Anoche tuve uno de esos sueños, de los que sabes que estas soñando y quisieras despertar pero no puedes. Lo supe desde el momento en que me vi en aquella calle. La luna se mostraba sin timidez, la brisa era fría y el olor me decía que en cualquier momento llovería. Los faros proyectaban mi sombra detrás de mí. Luché por no dar un paso, pero fue inútil, me pregunto por qué en esos sueños no puedes hacer tu voluntad.
Avancé. Lentamente. Respiraba con la misma lentitud con la que avanzaba y podía calcular con exactitud los segundos previos a la lluvia. El olor se volvía cada vez más intenso. Amo ese olor, no sé por qué, no sé desde cuándo, pero o amo tanto como a la lluvia. Cuando ella cae sobre mí es como si cada gota ocultara una historia y al resbalar y caer en tierra es como si cambiara su historia por alguna mía, por una de mis peores historias y esta ya no pudiera causar ningún efecto sobre mí.
Sabía lo que encontraría a unos pasos. Nada aterrador, todo lo contrario, aun así con cada paso deseaba despertar. Finalmente me detuve, frente a su casa, un relámpago detrás de la casa hizo resplandecer la noche oscura por fracciones de segundos, y tras él cayó la lluvia, una fuerte lluvia, como las que caen en noviembre. Sentí la primera gota sobre mí, la segunda, y luego miles de ellas robándose las historias que yo jamás contaría, limpiando mi alma. Y ella estaba en el frente de la casa, sentada leyendo una novela. Sentí miedo, porque sabía que era un sueño. Ella levantó su mirada y sonrió al verme, sonrió como hace mucho tiempo nadie sonríe cuando me ve.
Allí estaba yo, del otro lado del portón, empapado bajo la lluvia, viéndola sonreír, conciente de que era un sueño, queriendo disfrutarlo, pero con miedo, tratando de despertar. Ella llevó las manos hacia su boca para ocultar su risa mientras hacía con su rostro una seña de negación, como desaprobando lo que veía.
- ¡Definitivamente tu no le tienes miedo a un resfriado!- Me gritó. Y yo sonreí mientras extendía mi mano derecha hacia ella invitándola a salir. -¡No!- Gritó nuevamente, -Tenemos mucho que hacer-. Extendí mi otra mano y ella sonriendo soltó la novela sobre la mesa, se quitó sus sandalias y corriendo abrió el portón, cuando me di cuenta ella me abrazaba.
Aquel abrazó me dio ganas de olvidar que estaba soñando.
-Cada vez estás más loco- Me dijo al oído. Y luego se separó de mí para decirme que aun nos faltaba mucho por leer y debíamos tener la crítica en una semana. “Dejemos de jugar y pongámonos serios”. Al escucharla decir esto ya quería llorar, en serio que sí, sabía que soñaba, y que al despertar no la vería más y sino podía despertar al menos me hubiera gustado seguir con ella bajo la lluvia.
Quise decirle que no se preocupara por la lectura ni por la crítica, que yo he leído esa novela ya dos veces, que conocía el futuro, que pasaríamos la materia con la mayor nota, que si ella quería al otro día yo le hacía un millón de críticas a la novela. Pero en la realidad nunca hubo un discurso que la persuadiera de abandonar una labor como esta, siempre hicimos estos trabajos juntos, éramos un equipo, pero ella nunca me permitió hacer alguna de estas tareas por los dos, si se trataba de alguna obra literaria la leíamos juntos, la discutíamos capítulo por capítulo y juntos hacíamos la crítica o interpretación. Ella fue mi mejor amiga en aquellos tiempos. Compartimos mucho, me conoció mejor de lo que alguien ha podido conocerme desde entonces. Teníamos una verdadera amistad, una linda y poderosa amistad. Como diría Tom Hanks, interpretando a Forrest Gump: éramos como pan y mantequilla.
¿Por qué quería despertar si soñaba con ella?
Porque la he extrañado, la extraño cuando siento la necesidad de un abrazo sincero y espontáneo, cuando necesito a un amigo cerca, incluso cuando leo alguna obra de Rómulo Gallegos. Algunas veces he visitado aquel pueblo, pero jamás esa calle, desde que supe que abandonó aquella calle, evito pasar por allí, y a veces evito su recuerdo, incluso hablar de ella, evito la fachada de la institución donde cursé mis últimos dos años de bachillerato, donde la conocí y donde la vi por última vez.
¿Por qué lo hago? Creo que esa respuesta la mantendré en secreto, esperando que alguna lluvia de noviembre caiga sobre mí y me cambie una historia.
En el sueño, ella y yo leímos el último capítulo de Doña Bárbara (“Toda Horizontes, Toda Caminos…"). Reíamos mientras lo hacíamos. Y cuando al fin olvidé que estaba soñando, desperté. Aquí estoy quince minutos después, con el amargo sabor de la ausencia de una amiga en el alma, y al lado de mi computador una edición especial de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, creo que la leeré por tercera vez.
Avancé. Lentamente. Respiraba con la misma lentitud con la que avanzaba y podía calcular con exactitud los segundos previos a la lluvia. El olor se volvía cada vez más intenso. Amo ese olor, no sé por qué, no sé desde cuándo, pero o amo tanto como a la lluvia. Cuando ella cae sobre mí es como si cada gota ocultara una historia y al resbalar y caer en tierra es como si cambiara su historia por alguna mía, por una de mis peores historias y esta ya no pudiera causar ningún efecto sobre mí.
Sabía lo que encontraría a unos pasos. Nada aterrador, todo lo contrario, aun así con cada paso deseaba despertar. Finalmente me detuve, frente a su casa, un relámpago detrás de la casa hizo resplandecer la noche oscura por fracciones de segundos, y tras él cayó la lluvia, una fuerte lluvia, como las que caen en noviembre. Sentí la primera gota sobre mí, la segunda, y luego miles de ellas robándose las historias que yo jamás contaría, limpiando mi alma. Y ella estaba en el frente de la casa, sentada leyendo una novela. Sentí miedo, porque sabía que era un sueño. Ella levantó su mirada y sonrió al verme, sonrió como hace mucho tiempo nadie sonríe cuando me ve.
Allí estaba yo, del otro lado del portón, empapado bajo la lluvia, viéndola sonreír, conciente de que era un sueño, queriendo disfrutarlo, pero con miedo, tratando de despertar. Ella llevó las manos hacia su boca para ocultar su risa mientras hacía con su rostro una seña de negación, como desaprobando lo que veía.
- ¡Definitivamente tu no le tienes miedo a un resfriado!- Me gritó. Y yo sonreí mientras extendía mi mano derecha hacia ella invitándola a salir. -¡No!- Gritó nuevamente, -Tenemos mucho que hacer-. Extendí mi otra mano y ella sonriendo soltó la novela sobre la mesa, se quitó sus sandalias y corriendo abrió el portón, cuando me di cuenta ella me abrazaba.
Aquel abrazó me dio ganas de olvidar que estaba soñando.
-Cada vez estás más loco- Me dijo al oído. Y luego se separó de mí para decirme que aun nos faltaba mucho por leer y debíamos tener la crítica en una semana. “Dejemos de jugar y pongámonos serios”. Al escucharla decir esto ya quería llorar, en serio que sí, sabía que soñaba, y que al despertar no la vería más y sino podía despertar al menos me hubiera gustado seguir con ella bajo la lluvia.
Quise decirle que no se preocupara por la lectura ni por la crítica, que yo he leído esa novela ya dos veces, que conocía el futuro, que pasaríamos la materia con la mayor nota, que si ella quería al otro día yo le hacía un millón de críticas a la novela. Pero en la realidad nunca hubo un discurso que la persuadiera de abandonar una labor como esta, siempre hicimos estos trabajos juntos, éramos un equipo, pero ella nunca me permitió hacer alguna de estas tareas por los dos, si se trataba de alguna obra literaria la leíamos juntos, la discutíamos capítulo por capítulo y juntos hacíamos la crítica o interpretación. Ella fue mi mejor amiga en aquellos tiempos. Compartimos mucho, me conoció mejor de lo que alguien ha podido conocerme desde entonces. Teníamos una verdadera amistad, una linda y poderosa amistad. Como diría Tom Hanks, interpretando a Forrest Gump: éramos como pan y mantequilla.
¿Por qué quería despertar si soñaba con ella?
Porque la he extrañado, la extraño cuando siento la necesidad de un abrazo sincero y espontáneo, cuando necesito a un amigo cerca, incluso cuando leo alguna obra de Rómulo Gallegos. Algunas veces he visitado aquel pueblo, pero jamás esa calle, desde que supe que abandonó aquella calle, evito pasar por allí, y a veces evito su recuerdo, incluso hablar de ella, evito la fachada de la institución donde cursé mis últimos dos años de bachillerato, donde la conocí y donde la vi por última vez.
¿Por qué lo hago? Creo que esa respuesta la mantendré en secreto, esperando que alguna lluvia de noviembre caiga sobre mí y me cambie una historia.
En el sueño, ella y yo leímos el último capítulo de Doña Bárbara (“Toda Horizontes, Toda Caminos…"). Reíamos mientras lo hacíamos. Y cuando al fin olvidé que estaba soñando, desperté. Aquí estoy quince minutos después, con el amargo sabor de la ausencia de una amiga en el alma, y al lado de mi computador una edición especial de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, creo que la leeré por tercera vez.
15 comentarios:
Wow!!!
Me conecté mucho con el relato.
talvez por conocer de cerca el ambiente, me pasa igual con el olor de la lluvia, eso creo.
También añoro esos años del liceo que jamás olvidaré aunque no pueda recordarlos.
Saludos hermano.
Sublimemente narrado, como siempre..
Un beso muy cálido
Un sueño muy tierno...
Me encanta tu manera de sentir y de escribir lo que piensas...
Un placer pasar aqui!
Besos Gusmar!
los amores del pasado, los del presente, gozo ambos, así sea
Ausencias inolvidables que en sueños les tienes cercanas, ¿quien sabe lo sueños pueden hacerse reales yo creo en ellos?
Con cariño
Mari
Ay los sueños....
Te cuento, en sexto grado descubri un viejo libro de Doña Barbara (la doña), y me clave tanto que me lo lleve a la escuela. Como siempre me sentaba hasta la ultima mesa,mientras la maestra daba una interminable clase de matematicas, yo leia placidamente, metida en el Arauca, con Santos Luzardo, Maricela y Juan Primito...hasta que me chacharon!!...me quitaron el libro jejeje, por suerte me lo devolvieron, ya que era de mi mama :D.
Yo tambiem añoro, esa es la constante mas comun en la vida, la añoranza.
Un abrazo.
las personas dejan huellas las unas en las otras...
...¿Sobredosis de nostalgia?...
Cuidado. realidad+nostalgia= bomba de relojería
Te espero en mi correo :)
Gusman cuando puedas pasate por mi blog que tienes un premio concedido al blog con Duende espero que lo disfrutes.
Con cariño
Mari
Ey brother, qué tal?
Pues sí, tu conoces el pueblo. La lluvia es mágica, una magia pura y hasta "santa".
Saludos a la familia.
Gracias sirena, vale la pena narrar así si con cada narración me regalas un beso. Gracias por pasar.
Hola Lulú, y sigue la lluvia de besos! jajaja. Gracias.
Así sea Santiago!
Saludos.
Yo a veces , Mari, a veces creo en ellos, trato de seguir haciendolo, y gracias por el premio paso en un ratico.
Siguen las similitudes ah beatriz?
Romulo Gallegos escribía con magia, dan ganas de que Venezuela vuelva a ser ese espacio natural cuando uno entra en esas selvas de Gallegos, yo anoche comencé a leerla de nuevo, y tal vez pasee por Sobre La Misma Tierra, Canaima, Pobre Negro, la verdad que la nostalgia ya me lleva a esas obras.
Añorar, sigamos haciendolo quien sabe y algún día eso de las alas sea cierto.Un abrazo.
Hola Febe, pues sí,y creo que si estalla será de lo peor.
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