domingo, 18 de diciembre de 2011

FRAGMENTO DE "ADIÓS MUNDO CRUEL"...

A continuación un fragmento de mi nuevo relato en construcción: “Adiós Mundo Cruel”… Expreso mi agradecimiento a Fausto Liriano Hernández por el apoyo y oportunidad a este proyecto (luego les comento).

...Quizá usted ha leído la historia de Jacob. Hijo de Isaac, quien fue hijo de Abraham. Jacob vivió trece años enlutado, creyendo que su hijo José había muerto, y culpándose por la supuesta muerte. Para Jacob el Dios de sus padres decidió cobrarle sus cuentas pendientes: sus engaños, sus malas decisiones motivadas por la ambición, su irreverencia y tantas cosas más. Así hemos vivido muchos, con la idea de un Dios que no puede consentir los errores humanos, que necesita castigar al hombre por sus acciones para demostrar su propia soberanía y control. Y así justificamos algunas de nuestras desgracias, o de las desgracias ajenas que nos afectan, también justificamos nuestra pasividad ante las circunstancias adversas, aceptarlas como un “castigo divino” nos protege de la responsabilidad de afrontarlas y superarlas. Pensamos que “a su tiempo” todo volverá a la normalidad.

Trece años vivió Jacob con extrema pasividad, sin ninguna acción digna de ser relatada en algún pasaje bíblico, trece años de silencio, de conformidad, de resignación. La Biblia relata que cuando sus otros hijos le dijeron que José aún vivía “el corazón de Jacob desfalleció porque no lo creía”. ¿Desfalleció? ¿Se debilitó? ¿Desmejoró? ¿Quién desfallece, se debilita o desmejora ante una buena noticia? Solo alguien que ha incorporado a su sistema de creencias argumentos que justifican las malas noticias.

¿Las buenas noticias llegan tarde? Es posible, pero ya he citado ese dicho popular que hace eco en los rincones de nuestra región: más vale tarde que nunca. Jacob necesitó ver los carros que su hijo José envió para buscarlo, necesitó escuchar a sus hijos repetirle la historia una y otra vez para que su espíritu reviviera, entonces exclamó un “¡Basta ya!”. Y así emprendió un viaje que lo acercó a su hijo, a su amado hijo, a quien lloró durante trece años, a quien creyó muerto por culpa suya. Un viaje que lo acercó a un nuevo comienzo, que lo arrojó a los brazos de un Dios nada parecido a lo que él había creído, que no se ajustaba a los esquemas trazados. Un Dios que no cobró sus errores, que no le castigó, y que le brindó la oportunidad de un reencuentro.

Pero, ¿estaba listo Javier Crespo para un nuevo comienzo?

Listo o no allí estaba, con la toalla ajustada a su cintura, luego de la ducha matutina, frente al espejo del baño, con el amanecer cantando detrás de la ventana, en su mano izquierda la hojilla y en la derecha la espuma de afeitar. Con las imágenes frescas de ese mal espejismo que suele invadirlo algunas noches. Así es, todavía hoy se cuela en su sueño ese espejismo atormentador.

Observó fijamente sus ojos reflejados en el espejo, la oscuridad de ellos es la misma oscuridad de la noche en la que corre perdido en su sueño buscando un refugio, la desesperación le invade mientras corriendo se aventura a tomar veredas al azar que lo van llevando a lugares que reconoce pero que no son el refugio que anhela. Entonces en medio de la oscuridad una voz interrumpe su empeño al preguntarle “¿Qué buscas Javier?” Reconoce la voz, es su padre...

sábado, 3 de diciembre de 2011

FRAGMENTO DEL PROLOGO DEL ENSAYO "EL ESPÍRITU SANTO Y LAS FRONTERAS DOCTRINALES"...

Ellos le rodeaban, estaban allí con él porque querían estar, puedo entender la sed en sus almas.



Tal vez muchos no entienden por qué un grupo de hombres abandonaría sus labores y empresas para seguir a otro. Pero puede que usted si lo entienda: esperanza.



Todos soñaban con un mejor porvenir, cansados de la opresión política y religiosa, de los intentos fallidos por prosperar, en lo más profundo de sus almas el deseo de prosperar era solo una distracción, una forma de tratar de ignorar la sed que a veces no puede explicarse con palabras, quizás algunos sábados sus miradas apuntaban hacia el mismo horizonte.



Un “sígueme” había sido suficiente, dejaron sus redes, sus barcas, las orillas a las que se aferraron por años, los mares que muy bien conocían, el oficio que hasta entonces fue la experiencia más cercana al sentimiento de estar en el hogar y fueron en pos de un hombre, de una voz, de una invitación. Y echaron a andar sus vidas, tentando a la suerte, sin saber con certeza si iban por el camino correcto, solo fue un impulso, como esos que pueden justificarse en el momento y que luego de un par de horas se hacen débiles, pero uno piensa “ya comencé con esto, seguiré hacia adelante un momento más a ver qué pasa”. Y ese momento ya llevaba tres años transcurriendo. Al estilo de los personajes de los relatos antiguos, personajes que eran columnas de la historia de la nación, lo dejaron todo y se arrojaron hacia el horizonte en un acto de fe desnuda, inédita, una fe en respuesta a las circunstancias, algunos dirían emocional, pero fe al fin.



Y allí estaban, sin un esquema establecido para continuar el camino, con buenas experiencias, sí, increíbles, jamás imaginadas, pero no podían concebirlas como patrones para futuros pasos; la de ellos seguía siendo una fe inocente y desnuda de artilugios, a veces envidio la fe de esos hombres, el valor de ellos para dejar un sistema seguro, barcas, redes, mares, para seguir un rumbo incierto, incierto pero con la compañía de un gran hombre, o como diría uno de ellos, del “hijo del Dios viviente”. Tal vez no se preguntaron qué sería de ellos si ese hijo del Dios viviente se ausentara, no lo creyeron necesario, pensaron que él siempre estaría para ellos y con ellos… No se equivocaron.



Él les dio la noticia, anunció su muerte…



Y allí estaba él, rodeado de ellos. Consciente de que la hora llegaba, él, cuyo “sígueme” estaba destinado a resonar como un eco por el resto de la historia humana; un grupo pequeño de una sociedad grande, es todo lo que tenía, y lo único para ofrecerles el aroma de los buenos recuerdos, la alegría en los ojos del ciego que recibió la vista, la gratitud en las lágrimas de aquella mujer que gracias a sus palabras podía creer en una segunda oportunidad, buenos recuerdos… Los observa mientras les habla, ellos tendrán sobre sus hombros la responsabilidad de ser el eco de sus palabras, de que éstas sean entendidas por otros como fueron entendidas por ellos mismos. Sus palabras en los labios de ellos no debían ser interpretadas como una carga sobre la fe genuina y sincera que se traduce en ese sentimiento de sed que mueve al ser humano hacia el horizonte y le hace levantar su mirada con esperanza...