jueves, 4 de junio de 2009

UNA MAÑANA SIN LABERINTOS...

Dedicado con profundo cariño a Cristal.

Me dijo: “No me importa el lugar a dónde me lleves, con tu compañía es suficiente”.

Me desarmó.

Nunca me he creído suficiente, ni siquiera para ordenar mi propia vida…

Pero vi sus ojos negros y de ellos se desprendía un destello de luz, miré el cielo: era un día nublado, extraño en Maracaibo la tierra más amada por el sol; no era el reflejo del sol en sus ojos, era su alma que se asomaba: noble y sincera. Fue suficiente para creer que me decía la verdad.

Yo conocía aquella ciudad que ya no era mía y nunca ha sido suya, así que tenía más de mil opciones.

Le dije: “Hay un lugar, uno que fue muy especial para mí y que no visito desde niño”.

Por casualidad o bondad de Dios, o de una suerte que me abandonó hace ya algunos años, estábamos a diez minutos de aquel lugar.

Le pregunté: “¿Te gusta caminar?”. Y sonrió.

Me respondió: “Me gustaría caminar contigo”.

Y yo le dije: “Genial, la única forma de llegar es caminando, así lo hacía en mi niñez”.

Cruzamos la avenida y se aventuró a mi lado por las calles que alguna vez extrañé y que despertaban fragmentos de lo que una vez fui. Caminamos sin silencios ni soledades, ellos se quedaron a un lado, fue parte de la tregua de esa mañana.

Le hice notar que caminaba al lado de un anciano dentro de mis veintiocho años: “La última vez que caminé por estas calles tu no habías nacido”, “La primera vez que estuve en tu pueblo tendrías dos años de edad”, “cuando estuve en Tía Juana, si estabas allí, tendrías diez años”…

Y lo noté: ella creciendo y yo envejeciendo y siempre cruzamos por el mismo punto.

Pero no lo dije, y sentí mientras la miraba a los ojos una vez más, que no lo había notado sino que ella lo decía desde su alma.

Así llegamos al lugar. En otro tiempo fue un parque grande, con laberintos en los que acostumbraba a sumergirme para encontrar con dificultad las salidas. En el centro del lugar una plaza, bordeada por un colorido jardín y bancas. A un costado algunos establecimientos comerciales y en medio de los establecimientos una Iglesia Bautista de las que ya en mi niñez hacía muchas preguntas. Pero ya no existía el jardín, ni sombras quedaban, la plaza eran solo las bancas marcadas por el paso del tiempo, los establecimientos comerciales lucían tristes y agonizando y los laberintos habían sido derrumbados.

Le dimos la vuelta a todo el lugar y nos sentamos en una de las bancas marcadas por el tiempo. Ella con su linda sonrisa de juventud y su mirada sin falsedades, yo con el terror pintado en el rostro por la impresión del lugar. Por segundos me vi corriendo alrededor de la plaza y luego perdido en los laberintos: en el de los años transcurridos, en el de los errores acumulados, en el de la distancia de lo que una vez fui y que el tiempo debió deteriorar. Aquel lugar parecía el reflejo de mi presente y la sombra de mi pasado. Me di cuenta de que el silencio había vuelto y la soledad se asomaba, lo supe porque ella me miraba, paciente, dejando espacio a mi melancolía. Y quise llorar, pero le di gracias a Dios, y a la suerte que parecía volver, por no estar solo en aquel lugar.

Conversamos hasta que el sol del mediodía se mostró, para entonces nos conocíamos ya como de toda la vida: ella por mis palabras, y yo por su mirada y su sonrisa.

Volvimos al punto de encuentro, donde ella partiría a la ciudad que adoptó como suya y yo a la ciudad que me adoptó. Entonces a través de su mirada volví a ver su alma, y creí estar equivocado, pero lo dijo con sus labios para que no me quedaran dudas: “No tienes por qué sentirte solo, desde hoy prometo acompañarte siempre”. Y yo sonreí y estoy seguro que a través de mi mirada escuchó mi alma que decía: “Gracias, intentaré permitirlo”.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias corazon. Me hiciste llorar pero de alegria mientras lo leia me senti especial. Me senti halagada por tus bellas palabras. Gracias mil gracias tqm

Sandra Gutiérrez Alvez dijo...

qué hermoso relato!!!
una belleza de armonía, dulzura y paz.
gracias por compartirlo, me voy cubierta de una sensación hermosa.
un beso.

Anónimo dijo...

Muy bello relato poético, lleno de dulzura y sensualidad. Gracias por compartirlo.
Me gusta mucho tu blog, estaría encantada de contarte entre mis lectores y amigos en este mundo virtual al que he llegado hace muy poco.
Un saludo y bendiciones del Señor.

GUSMAR SOSA dijo...

Gracias a ti.

GUSMAR SOSA dijo...

Seda, saludos. Así vuelvo yo a casa cuando te visito.

GUSMAR SOSA dijo...

Seda, saludos. Así vuelvo yo a casa cuando te visito.

GUSMAR SOSA dijo...

Gracia Vega por tus deseos y bendiciones, seguro, voy a echar un vistazo a tu blog

Anónimo dijo...

nada hay mejor que alguien que nos quiera sin pedir nada

Cien gotas de amor dijo...

Cuanto a veces puede decirnos una mirada sin necesidad de mediar palabra ... muy bello relato gusmar, saludos,

Laura

GUSMAR SOSA dijo...

Asì es Santiago, ella es especial

GUSMAR SOSA dijo...

Hola Laura, gracias.