miércoles, 27 de mayo de 2009

UN MUNDO DE CRISTAL...

Hablábamos del cristianismo y de cómo siempre han existido quienes se obsesionan por ser dueños de la verdad y adaptarla a sus maneras e intereses. Yo un joven de veintidós años de edad, herido por los trozos de vidrios que se expandieron contra mí mismo con la ruptura de una realidad que alguna vez acepté como verdadera y única y encontrando en mi camino trozos de esos vidrios que no dejaban cicatrizar mis heridas. Ella una anciana de setenta y seis años de edad, con cicatrices que me permitían saber que hay un camino real, que no necesitaba encasillarme en un movimiento para sentirme seguro, sobre todo me daban la seguridad de que un día mis heridas cicatrizarían y entonces podría pisar los trozos de vidrio sin ser lastimado.

Me gustaba visitarla y sentarme con ella en el patio de su casa, debajo de los árboles de mangos, frente a sus docenas de loros enjaulados que en los días de lluvia entonaban himnos como “Más allá del sol”, “Cuán grande es Él”, “Creo en ti”, entre otros. Siempre que visitaba su ciudad me aparecía en su casa, sentía también un profundo agradecimiento pues a mis diecisiete años cuando llegué a esa ciudad para vivir allí por algún tiempo me ofreció hospedaje por algunos meses.


Aquella tarde vi sus ojos brillar de pasión y sus manos temblar de impotencia “es necesario presentar la verdadera libertad a aquellos que viven en ataduras dentro de las congregaciones de esta ciudad”.

Ella fue una de esas personas que en mi “juventud” me estimularon a creer que es necesaria una lucha contra el cristianismo deformado, aberrado, sujeto a fantasías en las que solo una minoría es beneficiada. Para aquel entonces yo también sentía una pasión, una que no producía ningún fruto, una que nacía de la amargura de sentirme decepcionado, de los reproches por haber sido tan ciego y haber perdido tanto durante mucho tiempo. En momentos olvidaba que yo había sido esclavo de los sistemas de aquel mundo de cristal. Le dije que “no entendía por qué uno debía luchar por una cuerda de creyentes que se conformaban a una vida de esclavitud”. Ella suspiró con un “ay Gusmar” que siempre recuerdo para despertar cuando me siento dormido.

Entonces me contó que en su juventud vivía en un pueblito del Estado Táchira y asistía a una pequeña congregación. Que una vez se cortó el cabello y cuando llegó a la escuela dominical su pastor la observó y le dijo “hermana estás en pecado”. Que al finalizar el servicio la llamó a reunión con la directiva y le dictaron como sentencia “ocho meses de disciplina bajo estricta observación por su pecado”. La semana siguiente al llegar al servicio dominical se sentó en la cuarta fila de bancas y el pastor se le acercó diciéndole “¡Qué hace usted aquí, vaya a la última banca que allí es donde debe sentarse a llorar su pecado!”.

Me contó una docena de historias similares de su juventud de los años 50, y las concluyó diciéndome: “la única razón por la que no me fui de aquella congregación todo el tiempo que viví en el Estado Táchira fue porque ignoraba la verdad más allá de la esclavitud, creía que para agradar a Dios debía soportar todo aquello, que eran pruebas para procesar mi carácter. Esa era la verdad que conocía, y mi sed ligada a mi ignorancia empañaba mi libertad de escoger otro camino obligándome a seguir atada”.

Han pasado los años y muchas heridas han cicatrizado. La anciana esté tal vez más allá del sol, pero me queda el recuerdo de sus palabras que a veces logran obligarme a pisar los trozos de vidrios para extenderle la mano a quienes se hacen consciente de que han limitado su existencia a un mundo de cristal. Tal como lo aseguraban sus cicatrices: a veces se pueden pisar los vidrios sin ser lastimados.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi mamá a los treinta se cortó el pelo, y le quitaron el testimonio de por vida.

Le negaron la carta de recomendación para el seminario donde queria estudiar Educación Cristiana, ya que la consideraron rebelde.

Durante años vivió maniatada a esa denominación y a la congregación por que tenia la mente tupida con toda esa mierda de la sujeción (y no voy a pedir perdón por usar esa palabra), hasta que un dia decidió hablar y ser ella misma...me entiendes?...mandó bien lejos las etiquetas de ser la esposa sometida y la madre abnegada y blablabla y decidió luchar por lo que creia, por encima de TODOS, y eso es lo que le aplaudo, porque los años de sometimiento "biblico" nunca se los aplaudiré por muy rosas y cristianoides que luzcan, le dañaron el alma en lo mas hondo.

Y esto que te cuento, es nada, comparado con todas las demás barbaridades que he visto y vivido.

Pero aqui seguimos, tratando de reconstruir nuestras vidas en Cristo y solo en Cristo, aprendiendo y des-aprendiendo vez tras vez.

Gracias por compartir!
Un abrazo chamito.

GUSMAR SOSA dijo...

Si Beatriz, imagino cuántas historas podrìas contarme, y el color de cada una! Pero sigamos en la lucha, aunque parezca tonto o lo que sea. Es importante que continuemos en la busqueda, aunque ya no estamos en los años 50 quedan muchos vicios!Un abrazo.

Marcelo Gentile dijo...

todos tenemos historias parecidas que contar lo que muestra a las claras lo herrado de estas formas de mostrar a dios.
lo ultimo que subí" prisión mental" habla justamente de las secuelas producidas por doctrinas encarceladoras,lejos del amor liberador que cristo predicara.
gracias Gusmar este relato ayuda y mucho, un abrazo.