sábado, 18 de febrero de 2012

UN ASALTO QUE LOGRÓ DESPERTARME...

Las siete de la noche, la luna llena anunciaba una noche tranquila y oscura. Salimos del trabajo y por ser viernes estábamos apurados por llegar cada uno a su destino para tomar las riendas de nuestro descanso y derrochar el fin de semana cada uno a su manera. Éramos tres compañeros de trabajo trasladándonos de una ciudad a otra en un transporte privado.

El auto venía fallando y apagándose, luego de quince minutos de viaje se apagó en un punto de la intercomunal entrando a la ciudad de Cabimas. Tres minutos transcurrieron, rápidos, fugaces, ni siquiera se notaron. Tres jóvenes de edades comprendidas entre dieciséis y dieciochos años, cada uno con un arma en sus manos, se acercaron al auto; dos se montaron en los asiento de atrás y uno me apuntó a mí que iba delante. Nos despojaron de nuestras pertenencias, yo conversaba con el que estaba a mi lado y le decía que estuviera tranquilo que no había necesidad de violencia pues podían llevarse lo que quisieran. Uno de los asaltantes que estaba detrás decía: “rápido, rápido, que tengo hambre…”. Amenazaron con llevarse el auto, pero notaron la falla y no quisieron arriesgarse. Fuimos astutos al lograr salvar nuestros teléfonos celulares y nuestros documentos personales (solo uno de los nuestro no pudo).

Cuando todo pasó, nos miramos las caras, vimos a los tres delincuentes alejarse. El auto encendió al instante. “¿Todo está bien?” “¿No golpearon a ninguno?” “¿No te faltaron el respeto?” (Preguntamos a la chica que iba con nosotros). Respiramos profundo. Y luego sonreímos porque salvamos la vida.

Mientras nos apuntaban y nos despojaban yo pensaba en mis hijos, pensaba en mis proyectos. En segundos me pregunté qué sería de mis hijos si esa noche un disparo hubiese acabado con mi vida. No sentí miedo, sentí agonía. Traté de mantenerlos a todos en calma y de hablar con el que me apuntaba, para que no recurrieran a la violencia y con nervios hicieran un disparo. Al llegar a casa no hice reproches. Recordé que siendo adolescente, e inmerso en las veredas ortodoxas del cristianismo heredado, fui victima de un asalto y en esa oportunidad lo primero que pensé después del trago amargo fue “cómo puede Dios permitir que estas cosas pasen”, luego pronuncié una estúpida oración de juicio en contra de los delincuentes. Pero esta vez no, todo fue diferente.

Creo que somos irresponsables al pensar que es Dios quien permite estas cosas o que es su descuido el que las propicia, creo que somos más irresponsables al responder con violencia o con ira frente a estas situaciones. Seamos honestos, asumamos nuestras culpas. ¿Qué estamos haciendo para que la sociedad sufra una transformación positiva? ¿Orando? Creo que la mejor oración es ser respuesta a la problemática social de nuestro entorno. Me sentí responsable del asalto, yo lo propicié. ¡Claro! Yo, por no hacer más de lo que creo que debo hacer para que mi entorno sea mejor. Pienso mucho en mis hijos, hace unos días conversaba con un amigo y le decía que por estar divorciado y no tenerlos todo el tiempo a mi lado siento una deuda inmensa con ellos en todo momento; quiero para ellos un mejor escenario de vida, una sociedad sin delincuencia, en la que los prejuicios religiosos no sean la constante, una sociedad humana, dispuesta al cambio para mejor, con un porvenir cada vez más claro y hermoso. Quiero que mis hijos me recuerden como alguien que hizo notar su cariño por ellos, que intentó, en congruencia con sus oportunidades, darles como herencia la tranquilidad de vivir en libertad.

Creo que se puede construir un escenario mejor si cada uno, en nuestro entorno, asumimos la responsabilidad social que nos corresponde. Si intentamos según nuestros medios y oportunidades aportar para el bienestar común, desarrollando programas sociales a favor del necesitado, del desmejorado, si nos abocamos a dignificar la vida.

No puedo concluir sin hacer un llamado a las instituciones cristianas, disculpen mi tonta ilusión de que se logre una evolución en tal institución que la desvíe o la haga transitar por el camino del bienestar social. Yo creo que si las instituciones cristianas, los templos que se hacen llamar “iglesias”, los “íconos” que se autonombran o son nombrados dentro de la esferas cristianas como “representantes del cristianismo”, si todos ellos se unen para hacer un aporte a la sociedad, para desarrollar y financiar programas de bienestar, algo grande podrá hacerse, un gran avance podrá lograrse. Creo que de esa forma se redimirían del “pecado de hacerse llamar representantes de Cristo” mientras le dan la espalda a la sociedad y sacan provecho de sus fantasías, sometiendo ideológicamente a otros… Pero mientras ellos se deciden, nosotros hagamos lo nuestro, lo propio, lo que está a nuestro alcance… Y por supuesto, reconozco que algunos grupos pequeños, algunas instituciones que van naciendo, están comprometiéndose con la sociedad y el bienestar…

No quiero hablar mucho al respecto por ahora, pero esa experiencia me hizo tomar decisiones y dar un paso adelante en los terrenos de algunos proyectos que no he culminado…

2 comentarios:

Isa dijo...

¡Ups, Gusmar! Qué situación terrible te ha tocado vivir. No cabe duda que estamos inmerso en un mundo violento que conforme avance el tiempo, irá empeorando como en los días de Noé, ¡sigh! También por acá hemos estado viviendo la misma situación, pero debemos confiar en que nada nos sucede a los que somos hijos de Dios sin que nos sirva para nuestro crecimiento personal aunque en el momento pensemos lo contrario, tal como lo leí que te aconteció cuando más joven. Ser religioso no es confortante, pero seguir a Cristo...¡es diferente!
Te sigo leyendo.

GUSMAR SOSA dijo...

Saludos Isa! Así es! Gracias a Dios no pasó ninguna tragedia! Y pues, despertó un aprendizaje. Un abrazo.