Imagino la cara del señor Cortázar de haber estado aquel domingo entre las doscientas personas frente al escenario. Creo, que sin esperar a que el servicio culminara se habría levantado de su asiento y se le vería salir del local con una sonrisa tonta. Fuera del local cruzaría la calle parándose justo frente a la fachada del local y al leer: Iglesia Evangélica Pentecostal Y Misionera Bethania, encendería un cigarrillo a la espera de un taxi.
Cortázar estaría ansioso por llegar a su habitación y sentarse detrás de la maquina de escribir para volar mientras se fuma otro cigarrillo sonriendo aun. Imagino que antes de tomar su taxi con el cigarrillo sujeto por sus labios revisaría con ambas manos sus bolsillos para encontrar su libreta, tomaría el bolígrafo y apuntaría: argumento: la unción.
No creo que Cortázar intentaría hablar con el niño predicador, yo lo haría. Esperaría afuera cuando todos los hermanos se saludan y de alguna forma llegaría hasta el niño. Lo invitaría a comerse un helado, frente a las iglesias, en aquel tiempo, se estacionaban heladeros así que lo llevaría hasta la acera y allí compartiendo un helado iniciaría mi entrevista a manera de una improvisada conversación; afortunadamente no tuve que hacerlo.
De lo que sí estoy seguro es de dos cosas: Julio Cortázar habría escrito una gran historia basada en aquel domingo y la lectura de su manuscrito sería prohibida para los creyentes por parte de las autoridades religiosas.
No puedo escribir una gran historia al estilo de ese gran escritor, apenas si puedo entender La Rayuela, pero aquí les relato lo sucedido aquel domingo.
Yo tenía nueve años de edad y por ser hijo de pastores de la organización, y otros detalles que en este relato no son importantes, fui invitado a enseñar en la iglesia Bethania (me da pereza escribir todo el nombre completo, ya lo mencioné arriba). Aquella sería mi segunda experiencia detrás de un pulpito, muy prematura tomando en cuenta que solo tenía nueve años y que mi primera experiencia había sido tres días antes en la iglesia que mi padre pastoreaba, donde crecí y me eran muy familiares tanto los servicios como las caras de las setenta personas que para entonces formaban parte de la membresía. Para aquel entonces se consideraba una iglesia numerosa dentro de la organización a aquella cuya membresía constaba de cien creyentes, yo nunca había sabido de una que pudiera tener doscientos miembros y menos podía imaginar que estaría en una de ellas enseñando.
Los tres días transcurrieron muy rápido (la misma noche que prediqué en la iglesia pastoreada por mi padre fui invitado a Bethania pues el pastor accidentalmente visitaba nuestra congregación). Repasé el sermón todos esos días, me paré frente al espejo una y otra vez imaginando que estaba frente a la congregación tal como mi padre me había enseñado. Había hecho mi bosquejo ajustado a mi escaso pero suficiente conocimiento de la homilética. Y llegó el domingo.
Fue uno de los domingos de Junio de 1990. Llegué a Bethania tomado de la mano de mi padre, vestido como un “pastorcito” (de corbata y saco). Me asombré al ver la estructura del local y la cantidad de personas. Nos recibió la superintendente de Escuela Dominical, nos dirigió hasta los primeros asientos. Pronto empezó el servicio y con cada minuto que transcurría sentía que el corazón me iba a explotar, el estomago se me torcía, sentía la sangre corriendo por mis venas como a mil kilómetros por hora y las manos me sudaban, pensé que producto del sudor de mis manos aquel lugar podría inundarse en cualquier momento. Llegó el momento en el que la superintendente me presentó ante la congregación como el predicador de la mañana, pasé, tomé el micrófono de manos de la presentadora, saludé a la congregación con el acostumbrado “Dios les bendiga” y justo en ese momento mi mente se nubló. No recordaba ni mi nombre. Comencé a llorar, creo que lloré por diez minutos, solo lagrimas, nada de llantos ni gritos, ni siquiera palabras, eran torrentes de agua saliendo por mis ojos. En algún punto de esos diez minutos la superintendente tomó un micrófono y ordenó a los presente ponerse en pie y adorar a Dios porque ella sentía la unción sobre el escenario y que por eso yo estaba llorando, que levantaran las manos para que la unción reposara sobre ellos también.
Yo solo era un niño de nueve años llorando por nerviosismo.
Hace meses, después de mucho tiempo visité un local cristiano invitado por un amigo que asiste allí y me pidió que asistiera porque había una actividad especial, antes de entrar vi en la fachada el nombre: Iglesia Cristiana Getsemaní. Entré, el lugar estaba repleto de gente. Hoy día esos lugares son más amplío y los miembros parecen reproducirse por minutos. El ministro que dirigía el servicio invitó a una joven para que entonara un cántico de adoración. Ella pasó, tendría unos 19 años o tal vez 21. Entonaba el cántico y comenzó a llorar, lloraba mientras cantaba. El ministro ordenó a la congregación estar en pie y levantar las manos para que recibieran una “doble unción” del espíritu. Yo salí del local con una sonrisa tonta. No encendí un cigarro ni esperé un taxi. En cambio esperé a que el servicio culminara.
Las cosas no han cambiado mucho en esos lugares, la chica lloraba porque en el escenario recordó la escena de esa tarde, minutos antes de salir al servicio, en la que sus padres le notificaron que habían decidido divorciarse.
¡Si Cortázar hubiera estado allí!...
Cortázar estaría ansioso por llegar a su habitación y sentarse detrás de la maquina de escribir para volar mientras se fuma otro cigarrillo sonriendo aun. Imagino que antes de tomar su taxi con el cigarrillo sujeto por sus labios revisaría con ambas manos sus bolsillos para encontrar su libreta, tomaría el bolígrafo y apuntaría: argumento: la unción.
No creo que Cortázar intentaría hablar con el niño predicador, yo lo haría. Esperaría afuera cuando todos los hermanos se saludan y de alguna forma llegaría hasta el niño. Lo invitaría a comerse un helado, frente a las iglesias, en aquel tiempo, se estacionaban heladeros así que lo llevaría hasta la acera y allí compartiendo un helado iniciaría mi entrevista a manera de una improvisada conversación; afortunadamente no tuve que hacerlo.
De lo que sí estoy seguro es de dos cosas: Julio Cortázar habría escrito una gran historia basada en aquel domingo y la lectura de su manuscrito sería prohibida para los creyentes por parte de las autoridades religiosas.
No puedo escribir una gran historia al estilo de ese gran escritor, apenas si puedo entender La Rayuela, pero aquí les relato lo sucedido aquel domingo.
Yo tenía nueve años de edad y por ser hijo de pastores de la organización, y otros detalles que en este relato no son importantes, fui invitado a enseñar en la iglesia Bethania (me da pereza escribir todo el nombre completo, ya lo mencioné arriba). Aquella sería mi segunda experiencia detrás de un pulpito, muy prematura tomando en cuenta que solo tenía nueve años y que mi primera experiencia había sido tres días antes en la iglesia que mi padre pastoreaba, donde crecí y me eran muy familiares tanto los servicios como las caras de las setenta personas que para entonces formaban parte de la membresía. Para aquel entonces se consideraba una iglesia numerosa dentro de la organización a aquella cuya membresía constaba de cien creyentes, yo nunca había sabido de una que pudiera tener doscientos miembros y menos podía imaginar que estaría en una de ellas enseñando.
Los tres días transcurrieron muy rápido (la misma noche que prediqué en la iglesia pastoreada por mi padre fui invitado a Bethania pues el pastor accidentalmente visitaba nuestra congregación). Repasé el sermón todos esos días, me paré frente al espejo una y otra vez imaginando que estaba frente a la congregación tal como mi padre me había enseñado. Había hecho mi bosquejo ajustado a mi escaso pero suficiente conocimiento de la homilética. Y llegó el domingo.
Fue uno de los domingos de Junio de 1990. Llegué a Bethania tomado de la mano de mi padre, vestido como un “pastorcito” (de corbata y saco). Me asombré al ver la estructura del local y la cantidad de personas. Nos recibió la superintendente de Escuela Dominical, nos dirigió hasta los primeros asientos. Pronto empezó el servicio y con cada minuto que transcurría sentía que el corazón me iba a explotar, el estomago se me torcía, sentía la sangre corriendo por mis venas como a mil kilómetros por hora y las manos me sudaban, pensé que producto del sudor de mis manos aquel lugar podría inundarse en cualquier momento. Llegó el momento en el que la superintendente me presentó ante la congregación como el predicador de la mañana, pasé, tomé el micrófono de manos de la presentadora, saludé a la congregación con el acostumbrado “Dios les bendiga” y justo en ese momento mi mente se nubló. No recordaba ni mi nombre. Comencé a llorar, creo que lloré por diez minutos, solo lagrimas, nada de llantos ni gritos, ni siquiera palabras, eran torrentes de agua saliendo por mis ojos. En algún punto de esos diez minutos la superintendente tomó un micrófono y ordenó a los presente ponerse en pie y adorar a Dios porque ella sentía la unción sobre el escenario y que por eso yo estaba llorando, que levantaran las manos para que la unción reposara sobre ellos también.
Yo solo era un niño de nueve años llorando por nerviosismo.
Hace meses, después de mucho tiempo visité un local cristiano invitado por un amigo que asiste allí y me pidió que asistiera porque había una actividad especial, antes de entrar vi en la fachada el nombre: Iglesia Cristiana Getsemaní. Entré, el lugar estaba repleto de gente. Hoy día esos lugares son más amplío y los miembros parecen reproducirse por minutos. El ministro que dirigía el servicio invitó a una joven para que entonara un cántico de adoración. Ella pasó, tendría unos 19 años o tal vez 21. Entonaba el cántico y comenzó a llorar, lloraba mientras cantaba. El ministro ordenó a la congregación estar en pie y levantar las manos para que recibieran una “doble unción” del espíritu. Yo salí del local con una sonrisa tonta. No encendí un cigarro ni esperé un taxi. En cambio esperé a que el servicio culminara.
Las cosas no han cambiado mucho en esos lugares, la chica lloraba porque en el escenario recordó la escena de esa tarde, minutos antes de salir al servicio, en la que sus padres le notificaron que habían decidido divorciarse.
¡Si Cortázar hubiera estado allí!...
13 comentarios:
Es lo que algunos llaman espiritualizar las emociones!!!
Saludos.
Así es, y eso hay que cambiarlo, educar a la gente!
Si, sabes cuando era adolescente siempre procuré no dejarme llevar por la emoción del momento en un hermoso culto, sino por que realmente habia sentido que el Señor estaba presente en mi vida. Pero bien como dices tú muchos hermanos confunden emoción con la que DIOS puede proporcionar. Es por eso que cuando salen del culto, muchos siguen siendo iguales. Pero cuando se enseña o se educa esto, pasamos a ser enemigos y no es así.
Bueno un abrazo amigo Gusmar.
Claudia
Sin comentarios... prefiero no opinar demasiado fuerte... como nos sacamos las cosas de la manga...
Qué duro es el día en el que te das cuenta que, a pesar de predicar, o hacer cosas para la iglesia, tu realidad espiritual es otra...
Estamos reivindicativos, eh!?
hasta prontito!
SOLO TRES DIAS ANTES TE ESCUCHÉ HABLAR... IRONÍA HUBIESE PAGADO POR VERTE LLORAR... SOLO CONOZCO TE LADO FUERTE EL QUE NO ME CANSO DE ADMIRAR.......... PERO SE QUE TU CORAZÓN DE POETA VA MAS ALLÁ...
BETHANIA... LA PRIMERA IGLESIA "DE LAS ASAMBLEAS" DONDE VI PREDICAR AMI MAMÁ........ VIDAS PARALELAS, IRONMAN.............. UNA VEZ MAS.......
CONFIRMO QUE NO ES TAN MALA TU MEMORIA, ES VERDAD LO QUE ME DIJO UNA AMIGA PSICOLOGA, TU MENTE ESCONDE LOS MOMENTOS FELICES PARA QUE ESTOS NO SUFRAN DAÑOS... Y REVIVE SOLO LOS AMARGOS PARA HACER FUERTE TU ESCUDO DE PROTECCIÓN, Y DETRAS DE ESA PARED BLANCA ESCONDES TU VERDADERO YO... AL QUE TU MISMO LE TEMES... UNA VEZ MAS STHEFANIA TIENE RAZON... UNA VEZ MAS LO HE CONFIRMADO...
ESTUPIDA CONGRAGACIÓN... CADA VEZ QUE CANTABA Y CON MI NOVIO HABÍA PELEADO, LLORABA AL VERLO ALLI SENTADO, ASI QUE CERRABA MIS OJOS PARA NOMIRARLO Y MI MAMA DECIA........."HOY EL SEÑOR SI TE HA USADO"......NO TE PUEDO DECIR EL IMPROPERIO QUE TENGO EN MENTE...
BESITOS... DETESTO SER HIJA DE UN PASTOR....
Saludos Claudia, gracias por pasar, es cierto, algunos por acá me ven como enemigo, pero un día todo estará claro, y hasta seguro la claridad me dejará ver mis errores en la forma como veo muchas cosas...
Un abrazo.
Hola Febe, pues sí, es dificil a veces despertar, pero es necesario.
Hola Queen, saludos, gracias por el analisis!jajajaja.
Y ya sabes que soy hijo de pastor, yo no lo detesto, creo que era la unica manera de conseguir el camino donde se van descubriendo tantas tonterias... A Dios gracias.
Saludos.
Hasta hace un tiempo me tragaba camellos como esos...
Desde hace un tiempo estoy empezando a sentir náuseas...
Hola Patricia!
Pues sí, los camellos tardan en causar los efectos secundarios, pero cuando comienzan terminamos vomitando!!!
Boom!
Ay chamito.
Cuidate amigo.
Que anécdotas tan dicientes, Gusmar, gracias por compartirlas. Las vengo siguiendo. Paso a dejarte un saludo.
Hola Claudia, gracias, sé que andas por aquí de vez en cuando.Un abrazo.
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