jueves, 7 de octubre de 2010

MÁS SOBRE: "MÁS QUE UN NOMBRE"...

Lo que sigue es un extracto del capítulo cinco de una novela que escribí en homenaje a un gran amigo…

Él solía decir que la vida no es tan corta como la percibimos, que los sentidos nos engañan, que nuestra percepción es viciada, muchas veces el tiempo parece fugaz porque sencillamente se percibe tarde en el espacio, cuando hemos avanzado mucho, pero el tiempo siempre es tiempo, no es que transcurre, sino que transcurrimos nosotros en el tiempo. Entonces tarde, luego de transcurrir en el espacio y a través del tiempo, te detienes, algunas veces cansado, otras porque has entendido que debes detenerte, y miras alrededor y lo notas: todo el cambio fuera de ti, a tu alrededor, la gente que ha envejecido, los rostros nuevos que te rodean, las estructuras físicas, los eventos históricos, el desgaste de las paredes, mucho cambio, solo un mínimo de lo que te rodea sigue siendo igual; miras tu rostro en el espejo y lo ves, los recuerdos de repente pueden tocarse, te preguntas cuántos años han pasado, dos, cinco, o tal vez diez; ves dentro de ti, allí todo parece igual, ves los sentimientos que no han podido desgastarse, que no han envejecido, parecen más fuertes, ellos son los que te han desgastado, ellos son los que te han obligado a detenerte, los que provocan tu cansancio, esos sentimientos te han mantenido distraído mientras transcurres en el tiempo y has dicho hasta ahora que la vida ha sido fugaz, pero no es cierto.

Enumeras los recuerdos, paseas con ellos, casi puedes sentir el espesor del pasado que te acompaña desde la última vez que te detuviste frente al espejo, son muchos recuerdos no han podido transcurrir en una vida fugaz, es mucho el andar sobre el tiempo así que te susurras a ti mismo: “no es tan corta la vida, he perdido tanto tiempo…” Es un lamento, son las ganas de recuperar los pasos dados, pasos con los que hoy, frente al espejo, se construye el pasado, todo ha podido ser tan distinto, pero ya nada puede hacerse, solo queda el camino por recorrer… Sí, podríamos evitar lamentarnos más adelante, es todo lo que podemos hacer…

Él lo supo a sus veinticinco, desde sus doce había vivido tan distraído, creyó que había logrado escapar de la ira que lo acorraló aquella noche oscura luego de escuchar a su padre relatar el por qué no había vivido a su lado. Pero solo se había distraído, y aquella madrugada a las tres en punto una pesadilla lo hizo despertar sudado, ahogándose, sin poder recordar las imágenes que atormentaron su sueño, sintiéndose extraño, sin saber dónde había despertado, qué día era, qué era aquella oscuridad que le rodeaba, quién era él, por segundos lo desconoció todo, y al cabo de treinta segundo tuvo el valor de sentarse al borde de la cama y recuperar su sentido; reconoció la habitación, el día, la hora, supo entonces que tenía sed, y al saberlo recordó también aquella extraña pesadilla: él sumergiéndose en un río, ahogándose, su respiración cortándose, el agua llegando a sus pulmones, él flotando en medio de muchas aguas, sintiendo la corriente de un río bravo, y aun así muriendo de sed…

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