- ¿Recuerdas a Roberto A? - Me preguntó Lucy mientras almorzábamos seis meses después de aquel reencuentro.
Yo sonreí mientras recordaba los años en los que me congregué en la iglesia “El Buen Pastor”, donde nos conocimos hace trece años atrás.
Roberto A. era un señor de cuarenta años que visitaba el Estado Zulia eventualmente para predicar campañas evangelísticas. Aseguraba haber recibido el llamado de evangelista lo que, según él, lo capacitaba con dones sobrenaturales y casi exclusivos. Se autoproclamaba como un siervo escogido por Dios con la autoridad de sanar enfermos como nadie podría hacerlo. Apenas subía a las tarimas y se ubicaba detrás de un pulpito reflejaba un aire de superioridad; sus espectadores éramos pobres desgraciados, algunos pecadores infelices y otros cristianitos ignorantes. Decía no estar seguro de cual de las dos condiciones era peor, pero la buena noticia era que sus visitas, producto de la misericordia divina, traían salvación a los pecadores infelices y conocimiento a los cristianitos ignorantes. Así que luego de sus mensajes, quienes deseábamos lo uno o lo otro debíamos pasar frente a la tarima y allí recibiríamos lo deseado gracias al toque de sus manos, previamente ungidas con aceite.
- ¡Cómo olvidar al ungido de Jehová! – Respondí sonriendo aun.
Ella sonrió levemente, y con toda seriedad me dijo:
- Estuvo por aquí hace un par de semana, esta vez se le pasó la mano…- Y entonces me relató lo siguiente:
Hace un par de meses, Javier, el hijo de una señora, miembro de la iglesia a donde Lucy asiste, quedó en coma producto de un accidente automovilístico. La noche en la que Roberto A. visitó la congregación habló de milagros y de cómo en sus “giras evangelísticas” los enfermos sanaban. Tan pronto culminó el mensaje la señora pasó frente a la tarima rogándole a Roberto A que orara por su hijo, que le hiciera el milagro. El evangelista untó sus manos con aceite y las colocó en la cabeza de la señora declarando sanidad sobre su hijo. Cuando terminó la oración le exigió a la señora que lo mirara a los ojos y le dijo: “tu hijo sanará en tres días, no lo digo yo, lo dice Dios a través de mí. Cree en lo que Dios está diciendo, tu hijo se levantará, dale gracias a Dios hoy por el milagro”. La mujer explotó en llanto agradecida, la congregación aplaudió al evangelista. Una semana después Javier murió.
- La familia está destrozada, confundida. Piensan que Dios mintió, se preguntan por qué Dios hizo eso, por qué jugó con sus esperanzas.- Me dijo Lucy con dolor. Y sin ocultar su ira agregó:
- Tú y yo sabemos bien lo que sucedió. Y sabemos que difícilmente ellos lo entenderán. Lo más asombroso es la preocupación del pastor y la directiva de la congregación: están preocupado por la imagen del ministerio delante del pueblo. Y el argumento para mantener el buen nombre del ministerio ante lo ocurrido es que la madre no tuvo suficiente fe.
La indignación y la ira corrieron por mis venas, pensé de nuevo en aquellos años en los que mis creencias dependían de lo que un “ministro” aseguraba… Miré a Lucy y solo le dije:
- Roberto A. tenía razón, quienes asistíamos a sus actividades no éramos más que cristianitos ignorantes.
Yo sonreí mientras recordaba los años en los que me congregué en la iglesia “El Buen Pastor”, donde nos conocimos hace trece años atrás.
Roberto A. era un señor de cuarenta años que visitaba el Estado Zulia eventualmente para predicar campañas evangelísticas. Aseguraba haber recibido el llamado de evangelista lo que, según él, lo capacitaba con dones sobrenaturales y casi exclusivos. Se autoproclamaba como un siervo escogido por Dios con la autoridad de sanar enfermos como nadie podría hacerlo. Apenas subía a las tarimas y se ubicaba detrás de un pulpito reflejaba un aire de superioridad; sus espectadores éramos pobres desgraciados, algunos pecadores infelices y otros cristianitos ignorantes. Decía no estar seguro de cual de las dos condiciones era peor, pero la buena noticia era que sus visitas, producto de la misericordia divina, traían salvación a los pecadores infelices y conocimiento a los cristianitos ignorantes. Así que luego de sus mensajes, quienes deseábamos lo uno o lo otro debíamos pasar frente a la tarima y allí recibiríamos lo deseado gracias al toque de sus manos, previamente ungidas con aceite.
- ¡Cómo olvidar al ungido de Jehová! – Respondí sonriendo aun.
Ella sonrió levemente, y con toda seriedad me dijo:
- Estuvo por aquí hace un par de semana, esta vez se le pasó la mano…- Y entonces me relató lo siguiente:
Hace un par de meses, Javier, el hijo de una señora, miembro de la iglesia a donde Lucy asiste, quedó en coma producto de un accidente automovilístico. La noche en la que Roberto A. visitó la congregación habló de milagros y de cómo en sus “giras evangelísticas” los enfermos sanaban. Tan pronto culminó el mensaje la señora pasó frente a la tarima rogándole a Roberto A que orara por su hijo, que le hiciera el milagro. El evangelista untó sus manos con aceite y las colocó en la cabeza de la señora declarando sanidad sobre su hijo. Cuando terminó la oración le exigió a la señora que lo mirara a los ojos y le dijo: “tu hijo sanará en tres días, no lo digo yo, lo dice Dios a través de mí. Cree en lo que Dios está diciendo, tu hijo se levantará, dale gracias a Dios hoy por el milagro”. La mujer explotó en llanto agradecida, la congregación aplaudió al evangelista. Una semana después Javier murió.
- La familia está destrozada, confundida. Piensan que Dios mintió, se preguntan por qué Dios hizo eso, por qué jugó con sus esperanzas.- Me dijo Lucy con dolor. Y sin ocultar su ira agregó:
- Tú y yo sabemos bien lo que sucedió. Y sabemos que difícilmente ellos lo entenderán. Lo más asombroso es la preocupación del pastor y la directiva de la congregación: están preocupado por la imagen del ministerio delante del pueblo. Y el argumento para mantener el buen nombre del ministerio ante lo ocurrido es que la madre no tuvo suficiente fe.
La indignación y la ira corrieron por mis venas, pensé de nuevo en aquellos años en los que mis creencias dependían de lo que un “ministro” aseguraba… Miré a Lucy y solo le dije:
- Roberto A. tenía razón, quienes asistíamos a sus actividades no éramos más que cristianitos ignorantes.
9 comentarios:
Sin comentarios, ya sabes lo que pienso.
Te sigo leyendo amigo.
Hola Brisa, entendido.
Un abrazo.
Imágenes de Dios distorsionadas: de un Dios que 'obedece' al mandato humano, de un Dios que hace acepción de personas... Ése no es el Dios de la Biblia... ése... no tiene nada que ver con Jesús...
... y ganan millones a costa de la ignorancia y la fe mal dirigida de los demás... 'ay de quién escandalizare a uno de estos pequeñitos'!
Un abrazo!
Febe!
Estamos sincronizados!
Pasé por tu blog, bueno por el uds, y quedé impactado por tu comentario acerca de la lectura, yo recién había publicado esto y luego pasé.
Creo que hay que actuar... Yo estoy en eso.
Saludos.
Y sigue pasando y seguirá pasando, tal vez porque Dios jamás elegiría para hablar en su nombre a quienes hablan en su nombre.
Buen punto Ignacio!
Gracias por pasar.
Mi pueblo perece por falta de Conocimiento.
Lamentable, pero real.
Saludos.
Brother, un gusto tenerte de visita, es cierto, Dios permita que el pueblo sacie la sed de conocimiento que le hace falta.
Un abrazo.
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