La razón por la que hago publica esta carta para mi amigo es porque por ser escrita desde una cueva y porque su destinatario influyó en mí y me enseñó a sobrevivir y encontrar lecciones en cuevas, considero que debe formar parte de esta serie, y sospecho que algunas de sus líneas podrían hacer resplandecer un rayito de luz a algún lector que pudiera hoy leer desde una cueva.
Creo que yo tenía nueve años de edad cuando por primera vez le vi entrar a mi hogar. No sospeché que era un buen amigo de mis padres, pero bastó un minuto para saberlo. Después de algunos años usted volvía a su tierra, la razón, por asuntos ministeriales. Sus visitas se hicieron un tanto frecuentes. Me gustaba escuchar las conversaciones entre usted y mis padres. En mi niñez lo vi como otro reverendo de la organización, solo que usted era de los más cercanos.
Pasado pocos años fuimos nosotros quienes nos alejamos de su tierra.
Y a mis dieciocho años de edad nos encontramos de nuevo. Esta vez no entraba a mi hogar, sino a mi corazón. Yo no vivía ya con mis padres. Y además de no tener nueves años, tampoco era ni la sombra lo que fui a esa edad. Me pareció extraño encontrarle, pero luego lo supe, no le encontré, ni siquiera nos encontramos, usted me buscaba y usted me encontró. Para entonces yo huía... Huía de mí mismo, de mi pasado... El pasado dolía y me obligaba a vivir en cuevas. Mi carácter había cambiado notablemente. Yo era cobarde, tímido, le temía a las multitudes y también a la soledad; mi alma llena de heridas, mi corazón detenido... No pensaba en el futuro, pues era incierto y sombrío... Me asustaba pensar en el futuro. Mis errores me acusaban, los fantasmas me abofeteaban y los fracasos se burlaban de mí. Esperé la ayuda o al menos la comprensión de algunos, en cambio recibí prejuicios y condenas. Y así aprendí a desconfiar.
Pero usted se acercó a mí. Y con la pericia de sus manos me pastoreó. Ni siquiera me obligó a salir de mi cueva, donde me sentía seguro... No hubo condiciones, no me dijo "para ayudarte debes venir a mi congregación", "debes reportarte cada domingo para poder vigilarte" "necesitas una disciplina de tantos meses"... No, nada de esto le escuché decir. Era usted quien entraba a mi cueva cada vez que debía hacerlo. Y muchas veces abandonó sus rutinas solo para asistirme. Ahora que lo pienso me doy cuenta que usted verdaderamente dejó las noventa y nueve, sin importar que yo era el que menos podía producir beneficio alguno. Nunca olvidaré aquellas palabras que de verdad causaron un efecto en mi corazón, usted me dijo: "Cuando eras niño te admiraba, por lo que hacías... y ahora sigo admirándote porque te has mantenido con vida y porque sé que podrás recuperar tu lugar".
Y así, con el tiempo, me di cuenta que podía salir... Y lo hice. Y recuperé mi posición, tal como usted me lo prometió, recuerdo cada una de sus promesas. Recuerdo todas las veces que enfrentó a colegas por mi causa y aun a dirigentes de su organización. Fue en ese tiempo que comprendí que usted había vuelto a su tierra porque Dios pensó en mí.
Hace un poco más de un año volví a perderlo de vista... No fue mi decisión, sino que he sido arrinconado a obligaciones que no me han permitido verle. Y créame, a sido un año muy duro para mí. Ciertas circunstancias me han tomado de sorpresa, sin estar listo he tenido que enfrentar ciertos cambios. He vuelto a visitar algunas cuevas, aunque esta vez no huyendo, sino buscando el eco de las enseñanzas que una vez recibí en esos lugares. Y si, aun me da por esconderme en esas cuevas, pero no de mí, sino de la gente que no debe verme llorar, que no debe observarme confundido, que no debe escuchar mis quejas; y no se trata de cuidar mi imagen, eso es lo menos que me importa, se trata de cuidarlos a ellos. Es difícil... es difícil no llorar cuando es lo único que puedes hacer... es difícil disimular tu confusión cuando en verdad no entiendes las cosas... es difícil no quejarse cuando es lo único que tienes en el corazón. Pero, a veces, es un deber.
Sin embargo, esta vez enfrento esta circunstancia como un niño... Tomado de la mano de la esperanza (ese ángel que usted me presentó una vez), luchando de vez en cuando con ángeles (dejando que éstos hieran mi muslo), soñando (con un mejor porvenir). Es cierto que a veces aparecen fantasmas aliados con mis errores y fracasos, ellos intentan burlarse de mí, pero he aprendido a vencerlos. También he aprendido a reírme del pasado, a no tomarme muy en serio. Sigo amando a la soledad, entendiendo que a veces debo dejarla ir y verla regresar. Mantengo mi servicio a Dios de la única forma que sé hacerlo, le confieso que a veces cuando lo hago debo luchar contra mí mismo. No he parado de escribir... Sigo cazando historias, escuchando a la gente. Intento ayudar a quienes me rodean.
No me sorprendió recibir su carta... Y el hecho de haya coincidido con mi madre y que ella le contara, justo en este momento, mi travesía durante este año no me parece casualidad, sé que me ha estado buscando. Pero la razón por la que escribo hoy es su pregunta al final... Usted me conoce, mejor que muchos. Usted sabe que continúa en mi corazón... Que no podría jamás sacarlo de esa lista... ¿Quién me enseñó a lidiar con las cuevas? ¿Quién fue el maestro enviado por Dios para devolverme mi niñez? Usted me vio llorar y lloró conmigo... Usted extendió su mano cuando todos la escondían. Si hoy existe esa lista es por personas como usted... Y aunque las cuevas siguen siendo frías y oscuras, es gracias al hecho de poder recordar que en esas cuevas usted pasó a ser de reverendo a amigo, y de poder recordar lecciones que solo existen porque usted estuvo en ellas junto a mí, que hoy sobrevivo.
Hay mucho aun que queda por decir, hay tantas cosas que quisiera contarle... Me gustaría poder encontrarle y gritar mis quejas y confusiones, pero sé que el momento llegará, y lo sé porque usted no podría llegar antes ni después.
Saludos a su amorosa esposa y su linda hija, amigo.
Creo que yo tenía nueve años de edad cuando por primera vez le vi entrar a mi hogar. No sospeché que era un buen amigo de mis padres, pero bastó un minuto para saberlo. Después de algunos años usted volvía a su tierra, la razón, por asuntos ministeriales. Sus visitas se hicieron un tanto frecuentes. Me gustaba escuchar las conversaciones entre usted y mis padres. En mi niñez lo vi como otro reverendo de la organización, solo que usted era de los más cercanos.
Pasado pocos años fuimos nosotros quienes nos alejamos de su tierra.
Y a mis dieciocho años de edad nos encontramos de nuevo. Esta vez no entraba a mi hogar, sino a mi corazón. Yo no vivía ya con mis padres. Y además de no tener nueves años, tampoco era ni la sombra lo que fui a esa edad. Me pareció extraño encontrarle, pero luego lo supe, no le encontré, ni siquiera nos encontramos, usted me buscaba y usted me encontró. Para entonces yo huía... Huía de mí mismo, de mi pasado... El pasado dolía y me obligaba a vivir en cuevas. Mi carácter había cambiado notablemente. Yo era cobarde, tímido, le temía a las multitudes y también a la soledad; mi alma llena de heridas, mi corazón detenido... No pensaba en el futuro, pues era incierto y sombrío... Me asustaba pensar en el futuro. Mis errores me acusaban, los fantasmas me abofeteaban y los fracasos se burlaban de mí. Esperé la ayuda o al menos la comprensión de algunos, en cambio recibí prejuicios y condenas. Y así aprendí a desconfiar.
Pero usted se acercó a mí. Y con la pericia de sus manos me pastoreó. Ni siquiera me obligó a salir de mi cueva, donde me sentía seguro... No hubo condiciones, no me dijo "para ayudarte debes venir a mi congregación", "debes reportarte cada domingo para poder vigilarte" "necesitas una disciplina de tantos meses"... No, nada de esto le escuché decir. Era usted quien entraba a mi cueva cada vez que debía hacerlo. Y muchas veces abandonó sus rutinas solo para asistirme. Ahora que lo pienso me doy cuenta que usted verdaderamente dejó las noventa y nueve, sin importar que yo era el que menos podía producir beneficio alguno. Nunca olvidaré aquellas palabras que de verdad causaron un efecto en mi corazón, usted me dijo: "Cuando eras niño te admiraba, por lo que hacías... y ahora sigo admirándote porque te has mantenido con vida y porque sé que podrás recuperar tu lugar".
Y así, con el tiempo, me di cuenta que podía salir... Y lo hice. Y recuperé mi posición, tal como usted me lo prometió, recuerdo cada una de sus promesas. Recuerdo todas las veces que enfrentó a colegas por mi causa y aun a dirigentes de su organización. Fue en ese tiempo que comprendí que usted había vuelto a su tierra porque Dios pensó en mí.
Hace un poco más de un año volví a perderlo de vista... No fue mi decisión, sino que he sido arrinconado a obligaciones que no me han permitido verle. Y créame, a sido un año muy duro para mí. Ciertas circunstancias me han tomado de sorpresa, sin estar listo he tenido que enfrentar ciertos cambios. He vuelto a visitar algunas cuevas, aunque esta vez no huyendo, sino buscando el eco de las enseñanzas que una vez recibí en esos lugares. Y si, aun me da por esconderme en esas cuevas, pero no de mí, sino de la gente que no debe verme llorar, que no debe observarme confundido, que no debe escuchar mis quejas; y no se trata de cuidar mi imagen, eso es lo menos que me importa, se trata de cuidarlos a ellos. Es difícil... es difícil no llorar cuando es lo único que puedes hacer... es difícil disimular tu confusión cuando en verdad no entiendes las cosas... es difícil no quejarse cuando es lo único que tienes en el corazón. Pero, a veces, es un deber.
Sin embargo, esta vez enfrento esta circunstancia como un niño... Tomado de la mano de la esperanza (ese ángel que usted me presentó una vez), luchando de vez en cuando con ángeles (dejando que éstos hieran mi muslo), soñando (con un mejor porvenir). Es cierto que a veces aparecen fantasmas aliados con mis errores y fracasos, ellos intentan burlarse de mí, pero he aprendido a vencerlos. También he aprendido a reírme del pasado, a no tomarme muy en serio. Sigo amando a la soledad, entendiendo que a veces debo dejarla ir y verla regresar. Mantengo mi servicio a Dios de la única forma que sé hacerlo, le confieso que a veces cuando lo hago debo luchar contra mí mismo. No he parado de escribir... Sigo cazando historias, escuchando a la gente. Intento ayudar a quienes me rodean.
No me sorprendió recibir su carta... Y el hecho de haya coincidido con mi madre y que ella le contara, justo en este momento, mi travesía durante este año no me parece casualidad, sé que me ha estado buscando. Pero la razón por la que escribo hoy es su pregunta al final... Usted me conoce, mejor que muchos. Usted sabe que continúa en mi corazón... Que no podría jamás sacarlo de esa lista... ¿Quién me enseñó a lidiar con las cuevas? ¿Quién fue el maestro enviado por Dios para devolverme mi niñez? Usted me vio llorar y lloró conmigo... Usted extendió su mano cuando todos la escondían. Si hoy existe esa lista es por personas como usted... Y aunque las cuevas siguen siendo frías y oscuras, es gracias al hecho de poder recordar que en esas cuevas usted pasó a ser de reverendo a amigo, y de poder recordar lecciones que solo existen porque usted estuvo en ellas junto a mí, que hoy sobrevivo.
Hay mucho aun que queda por decir, hay tantas cosas que quisiera contarle... Me gustaría poder encontrarle y gritar mis quejas y confusiones, pero sé que el momento llegará, y lo sé porque usted no podría llegar antes ni después.
Saludos a su amorosa esposa y su linda hija, amigo.
10 comentarios:
Fue un placer pasar por tu blog me gusto mucho y leí el meme, gracias por tu visita en mis ufsss
Feliz comienzo de semana
Hola, que bueno, pues siempre serás bienvenida por acá.
Hermosa carta,gracias por dejarnos ver esta parte de ti.Hay muchas cosas que dices con las cuales me identifico muchisimo.Asi que adelante y espero que puedas ver a tu amigo otra vez.
Muchos saludos.
Hola Gusmar. No sé que decir más que te leo y agradezco que nos compartas tus experiencias de vida. He seguido esta serie de cisternas, cuevas y cárceles... tan familiares también para mí. Dios te de fortaleza. Saludos
Gracias a Dios por esas personas que manda en esos momentos cuando mas lo necesitamos. Ojala pronto puedas ver a tu amigo de nuevo. Saludos
Hola Beatriz, yo sospecho muchas coincidencia, hasta me parece que perteneces a la misma organización de mis padres. Espero que allá esten en otro nivel y acá Dios pueda elevarles cada día más. Y sé que le veré en los proximos días, yo sé que vendrá hasta acá. De hecho ya estoy contando los días. Saludos
Claudia, gracias por pasar por aquí en medio de tus tantas ocupaciones, ya sabes que yo también leo tu serie SE ME OLVIDABA, que ya extraño...Saludos.
Hola vida, un placer volver a tenerte por acá. Como me le dije a Beatriz, sé que en poco tiempo le veré. Saludos.
Te felicito, interesante este relato. Saludos desde Chile...
Gracias Boris, un placer tenerte por acà.
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