para el pueblito, al entrar me detuve en una tiendita diagonal a la unidad educativa donde cursé los últimos tres años del bachillerato, me tomé una coca-cola y luego seguí mi camino a casa de mis padres. Por la tarde me senté frente a la casa, debajo de un árbol para leer un libro. Mi madre salió y me pidió que fuera a "Agua Santa", un pueblo vecino, y llegara a casa de Lucy que ella enviaría un libro.
"Lucy", repetí en mi mente.
Así es, Lucy es aquella adolescente a quien dije adiós.
Lo hice, salí a Agua Santa y al llegar a casa de Lucy la encontré leyendo en el frente de su casa, bajo un árbol de mangos. Bajé del auto y apoyó mis brazos sobre la cerca, ella me miró sonriendo, y yo no pude evitar sonreír. Me alegró ver que aun sonreía como en la adolescencia y que aun conservaba su belleza. Abrió el portón invitándome a pasar y solo me dijo "Gusmar", luego un beso y un abrazo.
Compartimos la sombra del árbol, tomé el libro que ella leía, "A orillas del río Piedra me senté y lloré", era el título, su autor Paulo Cohelo.
-Excelente autor. Le dije.
-¿Lo has leído?, me preguntó.
-Lo último que leí de él fue "Verónica decide morir", pero éste creo que no lo he leído.
-Pues leélo, es muy bueno, te va a gustar.
-Al llegar a Cabimas lo busco (Así lo hice ayer, y ella tenía razón, lo que he leído me ha atrapado).
-¿Tus hijos cómo están?
Por un momento sentí un pequeño asombro al ver que ella conocía un tanto sobre mi vida actual.
-Estan bien, tengo dos varones igual que tu. Respondí.
Guardó silencio por unos segundo, tal vez procesaba su asombro al ver que yo conocía un tanto de su vida actual, luego sonriendo comentó:
-Y de las misma edades.
-¿Y todo está bien? Pregunté, la verdad aun me río de la forma en la que elaboré la pregunta.
Me contó de cómo se vio obligada a retirar su carta de membresía de la congregación y mudarla a la iglesia en Agua Santa. Allí conoció al que es su esposo, a Orlando, quien es un amigo de mi familia.
-Orlando es un buen hombre, un excelente líder. Le dije.
Ella afirmó diciéndome luego que él estaba junto al pastor en una conferencia.
-Y tú, ¿Cómo estás? Me preguntó.
Yo me pregunté que tanto sabía ella de mí.
-Todo bien. Resumí.
Ella me miró con su linda sonrisa para decirme:
-No has cambiado nada. Y tras una pausa agregó: Y ahora visitas con frecuencia el pueblo, tus padres deben estar felices. ¿Qué es lo que te trae por acá?
-Vine por un libro.
La miré a los ojos y con mi mirada le dije que sabía muy bien que no era lo que me preguntaba. Ella sonrío y pude ver que su mirada respondía "no has cambiado nada". Entró a la casa y salió con el libro en sus manos.
-Si algo te trae este domingo por estos lados, ven a almorzar, trae a tu familia, Orlando se alegrará de verte.
-OK, Gracias, lo tendré presente.
Miré al frente, al otro lado de la calle, árboles inmensos, Cabimos cuyo aspecto decían tener una edad mayor a los cien años, vacas debajo de la sombra, cubriéndose de los últimos rayos amarillos que el sol regala en un atardecer.
-Tienes una vista hermosa desde acá. Le dije.
-Al parecer tienes mucho que contar. Respondió y supe por qué lo decía.
-O mucho que callar. Argumenté.
-Siempre tienes cosas que callar. Dijo ella.
-¿Sabes?-.El atardecer parecía embriagarme, pero las palabras se detuvieron. Quise explicarle lo que aquel año no pude, quise disculparme, decirle que no tuvo que ver con ella, ni siquiera con el pueblito, que pude haberme quedado. Quise decirle que aquella reunión, que aquella fría e injusta sentencia me separó de ella, de mis padres, que deformó mis sueños... Quise explicarle lo que sucedió la noche del 16 de abril del año 1998. Quise explicarle lo que sucedió dentro de mí, decirle que... Juro que quise hacerlo. Y ella quiso escucharlo. Sé que quiso escucharlo.
-¿Sabes?-Repetí intentado explicarle- Me alegro que estés bien.
No pude hacerlo.
Sus ojos me miraron con compasión, como aquella noche cuando salía de aquel templo, luego de la aterradora reunión que me robó tantas cosas.
-A mi me alegra haberte visto. Dijo ella, y ví que sus ojos aun brillaban.
Me alejé de ella, solo le dijo hasta luego, no hubo ni beso ni abrazo de despedida.
-¡Hermano!-Me gritó en forma irónica, yo giré hacia ella sonriendo. Y luego con un tono más serio me dijo:
-No fue malo...
Y no se refería solo a aquel adiós.
-No, hermana, no lo fue... Fue necesario.
Regresé a casa con el libro en mis manos y en el alma el sabor de un grato encuentro. Me acosté un rato pensando qué sería de mí si aquella noche del 16 de abril no hubiese existido.
Apenas culminé el bachillerato decidí partir del aburrido pueblito.
Mi partida incluyó un triste adiós para una adolescente que me confío su corazón y sentimientos. A quien le regalé promesas sinceras, a la que llené de ilusiones, a quien le robé besos y atardeceres. Con quien caminé tomado de la mano por las calles del pueblo. Tenía una sonrisa tierna y pura, una sonrisa que enamora. Yo la quise. Juro que la quise.
A sus quince años en la feria del pueblo esta linda adolescente fue coronada como la reina del pueblo, era la máxima expresión de la belleza en el Consejo de Ciruma, tenía un brillo en sus ojos que desnudaba su inocencia, su piel blanca como la niebla de las mañanas, su cabello tan negro como el manto de la noche, su cabello hacía juego con la inocencia de sus ojos. Un año después de haber sido elegida, ella tuvo un encuentro con Jesús, y tras su conversión un rápido ascenso entre las filas de liderazgos de la congregación donde yo desempeñaba como líder juvenil y maestro de Escuela Dominical.
Un año después de su conversión ella y yo iniciábamos una linda relación. No fue fácil conquistarla, ella decía que su primer novio sería el hombre con quien se casaría. Yo creí ser ese hombre, uno cree tantas cosas en la adolescencia.
Casi dos años después decidí partir. Confieso que desde que llegué al pueblo quería irme, sin embargo, para entonces tenía razones para quedarme, la tenía a ella y tantas cosas más. No fue el poco atractivo el que me obligó a partir, aunque ciertamente seguía pareciéndome un pueblito aburrido, "un pueblo fantasma", decía yo. Fue un "evento desafortunado", fue una herida en el alma, una de esas que uno no espera, y que te obliga a huir, creyendo que lejos del lugar donde fuiste herido podrás encontrar la cura para tu herida. Tal vez les cuente en un próximo post.
Decidí huir del Consejo de Ciruma, y me dolió decirle adiós. Pero más me dolía seguir allí. Si, fui egoísta. Tal vez cobarde.
Por un año no volví al pueblo, mi vínculo con mis padres y hermanas continuó gracias a sus visitas y mis llamadas telefónicas. Luego de un año comencé a visitarlos, entrando de nuevo al pueblo, pero llegaba a casa y permanecía encerrado. Llegué a preguntar por ella en algunas ocasiones. Mi madre siempre sabía de ella. Y siempre me decía lo necesario.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Y en los últimos meses el Consejo de Ciruma se ha tornado atractivo para mí. Al entrar disfruto de la flora y la fauna que conserva este lugar. Encuentro refrescante el viento que golpea mi rostro, cada calle parece que reclama mis pasos. Aprovecho cualquier día libre para regresar y visitar a mis padres, reunirme con ex compañeros de clases, visitar creyentes con los que compartí hace años; he llevado a mis hijos y me emociona verlos correr con tanta libertad por las calles que para mí antes fueron aburridas.
El jueves pasado me escape para el pueblito, al entrar me detuve en una tiendita diagonal a la unidad educativa donde cursé los últimos tres años del bachillerato, me tomé una coca-cola y luego seguí mi camino a casa de mis padres. Por la tarde me senté frente a la casa, debajo de un árbol para leer un libro. Mi madre salió y me pidió que fuera a "Agua Santa", un pueblo vecino, y llegara a casa de Lucy que ella enviaría un libro.
"Lucy", repetí en mi mente.
Así es, Lucy es aquella adolescente a quien dije adiós.
Lo hice, salí a Agua Santa y al llegar a casa de Lucy la encontré leyendo en el frente de su casa, bajo un árbol de mangos. Bajé del auto y apoyó mis brazos sobre la cerca, ella me miró sonriendo, y yo no pude evitar sonreír. Me alegró ver que aun sonreía como en la adolescencia y que aun conservaba su belleza. Abrió el portón invitándome a pasar y solo me dijo "Gusmar", luego un beso y un abrazo.
Compartimos la sombra del árbol, tomé el libro que ella leía, "A orillas del río Piedra me senté y lloré", era el título, su autor Paulo Cohelo.
-Excelente autor. Le dije.
-¿Lo has leído?, me preguntó.
-Lo último que leí de él fue "Verónica decide morir", pero éste creo que no lo he leído.
-Pues leélo, es muy bueno, te va a gustar.
-Al llegar a Cabimas lo busco (Así lo hice ayer, y ella tenía razón, lo que he leído me ha atrapado).
-¿Tus hijos cómo están?
Por un momento sentí un pequeño asombro al ver que ella conocía un tanto sobre mi vida actual.
-Estan bien, tengo dos varones igual que tu. Respondí.
Guardó silencio por unos segundo, tal vez procesaba su asombro al ver que yo conocía un tanto de su vida actual, luego sonriendo comentó:
-Y de las misma edades.
-¿Y todo está bien? Pregunté, la verdad aun me río de la forma en la que elaboré la pregunta.
Me contó de cómo se vio obligada a retirar su carta de membresía de la congregación y mudarla a la iglesia en Agua Santa. Allí conoció al que es su esposo, a Orlando, quien es un amigo de mi familia.
-Orlando es un buen hombre, un excelente líder. Le dije.
Ella afirmó diciéndome luego que él estaba junto al pastor en una conferencia.
-Y tú, ¿Cómo estás? Me preguntó.
Yo me pregunté que tanto sabía ella de mí.
-Todo bien. Resumí.
Ella me miró con su linda sonrisa para decirme:
-No has cambiado nada. Y tras una pausa agregó: Y ahora visitas con frecuencia el pueblo, tus padres deben estar felices. ¿Qué es lo que te trae por acá?
-Vine por un libro.
La miré a los ojos y con mi mirada le dije que sabía muy bien que no era lo que me preguntaba. Ella sonrío y pude ver que su mirada respondía "no has cambiado nada". Entró a la casa y salió con el libro en sus manos.
-Si algo te trae este domingo por estos lados, ven a almorzar, trae a tu familia, Orlando se alegrará de verte.
-OK, Gracias, lo tendré presente.
Miré al frente, al otro lado de la calle, árboles inmensos, Cabimos cuyo aspecto decían tener una edad mayor a los cien años, vacas debajo de la sombra, cubriéndose de los últimos rayos amarillos que el sol regala en un atardecer.
-Tienes una vista hermosa desde acá. Le dije.
-Al parecer tienes mucho que contar. Respondió y supe por qué lo decía.
-O mucho que callar. Argumenté.
-Siempre tienes cosas que callar. Dijo ella.
-¿Sabes?-.El atardecer parecía embriagarme, pero las palabras se detuvieron. Quise explicarle lo que aquel año no pude, quise disculparme, decirle que no tuvo que ver con ella, ni siquiera con el pueblito, que pude haberme quedado. Quise decirle que aquella reunión, que aquella fría e injusta sentencia me separó de ella, de mis padres, que deformó mis sueños... Quise explicarle lo que sucedió la noche del 16 de abril del año 1998. Quise explicarle lo que sucedió dentro de mí, decirle que... Juro que quise hacerlo. Y ella quiso escucharlo. Sé que quiso escucharlo.
-¿Sabes?-Repetí intentado explicarle- Me alegro que estés bien.
No pude hacerlo.
Sus ojos me miraron con compasión, como aquella noche cuando salía de aquel templo, luego de la aterradora reunión que me robó tantas cosas.
-A mi me alegra haberte visto. Dijo ella, y ví que sus ojos aun brillaban.
Me alejé de ella, solo le dijo hasta luego, no hubo ni beso ni abrazo de despedida.
-¡Hermano!-Me gritó en forma irónica, yo giré hacia ella sonriendo. Y luego con un tono más serio me dijo:
-No fue malo...
Y no se refería solo a aquel adiós.
-No, hermana, no lo fue... Fue necesario.
Regresé a casa con el libro en mis manos y en el alma el sabor de un grato encuentro. Me acosté un rato pensando qué sería de mí si aquella noche del 16 de abril no hubiese existido.
6 comentarios:
Muy conmovedor Gusmar,me meti muchisimo en todo lo que escribiste.Gracias por compartir y hacernos parte de esas vivencias de tu alma.
"Fue necesario"...eso dolio.
Muchos saludos amigo.
¡Vaya Gusmar! me leí tu escrito de un tirón. Gracias por compartir cosas de tu vida con nosotros. Siempre he pensado que cualquier cosa que hagamos, tendrá sus repercusiones en nuestra vida y en las de los que nos rodean, pero siempre debemos seguir en el Señor, Él nunca nos falla, ¡ni fallará!. Nosotros somos los imperfectos. Gracias a Dios por el incomparable amor que le tienes a tu esposa, eso lo vi demostrado en una poesía ¿te acuerdas? ¡a mi me encantó!. Así que a seguir adelante caminando en Él y nunca volver atrás.
Cariños para ti y toda tu linda familia.
Ay, no se vale, me hiciste llorar!!!!
Hola Beatriz, claro que duele, duele vivirlo y aun decirlo, con todo lo necesario que pudo o no pudo ser. Saludos.
Hola Isa, me alegra que te gustara, pues sì para atràs ya no queda nada, que bueno que te gustara la poesìa, mejor fue que le gustò a Ella!!! jajajajaja. Saludos.
Pues disculpa Keila, espero que sean lagrimas gratas. No como las que me derramè yo al vivir la historia. Saludos.
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