miércoles, 27 de febrero de 2008

¿Y AHORA QUE? (PARTE I)

Olas imponentes…Un mar tan ancho y largo como el cielo.

Las olas chocan contra las grandes rocas al costado del paisaje y un estruendo se escucha como una multitud aplaudiendo a una, y a pesar del ímpetu, de la fuerza con la que vienen danzando desde la lejanía, parecen rendirse humilladas a la orilla.

A lo largo, el cielo parece unirse al majestuoso mar, cuyas aguas son tan puras y cristalinas, tan limpias y su color tan azul como el cielo que puedes observar la gran variedad y exclusividad de peces que brinda este particular mar. En ocasiones puedes observar la presencia de unas algas rojas flotantes que a menudo aparece agrupándose en placas rojas y rosáceas en la superficie de estas aguas.

El sol brinda sus últimos rayos… Estos se reflejan en la superficie del mar…El cielo parece encenderse en llamas mientras el atardecer se despide y esas llamas van extinguiéndose a medida que el manto de la noche cae sobre el cielo…Una luna nueva se vislumbra, y miles de estrellas le acompañan. Así las olas, motivadas por la luna, comienzan su fiesta nocturna, atreviéndose a ascender aun más, aumentando el estruendo en la orilla. Entonces, algunos peces, se despojan de su timidez y se asoman a la superficie con ligeros saltos. La brisa baila mientras se dirige a quien sabe dónde…Y a su paso, acaricia suavemente todo cuanto consigue en el camino.

¿No le gustaría a usted estar acampando frente a este hermoso paisaje? ¿No le gustaría sentir las suaves y frías caricias del viento? ¿No le gustaría contemplar ese atardecer reflejado en el mar?

Es un ambiente ideal para hacer una fogata y sentarse frente a ella…Para estar en compañía de tu pareja, o de tus padres, o de tus hijos…Para compartir con tus amistades, las que han estado contigo siempre…Es ideal para reír, para recordar…

Y por supuesto es inevitable pensar en Dios… Su amor al regalarnos una vista como esa…Su poder al encerrar entre sus límites un mar bravío…Su cuidado al separarlo de la tierra y del cielo…Su soberanía al permitir a sus olas danzar y humillarlas a la orilla.

¡Que bueno es Dios!

Y tanta bondad nos brinda la seguridad de que Dios, sin duda alguna tiene cuidado de nosotros. Sin duda cumplirá sus promesas, sin duda nos brindará un buen porvenir…

Y frente a ese mar hay un pueblo completo acampando. Hace un par de horas eran esclavos…Ahora son libres, libres como el viento que acaricia sus rostros…Y la libertad brinda una sensación en el alma que te hace apreciar todo cuanto ves.

Así que posiblemente el mar esa noche luce mejor que nunca y regala el más exclusivo de sus espectáculos. Los padres sonríen y abrazan a sus esposas mientras ven a sus hijos correr por la orilla del mar; una que otra madre llora, pero no se confunda, son lagrimas de gratitud, de agradecimiento al Dios que creo ese mar y que ahora les regala la libertad…Es que sus hijos no crecerán cómo eslavos y no sufrirán el oprobio que ellos han sufrido. Para los ancianos la libertad no ha llegado tarde…Sino a tiempo, unos años más, o tal vez meses o quizá días y no habrían podido sentir la fragancia de la libertad. “Gracias Dios” balbucean unos que otros.

En este momento, las aflicciones de ayer no importan, ya se han olvidado…Incluso las fogatas encendidas van cicatrizando las heridas en el alma, las heridas que la esclavitud produce son más profundas…Los jóvenes sentados frente a las fogatas descubren que es posible soñar…Comienzan a sentir esa sensación tan agradable que invade la mente y la embriaga de esperanza doblegándola ante el corazón. Ellos sonríen…Solo sonríen.

Los niños nunca son esclavos…Ellos no perciben tal estatus. Pero hoy han notado en sus padres una tranquilidad inusual…Por momentos en medio de sus carreras a la orilla del mar, ante el asombro de ver aquellos peces saltando hacia la superficie, una sensación les invade…la tranquilidad en sus padres provoca en ellos algo difícil de describir pero se siente bien…Es que comienzan a sentir la diferencia de la libertad.

Y sentado sobre las rocas junto a su hermano está el líder. El hombre que encabezó el movimiento, simplemente el hombre…Él nunca había sido esclavo, no como ellos…Pero hasta entonces había estado insatisfecho. Ochenta años de vida queriendo lograr algo significativo (y no le reprochen pues un líder nace con esa sed de alcanzar metas…). En sus últimos cuarenta años su alma había estado esclavizada, por el temor a intentarlo y el miedo a morir siendo un don nadie. Sus ojos brillan. Él siente la libertad del pueblo y ese sentir le libera el alma. Justo cuando creyó que era tarde…Cuando creyó que no había recursos…Cuando no era más que un forastero…

Frente al mar hoy puede entender que como las poderosas olas se humillan en la orilla, Dios tuvo el detalle de humillarlo a él. Y como el vaivén de las olas que finalmente se rinden a la orilla producen aquella agradable y libre brisa, su humillación produjo la libertad que hoy todos disfrutan.

Pero espere un momento. Pues un ruido extraño proviene de la lejanía. Y una tormenta de arena parece aproximarse. Y la tierra suelta vibraciones. ¿Es que acaso este paisaje podría ser dañado por un cataclismo?

No, no es un cataclismo, o por lo menos no uno natural, no se trata de una tormenta, o un torbellino, no es un huracán ni un terremoto. Es aun peor. Es gente a caballo y carrozas que vienen hacía ellos. No, no son simplemente gente. Es el ejército del faraón.

La mente se nubla por un momento, eso nadie lo esperaba… Los padres dan la espalda a la tormenta de arena que se aproxima a lo lejos producida por la marcha del poderoso ejército… Impulsados por un instinto de proteger, corren hacia la orilla del mar, sus esposas van tras ellos. Los padres toman a los niños, las madres se los arrebatan de los brazos para ellas sostenerlos. Ellas lloran mientras besan a sus hijos. Ellos sienten un nudo en la garganta. El pueblo entero se mira entre sí, nadie dice nada, no con palabras…Los más jóvenes se acercan a los ancianos… Entonces los pensamientos traicionan. Las esposas piensan que debieron ser más duras con sus esposos, no debieron secundar la idea de seguir a ese hombre que les prometía libertad. Ellos piensan que no debieron decidir seguir a Moisés. Los más jóvenes se sienten culpables por no persuadirlos de la posibilidad de que esto ocurriera. Y los ancianos… ¿Acaso no son los ancianos portadores de sabiduría? Debieron saberlo. Todo el pueblo está agrupado…Todos son victimas de las más severas emociones…Desesperanza, desconsuelo, incredulidad, ira, frustración, indignación…Todas se han dado cita para destruir el ánimo de un pueblo.

Ahora el cielo es muy oscuro, tanto como para encontrar a Dios… Las estrellas parecen ir borrándose del cielo… La luna se oculta tras la presencia de una densa nube negra… El mar… Es tan profundo y largo como para nadar hacia el otro lado… ¿Por qué tuvo Dios que crearlo tan largo? ¿Para qué tanta profundidad?, peor aun… ¿Por qué tuvo que crear justo en ese lugar ese mar? ¿O es que Dios no sabía que en ese momento ellos necesitarían un camino para seguir? Ahora Dios no parece suficientemente bueno… Ahora no es tan poderoso…

Y allá parado sobre una roca, observando el ejército aproximarse y el pueblo atemorizado, está el hombre. El brillo en sus ojos parece desaparecer…Sus manos intentan temblar… Su voz se a apagado…El sabor del triunfo se vuelve amargo. Habría sido mejor haberse quedado pastoreando ovejas…Cómo pudo pensar en la estúpida idea de liberar a un pueblo…Ahora sería el responsable de una masacre. Aquellos padres confiaron el futuro de sus familias en él… Porque él les aseguró y les demostró con algunos “trucos” que había sido enviado por Dios…Pero esperen… Realmente fue enviado por Dios… Y entonces ¿cómo puede estar, junto al pueblo que se unió a su sueño, arrinconado frente al mar por un ejército?

El pueblo entero se aproxima a Moisés… Y dejan escuchar sus quejas… “- ¡Ves lo que has hecho llenándonos de esperanzas! ¡Haciéndonos creer en un estúpido sueño de libertad! ¿Acaso necesitábamos esto? ¿Necesitábamos la libertad?... ¿No era mejor ser esclavos que estar muertos?”

Ya el pueblo se daba por muerto…Pero no los culpe. A nadie le agrada ser perseguido por un ejercito…A nadie le gusta ser el responsable de la muerte de sus hijos y esposas…

Quizá Ud. puede entenderlos ahora, si, quizá recuerde que Ud. mismo ha estado frente a ese hermoso mar que se ha convertido en su aflicción…

¿No era hermoso su matrimonio? ¿No tenía puesta su mirada en un futuro alegre y fructífero junto a la mujer, o el hombre, que ama? Entonces, ¿cómo es que ahora no queda una solución que no sea el divorcio?...

¿No era su hijo la alegría de su hogar? ¿No era el orgullo de sus ojos? ¿Qué va a pasar entonces ahora con las ilusiones de verlo crecer? ¿Cómo es que una enfermedad amenaza con arrebatárselo?...

¿No disfrutabas de aquellas cenas con papá y mamá? ¿Cómo es que ahora debes decidir con cuál de los dos vivir?...

¿Cómo es que ya abuelo no te contará sus historias? Sabías que moriría pero no contabas con que fuera tan pronto…

¿No es que ibas en asenso dentro de la empresa? Tenías tantos planes, proyectos… Decidiste adquirir aquella deuda con el banco confiando en un contrato indeterminado… ¿Por qué no te advirtieron que planeaban una reducción de personal?...No habrías contraído esa deuda…

Todo estaba planeado minuciosamente… Finalmente decidiste invertir tus ahorros en ese proyecto… Tus amigos te dijeron que lo hicieras, que no había riesgos… Muchos incluso te ofrecieron su ayuda… Tenías tantas esperanzas en que funcionara, tanto tiempo orando para que así fuera… ¿Por qué no funcionó?

¿No tomaste una decisión aferrado a una promesa de Dios? ¿Por qué entonces todo resulta tan negativo? ¿Cómo es que tu decisión ahora causa tu aflicción y la de los que te rodean?

Y ante ese mar tan ancho y profundo, y ese cielo oscuro… Ante la incertidumbre… Cuando la desesperanza ataca… Cuando el desconsuelo humedece tus ojos… Cuando la incredulidad nubla la mente… Cuando la ira embriaga el alma… Cuando la frustración toma el control de tus sentidos y la indignación el control de tus actitudes solo surge una pregunta…

…¿Y ahora qué?...

Yo he estado frente a ese mar… Yo me he preguntado eso… ¿Y ahora qué?... Es que no estaba preparado para esto… Es que no contaba con que las cosas salieran así… Es que no planeé defraudar a mi familia, a mis hermanos, a mis amigos… Realmente me esforcé por no caer de nuevo en ese hábito…

Y allá viene ese ejército que había quedado en el pasado, viene dispuesto a arrebatarme la vida… Y ha logrado turbarme… Me ha quitado la paz… Ha convertido el más particular de los mares en mi aflicción… Ha asesinado mi fe… Me ha robado el futuro… Y me siento atrapado… Mi mirada se pierde en la nada… Mi sueño ha desaparecido… De solo pensar en mi futuro mi respiración se corta… ¿Y ahora qué?... ¿Y ahora qué?... ¿Y ahora qué?...

Un nuevo día llegará ¿Para qué?... El sol brillará de nuevo ¿Ya qué mas da?... Seguro hay un propósito en esto ¿Por qué de esta forma?... Todo esto pasará ¿Y mientras tanto qué hago?...

DIOS CUMPLE LO QUE PROMETE

Nadie puede creerlo. Uno por uno se va acercando.

“Lo siento mucho”…

“Te acompaño en tu dolor”…

“Puedes contar conmigo”…

Y así van soltando sus palabras de consuelo. Algunas prefabricadas, pues muchos nos son muy creativos cuando de consolar se trata. Pero otros, otros tienen las mejores intenciones y saben cómo hablar… Sin embargo, no hay palabras que puedan consolar la pérdida de esta pareja. No hay compañía que ahuyente la fría y oscura sensación que hoy la soledad susurra al alma.

Es la hora de la cena, ayer el padre sonreía y miraba con orgullo a sus hijos. La madre servía la mesa y se regocijaba por su tarea. Debía regañar a sus hijos por tocar los panes antes de elevar la oración de gratitud al Dios de Jacob. Pero a pesar de la falta de disciplina de sus hijos ella se sentía una mujer realizada.

Pero hoy no hay cena, no hay motivo para sonreír, hoy no hay por qué sentir orgullo. Hoy no hay una oración de gratitud. Hoy la multitud estorba. Y uno a uno va marchando hacia sus casas.

Ya esta amaneciendo. El sol brilla. Pero el dolor no ha desaparecido. La casa está sola, no hay ruido. No hay voces. Hoy no verá a sus hijos partir hacia sus tareas. Y allí está él, el padre, que ya no es padre. Su nombre es Efraín. Pero hoy su nombre no tiene sentido.

Efraín era el segundo hijo de José. Era el menor de la casa de su padre. Un hijo menor en su tiempo no tenía grandes esperanzas de un gran futuro. Por el contrario, no se esperaba nada de él. Los ojos estaban puestos sobre el mayor. Por si esto fuera poco su padre pertenecía a una familia de doce hermanos, cada uno con sus hijos. Así que probablemente era el último de los nietos de su abuelo paterno. Sin embargo, Dios había decidido que Efraín fuera un hombre notorio. Cuando apenas era un niño recibió una promesa. Su abuelo, ya anciano, le bendijo poniéndolo por encima de Manasés su hermano mayor diciéndole que él sería más grande que su hermano mayor, y su descendencia formaría multitud de naciones.

Además de esto, Efraín significaba para su padre José bendición, su nombre se traducía como “fructífero”. Y Dios comenzó a cumplir su promesa.

Efraín tuvo nueve hijos. Pero los nueve le fueron arrebatados por la muerte en un solo día. Y hoy, mientras el sol baña al cielo con sus rayos brillantes, Efraín recuerda las palabras de su abuelo. Y es difícil entender cómo hoy sus hijos están muertos.

No se trata solo de una pérdida, se trata de la confusión que esta le causa. No es solo el dolor. Son las preguntas sin respuestas. Y cualquier persona puede decir que es soberbia preguntarle a Dios por qué cuando una tragedia nos arrebata la esperanza del cumplimiento de una promesa. Pero sin duda que esta persona nunca ha sufrido tal decepción.

Que alguien venga al patio de Efraín, que alguien le diga “tranquilo Dios te dará más hijos”, “no te aflijas, Dios está trabajando en su silencio”. Estoy seguro que él solo te mirará, y sonreirá levemente, luego apartará de ti la mirada para perderse en el horizonte, de allí en adelante estarás hablando solo, él quizá vea que tus labios se mueven pero no te estará escuchando.

Alguien le ha dicho a Tomás que Jesús ha resucitado de los muertos, él solo responde: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mis dedos en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.

¡Oh Tomás que incrédulo eres! Pero no es solo incredulidad. Tomás no cree no porque no quiere creer, sino porque no puede. Y no puede porque está vez no quiere ser decepcionado, porque ya está bueno de sufrir, de creer para luego perder. No tiene la voluntad, la fuerza para creer porque su esperanza se ha agotado. Porque ha visto a su maestro colgado en una cruz, clavado de manos y pies, con una corona de espinos en su frente, ha visto las gotas de sangre caer en tierra, y luego lo ha escuchado quejarse por el abandono de Dios. Lo vio expirar, y luego la lanza traspasó su costado, sangre y agua salió de su costado. Vio su cuerpo inerte, colgado en el madero, muerto. Aquel que caminó sobre las aguas, aquel que lo llenó de esperanza, aquel que le prometió no abandonarle nunca, guiarlo hacia otra forma de vida, liberarlo de la opresión no pudo burlar a la muerte, y ¡vienen a decirle que lo han visto vivo! Por Dios no jueguen con la esperanza de un desesperanzado.

Por las calles de nuestras ciudades caminan muchos como Tomás, como Efraín. Muchos que han perdido la fe. Ellos alguna vez recibieron una promesa, y llegaron a palpar el cumplimiento de la misma, pero de repente todo se desvaneció. Y con este suceso también se desvaneció la fuerza para creer.

Algún escritor cuyo manuscrito nunca fue publicado, nunca tuvo los recursos. Tocó las puertas que pudo. Se aferró a una palabra que recibió, pero no hubo forma de que una casa editorial le prestara atención. Hoy ya no escribe. Ni siquiera lee.

Algún pastor cuya congregación fue dividida por uno de sus líderes. Hoy ya no pastorea.

Puedes tropezarte con algún joven con una extraordinaria voz y talento para componer, hace algunos meses paseaba con su guitarra y podías encontrarlo en cualquier reunión de grupos cantando con una pasión envidiable. Dios le prometió llevarlo a las naciones, permitirle grabar producciones, pero los sellos disqueros no responden sus solicitudes. Hoy no canta.

Quizá conoces a alguno que ha perdido la esperanza de que su promesa pueda cumplirse, o tal vez tú eres uno de ellos.

Dios es Fiel. Lo que Él promete lo cumple. No hay forma de que no sea así. No existen posibilidades. No hay pérdida que pueda obstaculizar al Dios de la Promesa. No hay rechazos que impidan que Él cumpla. Solo cree. No dejes de creer. Él va a sorprenderte. Mira a Sara, una mujer anciana, con un esposo anciano, ella es estéril, mírala junto a su esposo sonriendo con un niño en sus brazos, la anciana estéril ha dado a luz. Es que Dios prometió y no hay nada que le estorbe. Tomás ve a Cristo resucitado frente a él. No puede creerlo aún. Su corazón está confundido, él quiere creer. Jesús ha venido a su encuentro y lo invita a meter su dedo en sus heridas. Y con esto lo desafía a creer. Jesús no lo hace para reprocharle, lo hace por amor. Porque Él está dispuesto a curar la desesperanza.

Solo cree. Aun hay porvenir glorioso para ti. Dios cumplirá su promesa. No desmayes.

Cuando uno ha perdido le cuesta reponerse. Tengo un amigo cuyo matrimonio sufrió una fractura. Pero Dios prometió restaurarlo, contrario a eso, él y ella se causaron heridas que los separaban más y más. Un día Dios le habló diciéndole que lo intentara de nuevo junto a su esposa, que Él haría algo maravilloso a través de ellos. Era un recordatorio de una promesa ya recibida antes de la separación. Pasaron meses antes de que él pudiera dar un paso hacia la reconciliación. El problema era que el solo pensar que en el futuro se presentaran problemas entre ellos que amenazaran con otra separación le causaba temor. Conozco también parejas que han perdido a un hijo, y no se atreven a tener otro por temor a perder de nuevo, aun cuando Dios les ha dicho que les bendecirá con la presencia de otro niño.

Perder causa temor.

Los días han pasado, quizá meses, años. Lo cierto es que Efraín ha logrado recuperar la esperanza. Y se ha llegado a su mujer de nuevo. Nueve meses después ella da a luz un hijo. Efraín lo toma en sus manos, sus ojos se humedecen, Dios sigue siendo Fiel. Y lo llama Bería, por cuanto su casa había estado en aflicción. Y los años siguientes Dios mostró su fidelidad a sus promesas, Dios multiplicó la descendencia de Efraín, y cumplió su promesa. Pero fue necesario que Efraín actuara. Que hiciera su parte. Que creyera a Dios y venciera la incredulidad que nace del dolor, la confusión.

TU DESTINO ES TU DESTINO

En su juventud Anderson fue un reconocido líder en las iglesias de su estado. Hijo de pastores cristianos, sus padres se preocuparon por instruirlo bajo los principios cristianos y por motivarle a vivir una vida integra. Hoy tiene 45 años de edad, sus padres han muerto, tiene dos hijos, y una ex esposa. Hoy recordar los logros de su juventud no produce gozo, más bien frustración. Se siente avergonzado. Siente que le ha fallado a Dios, a sus padres y a sus hijos. Hoy solo se pregunta por qué se permitió caer de esa forma. Mira al espejo y no ve un instrumento de Dios, lo único que ve es a un hombre adúltero y fracasado.

Había sido un excelente orador. Su talento para expresar ideas era envidiable. Podías escucharlo predicar cuatro horas y querrías escucharlo cuatro horas más. Su nombre era reconocido, su agenda siempre ocupada. Y muchos jóvenes anhelaban tener un poco de su talento.

Pero un día codicio. Y con su talento fue fácil conquistar a aquella joven. Su matrimonio se destruyó. Su ministerio también. Las circunstancias cambiaron. Y una cadena de desgracias se inició. Pérdida de empleo. Distanciamiento de los amigos. Divorcio. Alejamiento de los hijos… Y una mañana lo supo… O creyó saberlo… Estaba acabado.

Diez años han pasado desde entonces. Hoy a sus 45 años de edad, tiene un empleo que le permite cubrir sus necesidades básicas y enviar un cheque para la alimentación de sus hijos. No ha vuelto a entrar a una iglesia, aunque alguna vez estuvo frente a una, pero no tuvo el valor de entrar. Hoy su nombre suena de vez en cuando en algunas reuniones de líderes.

-“No confíen en Uds. mismos, el líder más reconocido puede caer sino se cuida, recuerden el caso de Anderson”.

Y él lo sabe. Él lo ha escuchado.

Anderson ha incorporado a su sistema de creencias falsas ideas “ya perdí el favor de Dios”… “desperdicié la oportunidad”…“he sido desechado a causa de mi pecado”…

Y así pasa los días sin esperar nada de la vida, conforme, pues tiene el pago de su pecado… Eso piensa.

La historia de Anderson es común en nuestros días. Hoy miles y miles de hombres y mujeres están alejados no solo de las congregaciones, sino de Dios. Hombres y mujeres que alguna vez fueron líderes al servicio de Dios, que fueron ejemplos. Pero que a causa de alguna debilidad cedieron al pecado. Y desde entonces han creído que perdieron su destino. Que no son dignos del llamado. Que no merecen otra oportunidad.

Tal vez es tu condición. Quizá no fue adulterio, tal vez solo fue una mala inversión, convenciste a tus líderes de que debían invertir en ese proyecto pero no resultó. La pérdida fue millonaria y tú eras el responsable. O tal vez cediste al alcohol, un viejo hábito que creíste haber vencido, pero caíste de nuevo.

La causa no importa, lo alarmante es la condición en la que te encuentras. El peligro está en lo que ahora crees. Es un error. Tu enemigo no eres tú, tu enemigo no es tu caída. Sino esa voz que no te permite levantar la cabeza y pronunciar una súplica a Dios. Y esta es una guerra que alguien libró hace miles de años, y su victoria puede alientarte, puede hacerte entender que aun tienes esperanza.

Acompáñame a regresar en el tiempo y seamos testigos de una gran victoria.

Tenía tal vez nueve años o doce cuando su padre se atrevió a hablar con él y prepararlo para su futuro, su destino.

-Hijo, un día serás el jefe de nuestro pueblo y nos conducirás a una gran victoria.

Solía repetírselo tantas veces pudiera. Él se preocupó por saber cómo debía criarlo desde el momento en que supo que su mujer estaba en cinta. Hizo el mejor esfuerzo. Le recordaba a diario que sus decisiones serían cruciales para su destino. Pero el adolescente creció, Y ya es un hombre. Es un hombre alejado de su destino. Encerrado en una habitación, lejos de ser jefe, es el bufón de sus enemigos. Ellos le han capturado, no, no lo han capturado. Él ha cometido un error que lo llevó directo a esa habitación. Ahora está sin ojos. Su padre ha muerto y su madre también. Apoya su rostro en sus manos, las siente débiles, nunca había conocido esa sensación, y da miedo sentirse débil. Ud. quizá no pueda escucharlo pero murmura.

-¿“Cómo es que estoy aquí?

Y entonces recuerda, y los recuerdos no son necesarios, y mucho menos deseados, pero es inevitable. Ellos se presentan para golpearlo.

-Te he fallado padre.- Piensa mientras recuerda las palabras de su padre.

Sus enemigos están preparando un festín. Es que capturar a un enemigo como este no es algo común. El hombre ciego, encerrado en aquella habitación, había causado la muerte de muchos de los de su pueblo. Y ellos habían usado un montón de estrategias para capturarlo. Y al fin lo lograron.

Él lo sabe, se acerca su muerte. En horas sería decapitado, o ahorcado. Lo mismo daba, estaría muerto. Así que no hay forma de cumplir su destino. Pero es extraño, pues un ángel apareció a su madre dos veces para anunciar su nacimiento y declarar sus logros, y anunciar su destino. ¿Cómo es que no lo cumpliría?, ¿Acaso no sabía Dios que las cosas sucederían así? Entonces, ¿Por qué molestarse en enviar a un ángel, cuando sabía que lo anunciado no se cumpliría?

Ni lo piense. No caiga en ese error. Dios no se equivoca. Nada le toma por sorpresa. Tus actos no sorprenden su plan perfecto y le obligan a elaborar un plan B. Nada de eso.

Observe bien al hombre en la oscura habitación. Mírelo débil, cansado, frustrado, sin ánimo de levantar su cabeza siquiera. En su celda Ud. puede observarlo en silencio. Quizá piensa en como ha desperdiciado su vida, sus valores, sus talentos. Piensa que si pudiera, cambiaría las circunstancias y cumpliría, con lo que sabe, debe hacer. Pero ya es tarde, ya se ha equivocado, ya ha perdido todo. Ni siquiera el Espíritu de Dios está en él.

Las burlas se dejan escuchar, un hombre con un destino es ahora un bufón de pueblo. Aquel que una vez fue fuerte, ahora le cuesta mucho esfuerzo girar el molino. Aquel que una vez encontró dulzura en el vientre de un león, ahora le es difícil quitar el sabor amargo de su alma.

La esperanza de un pueblo estaba puesta en él. Y él en otras oportunidades mostró actitudes que lo hacían merecedor de tal sitial. Su fuerza era sobrenatural, Dios estaba con él pues solo el Espíritu de Dios podía originar tal poder. Sin embargo, él había sido tan indiferente a su llamado, nunca prestó atención a los preceptos que debía seguir. Siempre fue liberal, y muy colérico. Su pasión: las mujeres. Las veces que atentó contra los enemigos de su pueblo fueron a causa de mujeres. Un gran hombre con una gran debilidad. Aun así sabía que en algún momento debía tomar control de sus actitudes, y tomar en serio su destino. Pero el momento pasó por sus ojos y no lo vio. Y ahora esta ciego, literalmente ciego. Sus enemigos le han cazado. Peor aún, él se ha dejado cazar. Han sido sus errores lo que lo han llevado allí.

En algún momento su agonía pasará, pero solo la cruel muerte que le den sus enemigos será su liberación.

Yo he estado en esa celda. Y seguro que Ud. también. Es fría, y desnuda el alma. Es oscura y le tememos a la oscuridad. Es sola. Los pensamientos hacen ecos, van y vienen. La culpa nos destroza. ¿Cómo pude cometer tal error? ¿Cómo es que tomé esa decisión? ¿Por qué nunca pude superar mi debilidad? Y daríamos lo que fuese por cambiar el pasado.

“Yo y mi obsesión por las mujeres filisteas”, piensa Sansón.

Yo ocasioné mi derrota.

Yo me encerré en esta celda.

Yo perdí mi futuro.

Es difícil perdonarnos a nosotros mismos, y sin perdonarnos es imposible vislumbrar un mejor porvenir. Es imposible permitirnos una segunda oportunidad.

El hombre que perdió a su esposa, que ocasionó su desilusión. Ella se ha ido y él sabe que tiene la culpa. Aunque han pasado años le ha costado reponerse del divorcio y comenzar de nuevo. “No sirvo para esto”. “No soy capaz”. El padre que luego de abandonar a sus hijos quiere volver a ellos y cumplir con su rol de padre. El laico que cayó de nuevo en aquel viejo y aparentemente superado vicio, intenta volver su rostro al cielo y pedir perdón, “pero es que no lo merezco”.

Segundas oportunidades, cuán difícil es verlas.

Miremos a Moisés frente a la zarza, exponiendo sus escusas, huyendo de su destino por creer haberlo perdido.

Miremos a Pedro señalando a Juan como mejor opción “Y que de este”, “sabes me gustaría apacentarlas pero recuerda que yo te negué, ¿que tal Juan?”

“Sabes Dios he vuelto a la iglesia, pero me conformaría con solo ocupar una silla”. Y así nos sentimos castigados.

Observe a Sansón, ni siquiera puede caminar solo. Un joven lo lleva de la mano. El pueblo está de pie. Ovaciones se dejan escuchar, pero no son para él. Para él solo hay burlas, solo objetos putrefactos que chocan con su cuerpo, es que el pueblo le lanza basura. Y aunque él no ve, puede reconocer a algunos de sus enemigos al escucharlos.

“¿Qué pasó Sansón? ¿Dónde está tu fuerza? ¿Hasta tu Dios te ha desechado?”

Y entonces las risas duelen.

Mírenlo caminar, obsérvenlo hablarle al joven al oído. Tal vez le pide que camine despacio, es que así es más seguro. No, parece que está cansado, le ha pedido más bien que lo lleve a los pilares para apoyarse. Es que está cansado.

Ya Ud. quizá conozca el final de la historia. Sansón se apoya en los pilares y ruega a Dios que le permita por un instante recuperar su fuerza y entonces sucede. Derrumba los pilares y dio muerte a una gran cantidad de los filisteos enemigos de su pueblo. Y él muere con ellos.

Y siglos después nuestro Dios define qué es ser un hombre de fe. Y este ciego bufón es uno de los elementos que ilustran a un hombre de fe, pues fue uno de los que sacó fuerza en su debilidad.

Al igual que Sansón, nunca es tarde para rogar a Dios. Nunca es tarde para apoyarse en los pilares y cumplir con tu propósito. No escuches más las burlas de tu mente, No lamentes más tus errores. Hoy solo mira el cielo, ruega a Dios, en su corazón hay otra oportunidad para ti.

Anderson debe saberlo, hoy he decidido enviarle una copia de este capítulo, ojala y comprenda que la misma gracia que encontró Sansón está a disposición de él, y de ti. Dios no te ha desechado, él aún no ha terminado contigo. El está impaciente esperando tu clamor, esperando que le digas “estoy dispuesto a aceptar otra oportunidad”. Porque tu destino sigue siendo tu destino.

EL SIGUE SIENDO DIOS

Habían pasado dos días. Papá llamaba por las tardes para informarnos del estado de abuela. Ella estaba hospitalizada en la ciudad de Maracaibo a dos horas del pueblo en donde nosotros vivíamos. Yo quise irme con él pero no me lo permitió. Ya iban tres días desde aquel infarto que amenazó con quitarle la vida. Un grupo grande de pastores oraban por el estado de abuela. Y un buen número de congregaciones se unían para orar por su sanidad total.

Muchos de los hombres que admiré en mi adolescencia llamaban a papá para darle confianza y asegurarle que Dios, por su misericordia, por su amor, por sus promesas, sanaría a mi abuela, que ella saldría sana y salva de aquella habitación de hospital.

Papá me contó que aquel domingo decidió visitar temprano a una familia que él había pastoreado. Vivían cerca del hospital, así que se desvió para allá. Compartió con ellos, y se sentía tranquilo y confiado porque Dios estaba obrando en la salud de su madre. Ella había mostrado signos de mejora y los medico le aseguraron que en unos días ella podría volver a casa.

Se despidió de aquella familia para ir a visitar a abuela. En el camino compró un helado que fue saboreando hasta llegar al hospital.

Y ese domingo papá nos llamó. Mamá atendió la llamada y al colgar nos llamó a los tres. Mamá lloraba, sus lágrimas fueron suficientes, lo dijeron todo.

Papá entró al hospital y al llegar al piso donde estaba la habitación de abuela encontró a unos de mis tíos llorando.

-Gustavo… ¡mamá murió!

Y en casa mamá no había terminado de decirnos cuando una ira se apoderó de mí… ¡Era abuela Paula quien había muerto! No había sido la abuela de mi vecino, no fue la de mi compañera de clases. ¡Fue mi abuela quien murió!

Yo tenía doce años, transitaba por la adolescencia, cuando las emociones tienden a ser más intensas y las reacciones incontrolable. Recuerdo que toma una silla y la estrellé contra la pared. Corrí a mi cuarto y lloré, de rabia y dolor. Mamá intentó consolarme, pero no existía forma alguna de que mi dolor mermara.

Que yo recuerde ese fue el origen de mi segundo conflicto teológico. ¿Qué pasó Dios?... ¿Dónde está tu bondad?... ¿No fue suficiente con las oraciones que realicé? ¿No me escuchaste a mí ni a los cientos de creyentes en todo el estado Zulia que elevaron sus plegarias por la sanidad de mi abuela?... ¿Qué pasó con la convicción de tantos pastores que les llevaba a pensar que la sanidad de abuela era la respuesta lógica a nuestras oraciones?... Si esa no fue la respuesta, ¿entonces tal convicción era equivocada?

Trece años después conocí a una pareja de argentina. Tuve el honor de compartir con ellos por quince días. Y fui impactado al escucharles relatarme una trágica historia.

Esta pareja se conoció en Buenos Aires. El provenía de una provincia insignificante del país. De origen humilde. Su padre era pastor de una pequeña congregación. Él fue criado bajo principios bíblicos. Y en su juventud decidió partir hacia la capital para forjarse un buen futuro. Allá la conoció a ella. Él llegó sin nada a la capital. Durmiendo en un local comercial de un amigo de su padre. Poco a poco Dios le prosperó. Y ambos tomaron la decisión de casarse.

Es la pareja ideal. Ella tiene un hermoso ministerio en la alabanza y él es un excelente productor musical. Gracias a la bendición de Dios él logró adquirir los equipos necesarios para establecer un estudio de grabación y una productora musical integral. Así que decidieron iniciar un proyecto que arrancó con buen pie.

Él logró integral una banda musical de rock alternativo con el propósito de llevar un mensaje de paz y esperanza a través de la música. Ella era la vocalista y él produjo lo que sería el primer disco de la banda. Dios le permitió participar en importantes eventos del país y compartir escenario junto a bandas de trayectoria en el mismo género. Ella quedó en estado cuando el proyecto iba en ascenso. ¡Qué más podían pedir!

La noticia del embarazo llenó aun más de esperanza a la pareja. Contaban los meses del nacimiento del primogénito. Aquel día el medico les diría el sexo de la criatura. Así que ambos, ansiosos, asistieron a la consulta. El médico les advirtió que era una niña, ¡Qué bendición! Una niña que llenaría de dulzura el hogar. Pero eso no fue todo. El médico les dijo que la niña venía con malformaciones y complicaciones que harían difícil su existencia. Y entonces él les recomendó el aborto como una solución al sufrimiento que podía representar tener a la niña bajo esas condiciones.

Los dos coincidieron en que el aborto no podría ser la solución. En que contaban con un Dios poderoso que corregiría cualquier deformación y daría una hermosa vida a su hija y les permitiría disfrutar a los tres de un hermoso hogar.

Dieron la noticia a la congregación. La primera iglesia bautista de Buenos Aires. Cuya membrecía superaba los mil creyentes. La iglesia se unió en clamor durante los meses del embarazo. Los cultos de oración clamaban unánimes por la niña. Los líderes llegaron a la conclusión de que Dios daría una vida normal a la niña y ellos lo creyeron y lo tomaron como una promesa de Dios.

Y el día del parto llegó. La sala de espera estaba repleta de creyentes de su congregación. Hasta el último momento orando por la niña. Esperaban ver el milagro ese día. Él estaba nervioso. Ella aún más. El trabajo de parto comenzó y en un par de horas el médico le decía a él que la niña había nacido. Y él le decía a la multitud congregada en el hospital. Ella estaba inconsciente cuando el médico sacó a la niña del vientre y cuando la sacó de la sala de parto. Él pudo verla un momento respirar. Tan linda y delicada. No había malformación. Aunque si hubo complicación en el parto, ¡pero ya ella había nacido! Media hora después la pequeña había muerto. Ella no pudo observarla viva, pues los treinta minutos que la niña vivió ella estuvo inconsciente y al despertar recibió aquella noticia. Lo que siguió fue una lista enorme de preguntas sin contestar. Y luego un silencio. Un silencio amargo que ahoga. No hubo explicación. Y ya eso qué importaba.

Él puso un candado enorme al cuarto de grabación y se entregó a la rutina laboral. Ella decidió no escribir canciones y distraerse con sus alumnos de la escuela para niños especiales. El matrimonio sufrió una ruptura emocional. Eran fríos. Y por supuesto pensar en un nuevo comienzo, en otro intento, era algo cruel y agobiante. Los sueños se acabaron.

Miles de preguntas no fueron contestadas nunca. Y al pasar algún tiempo ya no importaba.

Los días pasan. Y nada cambia. Apenas puede observar los rayos de luz que entran por las rendijas que se abren cuando una mano introduce la comida del día acompañada por una burla por su condición.

Escucha los golpes en las paredes y lo sabe. Son sus seguidores. Ellos están del otro lado esperando el momento. El líder no podrá estar encerrado todo el tiempo. En algún momento saldrá de allí y continuará la labor que a iniciado. Y él espera que así sea. Indudablemente que recuerda sus más gloriosas experiencias, cuando el desaliento ataca intentamos alejarlo refugiándonos en los buenos momentos del pasado. Pero en algún punto de nuestra tragedia estos momentos van convirtiéndose en aliados de la tragedia. Y recordarlos causa un sabor amargo.

Comenzamos a dudar de todo cuanto nos rodea. Hasta que finalmente ante el silencio soberano nos preguntamos si realmente Él es Dios.

Y a pesar de su encuentro cercano con el mismo Dios, a pesar de las señales recibidas por Él, la desesperación logra nublar su espíritu. Ya está cansado del silencio.

Y Jesús, el Hijo de Dios, el mismo a quien él proclamó como el cordero que Dios envió para redimir el pecado del mundo, ese mismo Jesús paseaba cerca de donde se encontraba él encarcelado.

Esta vez le da un encargo a sus seguidores, ellos salen en busca de Jesús y cuando están frente a él Jesús los reconoce. Eran los seguidores de su amigo, de su primo, de quien preparó el camino que ahora él transitaba. Jesús hizo una pausa en sus asuntos para recibirlos. Eran los seguidores de su amigo. Y ellos traían un mensaje de su parte. Su amigo merecía su atención. Y entonces ellos le dicen:

-Nuestro líder nos envía a preguntarte si tú eres el que esperábamos o aún debemos seguir esperándolo.

Vaya que sorprende que Juan el Bautista formule esta pregunta.

Así es, Ud. no es el único en dudar de la existencia de Dios o de que realmente Él sea Dios.

¿Será acaso que me equivoqué? ¿Entregué mi fe a quien no era? ¿Me habré equivocado al argumentar que a quien sirvo es Dios? ¿Estará realmente en todas partes? ¿Son sus atributos reales? ¿En realidad es bueno? ¿O será todo parte de una loca religión que no es más que una mentira? ¿Sería que fueron mis emociones las que me hicieron llorar aquella noche que creí que su mano acariciaba mi alma? ¿Fue un milagro realmente lo que ocurrió hace seis años atrás con esa enfermedad de la cual fui sano? ¿Si Él es Dios por qué no sigue actuando? ¿Su poder se ha agotado?

Y más preguntas que nacen de la incredulidad, de la desconfianza. Así es, dudamos de Dios y desconfiamos de Él. No puede ser Él el Cristo y yo sigo aquí encarcelado. ¿Esa es la paga por mi servicio?

Estoy seguro que aquella pregunta entristeció a Jesús. Pero solo había una respuesta. Aunque le hubiese gustado entrar a la celda de su amigo, y quitar las cadenas de sus manos, y sacarlo de ese lugar para compartir una cena en la que le explicaría el por qué de esos día, no era lo que debía hacer. Y no piense que fue por interés propio, no crea que era pereza de caminar un poco más hasta aquel lugar. O que aquello representara un esfuerzo para mostrar su poder. ¿Cómo podemos estar seguros de eso? Porque nuestro buen Señor no es de lo que actúa para su beneficio, o dígame Ud. por favor ¿qué beneficio había en permanecer horas de agonía clavado en una cruz cuando con su poder pudo haber bajado de ella? Él simplemente hace lo que debe hacer, aun cuando tenga que soportar un poco mas de agonía.

Y seguro que los días en que Juan estaría encarcelado Jesús sufría de preocupación por él.

Seguro que Jesús fue tentado por su bondad, por su amor, a librar de inmediato a Juan de aquella cárcel así como años mas tarde lo hiciera con Pedro. Para entonces solo tuvo que dar la orden a un ángel quien llevó a cabo la operación. Pero no ahora, aunque cualquier ángel en el cielo cumpliría su orden, esta vez no era la respuesta.

Jesús obró unos cuantos milagros de los cuales los seguidores de Juan fueron testigos y les dijo:

-Vayan a digan a Juan lo que han visto.

En otras palabras “sigo siendo poderoso como para sanar al paralítico” “sigo anunciando esperanza a los pobres”. “Sigo siendo Dios”. “Todo lo que has creído de mí sigue siendo cierto”.

Y esta creencia o convicción es una salida a nuestras emociones negativas que nublan nuestra visión del futuro. Cuando dejamos de creer en Dios y dudamos de su poder abrimos en el alma un espacio para el desconsuelo. Un vacio para la desesperanza que ira maximizándose hasta cubrir nuestra alma.

Por esta razón quiero que entiendas que el hecho de que tu oración no fue respondida, de que tu pérdida fue inevitable no quiere decir que Dios te ha fallado, no quiere decir que su bondad es limitada. ¿Por qué juzgar a Dios por una pérdida? Piensa en todo lo que te ha dado, ¿Acaso eso no importa? ¿Qué dices del sacrificio de su hijo en la cruz? Dios mismo sufrió una pérdida, Dios mismo tuvo que ver a su hijo colgado en una cruz, agonizando, preguntándole por qué le había abandonado. Tentado a intervenir y con su poder arrebatarle a la agonía su hijo. Pero no lo hizo. De la misma forma es necesario permitirle no obrar en ocasiones, aceptar su silencio. Y no porque Él lo necesite sino porque lo necesitamos nosotros.

No cuestionemos el amor de Dios hacia nosotros por una obra no realizada. A la luz de la eternidad Sus obras y Su amor es incuestionable, Su poder ilimitado, Su Soberanía se produce en su Sabiduría que sobrepasa nuestro entendimiento. Algunas veces habla, otras calla, otras veces obra y otras no. Dios no evito la muerte de mi abuela, ni la de la pequeña niña de aquellos argentinos, tampoco liberó a Juan de la celda y mucho menos evito que su cabeza fuera cortada. Sin embargo, al escuchar de la muerte de Juan, nuestro buen Jesús quiso apartarse para poder meditar en ello, para lamentar la pérdida no de un profeta, sino de su primo. Él quería estar solo, así que decidió ir a un lugar desierto y apartado (Mt 14:13). Pero la multitud pronto llegó hasta él. Y ese día, un día en el que a él le hubiese gustado estar solo y llorar, recordar los momentos de su niñez en los que compartió con su primo, incluso aquel día cuando fue bautizado por él, ese día obró un milagro hermoso y sorprendente, pues alimentó a cinco mil personas con cinco panes y dos peces.

Hace 7 días estuve en una congregación visitando. El pastor invitó a un hombre a pasar al frente y testificar. Yo esperaba que fuera un testimonio de un dolor de cabeza sanado, ya sabes eso que uno acostumbra a escuchar. Pero me sorprendió la historia. Aquel hombre y su esposa llevaban 2 meses de agonía por su hijo menor, quien padecía de leucemia. Los médicos lo desahuciaron, la única esperanza era un cambio de médula que no podía hacerse en el país y que además costaba mucho dinero. Esta era una familia pobre, sin recursos. No había forma de que pudieran hacerle la operación al niño. El hombre lloraba mientras relataba su tragedia, yo veía a los lados a algunos creyentes llorar, evidentemente ellos conocían la historia, yo no. Era obvio que el niño había muerto, quizá el milagro fue que esta pareja logró hallarle un sentido a la tragedia. Eso pensé. ¡Pero no fue así! Resulta que el niño fue sanado. Un día mostró signos de recuperación. Sin explicación. ¡Dios obró! Realizó un milagro. Aquel hombre lloraba agradecido a Dios. La iglesia completa lloraba. Desde que se conoció el diagnostico del niño la congregación se organizó para orar todos los días en el templo por aquel niño, un grupo de creyentes se turnaban por días. Y Dios contestó aquellas súplicas. Recordé a mi abuela, recordé cuantas veces pedí a Dios por su sanidad y la cantidad de creyentes que oraban por lo mismo. Pero esta vez no sentí dolor, tampoco intenté reprocharle a Dios, ni mucho menos le pregunté por qué a estos sí y a nosotros no. Solo incliné mi rostro, y le dije: “Gracias Dios, porque tu sigues siendo Dios”.