He vuelto a leer Mateo 8: 23-27. Es una gran historia, un buen relato. Un grupo de hombres que van en una barca pequeña y humilde, uno de ellos duerme y una gran tempestad se levanta en el mar agitando la barca, amenazando con destrucción. El que duerme es Jesús, un carpintero de una pequeña aldea.
El resto de los hombres se dedicaban a la pesca, entendían los asuntos de mares; más que un negocio la pesca fue para ellos un estilo de vida. Ellos saben que no se debe dormir en una barca, hay que estar atento al humor del mar. Pueden entender que Jesús duerma, no está acostumbrado a esos viajes, además seguro se siente cansado por las caminatas. De cualquier manera Jesús podría sentirse seguro, estaba rodeado de hombres expertos en mares.
La mayoría ha escuchado sobre esta historia, los cristianos la han hecho una de sus favoritas en muchas congregaciones. Si usted es alguien que visita frecuentemente alguna congregación seguro ha escuchado al menos un sermón basado en esta historia. Yo escuché cientos de sermones durante muchos años que describían asombrosamente y con mucho atractivo la escena en que los discípulos atemorizados despiertan a Jesús y él habla a los vientos y los mares y éstos se calman. Así Mateo 8:23-27 se convirtió para mí en el pasaje bíblico en que Jesús calma la tempestad. Creí que ya nada podía encontrar en ese relato. ¿Qué podría ser más grandioso en la narración de Mateo?
Hace unos minutos lo leí nuevamente, sí, todavía leo la Biblia de vez en cuando. Desperté pensando en Jesús, en el Cristo que heredé y al que adoré cuando pertenecí a una expresión del sistema cristiano que siente atracción hacia lo sensacional y que responde emocionalmente a todo cuanto lee. Hoy creo que Jesús, el Cristo, es mucho más que una fuente de sensacionalismo, que merece ser contemplado pausadamente, con atención. Creo entender que las narraciones bíblicas en las que su nombre sobresale son puntos de vistas del narrador en cuanto a sus actuaciones, que incluso quien narra intenta arrojar su criterio sobre el cómo Cristo fue observado y sentido por otros. Ahora, cuando leo las narraciones bíblicas sobre él, intento entender el por qué el narrador decidió narrar esa historia, el por qué plasmó su narración desde tal punto de vista. Y leyendo de nuevo el pasaje que antes identifiqué como “Jesús calma la tempestad” me pregunté por qué se les ocurrió a doce hombres expertos en asuntos del mar despertar a un carpintero para pedirle auxilio en medio de la tempestad.
Muchos me dirán: porque él era el Cristo, el todopoderoso, el papá de los helados, el que dominaba la tempestad, a quien los vientos y los mares le obedecen. Pero para los discípulos él no era, o al menos aun no lo reconocían, el Cristo. No podían afirmarlo a pesar de las señales y sus palabras. Para los discípulos tampoco era un todopoderoso, solo un profeta con habilidades, y en el caso de Pedro y quizá algunos otros era el Hijo del Dios Viviente. Una declaración que dejó escapar Pedro en una oportunidad. ¿Pero imaginaban ellos que Jesús calmaría la tempestad? El asombro de ellos después de hacerlo nos da la respuesta. Ellos se maravillaron y preguntaban: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”. No sabían que él lo haría, no lo imaginaron.
Entonces, ¿por qué despertaron a Jesús? Porque les inspiró confianza, porque algo podía hacer, porque lo vieron extendiendo siempre la mano al necesitado, dando respuesta a los hombres. Algo podría hacer y de no poder al menos era mejor pasar por la tempestad teniéndolo despierto, escuchándolo, mirando sus ojos y recordando los buenos momentos vividos en tierra firme. Ante la dificultad ellos solo podían pensar en él, porque él les inspiró confianza.
Este pasaje es una denuncia en nuestra contra. Sí, en contra de quienes decimos seguir a Cristo. No solo en contra de la iglesia institucionalizada, no solo en contra de las organizaciones o denominaciones, no solo en contra de las expresiones del sistema cristiano. También nos acusa a quienes hemos decidido transitar, a quienes nos negamos a comprometernos con doctrinas y bandos. ¿Qué inspiramos en quienes nos rodean? ¿Qué recuerdan de nosotros quienes nos han tropezado en el camino? ¿Somos una opción en medio de la tempestad? Reflexionemos, seguir a Cristo es intentar imitarle. Es sonreírle a quien nos saluda, es saludar al que pasa por nuestro lado, es detenernos a escuchar, a conversar, es extender la mano con nuestros recursos, con lo poco o lo mucho que tenemos. Es cierto, la iglesia institucionalizada, las organizaciones cristianas y denominaciones, las expresiones cristianas deben fomentar un escenario más humano, un ambiente de armonía, desarrollar proyectos y programas en apoyo del bienestar social y tantas cosas más… Pero nosotros qué… También debemos hacerlo. Que quienes nos conocen no tengan temor de despertarnos en el viaje y compartir sus cargas con nosotros… Te invito, con mucha humildad, a leer de nuevo Mateo 8:13-27 y encontrarte una vez más con el Cristo que dormido tal vez soñó con una sociedad mejor…
1 comentario:
Me gusta leer y releer las mismas historias varias veces y por eso cada vez que tengo un viaje trato de leer cosas nuevas, o algunas historias que ya lei pero me gustaron mucho. Pude comprar Pasajes a Chile y espero poder descubrir nuevas historias en el viaje
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