Hace algunas semanas conversaba con un amigo, habíamos coincidido en una de las avenida de la ciudad, en un punto de nuestra plática una chica apareció y de inmediato él la miró con emoción al mismo tiempo que ella le sonreía, reconocí a la chica, era su novia; el rostro de mi amigo pareció iluminarse en alegría, me miró y susurrando me dijo: “ahora sé que Dios es real”. Ella llegó hasta donde estábamos y ambos se fundieron en un abrazo. Aquel acto terminó contagiándome de alegría, me despedí de ellos y seguí mi camino pensando en la suerte de mi amigo y en como un encuentro como el de ellos podía cambiarle el sentido al día.
Esta mañana me levanté recordando aquella escena.
Durante algún tiempo me he dedicado a conversar y transmitir mi oposición sobre esa idea tradicional de un “dios” cuyo carácter y desempeño parece ser el resultado de una invención manipulada que se echó a andar y se obligó a progresar a toda costa. En mi afán hay quienes me han interpretado como ateo, parece que, para la mayoría, no creer en un “dios” es relacionado con no estar interesado en descubrir un origen, o no desear encontrar a un “alguien”, o más allá de eso en no querer descubrir un “aquello misterioso”, sin embargo, me mantengo en una constante búsqueda, intento responder mis propias inquietudes, y calmar mi sed de llegar a quitar el velo que cubre ese misterio al que me siento atraído, sed que no la calma la idea “racional” o “espiritual” de un dios que depende de la capacidad del hombre por definirlo o interpretarlo.(entre comillas pues a la final las ideas que he encontrado sobre un dios espiritual no son más que el resultado de mapas racionales, aunque débilmente sustentados…). Siempre termino diciendo que tal vez sea cierto, que soy un ateo con sed, alguien que no se puede obligar a sí mismo a creer en algo (ninguna invención) que no resulta o no sacia mi sed.
Así, he paseado por laberintos y veredas dentro de los escenarios de la vida que intentan ser interpretaciones de aquello que es al hombre un misterio (su origen, su propósito, su destino, su “más allá”, etc.). Y he conocido al “dios” mecánico, al que depende de ciertos pasos del hombre para “manifestarse” y “darse a entender”, también he conocido al “dios” protector que no es más que un tirano que descuida ciertos aspectos para hacerse grande en otros, a ese “dios” que juzga y no puede ser juzgado, para quien el deseo en el hombre de entender sus actos representa rebeldía… He conocido dioses cristianos que se interpretan como distintos rostros de un mismo dios, aun cuando fuera del sistema se nota claramente que son deidades opuestas en “ideas” y “comportamientos”. Después de transitar algunas veredas, tal vez pocas aun, “dios” para mí no es más que una palabra de cuatro letras, es un intento del hombre de ignorar la sed de comprender su propio origen, su propio comportamiento, su historia, su proyección… Sí, estoy diciendo que lo que tradicionalmente la actualidad conoce o quiere conocer como “dios” no es más que el resultado de una pretensión humana (aunque todo aquello que el hombre logra conocer o inventar siempre será el resultado de una pretensión y hasta del egoísmo humano), que a su vez como toda buena o mala idea está suspendida en el tiempo al alcance incluso de aquellos que, queriendo saciar más que una sed de conocimiento de sí mismos (origen, identidad, etc.), la toman como útil para lograr metas egocéntricas dañinas para otros…
La invención de un dios que favorece a un pueblo, a una secta, a simpatizantes de una religión o respetuosos de una creencia me parece la más repulsiva, y no me extraña que fuera esta la idea original de donde parten los destellos de dioses modernos. El asunto es que cuando pienso en todo esto, y cuando consciente de la necesidad que tengo por conocer y encontrar aquello que es el misterio mismo que me atrae y que no termino de definir, quedo en silencio. Y mi silencio es el lenguaje de mi frustración, que grita al no poder ignorar ese vacío y ese nada que se muestra superior a mi existencia y mi realidad, que burla mi lógica obligándome a concluir que aquello inexistente, aquello indefinible y no real (“indefinible”, “no real”, según los parámetros que definen la realidad humana, concebida humana, definida humana, calculada humana, etc.) es una marca, una forma, un “rostro” de aquello que el hombre no conoce.
Lo que el hombre hoy llama dios, no es Dios, no es aquello que no conocemos y que representa un misterio excitante y atractivo al hombre. Y ha llegado a ser como un estorbo para el hombre mismo y su sed natural, un desvío en el camino, una carnada que le hace caer en la trampa del “haber resuelto su inquietud natural”, trampa que termina no siendo resistente a los gritos de su no identidad y su no existencia enclaustrada entre las marañas de lógicas tejidas y manipuladas. Y el punto cumbre en este vicio o este “proceso” de conocer y desconocer es cuando la no existencia propia, la nuestra, esa inconformidad con lo hasta entonces conocido y creído real y centro de toda realidad, explota y se hace no conforme a la invención adoptada como dios.
Esta mañana al recordar aquella escena, un sentimiento destelló en mí, el sentimiento originó un deseo, y el deseo me devolvió a un punto en mi existencia. Sentí esa sensación de querer encontrar a alguien que pudiera en un segundo cambiarle el sentido a mi día, y recordé la mirada de ella, su sonrisa, recordé a quien conocí una vez, recordé que su imagen cambió algo en mí, que su sonrisa logró inspirarme muchas veces, y caí en cuenta en el hecho de que seguía haciéndolo, recordarla me llenó de alegría y de inmediato recordé una frase que escuché muchas veces en otros tiempos: “Dios es alegre”. Aquella frase era, a mi parecer, un intento pobre de caracterizar a un “dios”… Sonaría distinto si en aquel intento dijeran “Dios es alegría”…
Sonriendo pensé “tal vez la alegría es una expresión “tangible” de aquello que busco…”.
De nuevo pensé en ella, y di por terminado ese momento de reflexión, sentí que recordarla era saludable, que en cierta forma calmaba mi frustración, sonreí una vez más mientras sentía una paz inmensa y hasta me sentía tonto mientras susurraba en mi silencio y soledad: “Ella es mi dios”…
Esta mañana me levanté recordando aquella escena.
Durante algún tiempo me he dedicado a conversar y transmitir mi oposición sobre esa idea tradicional de un “dios” cuyo carácter y desempeño parece ser el resultado de una invención manipulada que se echó a andar y se obligó a progresar a toda costa. En mi afán hay quienes me han interpretado como ateo, parece que, para la mayoría, no creer en un “dios” es relacionado con no estar interesado en descubrir un origen, o no desear encontrar a un “alguien”, o más allá de eso en no querer descubrir un “aquello misterioso”, sin embargo, me mantengo en una constante búsqueda, intento responder mis propias inquietudes, y calmar mi sed de llegar a quitar el velo que cubre ese misterio al que me siento atraído, sed que no la calma la idea “racional” o “espiritual” de un dios que depende de la capacidad del hombre por definirlo o interpretarlo.(entre comillas pues a la final las ideas que he encontrado sobre un dios espiritual no son más que el resultado de mapas racionales, aunque débilmente sustentados…). Siempre termino diciendo que tal vez sea cierto, que soy un ateo con sed, alguien que no se puede obligar a sí mismo a creer en algo (ninguna invención) que no resulta o no sacia mi sed.
Así, he paseado por laberintos y veredas dentro de los escenarios de la vida que intentan ser interpretaciones de aquello que es al hombre un misterio (su origen, su propósito, su destino, su “más allá”, etc.). Y he conocido al “dios” mecánico, al que depende de ciertos pasos del hombre para “manifestarse” y “darse a entender”, también he conocido al “dios” protector que no es más que un tirano que descuida ciertos aspectos para hacerse grande en otros, a ese “dios” que juzga y no puede ser juzgado, para quien el deseo en el hombre de entender sus actos representa rebeldía… He conocido dioses cristianos que se interpretan como distintos rostros de un mismo dios, aun cuando fuera del sistema se nota claramente que son deidades opuestas en “ideas” y “comportamientos”. Después de transitar algunas veredas, tal vez pocas aun, “dios” para mí no es más que una palabra de cuatro letras, es un intento del hombre de ignorar la sed de comprender su propio origen, su propio comportamiento, su historia, su proyección… Sí, estoy diciendo que lo que tradicionalmente la actualidad conoce o quiere conocer como “dios” no es más que el resultado de una pretensión humana (aunque todo aquello que el hombre logra conocer o inventar siempre será el resultado de una pretensión y hasta del egoísmo humano), que a su vez como toda buena o mala idea está suspendida en el tiempo al alcance incluso de aquellos que, queriendo saciar más que una sed de conocimiento de sí mismos (origen, identidad, etc.), la toman como útil para lograr metas egocéntricas dañinas para otros…
La invención de un dios que favorece a un pueblo, a una secta, a simpatizantes de una religión o respetuosos de una creencia me parece la más repulsiva, y no me extraña que fuera esta la idea original de donde parten los destellos de dioses modernos. El asunto es que cuando pienso en todo esto, y cuando consciente de la necesidad que tengo por conocer y encontrar aquello que es el misterio mismo que me atrae y que no termino de definir, quedo en silencio. Y mi silencio es el lenguaje de mi frustración, que grita al no poder ignorar ese vacío y ese nada que se muestra superior a mi existencia y mi realidad, que burla mi lógica obligándome a concluir que aquello inexistente, aquello indefinible y no real (“indefinible”, “no real”, según los parámetros que definen la realidad humana, concebida humana, definida humana, calculada humana, etc.) es una marca, una forma, un “rostro” de aquello que el hombre no conoce.
Lo que el hombre hoy llama dios, no es Dios, no es aquello que no conocemos y que representa un misterio excitante y atractivo al hombre. Y ha llegado a ser como un estorbo para el hombre mismo y su sed natural, un desvío en el camino, una carnada que le hace caer en la trampa del “haber resuelto su inquietud natural”, trampa que termina no siendo resistente a los gritos de su no identidad y su no existencia enclaustrada entre las marañas de lógicas tejidas y manipuladas. Y el punto cumbre en este vicio o este “proceso” de conocer y desconocer es cuando la no existencia propia, la nuestra, esa inconformidad con lo hasta entonces conocido y creído real y centro de toda realidad, explota y se hace no conforme a la invención adoptada como dios.
Esta mañana al recordar aquella escena, un sentimiento destelló en mí, el sentimiento originó un deseo, y el deseo me devolvió a un punto en mi existencia. Sentí esa sensación de querer encontrar a alguien que pudiera en un segundo cambiarle el sentido a mi día, y recordé la mirada de ella, su sonrisa, recordé a quien conocí una vez, recordé que su imagen cambió algo en mí, que su sonrisa logró inspirarme muchas veces, y caí en cuenta en el hecho de que seguía haciéndolo, recordarla me llenó de alegría y de inmediato recordé una frase que escuché muchas veces en otros tiempos: “Dios es alegre”. Aquella frase era, a mi parecer, un intento pobre de caracterizar a un “dios”… Sonaría distinto si en aquel intento dijeran “Dios es alegría”…
Sonriendo pensé “tal vez la alegría es una expresión “tangible” de aquello que busco…”.
De nuevo pensé en ella, y di por terminado ese momento de reflexión, sentí que recordarla era saludable, que en cierta forma calmaba mi frustración, sonreí una vez más mientras sentía una paz inmensa y hasta me sentía tonto mientras susurraba en mi silencio y soledad: “Ella es mi dios”…
1 comentario:
Tienes razón al decir que uno te puede clasificar como ateo, ja,ja,ja. Dime ahora tú: ¿este escrito es parte de tu narrativa como escritor o es sólo un hacer sacar a flote tus pensamientos?
Me da gusto estar por aquí, después de tanto tiempo de no pasar por tu casita.
Saludos.
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