sábado, 29 de octubre de 2011

LA MUJER ADULTERA (LA CUARTA DE LA SERIE).

Tal vez se equivocó, pero puede que solo buscaba satisfacer esa necesidad, es cierto, nos equivocamos a veces por nuestra desesperación y nos ciega el deseo de encontrar “agua que calme nuestra sed”. ¿Pero quién puede culparla? ¿Quién nos culpa?

A ella una turba de hombres “perfectos”, según los parámetros que ellos construyeron, según las interpretaciones emitidas entre las paredes de sus sinagogas. La llaman “adúltera”, porque ellos aprendieron a cambiar el nombre de quienes no encajan en el sistema. Y la “adúltera” es una herramienta este día, les permite brillar como rectos y estrechar entre ellos sus manos saludando la perfección que otros, evidentemente no han alcanzado; y la “adúltera” es mucho más aún, también es carnada. Allá van, buscando al que llaman Cristo para escupirle la perfección en la cara y dejar en sus manos la decisión de qué se debe hacer con la “adúltera”, apuestan a que no es lo suficientemente integro como para emitir el juicio correcto: apedrearla. Y si tiene la valentía para aprobar su ejecución tal vez su popularidad disminuya.

¿Quién nos culpa? ¿Cómo nos llaman? ¿Qué somos para ellos? ¿Somos oscuridad que les permite brillar? ¿Somos carnada para sus experimentos?

<<“Herejes”, “ateos”, “descarriados”, “ex creyentes”… “No lo llames hermano, no es tu hermano”… “Evita su compañía fue cortado de la congregación”… “No escuches sus razonamientos, el mundo y sus filosofías lo han seducido”… “No leas lo que escribe, satanás se viste de luz”…>>

Ellos siguen siendo una turba de hombres y mujeres, con piedras en las manos, tal vez piensan que la piedad necesita equilibrio y las piedras en las manos ayuda a mantenerlo. La “adúltera” de pie frente al Cristo, los perfectos la acusan y sonríen esperando su juicio. Ustedes conocen la historia, pero ella no la conocía, apenas la vivía: cada segundo es una eternidad de agonía tras otra, ella sabe cuán duro es el corazón del hombre, lo sabe porque más de uno la ha herido, no con piedras, pero si con caricias que se ausentan, con besos que no vuelven, con promesas que no se cumplen, con palabras que se desvanecen como la noche y huyen como el viento al sur. Podría morir apedreada, o tal vez sobrevivir y no es un consuelo, tendría que lucir las marcas del juicio por las calles del pueblo.

Pero el Cristo no defiende las enseñanzas de la sinagoga, ni es seducido por la perfección de la turba, al parecer no le interesa la perfección, tampoco mantener con vida un sistema que es capaz de reconciliar conceptos como “piedad y piedras”, que propicia la ocasión para atentar contra el ser humano, que sirve como escenario para juegos de “poder y control”.

La mujer quizás ni siquiera escuchó las palabras del Cristo, pero de repente no habían ni perfectos ni piedras a su alrededor. Allí estaba, frente a él, el agua que calma la sed, amor verdadero. Una vez dije, en una reunión con muchos hombres perfectos que “tal vez ser adúltera le permitió conocer al Cristo” y sentí las piedras apuntándome, me di cuenta que no soy perfecto y, honestamente, me gustó más desnudar mi imperfección aunque eso me convirtiera en un blanco y no seguir disimulando, con disfraces de piedad. En esta historia encuentro a un Cristo interesado en defender al hombre, disparando en contra de leyes, doctrinas, ideologías que dan pie a la estúpida actitud de superioridad, actitud que hace modelar conceptos como “la fe nos hace fuerte y mejores que el mundo”, actitud que alimenta la idea de un orden de clases, de divisiones dentro de la sociedad, de etiquetas según “logros”, conceptos que en muchas manifestaciones del cristianismo laten con fuerza, como si ellos, y no el Cristo, fueran el corazón del cristianismo.

No sé ustedes, pero si esa historia es cierta y ese hombre fue Dios, yo prefiero ser un adúltero, un hereje, un descarriado y cualquier otra cosa y no un defensor o embajador de un sistema que no es capaz de quedarse frente al maestro un minuto más para escucharlo decir “Ni yo te condeno”.

sábado, 22 de octubre de 2011

“LA MUJER DEL FLUJO DE SANGRE” (LA TERCERA DE LA SERIE).

El evangelio según San Lucas relata una historia que seguro usted ya conoce; mucha gente se refiere a ella como “la mujer del flujo de sangre”. He escuchado más de una docena de sermones basados en esa historia, sermones que hablan de “la fe cristiana”, de la responsabilidad que tiene “el creyente” de imitar la fe de la mujer que después de probarlo todo se aventura a tocar el manto de Jesús para conseguir su sanidad. He escuchado a predicadores invitando a su audiencia a “pasar al frente” para recibir la sanidad que esperan, “la palabra de bendición” que pondrá fin a la agonía, “la unción” que “se derrama” cuando “el creyente toca el manto de Jesús” pasando al frente. Si nada de eso pasa entonces no se esforzó usted por tocar el manto, su fe no está “a la medida de las exigencias” de quien con palabras simples expresó la fe simple, de quien destruyó los moldes de alta exigencia y declaró la frase que hoy solo sirve como eslogan de campañas y sermones: “si tuvieras fe como un grano de mostaza”.

La historia de “la mujer del flujo de sangre” recibiría otro título, sin duda, en manos de Cervantes, si el personaje central es el Cristo creo que la titularía más o menos así: “de como el Cristo provocó el escenario para darle libertad a una mujer”.

Si esa historia es cierta y prueba la divinidad del Cristo, la encarnación de Dios y todo lo que la teología cristiana sostiene en cuanto al Jesús de Nazaret, y a veces me gusta creer, tenemos mucho que aprender de esa historia, mucho más que formulas mágica, mucho más que frases para armar cánticos como “si tu pruebas todo y todo te falla prueba a Cristo”. Insisto, el cristianismo reclama a Cristo como fundador y eje central de sus argumentos, doctrinas y teologías, pero juega con su manto como si éste fuera la vestimenta de un títere. Ignora la acción social de Cristo, promueve una expresión de sistema que él atacó en su afán de dar “libertad”. Si Cristo modeló alguna “teología” debemos esforzarnos más en traducirla; yo pienso que, y sé que puedo estar equivocado, a él no le interesó tanto expresar una teología, sus acciones me llevan a pensar que mucho más le interesó expresar un mejor orden social, mostrar que se le puede dar una mejor utilidad al “ser” humano, que se pueden dirigir los aspectos de la condición humana hacia la construcción de escenarios humanos cálidos, de armonía, de bienestar. Y no digo que fue “socialista” en el sentido doctrinal o ideológico, digo que fue mucho más que eso, y tal vez su afán marca o acentúa su divinidad.

Dos cosas, solamente dos, me llaman verdaderamente la atención de esa historia. Honestamente me aburrí de la parte en la que es sanada y “el poder de Dios enjaulado en el recipiente humano de Jesús” pasea por su manto y se “transfiere a la mujer resultando en su sanidad”. Es extraordinaria la forma en la que “prominentes oradores” describen ese instante, pero me aburrí, para mí pasó de ser un “gran evento” a una excusa y ocasión para la religión y su afán de “esclavizar” mediante “esperanzas”.

Pero una de las cosas que sí me inquieta en esta historia es que la mujer no celebró al instante, al parecer cuando Jesús señala que “alguien le tocó” ella tiembla, y se acerca excusándose por su osadía, le explica temblando su travesía, su desventura, su mala fortuna, sus intentos y con todo eso justifica lo que al parecer estuvo mal: tocar su manto. Puedo entenderla, rodeada de hombres y mujeres que se aprovechan de favores para esclavizar, sumergida en un contexto en el que la religión cuesta cara, tiene un alto precio disfrutar de las bondades de la religión, puedo justificar sus miedos. Creo que hoy el cristianismo en muchas de sus expresiones causa la misma sensación, no la de Cristo, sino la del contexto contra el cual luchó Cristo. Recibir “el favor y la gracia de Dios” (sin importar qué rayos es eso) hoy equivale a rendir la voluntad frente a doctrinas cuyos fines son proselitistas, equivale a abrazar una secta y adaptarse a sus exigencias, a “ofrendarlo todo”, no a Dios, sino a “Dios”, no al Cristo, sino al “Cristo”, que no es el mismo que caminó por las calles y se dejó tocar. Lo sé porque el “Cristo” de este cristianismo se afana en permitir disfrutar una libertad dentro de los límites del cristianismo, donde él pueda controlarlo todo, donde él pueda asegurarse de que sus favores sean pagados; pero el Cristo de la historia que alguien llamó “la mujer del flujo de sangre” llama mi atención, y ésta es la segunda cosa que me gusta de esta historia: él escucha a la mujer, la observa temblando y la toca con sus palabras al decirle “tu fe te ha salvado, ve en paz”.

“Ve en paz”, “ve”, sigue caminando, no te quedes aquí, no tienes ni siquiera que ir a donde voy, no tienes que renunciar a tu identidad, no te pido que me des las gracias, solo “ve”, y eso sí, “ve en paz”, no tienes que temblar, no hay nada que temer, no te pediré nada a cambio, no hay doctrinas en letras pequeñas en el borde de mi manto. Mientras el cristianismo dice “quédate entre mis paredes”, “respeta mis doctrinas”, “repite mis oraciones”, “sé embajador de mi sistema”; Jesús solo dice “ve”, sé libre, vive, camina, cuenta a otros, toca a otros, ama, déjate amar, no seas esclavo… Honestamente guardo silencio ante ese Cristo y no me atrevo a dudar de él, si esa historia es cierta yo quiero seguirle, y si ese hombre fue Dios yo quiero encontrarlo…

sábado, 15 de octubre de 2011

SI ESA HISTORIA ES CIERTA Y SI ESE HOMBRE FUE DIOS (II)

La Biblia dice “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?”

Si bien pensamos en Cristo y su resurrección al leerlo, no podemos negar que lo atractivo de este versículo bíblico es su tono de burla. “¿De burla?”, preguntarían algunos de quienes fueron mis maestros bíblicos, pues sí, de burla. Es como ver a David, delgado, adolescente, inexperto, sonriendo frente al cuerpo frío e inanimado, pero voluminoso y gigante de Goliat, observando al ejército israelí y las expresiones de asombro de los veteranos de guerra; es como mirar a Daniel, despreocupado en un foso junto a leones hambrientos que no lo atacan. Es como sentarse al lado de Moisés en la legendaria cumbre del Pisga y contemplar su vigor, es como descubrir la juventud de su mirada a pesar de su edad anciana, es como sentir su tranquilidad que no se quebranta ante la hora de su partida. Lo que ese pasaje bíblico dice de forma directa es dibujado muchas veces en las páginas de la Biblia a través de sus relatos.

En la proximidad a mis treinta años de edad no me preocupaba tanto la muerte como el silencio con el que amenaza arropar la obra del hombre. No sé si usted ha vivido ya esa agonía que ahoga, que presiona desde el pecho hasta la garganta y abraza la existencia hasta sofocarla; no sé si usted se ha preguntado, tal vez seguro de que su eternidad está escondida y confiada en los brazos de un amoroso Dios, qué pasará con sus obras, o tal vez su pregunta sea: ¿he hecho algo digno de ser recordado en mi ausencia?

Jesús caminó por las veredas de aldeas y pueblos, por sus calles, tocó a mucha gente y mientras él yace crucificado, como protagonista de un espectáculo, algunos recuerdan que él los tocó. Jesús expira y muchos de los tocados, lamentan su muerte. Jesús resucita y la noticia llega a oído de algunos de ellos, éstos se alegran, por momento no pueden creerlo, es como una ficción, una parábola o un cuento, pero se alegran; ficción, parábola o cuento es una buena noticia, y con sinceridad prefieren creerla cierta. Pero cierta o no, Jesús no es visto caminando más por las veredas y calles, sus manos no tocaron más a ningún leproso, su mirada no reposó más sobre alguna mujer adúltera en apuros u otro rico confundido y desesperado por encontrar la verdad, su voz no acarició otra vez los oídos cansados de algún ciego a punto de recibir la vista ni pronunció algún discurso de amor. Así que tal vez la muerte venció, puso fin a la existencia de un hombre, interrumpió su obra, sus pasos. ¿Imagina usted lo que pudo lograr Jesús con treinta años más de vida? Puede que desde un punto de vista poético y trágico la muerte sonríe y disfruta de su poder de ponerle fin a esos otros posibles treinta años.

He dicho anteriormente que mientras muchos aseguran la veracidad de los relatos bíblicos con argumentos verbales los niegan al mismo ritmo, y mejor elocuencia, con sus actitudes. He afirmado ya que mientras imponen sus posiciones teológicas respecto a la divinidad del Cristo exponen sus incongruencias al respecto mediante los mecanismos y estrategias sistemáticas de imposición… El afán de construir instituciones e institucionalizar “construcciones” fuertes, con un fin sectario, proselitista, con pretensiones absolutista, con métodos dogmáticos y programas excluyentes para delimitar y fronterizar asegurando la atención del progreso de un movimiento cuyo ritmo puede ser medido y por lo tanto declarado como “fuerte”, “exitoso” y “rígido” no es una burla a la muerte, no es ni siquiera una herencia digna o una razón para ser recordado; es una burla, cierto, pero una burla a la actuación de Cristo, al coraje de los personajes bíblicos (reales o ficticios), a la esperanza a la cual se aferraron muchos de esos personajes y por la cual caminaron dejando huellas firmes y dignas de ser seguidas.

Escuché dentro de muchas de esas construcciones fuertes “aplausos y gritos de júbilos” mientras “exitosos oradores” recitaban el “¡Donde está muerte tu aguijón!”; allí mismo, en muchas de esas construcciones está el aguijón de la muerte, que amenaza con extinguir y silenciar la verdadera obra del Cristo que caminó entre los hombres, que se detuvo para escuchar y hablar, para amar, para dar sin intentar quitar algo a cambio, que sembró su vida para que otros extendieran sus manos y recogieran los frutos; al menos eso es lo que reflejan los relatos bíblicos de él, relatos que hoy son usados como fundamento de un cristianismo que es cualquier cosa menos cristiano. La muerte se burla de Cristo, de la veracidad de los relatos de la biblia, incluso de lo que llaman divinidad del Cristo, se burla dentro de los templos, desde los pulpitos, hasta tiene canales de televisión, estaciones radiales, la muerte desnuda hoy su aguijón, y hasta porta credenciales, erige ostentosos rótulos. Si usted se ha preguntado qué hacer para ser recordado, qué le parece imitar las actitudes del Cristo, intentar hacer brillar su labor social en las calles y veredas de su comunidad, tal vez de esa forma podemos burlar la muerte, quizá podemos vencer su aguijón con la simpleza de una vida sin pretensiones individualistas a través de mecanismos colectivistas.

Supongamos que Jesús no resucitó, que ni siquiera fue un Dios, ¿acaso si modeláramos su actuación a través de la nuestra no estaría resucitando y su humanidad no sería divina? No sé si puedo explicarme, pero lo que quiero decir es que si la historia de su resurrección es cierta y eso es prueba de su divinidad, entonces merece ser honrada con un cristianismo más social, no absolutista, incluyente.

¿Dónde está muerte tu aguijón? Puedo verlo en las actitudes ortodoxas, dogmáticas, egoístas, controladores, opresivas, y tantas más, pero tu victoria, tal vez en el mismo lugar de tu derrota…

sábado, 8 de octubre de 2011

NO ES UNA ORACION...

No es una oración y si lo fuera preguntaría: ¿Dónde estás? ¿Eres real? ¿Qué eres? ¿Tú nos creaste? ¿Es cierto todo lo que he creído de ti? ¿Qué es cierto y qué no lo es? ¿Es cierto que te has dejado escuchar? ¿Por qué no he podido escucharte? ¿Estás cerca? ¿Podría tocarte? ¿Supervisas mi vida y me dejas caer en abismos profundos? Pero no es una oración, hace rato dejé de orar porque para hacerlo necesitaría un templo, y esos lugares me asustan… ¿Por qué? Es que allí mascaras se adueñan del alma humana y emergen vicios dañinos, así lo veo yo, y si esa es tu casa debo creer que amas el terror.

Pero no es una oración, ni siquiera estoy en un templo, no estoy conversando, solo escribo, y los expertos en ti dicen que oyes las oraciones pero no dicen que puedes leer lo que se escribe desde la agonía, hablan de tus ojos para asegurar que tú observas las iniquidades, que castigas el pecado, sin importar que pecamos porque somos ciegos, porque no comprendemos y nos equivocamos. ¿Eres real? No es una oración porque se necesita fe para orar, es lo que dicen, y yo solo tengo dudas… ¿En verdad nuestros pasos, nuestro destino esta en tus manos? ¿Es cierto lo que dicen de ti? ¿Eres poderoso? ¿Existe lo que te atribuyen como soberanía y voluntad? Es cruel, es cruel ver al mundo entero, millones de criaturas esperanzadas en ti, creerte con poder ilimitado pero sometido a reglas, a conceptos como voluntad, soberanía, libre albedrío, yo pienso que sin esos conceptos serías perfecto… ¿Eres perfecto? ¿Qué eres? ¿Cómo razones? ¿Cómo son tus pensamientos?

¿Ves las mansas ondas de aquel lago y tienes cuidado de su paz? ¿Ves las recias olas del mar y alimentas su ira? Si las aguas de la tierra están en tus manos y cuidas el carácter de ellas de acuerdo a lo que son… ¿Haces el mismo empeño con el hombre? ¿Es que no nacimos para ser ondas de paz en un lago tranquilo? ¿Es nuestro destino ser olas recias movidas por ira, dañándolo todo, agitándolo todo? Serías perfecto si no tuvieras nada que ver con la naturaleza de las aguas ni con la naturaleza del hombre… Si todo es nuestra culpa, si con nuestro razonamiento hemos originado el caos, si es nuestro egoísmo el que ha pregonado nuestras propias ideas de ti, si ese carácter incongruente que esquematizamos de ti fuera ficción y nada más que un intento de controlar al prójimo, el destino, los planes, el progreso, serías perfecto porque entonces aun no sabría el hombre quién eres, qué eres, cuáles son tus pensamientos… Pero tendríamos que dudar también de tu existencia, pues no tendríamos nada seguro de ti, ni una prueba, ni la más remota evidencia, nos tocaría caminar con los ojos abierto, buscando el lugar donde te escondes, suponiendo que no te escondes, sino que solo somos ciegos caminando a tientas, tropezando, enredándonos, con la esperanza de un día poder mirarte y con la agonía de descubrir que perdimos nuestros pasos porque no eres real; pero aun así serías perfecto, reconciliando en tu nombre la fe y la duda, la esperanza y la agonía… Tu invisibilidad sería entonces una espada en contra del egoísmo y no habría teorías como herramientas para manipular…

No es una oración porque no tengo ya el valor para orar, pero apuesto a que no soy el único sentado frente a un lago escribiendo para no gritar desesperado, para no enloquecer por no saber, te apuesto a que si eres real y pudieras leer las letras escritas y escondidas en cada alma llorarías conmigo, con él, con ella… Escucharías el eco del dolor que nace desde alguna montaña, donde una mirada que se pierde, donde la brisa que dicen que nace en ti no es más que un frío solitario que no sirve de nada… Danzarías en el abismo frente a aquella montaña y sonreirías entre las ondas de este calmado lago… Tal vez un día podremos verte danzar y contemplar tu sonrisa, o quizá miraremos atrás desde el final del camino y solo tendremos preguntas… ¿Lo ves? No puede ser una oración, no he podido si quiera cerrar los ojos…

LA FE DE MI PADRE (A MANERA DE PROLOGO).

Al leer la historia de los tres judíos, amigos de Daniel, echados al horno de fuego (Daniel 3), me pregunto cómo la interpretaríamos si Dios no interviene a favor de ellos y dibuja el milagroso rescate relatado en el libro del profeta Daniel capítulo tres. Qué diríamos de ese relato si ese pasaje culminara con un versículo frío, triste y trágico que nos dijera algo como: “Y así Sadrac, Mesac y Abed-nego, luego de vivir al servicio de Dios mostrándose íntegros y fieles, murieron en el horno de fuego hecho por Nabucodonosor para castigar a quien no adorase la estatua de oro”.

¿Existió esa posibilidad? ¿Pudo ser ese el final?

Las valientes e inspiradoras palabras de los tres jóvenes judíos sugieren que ellos sabían que Dios tenía el poder para rescatarlos, que suponían que Dios con Su poder los rescataría, sin embargo nos permiten ver dentro de ellos y entender que también sabían que el Dios de sus padres, el Dios de su nación podía no salvarlos, pero aun así no estaban dispuestos a adorar la estatua del rey y traicionar al Dios Poderoso y Soberano al cual servían y adoraban.

¿Qué diríamos de estos tres jóvenes? Que fueron fieles hasta la muerte, que se entregaron a la voluntad de Dios, que no dependía de ellos el desenlace de la historia. ¿Qué diríamos de Dios? Que Él es Soberano, que Su voluntad no debe ser cuestionada, que siempre Su voluntad es lo mejor. ¿Seguiría siendo una gran historia? ¿Inspiraría buenos sermones? ¿Qué nos permitiría entender sobre la fe?

La Biblia relata historias cuyos finales no son tan gloriosos como el de Sadrac, Mesac y Abed-nego, historias en las que el cuidado de Dios parece no estar presente, donde las declaraciones asombrosas no son acompañadas de grandes milagros, que pueden enmudecer la presunción de “grandes hombres de fe”. Observemos a Efraín despojado de su ganado por los hijos de Gat, quienes no solo arrebataron sus animales sino también mataron a sus nueve hijos (1 Crónicas 7: 20,21); veamos a David llorando a Absalón su hijo, primero sufrió la sublevación, amenazado por su propio hijo, y luego tuvo que lidiar con la culpa de su muerte, de no ser rey de Israel su hijo aun estaría con vida y tal vez tendría una familia normal, una vida tranquila en el campo, pero Dios lo escogió como rey y en el ejercicio de su llamado debía enfrentar situaciones trágicas como esa (2 Samuel 19: 4); también el profeta Oseas afrontó la incertidumbre y confusión al amar a una mujer que no correspondió su amor y compromiso, la amó obedeciendo la orden directa de Dios, el mismo Dios que aparentemente no tuvo cuidado de inducir en ella amor verdadero hacia él. Y así encontramos tantas historias más. ¿Qué nos enseñan estas historias? ¿Merecen la misma atención que historias como la de los tres jóvenes judíos y la resurrección de Lázaro? ¿Nos ayudan a entender el carácter de Dios? ¿Son beneficiosas para la formación de nuestras actitudes como hombres y mujeres que deseamos conocer a Dios?

En lo personal me gustan esas historias, encuentro en ellas principios que ayudan a comprender la fe, a conceptualizarla más allá de la fantasía y el sensacionalismo en la que ha sido empaquetada en muchos escenarios. Me gustan porque ayudan a comprender la realidad, porque sirven de ancla cuando naufragamos en mares de desesperanza y lamentaciones.

Entender el vínculo entre fe y realidad es como caminar junto a Moisés a la cumbre del Pisga (Deuteronomio 34: 1-7). Estoy seguro que fue un camino largo y fatigoso, Moisés no solo debe ascender a una edad avanzada, sino que debe hacerlo sabiendo que su llegada a la cumbre será el final de su vida, que allá contemplará una tierra prometida por la cual fue despojado de sus comodidades y reclutado para ejercer un llamado; lidió con la aflicción, la frustración, la amargura, esperando pisar la tierra prometida a sus ancestros, pero la contemplará sabiendo que no disfrutará de sus bondades, que no podrá caminar por sus senderos, ni llamarla hogar. Moisés camina con cicatrices en el alma, con recuerdos de la gloria de Dios, imágenes de Su poder, de Su bondad e incluso de Su ira. Sabe que Dios podría llevarlo a la tierra prometida, que podría hacerle vivir un par de años más, y eso pudo fortalecer su fe pero también pudo abatir su alma. ¿Si tiene el poder para hacerlo por qué no lo hace? ¿Sino tiene que rendirle cuentas a nadie por qué no salta el capítulo y le permite disfrutar de aquel lugar por el cual él le había servido guiando a un pueblo conflictivo?

Cuando leo en Deuteronomio capítulo treinta y cuatro, versículo siete: “…sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”, me gusta pensar que es una forma poética de decir que podemos abrazarnos a la fe en medio de las dudas, de la incertidumbre y la tragedia, que ni siquiera la debilidad humana puede mellar ese rayo de esperanza que nos mantiene atraídos a un mejor porvenir.

El siguiente relato está basado en una historia real, es sobre una familia que camina hacia la cumbre del Pisga; sus personajes me rodearon, miré la aflicción encarnada en sus ojos, la incertidumbre de no saber, de no creer y de creer, sentí el roce de la duda paseando entre los laberintos de la fe. Comprendí junto a ellos que se puede sobrevivir a esos minutos eternos de interrogantes, que la fe realmente es un salto al vacío, es observar el abismo desde la cima de una montaña.