sábado, 13 de junio de 2009

DE LA MANO DE NELLY ESCOTTO: EL TREN.

Nelly Escotto es un ángel, de esos que salvan vidas, literalmente lo hace.

Sus manos pueden tocar el alma y extraer la ansiedad y desesperación.

Apareció en mi camino hace algunos meses, y ha sido una suerte. Eventualmente me sorprende con sus letras. Hoy quiero compartir con ustedes uno de sus artículos, ¡el primero que recibí de ella! Sé que van a disfrutarlo.

Les invito a dejar sus comentarios dirigidos a ella. Gracias Nelly, cuéntame entre tus salvados.


Al final llegó el tren. No recordaba con exactitud cuanto tiempo tenía esperándolo, pero tenía la sensación de haber esperado por un largo tiempo.Todo estaba cubierto de una neblina densa (pienso que quizás era lluvia, pero no me gusta cuando llueve) el tren se abría paso entre la nube de neblina cortándola como cuchillo a mantequilla.

Se detuvo frente a mí, sentí un alivio (del alivio que se siente cuando al fin enfrentas algo inevitable), aun cuando sabía que extrañaría aquello que dejaba atrás.

La puerta se abrió sin hacer ruido y apenas entonces me percate que la maquinaria del tren tampoco producía ruido alguno, apareció de imprevisto el portero del tren, invitándome con un grito a subir, ¿un grito?, mas bien un grito sordo, pues aun cuando sus labios se movían frenéticamente, como recién nacido destetado, no salía de ellos sonido alguno.

Cuando me decidí a ignorar la falta de acústica, puse un píe frente al otro para atravesar el umbral del tren que me llevaría a la tan ansiada eternidad, entonces fue cuando todo inició:

Una manada de gente apareció de no sé donde, y como si fuera un show armado se alinearon en una fila muy organizada de tal forma que todos tenían un lugar como predeterminado.

Siempre supuse que este viaje sería un viaje solitario y quieto, pero no era del todo decepcionante tener un poco de compañía. De golpe me llego la sensación de que conocía la cara de la primera persona en la fila, sí, era ella, la niña con quien compartía mi almuerzo en el kinder, a quien le contaba mis secretos y quien me acompañó en mis travesuras, me abrazó y dijo algo en mi oído, sé que lo dijo porque sentí el aliento de su boca chocar contra mi tímpano, pero no hubo sonido, asentí para no prolongar el saludo.
Después de ella reconocí a la vecinita del al lado, a mi primo Carlos, de quien me enamoré de la forma más platónica posible, mi amiga Rebeca que se había mudado a otra ciudad, el chico que me besó por primera vez, los amigos del colegio, a Oscar que me hablo de la verdad, compañeros de la universidad, los amigos que me ayudaron a salir de la tristeza que me dejo el divorcio de mis padres, todos saludaban brevemente y subían al tren, también estaba el chico que había rechazado con la excusa de que debíamos seguir siendo amigos, los padres de los amigos de mis hijos, mis hermanos, los médicos del gremio, los amigos de la iglesia, las enfermeras que conocí en el hospital, en especial esa que sujetaba mi mano cuando el dolor superaba mis fuerzas, mis lideres, todos…

Cuando terminaron de subir, mis paso se apresuraron a alcanzarlos en el interior del tren, ocupe el asiento principal, (después de todo no hay que olvidar que este era mi viaje) y me acomodé lista para iniciar la travesía, decidida a disfrutar lo que me esperaba por la eternidad.

Pasado unos minutos me preocupó que la puerta no se cerraba, el portero abría la boca como hipopótamo atragantado gritándole a alguien que había quedado sentado en un banco del andén, a quien no parecía inmutarle el repertorio de muecas que el portero hacía a modo de grito para llamar su atención.
De modo que intentando evitarle un aneurisma al portero, yo misma con el fin de apurar la partida me baje del tren para llamarle, (aunque me preocupaba el problema de la acústica, ya que nunca he sido buena con las señas).

Mientras me acercaba me embargo como una especie de amnesia, te miraba y olvidaba el tren lleno de “PASAJEROS” del que apenas unos segundos antes había descendido.
Seguía caminando como autómata y me detuve sólo cuando mi rodilla choco con el cemento frío del banco, el dolor me ayudó a recordar donde estaba, me senté automáticamente en el banco, sostuve mi rodilla y te mire, eran los mismos ojos que había visto brillar muchos años atrás, en un banco igual, de un lugar diferente, un lugar más real. Y sentí la paz de la que tanto se habla y alivio (del alivio que se siente al llegar a casa luego de mucho tiempo).

Mire a los PASAJEROS del tren y al portero y su úvula, para cuando se cerró la puerta yo ya había tomado una decisión, los pasajeros se alborotaron al ver que yo no estaba, como se alborotaría cualquiera que va a un velorio y no encuentra al muerto, vi sus caras entre confundidas y decepcionadas. Les despedí agitando mi mano…

El tren partió, silente, ausente quizás, de la misma manera como había llegado, pero tú seguías aquí a mi lado y me contabas sobre el examen, sobre Zelda, uno que otro comentario del algún libro de Cortázar, los detalles de una película, el clima, mi rodilla… Y yo escuchaba…

Y supe que era por la eternidad. Sonreí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que belleza, no puedo decir más....sabes que voy en el último vagón, hace tanto tiempo ya...

Un abrazo.

Marcelo Gentile dijo...

un hermoso relato¡¡¡
realmente se disfruta,reflexiona y aprende.
gracias Nely por tan buenas palabras.
un abrazo a ti Gusmar gracias por compartir a este ángel.

Ruth Carlino dijo...

Excelente relato sobre la eternidad, sobre eso que esperamos que sea, sobre todas las historias que nos han contado y sobre algo que quizá se nos escape pensar, y es quizá, solo quizá, la eternidad no entienda de parafernalias ni despedidas, sólo de la sencillez del encuentro.

Gracias por compartir esto con nosotro, y gracias a Nelly por su sensibilidad.

Besos.